Al llegar a casa, Tiffany estaba algo cansada, agradeció que el fin de semana se lo hubiera pasado limpiando y haciendo comida para unos días. Ahora lo único en lo que quería ocupar su mente era en el caso de Taeyeon. No era la primera vez que leía artículos sobre los crímenes de sus pacientes. El caso de Sunny había resonado algo en las noticias locales; cuando realizó una breve búsqueda en internet, rápidamente pudo hacer memoria del delito cometido por la “La Duendecilla” como la apodaron los medios. Se dedicaba a hacerse pasar por una niña para engañar a la gente y desvalijarles la casa, también había estafado cantidades importantes de dinero a varias personas. Lo primero sonaba bastante perturbador, pero Sunny le parecía una mujer bastante normal, en las seis sesiones de una hora que había tenido con ella. Tiffany había descubierto que, si bien no se arrepentía (a pesar de que La Duendecilla reiterase lo contrario), ya no estaba tan obsesionada con el dinero como su historial indicaba y llevaba una vida de lo más pacífica en Sodemun.

El caso de Taeyeon le intrigaba enormemente. Unos crímenes de esa magnitud no podían haber pasado desapercibidos por la prensa y ella no recordaba haberlo visto en ningún noticiario.

Esta búsqueda, fue un poco más exhaustiva que la que tuvo que hacer con Sunny. Por algún motivo solo había un puñado de medios oficiales que cubrieron la noticia. No se daban demasiados detalles. Mencionaban los nombres de las víctimas, la asfixia y los cuerpos golpeados, el lugar de los crímenes, que fue la propia casa de la familia, y poco más. No se hablaba de sospechosos. El único dato que llamó la atención de Tiffany fue la descripción del cuerpo de la chica, Hayeon, que a pesar de haber muerto por asfixia no tenía ningún tipo de marca en el cuerpo, no había sido ahogada ni intoxicada, por lo visto, en el artículo se decía que era una total incógnita para la policía.

***

Estando allí sentada, en el comedor de la cárcel, con la comida más asquerosa que había probado en toda su existencia, Taeyeon no se sentía del todo ella. Tampoco cuando la declararon culpable, ni tampoco cuando fue acusada. Durante todo el proceso se había sentido como si estuviera en medio de una tormenta de arena, era difícil ver, comer, respirar. Realmente, físicamente, ella estaba allí y escuchaba y respiraba y podía hablar, pero en su interior solo había niebla.

El primer día de juicio estaba asustada. Su cerebro no era capaz de asimilar lo que estaba pasando. Sin embargo, no importaba, ella no lo había hecho. Eso tenía que bastar para que la dejasen en paz ¿no?

El último día de juicio ya no sentía casi. Su abogado la intentó animar diciéndole que no iba tan mal, pero no era tonta, se había hecho a la idea de que iría a la cárcel, tal vez incluso moriría allí.

Cuando entró a prisión, la arena seguía en sus ojos y la niebla en su cabeza. Al momento de desnudarla, ducharla e inspeccionarle los orificios con la ayuda de unas asquerosas manos y unos guantes de látex, intentó por todos los medios ser más ciega y sorda que nunca. Pero, aunque una bruma pegajosa la rodeara ella seguía dentro de sí, y se dio cuenta de que jamás podría dejar de ser ella.

Al llegar el lunes por la mañana, había ido notando como las nubes de su cabeza se fueron separando poco a poco esos dos días, ahora a través de la tormenta pasaba una pizca de claridad, con eso notó paulatinamente el recobro de sus sentidos.

Ese mismo día tuvo su primera cita con la que a partir de ese momento sería su psicóloga. Solo recordaba que dio respuestas vagas, y solo si se esforzaba podía recordar vagamente la cara de Tiffany. No le encontraba sentido a todo aquello, tenía que empezar a aceptar que su vida sería en la cárcel, no era capaz de hacerse a la idea, era como si ese pensamiento estuviera intentando entrar, estrujándose contra su cerebro pero este no lo dejaba pasar.