Medio vivo [1/2]

Si me amas, sálvame

Pasaban las cuatro de la madrugada y Yixing no lograba conciliar el sueño cuando una ráfaga de golpes cayó con fuerza sobre la puerta principal. Llevaba semanas sin dormir y esa noche no sería la excepción, por lo que buscó algo con que cubrirse pues el frío se estaba colando con fuerza por los resquicios de las puertas y los marcos mal sellados de las ventanas. Dormía con un simple pantalón de deportes, así que todo lo que tuvo que hacer antes de salir fue buscar un viejo y roído polerón azul marino que en el pasado le perteneció a Sehun y se cubrió el torso desnudo antes de salir a ver quién seguía tocando tan desesperadamente la puerta como para echarla abajo en cualquier momento.

Al otro lado se encontró con una misteriosa figura cubierta por una parka negra.

- ¿Qué-qué se te ofrece? ¿Quién eres? –había preguntado el chino camuflando su temor con un bostezo.

- Necesito que vengas conmigo –el extraño no agregó más palabras a la sentencia, simplemente lo agarró por la manga del polerón y lo arrastró al frío invernal fuera del departamento.

Cuando entró a lo que a simple vista parecía un laboratorio farmacológico, comprendió que algo definitivamente malo había pasado para que él llegara ahí y se encontrara frente a una camilla.

 

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- Vamos a casa.

Yixing desenredó sus miembros del otro cuerpo y se dirigió a la puerta del conductor con una radiante sonrisa cubriéndole el rostro. Apenas tomó la manilla de su puerta, se golpeó la cara con la palma de la mano y corrió a abrir la puerta del copiloto para ayudar a su acompañante a ponerse el cinturón de seguridad, estaba seguro de que él nunca lo hacía.

- Un día tendrás un accidente -masculló con humor negro sin recibir respuesta alguna.

Rápidamente corrió a su lugar y encendió el vehículo para recorrer Seúl sintiéndose ligero como una pluma, libre.

Y cuando la mano izquierda de su acompañante tomó la mano que posaba sobre la palanca de cambios y entrecruzó sus dedos, se sintió imposiblemente feliz.

El camino de vuelta a casa se hizo relativamente corto, con Yixing hablando solo y haciendo preguntas que nunca obtuvieron más respuesta que un absoluto silencio. Durante un par de horas escucharon música pero en el momento en que su acompañante comenzó a cabecear por el cansancio, él mismo estiró el brazo y apagó la radio, sumiéndose en el cálido sonido de la acompasada respiración contraria.

Llegaron a eso de las seis de la madrugada a la casa y Lay solo era capaz de aspirar profundamente, reencontrándose con el aroma a bosque y lluvia que desprendían los muebles y las paredes de su abandonada morada.

- ¿La señora Lee vino a verte? -preguntó soltando su bolso en el piso y acercándose al otro para ayudarlo a quitarse el cabestrillo y la mascarilla.

Como un niño pequeño acatando órdenes, Sehun se sentó sobre la mesa y separó las piernas para que Lay se acomodara entre ellas y se dejó hacer por el chino, sin perder la oportunidad de sacudirle el cabello o perder sus propias manos entre su ropa y los cálidos toques de su piel desnuda.

Yixing le desabrochó la chaqueta y acarició su torso con cariño, hasta detenerse en el collar de unicornio que colgaba sobre su ropa. Sehun intentaba no estremecerse, pero era imposible negar lo mucho que sus cuerpos se habían extrañado durante esos meses que el chino pasó en Seúl.

- Entonces, ¿la señora Lee vino? -Lay le quitó la mascarilla definitivamente, dejando a la vista el rostro desfigurado del menor.

Sehun solo asintió.

- ¿Te comiste su comida?

El menor volvió a asentir y Lay pudo ver en sus labios fruncidos el atisbo de una sonrisa.

Le estremecía el alma ver lo que había quedado de Sehun después del accidente, ver su boca prácticamente inmóvil por la prótesis que tuvieron que ponerle para sustituir el trozo de mandíbula perdido y las quemaduras que le recorrían desde el lado izquierdo del pecho hasta parte de su cráneo en que el cabello castaño ya no podía crecer. La quemadura había llegado hasta su ojo, el que no podía abrir y, aunque lo hubiera hecho, habría sido inútil, pues el fuego había freído violentamente sus retinas, quitándole completamente la vista del ojo izquierdo y cierto porcentaje del derecho. Sehun había sido una criatura hermosa en su juventud, cosa que para Yixing parecía demasiado irreal considerando que el menor había estado perdidamente enamorado de él. Y ahora, incluso cuando era incapaz de sentir su mirada intensa sobre él y el calor de sus dedos recorriéndolo, Yixing no podía imaginarse a alguien más perfecto que el hombre que a pesar de todo el infierno que había atravesado, seguía profesándole un amor profundo, sincero e infinito.

