Capítulo 3: La teoría de la peca

101 razones para odiarla.
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En comparación con las oficinas que Kang & Co tenía en Seúl, la delegación japonesa de Kuu & Sanada, la editorial amiga que publicaba sus obras en Tokio, era un sitio muy tranquilo, el destino indicado para el viejo Takahashi, un editor demasiado activo para retirarse y demasiado vago para seguir el ritmo del cada vez más agresivo mercado editorial.

Todo lo que Takahashi conocía de internet era el iconito del Outlook Express que había en el escritorio de su ordenador. Sabía dónde pulsar para que el programa se abriera y que las teclas de Enviar y Recibir servían, básicamente, para mantener el contacto con la central. Pero no se le podía pedir mucho más. A sus setenta y tres años ese era todo su conocimiento de las nuevas tecnologías.

En una ocasión, un listillo de la central de Londres había tratado de enzarzarse en una discusión con él sobre libros electrónicos y su importancia en el futuro del mercado editorial. Pero Takahashi, que no tenía ni idea de lo que eran los libros electrónicos, había zanjado el tema diciendo que no era su especialidad, aunque en su humilde opinión dudaba de que el futuro de las editoriales estuviera en publicar libros de una materia tan aburrida como la electrónica.

Takahashi tenía suerte de que la familia Kuu, principal accionista de Kuu & Sanada, le tuviera un cariño especial. Y es que el experimentado editor era el empleado en activo más antiguo de la editorial. No por nada había sido contratado a la edad trece años para redactar con plumilla y una letra angulosa, casi gótica, las cartas de agradecimiento que se enviaban a los lectores que habían intentado contactar con los autores.

Pero los tiempos habían cambiado. Ahora los agradecimientos se escribían por e-mail siempre que era posible. Y si no lo era, se imprimía una plantilla redactada en el ordenador, aparato con el cual nunca había hecho buenas migas el viejo Takahashi.

Como estaba demasiado oxidado para tener responsabilidades de verdad, el encargado del departamento de recursos humanos le había puesto al frente de la delegación de Shizuoka, donde podía beber cerveza a granel con otros colegas del gremio, atender de vez en cuando la llegada de algún novato enviado desde la central y, básicamente, darse a la buena vida de editor destinado en un puesto tranquilo. En Japón lo único estresante que podía ocurrir era una firma de libros. Y eso sucedía de manera muy esporádica.

En ese momento estaba entregado en cuerpo y alma a su hipercalórico desayuno: un café con aguardiente acompañado de unos grasientos huevos escalfados con beicon, que encargaba todas las mañanas en la cafetería de enfrente. Su oronda barriga colgaba hasta su regazo y los tirantes que sujetaban su pantalón se ponían más tensos con cada bocado que daba.

Colocada sobre un aparador había una vieja radio que escupía las notas del único éxito de The Bobbetts, un grupo de la década de los cincuenta. Takahashi estaba hojeando el periódico con los dedos manchados de grasa de beicon cuando escuchó aquel estruendo que le hizo ponerse en guardia. Sonaba como una manada de ciervos subiendo unas escaleras.

Sus ojos claros se abrieron de par en par cuando las bisagras de la puerta de entrada cedieron y dos muchachas salieron disparadas sobre la mesa, llevándose por delante el café y los huevos escalfados. 

El viejo editor permaneció sentado un minuto, perplejo. En todos los años que había trabajado para aquella editorial había visto muchas cosas, algunas de ellas verdaderamente desagradables, pero jamás había visto a dos chicas retándose a una carrera para ver quién llegaba primero.

Por suerte para todos, las muchachas parecían encontrarse bien. Un poco doloridas por el impacto, pero con energía suficiente para echarse la culpa una a la otra.

—¡Mira lo que has hecho!

—¿Yo? ¡No fui yo la que tuvo la brillante idea de echar una carrera!

—¡Lo dije de broma!

—¡Pues no parecía una broma cuando empezaste a correr!

—¡Señoritas, por favor, cálmense! —El bigotito nevado de Takahashi osciló con enfado sobre su labio superior. Se levantó con pesadez y se acercó a las muchachas para comprobar que no tenían contusiones de gravedad. De lo contrario, tendría que llamar a unmédico y no era buen amigo de los matasanos.

