El último año escolar había llegado y de la vieja Seulgi no quedaba nada. Tres años le habían servido para moldearse y una joven le había servido para encontrarse.

Le había tomado tres años reunir el coraje para poder aproximarse, para conocerla.

Tres años y nunca imaginó que sería la que ahora se bañara junto a ella bajo los rayos del sol, quien estuviera a su lado y nunca más a la distancia, quien subiera y bajara, quien corriera y se arrastrara por el placer de compartir el mismo espacio que ella.

Tantos títulos se habían dado con el pasar de los años, tantas mudanzas de comportamiento, tantos cambios de piel, tantas transformaciones y mutaciones, tantas máscaras.

Tantos tropiezos.

Tantas asperezas.

Tanto había tenido que pasar para que dos almas se encontraran y conectaran.

Tantos nombres se habían tenido que dar para terminar siendo bautizadas simplemente como Kang Seulgi y Bae Joohyun.

Kang Seulgi y Bae Joohyun contra la adversidad, contra los demonios, contra el mundo mismo. La Bae Joohyun de Kang Seulgi que ahora aseguraba moriría por ella en la guerra o en la paz, sin promesas ni condiciones.

El tercer año concluía y el cuchicheo de las cigarras aquel verano se expandía por el pueblo y llegaba hasta lo oídos de los moradores.

- ¿De verdad no sabías que rompieron el compromiso?

- Pero, ¿cómo? ¿hubo una pelea entre los Kang y Bae?

- Pues al parecer la hubo y ninguna de las dos familias intercambian palabra.

- O el viejo Bae quiere mucho a su hija o no le tiene amor suficiente a su dinero.

- ¡Cierto! yo no hubiera roto ese compromiso ni aunque mi hija me lo suplicara.

- Parece ser que después de todo sí es una princesa caprichuda, mira que poner sus intereses antes del bienestar de su familia…

- Bueno, al menos les queda el negocio de los cerdos.

Aunque entre las sombras, entre el susurro y los recovecos se escondieran, las palabras siempre encontraban una forma hiriente de llegar a los oídos de la alumna prodigio, la belleza del pueblo; Bae Joohyun. Y de esta misma forma en que los cuchicheos se escurrían con el intento de llenar su cabeza con creaciones crueles y malvadas, las delgadas y gentiles manos de Kang Seulgi, la única Kang privilegiada con el honor de cruzar palabra con la hija ejemplar de los Bae, se escurrían entre su cabello para cubrir sus largas y rosadas orejas. Para protegerlas de cualquier daño, de cualquier maldad, para que el veneno que venía en escupitajos no la alcanzara.

Aunque en el campo, el bosque, el lago o el mar se escondieran, los ojos intrusos las juzgaban y sentenciaban a vivir así, entre escondrijos. Entre las olas del mar, merodeando las ruinas del bosque, en un espacio solo para las dos, entre el cielo y la tierra, atoradas en ese estúpido y monótono pueblo. Y ante esto Seulgi se sentía desesperanzada, pues sabía bien que ni su armadura más febril ni su enaltecido espíritu que chispeaba con más fuerza junto a quien tanto amaba podría desterrarlas de aquel estado, de aquella cruel disposición.

Maldecía la crueldad del que gobernaba por sobre todos los reinos por decidir caprichosamente que las raíces de su bella flor se echaran en aquella podrida tierra, por encima de los gallineros, de los chiqueros y el engordadero. Odiaba aún más que sobre esa misma tierra de la que su flor se suponía debía nutrirse, caminaran los individuos más repudiables que el Señor pudiera haber creado.

Y en una recóndita esquina de su corazón se odiaba a sí misma por no poder hacer nada más que fungir como una composta de mala calidad para quien tanto amaba, no poder ser más que una baratija cualquiera.

Si Seulgi pudiera tomaría a su flor y la llevaría por rumbos en los que se transformaría en algo aún más hermoso. 

Pura, blanca y a veces de tonos púrpura y rosado. Femenina y delicada por la dulzura de su aroma semejante a las frambuesas salvajes que crecían en los arbustos del bosque. Ligera y graciosa embellecía jardines y encantaba a sus admiradores.

Bae Joohyun una magnolia, Kang Seulgi su trágica mariposa.