A veces, en el pasado, Lay solía pensar que era imposible amar más a Sehun de lo que ya lo hacía, pero el coreano se las arreglaba para destrozar todos sus esquemas y demostrarle que el espacio no tiene límites... al igual que el amor.

Sehun permitió que le quitara la camiseta que tenía puesta y el mayor se dedicó a recorrer su piel con los dedos. Acarició suavemente cada cicatriz, cada parche de piel de color más oscuro y cada tramo fruncido por el fuego. En ese momento Yixing solo podía pensar en cuán maravilloso era volver a sentir su epidermis rasposa y las corrientes de frío que le provocaba su cercanía. Lay estaba irremediablemente enamorado de Sehun y se sentía tan jodidamente dichoso de poder acariciarlo, que solo fue capaz de dejarse caer contra su pecho y soltar cientos de lágrimas que le robaban las  palabras y consumían sus pensamientos. Contra su frente sentía las vibraciones de la caja torácica del menor cuando este intentaba hablar, un movimiento desalmadamente hermoso.

- Tranquilo, ya está todo bien -porque realmente era simplemente perfecto sentirse entre esos brazos que lo arropaban con amor y con un calor impresionante saliendo de esa piel fría... Yixing no podía pedirle más a la vida, no quería-. ¿Tienes hambre?

Sehun negó con la cabeza y se sostuvo una parte del vientre con la mano derecha enguantada.

- Vamos a la cama -ordenó el chino arrastrando al menor hasta la habitación para abrir las ventanas y dejar que el aroma del bosque entrara y los arropara junto a las mantas y sus propios cuerpos rosándose después de tantos meses de extrañarse.

Un par de horas después, cuando el bosque volvió a la vida, Yixing lo imitó y se levantó para salir de la casa, asegurándose de no despertar al menor con su huída.

La señora de la panadería lo saludó con una reverencia y un medio abrazo en cuanto lo vio atravesar el portal de madera, preguntándole un par de veces qué había sido de su vida y dónde había estado escondiéndose. Lay le dijo que había estado en la capital por trabajo, pero que no pensaba volver, al menos en un futuro cercano. Como regalo de bienvenida, la mujer le dio dos trozos de pastel de chocolate y el pan que quiso comprar.

También pasó de una carrera a saludar al matrimonio Lee, quienes lo recibieron como al hijo pródigo y le invitaron a tomar el desayuno, a lo que el chino aceptó alegremente, realmente los había extrañado.

- Muchas gracias por cuidar a Sehun –susurró educadamente dejando los trozos de pastel como regalo para ellos e hizo una reverencia de noventa grados, después de todo, no tenía la más remota idea de lo que habría sido del menor de no ser por la señora Lee llevándole comida y ayudándolo con sus recaídas.

- Sabes que no es molestia, pero deberías decirle a ese muchacho que coma más, está muy delgado -la señora Lee no solo había adoptado a Lay como a un hijo, sino que le guardaba un cariño especial a Sehun. En un comienzo Lay había pensado que esa simpatía solo se debía a sus heridas y a la lástima que la apariencia del menor solía provocar en la gente, como si fuera un animal callejero desesperado por atención, pero con el tiempo se dio cuenta de que ella no era tan vacua como para sentirse de aquella manera.

El chino se había vuelto paranoico a la hora de crear barreras entre él y las personas, principalmente porque no podría soportar que alguien más se acercara y le hiciera daño a Sehun. A ambos les había costado demasiado mantenerse de una sola pieza luego del accidente, porque a Sehun le arrancaron no solo partes del cuerpo, sino que le mutilaron el espíritu y eso era algo que ya no podría tener de vuelta. Y agradecía infinitamente los esfuerzos de la señora Lee por darle algo del cariño materno que Sehun perdió al ser declarado muerto.

Cuando volvió a casa ya era entrado el mediodía, por lo que imaginó que el menor estaría despierto. Pero se equivocó y, al entrar a su habitación, se lo encontró durmiendo plácidamente sobre las mantas, incluso al par de metros que separaban sus cuerpos, Lay podía ver la piel de gallina del menor producto de las corrientes de aire que entraban por la ventana, con los brazos ocultos bajo las almohadas y las piernas desnudas enredadas con las mantas.

