Capítulo IV.

Carrusel

La ley de la naturaleza proclama a las mariposas como rivales de otros insectos en el afán de conseguir la mayor cantidad posible de jugos de las plantas. A pesar de este determinismo, la mariposa continuaba en su trágica travesía; se mantenía indecisa a tomar el néctar mientras que el resto de los insectos eran oportunistas y se embriagaban con el dulce e intenso licor de la bella flor alrededor de la cual la mariposa revoloteaba.

 

Las cosas nuevas y brillantes despiertan la tentación de ser tomadas y la bella flor que crecía en aquel monótono pueblo había florecido como una especie única y salvaje.

 

Un día, la mariposa perdió la ligereza de su espíritu al chocar con un muro invisible y cayó aplastada contra la tierra. Se le rompieron las alas y tuvo que levantarse sobre sus patas. Se le quebraron las antenas y perdió la vista en su camino, perdió el olfato y con ello el olor del néctar que con ansias perseguía, un zumbido en la cabeza que taladraba le indicaba la pérdida del oído y al poner las manos en su pecho que dolía notó que nada dentro de él batía, llevó sus manos a su rostro y no lo sentía.

- ¡Pero que suertudo es ese chico!

- Es la suerte de ser parte del lado de la familia adinerada de los Kang.

- ¿Será cierto que el viejo Bae y el tío de Seulgi los piensan unir?

- ¡Pues claro!  Son socios y adinerados, si unen sus familias garantizan que el negocio siga y crezca, ya sabes cómo es eso. Nuestra suerte nunca será tan buena como la de ellos, nacimos en familias pobres.

- ¿Sabrá el primo de Seulgi lo suertudo que es? ¡Se queda con el dinero y con la chica!

- El imbécil debe de saberlo, ¡vaya, como lo envidio! Y mira que quedarse con la hija más bonita de los Bae…

Trató de acercase a la flor, pero en lugar de patas ahora tenía pies y en ellos llevaba escarpes, trató de llamarle y notó que su larga trompa se había convertido en una boca y esta era asimétrica, como una mueca que hacía juego con la expresión de tristeza profunda en su rostro. Su cuerpo estaba rígido y pesado como el acero y a cada paso que daba sus articulaciones rechinaban. El peto le oprimía el pecho y hacía que los hombros se le cayeran, el casco estaba a punto de partirle el cuello y no tuvo opción más que agachar la cabeza en rendición.

 

Fue así como el resto de las mañanas para Seulgi cambiaron. Escuchar todas las mañanas el ruido de la bicicleta tras ella le causaba una sensación inusual, una sensación nauseabunda. El viento hacía que sus ojos ardieran, el cantar de los pájaros la aturdía, los molinos de viento parecían murallas en el horizonte y el ruido de las llantas al chocar con las piedras del camino le susurraba atrocidades.

- ¡Buenos días, Seulgi!

Que dualidad en el sentir de Seulgi, que amargura, que anhelo, que nostalgia, que vencimiento en el cuerpo y que fuerte corazón el que latía dentro de su pecho. Latía desesperado, se oían gritos, tan agobiado y atormentado. Los ojos de Seulgi comenzaron a ver en escala de grises y pronto olvidó cómo distinguir entre la luz y la oscuridad, entre el camino y el extravío. 

- Buenos días.

- ¡Nos vemos en la escuela, Seulgi, no te quedes muy detrás de nosotros!

Desde el día que perdió el oído dejó de escuchar el grito de la gaviota y encontrar el sendero le era imposible. Se quedaba por detrás, muy detrás, y desde el día que dejó de escuchar el grito de la gaviota muchas voces, que venían de todos lados y al mismo tiempo de ninguno, se colaban en su cabeza.

 

Nuevas urgencias habían despertado en ella.

 

Cada mañana luchaba contra sus piernas que aún vestían los estúpidos escarpes y que la obligaban a aflojar el paso, ahora correosos y carcomidos. Sin embargo, cada mañana nacía desde su interior el deseo de apresurar el paso, alcanzar a aquellos que pedaleaban juntos, entrometerse y meterse entre ellos, colarse, detenerlos y separarlos. Tomar a Joohyun por los hombros y sacudirla con todas sus fuerzas para que regresara en sí, con ella, para que viera que sin ella no era ni mariposa, ni navegante ni guerrera. Todos los días, por las mañanas, Seulgi sentía la pesada armadura que alguna vez brilló con altivez y honra despedazarse, desprendérsele. Todas las mañanas se le veía marchar como un soldado fantasma, como un latón roñoso y enmohecido. El pesado acero se le caía a pedazos y dentro había una masa gelatinosa, amorfa, defectuosa y caótica que simulaba ser a quien se le conoció alguna vez como Kang Seulgi.

Like this story? Give it an Upvote!
Thank you!
Jossosan
Stream Zimzalabim zim ziiiiiim

Comments

You must be logged in to comment
Itaenylove
#1
Chapter 7: Wow!! realmente me encantó la historia y la forma en la que escribes UwU
espero q la actualizes .... シ︎
Munusuo #2
Chapter 5: La manera en la que escribes es simplemente hermosa, gracias por esto :')