Capítulo 1: Problemas con el plural

101 razones para odiarla.
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Se suponía que aquel iba ser un día tranquilo, un viernes cualquiera de comienzos de mes. Las luces de Navidad estaban ya encendidas y las partidas de libros habían sido entregadas, listas para las compras compulsivas de aquella época del año. Así que solamente quedaba esperar a que llegaran las vacaciones para poder disfrutar de un merecido descanso. 

La oficina estaba tranquila. Entre los empleados reinaba un ambiente festivo, casi somnoliento, que incitaba más al palique y los festejos típicos de los últimos estertores del año que a concentrarse en el trabajo. Todos estaban alegres, menos ella. 

Kwon Yuri, sin embargo, no había sido capaz de respirar tranquila esa semana. 

Aunque todavía era temprano, apenas las diez de la mañana, estaba nerviosa, inquieta como si en el aire reinara la pesadez que siempre antecede a una gran tormenta. Llevaba desde primera hora intentando concentrarse en su trabajo, pero después de varios intentos fallidos decidió salir del edificio y darse un respiro. 

Comprendió que aquel iba a ser un invierno muy largo tan pronto empujó la puerta de entrada. Hacía tanto frío que Yuri se lo pensó dos veces antes de dar un paso más y posar los pies sobre la nieve que había caído de madrugada. La última borrasca había azotado los alrededores de Seúl con tanta fuerza que la calle de la editorial amaneció envuelta en la blanca e inquietante homogeneidad de un inmenso manto blanco. Se tapó los ojos con la mano, molesta por la claridad, mientras observaba a los operarios intentando desenterrar las aceras rociándolas de grandes paladas de sal. Con dedos azulados, ateridos por el frío, Yuri se abotonó su abrigo negro cuando una ráfaga de viento helado le golpeó la cara. Buscó el encendedor en su bolsillo y se llevó un cigarro a sus labios temblorosos. Se trataba de la primera calada del día, pero sabía que su nerviosismo no le dejaría disfrutarla. Trató de no pensar en Jessica Jung o en cómo se había vuelto una especialista en aniquilar sus nervios, pelea tras pelea.

Últimamente eran tantas y tan frecuentes que ni siquiera fumar un cigarrillo conseguía relajarla del todo. Solo por librarse de Jessica se le pasó por la cabeza la idea de fingir un resfriado e irse a casa, y ya estaba barajando los pros y contras cuando escuchó aquella voz amortiguada por una acolchada bufanda. 

—¿Otra vez dándole al vicio? 

La persona en cuestión apartó la bufanda de lana que llevaba enroscada al cuello y le dedicó una radiante sonrisa. 

—Buenos días para ti también, Choi —contestó Yuri con sarcasmo. 

Choi Minho, nieto de uno de los fundadores de Kang & Co editorial, un muchacho tan prepotente como guapo. Era arrogante y algo más joven que ella, pero poseía el culo más redondo y la sonrisa más seductora de toda la editorial. O, al menos, eso era lo que decía la estúpida votación de Navidad que los empleados hacían todos los años para elegir a los más guapos de la compañía. 

Yuri consideraba esta votación más propia de patio de colegio que de una editorial con una larga y respetable trayectoria, pero participaba solo por la satisfacción que le daba negarle un voto al engreído de Choi. 

Como era de esperar, aquel año también era el favorito para ganar en todas las categorías, con el consecuente aumento de ego por parte del muchacho. Si uno de los efectos colaterales del engreimiento fuera la hinchazón, podrían haber encontrado una súper desarrollada cabeza de Choi Minho, flotando en el techo de la editorial. 

Yuri le miró con desdén, arrastrando sus ojos por la figura del muchacho, como siempre hacía cuando se encontraban y él se empeñaba en flirtear sin obtener ningún resultado. De todos modos, a Choi no pareciera importarle demasiado, porque ni un solo día había dejado de inspeccionarle el trasero cada vez que cruzaba el departamento de marketing, donde él trabajaba. El muchacho estaba seguro de que tarde o temprano ella caería rendida a sus pies y por eso cada dos viernes, dos, literalmente, se empeñaba en invitarla a cenar. 