Volvió a la cocina y preparó un poco de café, dejando caer un par de pastillas para el dolor sobre el que le daría a Sehun. Mientras cocinaba un poco de ramen para sí mismo y una crema de verduras para el menor, vio su cuerpo tambaleante arrastrarse hasta el baño, dejando charcos de sangre que escapaba de su boca a su paso. Yixing limpió las manchas rojas antes de seguir al menor al baño y llevarle el termo con café. Sehun estaba metido en la tina, con la misma camiseta que ocupaba para dormir, y había manchas de sangre en las baldosas y parte del piso. Limpio rápidamente las marcas carmesí, pues eran cosas que Sehun odiaba ver aunque fuera su propia sangre, y se sentó al borde de la tina, permitiendo que el menor se dejara caer sobre su regazo, mojándolo y congelándolo. Permanecieron en esa posición durante lo que parecieron horas, con el chino tarareando por lo bajo una dulce melodía y el menor aferrándose a él con todas sus fuerzas. Cuando el agua se enfrió y el cuerpo de Sehun comenzó a temblar violentamente decidieron que era hora de comer y de abrigarse. El coreano era incapaz de negarse a las órdenes del chino y no solo porque fuera incapaz de hablar y enfrentarse a él, después de todo Sehun también amaba a Yixing con cada trozo de lo que era, incluso los perdidos, y sabía que el chino solo se preocupaba por él y quería cuidarlo.

Cuando Yixing hablaba sobre la muerte de Sehun, como cuando terminó en un estado de histeria extrema en la sala de interrogatorios de Bang, no se refería a la verdadera muerte del menor, como a su alma abandonando su cuerpo y este pudriéndose en alguna cuneta o las cenizas de todos sus miembros en una ánfora, sino que se refería a la muerte de la persona que él solía ser.

Sehun había sido serio, serio al punto en que a simple vista parecía amargo, pero realmente divertido al mismo tiempo. Había estado tan lleno de vida que el chino a veces se sentía abrumado por él. Pero en el accidente no solo había perdido parte de su mano y rostro, sino que un trozo de metal, el que le zafó parte de la mandíbula, se le enterró en el cuello hasta la altura de las cuerdas vocales, por gracia divina no alcanzó a herir la arteria carótida pero sí le produjo el no poder hablar, nunca más; mientras que un trozo del volante se le enterró en el vientre, hiriendo un par de órganos, los que fueron sellados luego de dolorosas operaciones pero que a veces, como ese día, le provocaban sangrados internos. Sin contar con las quemaduras de tercer grado que cubrían el veinte por ciento de su cuerpo al haber estado muy cerca cuando ocurrió la explosión.

La vida como Sehun la había conocido, acabó esa noche y ahora lo mantenía vivo el puro deseo de vengarse de quienes no habían llevado más que sufrimiento a su vida. Aun así, Yixing sentía en lo más profundo de sus huesos, como aire tocándole el alma y suspiros cayendo sobre sus órganos demasiado vivos para existir en este mundo, que lo amaba con cada parte de su existencia que era capaz de sentir amor y nunca se arrepentiría.

Cuando volvieron a la cama, Yixing le llevó la crema de verduras recalentada y esperó a que Sehun se alimentara mientras él jugaba alegremente con su cabello. Le encantaba ver a Sehun hacer cosas tan normales como alimentarse a sí mismo, no porque se sintiera libre de esa obligación, sino que eso le demostraba que Sehun también seguía luchando arduamente para seguir viviendo. Pero lo que más le gustaba, era verlo esbozar pequeñas, casi imperceptibles y excelsas sonrisas cuando lograba hacer algo por su cuenta.

Estar con el coreano luego del accidente había sido casi como ver crecer a un niño, aprendiendo a vivir nuevamente. Una vida dura, sin duda, pero preciosa y repleta de amor en su más pura expresión.

Cuando Sehun hubo terminado, Lay dejó el plato sobre el velador y se acurrucó contra el pecho del menor, rodeándole las caderas con las piernas y recibiendo un cálido abrazo de vuelta, acompañado por un sonoro suspiro de parte del menor. Yixing aspiró profundamente el aroma del coreano, enterrando la nariz en su cuello, quería embriagarse con el aroma de Sehun, su calor y el contacto con su piel, que él fuera todo lo que habitaba en su cuerpo. El chino podía pasar la vida entera estrechando a Sehun con fuerza entre sus brazos y recibiendo la misma efusividad, el mismo amor a cambio.