Al ver que se encontraban en perfecto estado, meneó la cabeza con desconcierto y siguió hablando:

—Si se dedican a las carreras es normal que acaben estrellándose.

Jessica y Yuri no contestaron. Se sintieron demasiado avergonzadas al darse cuenta de que alguien había presenciado su carrera y el golpe en el que desembocó. Yuri aprovechó el silencio para sacarse un trozo de beicon que se había quedado pegado a la pechera de su chaqueta.

—Ustedes deben de ser Kwon y Jung —dijo Takahashi en un coreano perfecto, aunque cargado de acento, tendiéndoles la mano afablemente para romper el hielo—. La verdad, no acostumbro a que mis huevos terminen por los suelos…

Yuri contuvo una carcajada. Luego lo que tuvo que contener fue un quejido de dolor cuando Jessica le propinó un pisotón.

—Debe disculpar nuestra entrada —se apresuró a decir Jessica—. Normalmente no nos comportamos como chiquillas.

—Y lamentamos también lo de sus huevos —añadió Yuri con una sonrisa.

—Y lo de la puerta.

Takahashi se mesó el bigote. Sus ojos claros brillaron con diversión al contemplarlas. Parecían dos buenas muchachas y claramente había una energía extraña entre ellas.

—No os disculpéis por el desayuno —dijo finalmente—. ¡Pero debéis disculparos por tratarme de usted! Soy viejo, pero no un anciano.

El editor se dirigió pesadamente hacia su escritorio, aunque a medio camino no pudo evitar mirar de soslayo su malogrado desayuno, desparramado por el suelo. Sus tripas protestaron con tal intensidad en el interior de su inmensa barriga que llegó a plantearse si habría alguna forma de comerse los huevos. Suponía que no era lo más recomendable, dada la cantidad de polvo que había en aquella oficina.

El cajón del escritorio renqueó quejumbrosamente al abrirse y de él sacó lo que parecía un trozo de periódico arrugado.

—Bueno, aquí tenéis: las señas de vuestro palacio —bromeó con ganas, antes de tendérselo a Yuri, para fastidio de Jessica—. No esperéis nada del otro mundo, jovencitas: el presupuesto era muy ajustado. De todos modos, creo que allí os encontraréis muy a gusto. Se trata de una agradable posadita en la plaza central de Shinmeigu. La familia es amiga mía y os tratarán a cuerpo de rey. Si tenéis cualquier problema, podéis acudir a ellos. El viejo Miyamoto es la persona indicada para guiaros por la zona. Para cualquier otra cosa, este es mi número de teléfono —les entregó su tarjeta de visita—. No se tarda mucho en llegar y estoy disponible las veinticuatro horas del día. ¿Habéis comprendido?

Takeno sabía por experiencia que las nuevas generaciones de editores eran muy dadas a la dispersión, así que esperó a que las chicas asintieran para seguir hablando. Quería asegurarse de que le estaban prestando atención.

—Para llegar hasta allí tan solo tenéis que coger el tren de las diecisiete horas en la Estación de Asagaya. Estos son vuestros billetes. El centro de Shinmeigu es tan pequeño que me sorprendería que no os dierais de bruces con la posada de Little Miyamoto, aunque apostaría un brazo a que algún miembro de la familia se presentará en la estación para ayudaros con las maletas. Bien, creo que eso es todo. ¿Alguna pregunta?

De nuevo Jessica tuvo miles de preguntas pujando por salir de sus labios y una vez más, no dijo nada. Se limitó a mirar a su compañera con impaciencia, como si esperara que ella compartiera las mismas dudas y las formulara en voz alta. Para su descontento, los labios de Yuri solo se movieron para dedicarle una sonrisa al viejo editor y darle las gracias. Nada de preguntas.

—¿Es que tú nunca tienes dudas? —le recriminó Jessica tan pronto salieron de la oficina y empezaron a bajar las escaleras, camino de la calle. Los humedecidos tablones de madera crujían bajo sus pies a cada paso que daba.

—¿Dudas? ¿A qué te refieres? —Yuri iba detrás y no parecía comprenderla.