—La clave está en dosificar, para que luego no digas que soy insistente — argumentaba él con un descaro que arrancaba suspiros a todas, menos a ella. 

Pero si algo había aprendido Yuri durante su dilatada carrera amorosa era a no dejarse deslumbrar por un buen trasero, un gran físico, la sonrisa perfecta o una cuenta bancaria custodiada por los mejores asesores financieros del país. 

Para mayor fastidio, aquel día era el segundo viernes de mes, así que su respuesta volvió a ser un rotundo y sincero no, seguido de una mueca de hastío que Choi correspondió con una sonrisa juguetona. 

El muchacho se enroscó de nuevo la bufanda, le guiñó uno de sus ojos de largas pestañas y cruzó las puertas del vestíbulo. Yuri ni siquiera se molestó en despedirse. 

Dio, en cambio, la última calada a su cigarrillo antes de arrojarlo sobre la nieve. Tiró de la puerta de metal forjado y sintió una placentera oleada de aire caliente acariciándole la cara. 

Hacía frío. 

 

*** 

 

—¡Te digo que no está! 

—¿Estás segura de que no la cambiaste de sitio? 

—¡Claro que no! Te lo he dicho ya cuatro veces. Aquí mismo. ¡Estaba aquí mismo! 

Yuri observó con cansancio la escena mientras colgaba su abrigo en el desgastado perchero que tenían en su departamento y tuvo una incómoda sensación déjà vu. Era lo mismo de siempre: Jessica perdía los nervios y acababa culpando a los demás de sus propios descuidos. Al final las cosas acababan apareciendo, especialmente en aquella oficina de tamaño reducido en la que tenían que convivir tres personas, pero Jessica prefería hacer una escena en lugar de buscar con calma lo que ella misma había perdido. 

—Jessica, ¿te das cuenta de que siempre te pones de los nervios y al final las cosas acaban apareciendo? —le dijo, antes de sentarse con desgana frente a su escritorio. 

Yuri le dedicó una sonrisa de apoyo a Sunny, que parecía estar pasando un mal trago con lo ocurrido. 

En la editorial era ya un secreto a voces que Lee Sunny no tenía demasiadas luces, sino más bien al contrario. Se trataba de una empleada mediocre, lenta, descuidada y con un cociente intelectual impropio de alguien que ocupaba su puesto. Pero la muchacha era dulce y nunca había usado en su beneficio el hecho de que su padre fuera uno de los principales accionistas de la editorial. Posiblemente no se merecía la responsabilidad que le habían encomendado, pero eso no justificaba que Jessica la torturara con sus constantes quejas y mal humor. 

A veces, cuando la miraba, Yuri no podía evitar preguntarse cómo una criatura de apariencia tal angelical como Jessica Jung, ojos castaños, piel blanca y delicada, y cabellos castaños claros, podía llegar a ser tan histérica. Había pasado mucho tiempo y no lo recordaba con claridad, pero estaba casi segura de que ya era así de insufrible desde el parvulario, cuando Yuri la torturaba, ganándose las reprimendas de su madre. 

—¿Pero es que no veis que el destino quiere que vuestras vidas estén conectadas? —solía decir la señora Kwon, usando su flema más dramática—. Tenéis que aprender a convivir, bastantes quebraderos de cabeza nos habéis causado ya. 

Después buscaba la mirada aprobatoria de la señora Jung, que casi siempre la apoyaba con enérgicos asentimientos. 

El odio que se profesaban sus hijas era inversamente proporcional al cariño que se demostraban las madres. Estas chiquilladas, como las habían bautizado sus progenitoras, fueron, durante muchos años, un recurrente tema de preocupación para las dos mujeres. 

Como era natural, ninguna comprendía que ellas pudieran ser mejores amigas, confidentes, y sus dos hijas fueran enemigas. Sobre todo dadas las circunstancias, pues a todas luces parecía que el destino estaba empeñado en hacer que las vidas de sus hijas transcurrieran de forma paralela. 