- Estos meses fueron un infierno sin poder tenerte –gruñó contra la piel del cuello del menor que ahora estaba completamente desnudo, respirando pesadamente su aroma, tentándose a lamerlo y morderlo hasta desgastarlo. Sehun le devolvió las caricias con la misma vehemencia, enterrando la mano derecha en el cabello oscuro del chino y usando la izquierda para empujarlo contra su cuerpo.

Al principio, cuando apenas habían acabado las dolorosas operaciones, los costosos y largos tratamientos, cuando el tiempo entre colapso y colapso se prolongó, cuando se pudieron quitar los vendajes, la piel dejó de sangrar ante cada delicado toque y Yixing quiso acercarse, Sehun se negó violentamente a cualquier tipo de contacto con él.

Donde antes había una prístina piel de porcelana, Yixing ahora podía ver solo retazos y parches desprolijos de piel muerta, desgarrada y ultrajada. A Sehun le avergonzaba su nueva apariencia, le dolía que el mayor lo viera de aquella manera.

Lay esperó durante tres interminables años que el menor le permitiera besarle la mejilla, pero fue oculto en la oscuridad del cielo nocturno, entre gallos y medianoche, que temerariamente se aventuró a tocarlo bajo las mantas. Yixing podía recordar y casi palpar la tensión en los músculos del menor la primera vez que metió la mano bajo su pijama, dejándola estática hasta el amanecer sobre sus costillas. Por todo lo sagrado, el chino solo quería sentir su piel, el palpitar de sus venas, el calor de su sangre. Todo lo que Lay quería era tocar la vida en el cuerpo de Sehun, sentirlo, probarse que el menor estaba vivo, que su cuerpo estaba a su lado cada noche, que compartían mantas y calor. Yixing solo quería una prueba fehaciente de que Sehun no había muerto.

Esa noche Sehun no durmió en absoluto y por primera vez no fue debido a sus constantes pesadillas.

Con el paso del tiempo, los toques se volvieron más íntimos e impetuosos, aunque a Yixing le costó un infierno quitarle la connotación ual a los mismos, pero todos sus esfuerzos se fueron por el caño una noche en que Sehun no llegó a dormir en la cama que compartían.

Lo encontró sumergido en agua fría en la tina del baño, temblando y abrazando sus piernas flexionadas. El menor estaba esperando a que el chino apareciera en su búsqueda, pues había dejado una hoja sobre la tapa del retrete con unas cuantas desordenadas palabras escritas.

“No debes hacerlo. Nada fue tu culpa.”

Yixing arrugó la hoja entre sus dedos y se dejó caer sobre la cerámica fría, queriendo llorar y soltar alaridos desesperados por lo triste de todo.

No sabía qué hacer. Como si el tiempo, el dolor y la recuperación, le hubieran arrebatado todas las armas que tenía para enfrentarse a la vida, para encarar a Sehun y demostrarle que su amor seguía intacto, si es que no había crecido. Quería hacerle entender que no importaba la apariencia de su cuerpo, que no importaba las cicatrices que cargara ni las piezas que faltaran, ¿qué clase de amor podría entregarle si permitiera que esos ínfimos detalles lo anularan?

- Te amo, Sehun –masculló limpiándose violentamente las lágrimas que recorrían sus mejillas-. Te amo ti, a lo que eres. Amo lo que fuiste ayer y lo que serás mañana, amo a la persona que serás dentro de veinte o treinta años. Amo tu cuerpo, amo tu aroma, amo la forma en que te estremeces cuando te toco y las corrientes eléctricas que me recorren cuando siento tu piel contra la mía. Amo la idea de que un día pueda ver tu piel arrugarse y tu cabello volverse cano. Te amo, Sehun, y mi amor va más de lo que nuestros cuerpos pueden hacer, de sus apariencias. Te amo, tu espíritu, tu vida. Amo y me hace absolutamente feliz que existas, que hayas decidido quedarte, que hayas luchado por vivir.

Con cada palabra, Yixing le regaló una caricia. Comenzó por los dedos de su mano derecha, besando, lamiendo y mordiendo cada uno de ellos. Recorrió su palma y su muñeca, encontrándose con pequeños cortes que se detuvo a besar con devoción para subir a su hombro y hacer contacto con la piel quemada. Sin perder la emoción del principio, siguió besándolo y susurrando entre lágrimas las incontables cualidades que siempre amaría del menor, porque su amor era algo más metafísico que la simple unión de sus cuerpos en el acto ual, aunque la atracción física siguiera ahí, latiendo su interior, encendiendo cada una de sus células, desesperándolo por la necesidad de sentirse uno una vez más. Uno con amor. Un solo ser que todo lo que es y lo que percibe es ese profundo sentimiento que estremece sus almas hasta los cimientos de la existencia.

