El sol de la madrugada sorprendió a Jessica, sentía calor en su cuerpo. Tenía dolor de cabeza, se levantó y sento lentamente en la cama; estaba sola, empapada en sudor y confusa. ¿Qué había pasado?, ¿Dónde estaba Stephanie?.
Buscó su teléfono rápido y le marcó. 

( conversación telefónica )

—¿Hola?. —se oyó del otro lado de la línea. 

—Stephanie, ¿Dónde estás?

—En mi casa, ¿Por qué?, ¿Estás bien?. —preguntó preocupada la mayor. 

—¿Por que te fuiste?, ¿Por qué no me avisaste?. 

—¿Qué?, estabas molesta y me pediste que me fuera entonces eso hice. —explicó. 

—Sólo… ¿sólo eso?. 

—Si. ¿Quieres que vaya?, ¿Estás bien?.

—Oh no, descuida. Sólo es un pequeño dolor de cabeza, hablamos luego. —se apresuró a decirle y colgar. 

Jessica estaba confundida, ¿Cómo era que recordaba algo diferente?. Analizando la situación de la noche anterior, en su mente todo se acomodó despacio, poco a poco. 
Realmente la mayor se había ido después de haber discutido con ella; recordaba lo molesta que estaba y también la fiebre que había levantado. Su cuerpo se sentía tan débil que se había echado en la cama y prácticamente estuvo delirando. 
Se dirigió a la cocina y preparó un té, tomó una pastilla para la jaqueca y se quedó allí sentada. No tenía planeado hacer nada en todo el día, más que descansar y recuperarse. 

Su telefono comenzó a sonar y en la pantalla de este, aparecia el nombre de su madre. Suponía que después de no saber de ella por varios días y al darse cuenta que sus cosas ya no estaban en la casa, la mujer se desesperaría. Pero Jessica no contesto y seguido el timbre sonó. 

—Rayos… —musitó temerosa. 

Aunque era muy extraño el que su madre supiera dónde estaba, ya que había mantenido muy bien en secreto su departamento. Era algo inimaginable a lo que era capaz de llegar, para saberlo. 
Espió por el mirador de la puerta y se sorprendió al notar que era Stephanie. Abrió de inmediato y ella no tardó en entrar, siquiera sin pedir permiso. 

—¿Qué hace aquí?.

—Vine a ver cómo estabas, no sonaban bien por teléfono y parece que estuviste delirando, porque no recordabas lo de anoche.

Jessica quedó sin habla y algo avergonzada. 

—¿Anoche?, ¿A qué te refieres?. 

—A que me fui luego de que te enviaste. ¿Por qué?.

—Oh, nada, por nada. Es que, yo creí que te habías quedado a dormir. No sé… sólo fue un sueño. —menciono para despistar. 

—¿Soñaste conmigo?. 

Cada cosa que la mayor decía, era motivo para que Jessica deseara ser tragada por la tierra. Sus mejillas se pusieron ligeramente rosadas y los nervios provocaban que se tratara al hablar. 

—Ven aquí. —le llamó la señora Hwang. 

Ella sacó un termómetro de su bolso, levantó la camiseta de Jessica hasta la mitad, dejando libre a la vista su abdomen, lo que le causó total timidez. Luego metió su mano bajo la ropa, para llegar a ubicar el termómetro bajo la axila de la menor y poder saber su temperatura de fiebre. 
En cuánto la muchacha sintió la mano cálida de aquella mujer, no pudo evitar recordar sus delirios de la noche anterior y todo lo que había creído que sucedió. 
Mientras volaba en las nubes, la pelinegra se encargaba de estabilizar a la joven. Después de varios minutos sacó el termómetro y se fijó en la marcación. 

—Dios, tienes treinta y seis de fiebre. ¡Vamos, vamos!. —le regañó. 

—¿A dónde?. 

—A tu habitación, debes acostarte y me encargaré de hacer algo para comer. Me quedaré a cuidarte. 

—Stephanie no es necesario.  —respondió Jessica.

—Si, lo es. No estaré en paz sabiendo que estas muy mal. 

La mujer la corrió y escoltó hasta el cuarto. Espero a que se acostara y luego marchó de regreso a la cocina. Había traído consigo una bolsa, donde cargaba varios utensilios para preparar el almuerzo. 
Más tarde al terminar, se asomó a ver a Jessica, estaba durmiedo y sudaba demasiado. Así que la mayor se acercó y como le fue posible se agachó junto al colchón, para tratar de liberarla de un poco de sus prendas. Le quitó el suéter que llevaba puesto con dificultad y luego prosiguió con los pantalones del pijama. No sintió verguenza por ello, no veía sus acciones cómo algo malo.
Después de dejar la más fresca, la cubrió con las sábanas y tocó su frente; estaba ardiendo. Fue a la cocina en busca de un vaso de agua y al volver al cuarto, intento despertar a la muchacha. 

—Jessica… Jessica, despierta. 

La menor apenas abrió un poco los ojos, entonces Stephanie le indicó que bebiera un poco de agua. Ella estaba algo atolondrada, por su mirada parecía no comprender demasiado, la fiebre estaba haciendole delirar nuevamente. 

—¿Agua?… Que… que hermosa. —murmuró tartamudeando. 

La viuda no sabía a qué se refería y aún así, se dio cuenta de que estaba mal. 

—Tranquila, traere paños de agua fría para que te baje la fiebre. Quédate quieta. —le ordenó, antes de dirigirse a la cocina una vez más. 

Humedecio algunos paños y los llevo, para así ponerlos sobre la cabeza  de la contraria. También llevo una aspirina, la cual le hizo tomar después de cargar si torso para sentarla en el colchón. 

—Ten cuidado, no te ahogues y bebe toda el agua. Tranquila, ¿Si?. 

Jessica obedecía, aunque estaba medio pérdida en su mente. 
No podía dejar de ver una y otra vez, los labios de su acompañante; de pronto todo oscureció y esos delirios de la noche anterior se hicieron presentes. La causa de la fiebre, el deseo por una mujer. ¿Qué le estaba pasando?. 

—Jessica, ¿Jessica?. —oía de fondo la voz de la morocha. 

Sin embargo su atención sólo estaba puesta en una cosa. Jessica estiró su cuello sin miedo, aproximando su rostro más al ajeno y besó los labios de Stephanie. 
La reacción de la mayor, fue normal dentro de todo, se notaba sorprendida por lo desprevenido e inesperado de aquel instante. Pero no le había desagradado ese beso. 
Luego Jessica se echó hacía atrás, volviendo a acostarse y quedando prácticamente inconsciente a los segundos.