Kwon Yuri y Jessica Jung habían nacido el mismo día, en el mismo hospital, en habitaciones contiguas, separadas únicamente por los escasos metros que hay entre la alcoba trescientos once y la alcoba trescientos doce del Hospital General Cha, pero atendidas por la misma obstetra y el mismo equipo médico. 

Las pocas horas de diferencia entre los partos todavía eran motivo de chanza entre sus respectivas familias. También era famosa la historia de que sus madres se habían hecho amigas durante su estancia en el hospital, a base de pedirse disculpas en el pasillo del hospital por los llantos ensordecedores de las criaturas. Esa era la versión que les encantaba contar, aunque en realidad habían intimado años más tarde, tras coincidir en unas reuniones de mujeres aburridas con sus aburguesadas vidas, que se juntaban para matar su tiempo libre realizando actividades filantrópicas. 

Pero a pesar de la cercanía entre ambas mujeres, nadie consiguió limar la enemistad que se profesaban las niñas. El mismo día en que las presentaron, Yuri acabó robando el inmenso lazo azul celeste que sujetaba la castaña coleta de Jessica. Como represalia, Jessica sustrajo los tornillos de la bicicleta de Yuri, y el golpe fue tan sonado que todavía tenía una pequeña cicatriz en la frente como consecuencia de la caída. 

Con el paso de los años, la situación no había mejorado, sino todo lo contrario, y en aquella fría mañana de invierno se podría decir que lo único que compartían era un cumpleaños que nunca tenían ganas de celebrar y una desmedida entrega a su trabajo en Kang & Co, en donde el caprichoso destino las había vuelto a juntar. 

—¿Quién te ha dado vela en este entierro? —protestó Jessica al ver que su archienemiga se inmiscuía en su discusión con Sunny. Sus pupilas estaban contraídas con el enfado—. Porque creo que en ningún momento he pedido tu opinión. Además, ni siquiera sabes de qué estábamos hablando. 

—Cierto, no es mi entierro —contestó Yuri, impasible. Estaba más que acostumbrada a los dardos envenenados de Jessica. Siempre iban dirigidos a ella aunque muy pocos hacían efecto—, pero tus ataques de histeria nos afectan a todos. Me parece que eso es un cirio enorme que debemos aguantar. 

Lee Sunny sonrió con disimulo, complacida con la respuesta y Jessica bufó con tanta fuerza que consiguió apartarse el flequillo de la cara. 

—¡Por fin! —exclamó de repente. Se agachó para abrir el cajón de su escritorio y sacó una carpeta de color limón, trufada de documentos. 

—¿Quizá algún autor la cambió de sitio para vengarse por su estrepitoso fracaso? —se burló Yuri al ver la carpeta que Jessica había estado buscando. Tenía los dedos entrelazados, y jugó a trazar círculos con sus pulgares para hacer todavía más dramática la escena—. O quizá una ráfaga despiadada de viento decidió ponerla ahí pensando que estaría mucho más segura en el cajón de tu mesa, ¿verdad, Sunny? 

Su compañera de trabajo no contestó. Prefirió bajar la cabeza para ocultar la sonrisa de complicidad que se le estaba dibujando en los labios. Sin embargo, el gesto no pasó le desaper

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Comments

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Kkomofam #1
Chapter 16: Just now i found out this story, and it's beautiful
Eriika
#2
Chapter 16: Yo quiero saber que le dice
Eriika
#3
Chapter 15: 7w7
Eriika
#4
Chapter 14: Alv
Eriika
#5
Chapter 10: Omaiga
Eriika
#6
Chapter 9: Awww
Eriika
#7
Chapter 3: Creo que ya lo había leído con anterioridad
Eriika
#8
Veamos
DollySweet
#9
Chapter 16: Que lindo!.me gusto mucho la adaptacion!
jramirez #10
Chapter 16: Te felicito, de verdad me gusto mucho la adaptación y espero poder seguir disfrutando de las adaptaciones que haces. :D