Frunció el ceño y al caminar escuchó el crujido de otro escalón.

—Preguntas, cosas que no te han quedado claras, ¿nunca tienes ninguna?

Yuri se encogió de hombros. —Yo creo que está todo muy claro.

Las dos chicas permanecieron el resto del trayecto en silencio. Las escaleras de aquel edificio estaban tan viejas que la madera podía ceder en cualquier momento. Ambas estaban muy concentradas en mirar dónde pisaban, hasta que se escuchó aquel chasquido, seguido de un ruido seco.

—¿Estás bien? —Yuri miró por encima del hombro de Jessica, que iba delante.

La madera había cedido bajo su peso y su pie se había quedado encajado en uno de los peldaños. Aquella situación era perfecta para burlarse de ella, y en cualquier otro momento seguramente lo habría hecho, pero como ya había tenido suficiente con la carrera, se contuvo. A veces era agotador comportarse de una manera tan inmadura. De todos modos, Jessica sacó rápidamente el pie del escalón y siguió andando con toda la naturalidad del mundo, como si no hubiera pasado nada.

—Por supuesto que estoy bie…

Pero eso fue lo único que consiguió decir antes de dar con su trasero en el suelo. La castaña resbaló con la nieve que había cuajado a la entrada del edificio. Era una escena francamente cómica verla rodeada de hielo, abrazada a la bolsa que le había entregado Hyuna antes del viaje, y con gesto de no comprender lo que acababa de ocurrir.

Yuri hizo el ademán de ayudarla, pero ella se levantó rápidamente, enfadada.

—Sé hacerlo sola, gracias.

Se sentía humillada. Pocas veces se había sentido tan patosa como aquel día y no estaba de humor para dejarse ayudar, sobre todo si la ayuda provenía de su enemiga. Pero a Yuri no le importó lo más mínimo su desairada contestación. Se limitó a poner cara de absoluta indiferencia y acto seguido metió la mano en el bolsillo de su chaqueta para extraer el paquete de cigarrillos.

—Más te vale fumar ahora, porque cuando lleguemos a Shinmeigu no esperes fumar en mi habitación —le advirtió Jessica, que ya se había puesto en pie.

 

Yuri dio una profunda calada antes de contestar.

—¿Tu habitación?

—Sí, al menos en la mía. Tú puedes hacer lo que quieras en la tuya, pero en la mía no esperes entrar con eso.

En los labios de Yuri se dibujó una sonrisa misteriosa, como la de alguien que conoce un secreto demasiado suculento para compartirlo de inmediato. Meneó la cabeza con descrédito, dio otra calada a su cigarrillo y echó a andar por la nieve tras los pasos de la castaña, que se dirigió a la estación de tren, cojeando de dolor.

***

Había algo en los viajes en tren que siempre la ponían melancólica. Jessica nunca había sabido la causa. Tal vez era por el paisaje, que pasaba deprisa pero no lo suficientemente para no poder fijarse y eso le recordaba a la vida misma. Podía pasarse horas enteras mirando por la ventanilla. Sentía que el monótono traqueteo del tren le ayudaba a ordenar sus pensamientos, que aquel día eran muy caóticos y confusos.

Por razones que no alcanzaba a comprender, se había puesto a pensar en Taecyeon, en su pasado, presente y planeado futuro. Desde el momento en el que se conocieron, en su época universitaria, ambos habían trazado una línea muy clara. Tenían planes y disfrutaban

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Comments

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Kkomofam #1
Chapter 16: Just now i found out this story, and it's beautiful
Eriika
#2
Chapter 16: Yo quiero saber que le dice
Eriika
#3
Chapter 15: 7w7
Eriika
#4
Chapter 14: Alv
Eriika
#5
Chapter 10: Omaiga
Eriika
#6
Chapter 9: Awww
Eriika
#7
Chapter 3: Creo que ya lo había leído con anterioridad
Eriika
#8
Veamos
DollySweet
#9
Chapter 16: Que lindo!.me gusto mucho la adaptacion!
jramirez #10
Chapter 16: Te felicito, de verdad me gusto mucho la adaptación y espero poder seguir disfrutando de las adaptaciones que haces. :D