- Pero si crees que no es suficiente –terminó hablando sobre los labios del menor, labios que apenas podían moverse y eran inútiles a la hora de expresar palabras, pero labios que despertaban una sed bestial en su cuerpo-, yo lo comprenderé.

Fue casi un mes después, cuando Yixing volvió del trabajo, que se encontró a Sehun sentado en posición de indio sobre la alfombra mullida, con un block de dibujos entre las manos. Lay tomó el block y lo hojeó para encontrarse con la mitad de las hojas en blanco y el resto llena de rallones y figuras abstractas que el chino adivinó eran los intentos pasados del menor por escribir con la mano mutilada.

A veces, en ciertos momentos cuya ubicación en el tiempo el chino nunca pudo determinar correctamente, su alma gemía en agonía por no saber qué hacer, por no tener las herramientas para ayudar a Sehun.

Pero Yixing no sabía que Sehun tenía algo muy parecido a poderes sobrenaturales, porque justo cuando la esperanza de Lay comenzaba a decaer y el chino se perdía estancado en sinsentidos, el coreano encontraba la forma de encaminarlo, acababa con el polvo, las sombras y la muerte, para rescatarlo.

Lay vio cómo la comisura derecha de la boca cicatrizada se Sehun se curvaba en lo que debía adivinar era una sonrisa hermosa y deslumbrante, excelsa, que recogió todos los trozos aterrorizados y agonizantes del chino para reconstruir su espíritu y demostrarle que no importaba el dolor de su cuerpo, porque las penas de su corazón quedaban enterradas bajo toneladas de un amor inmarcesible. Y con todo el esfuerzo que eso suponía para su cuerpo cansado, se lo dijo.

Bajo las sombras de la tarde, con el viento meciendo los árboles en susurros prohibidos y los pájaros creando un coro celestial de fondo, Lay lo escuchó. Y como si eso fuera poco, el mundo se sumió en un silencio sepulcral que fue roto por una voz rasposa que luchaba por salir a trompicones de entre labios apenas móviles, para que las primeras palabras que Sehun pronunciaba en los últimos tres años quedaran grabadas como letras de sangre y fuego en las hojas que tenían impresa la historia de vida del chino.

- Yo te amo, Zhang Yixing.

Lay recordó haber llorado como un niño pequeño en brazos del coreano durante la tarde entera, pero también recordó el escalofrío que le sacudió la columna vertebral cuando vio a Sehun, por iniciativa propia, quitarse la camiseta y permitirle acariciarlo hasta yacer nuevamente como una pareja de amantes capaz de dar la vida y el alma por el otro.

Junto a Sehun, la vida de Yixing estaba llena de días buenos, días en los era capaz de abrir los ojos y respirar con alivio, días en los que simplemente estaba vivo. Había días también, en los que Yixing solo era capaz de sentir admiración. Estaba vivo, sí, pero viviría siempre gracias al sacrificio de otra persona. Había días en los que Yixing solo podía pensar en su pasado, antes de conocer a Sehun, antes del campamento. Había días en los que se imaginaba vivir en un mundo en el que Oh Sehun no existiera y en su mente todas las distopías tomaban forma.

Había días, días de todo tipo, alegres, simples, esperanzadores, miserables, tristes, días interminables de noches oscuras y cielo sin estrellas. Pero todos esos días tenían algo en común: Yixing era consciente de que cada una de sus respiraciones era un regalo. Y no un regalo divino como el placer de existir en el reino del Señor, no. Tampoco el regalo de haber sido parido por una mujer lo suficientemente fuerte y brava como para traerle a este mundo miserable, no. Tampoco se sentía el producto de una conspiración cósmica y de liberación de energía provocado por el choque de dos estrellas amantes que deciden besarse y colisionar sus fuerzas para crear vida, no. La vida de Yixing era un regalo, un regalo entregado con lo más puro y visceral del sacrificio, con lo más doloroso de la existencia de otro individuo. La vida de Yixing era un regalo, uno que nació por el sacrificio de otro hombre. La vida de Yixing era el regalo de un hombre que siendo un niño pequeño y llorón, decidió salvarlo. Y eso nunca se lo podría pagar.

Aunque estas estuvieran mutiladas, fueran cojas y se tambalearan porque algo le faltaba a su mitad.

Había días que eran la más pura miseria. Días cuyo silencio nocturno era llenado por gemidos de dolor, por la desesperación de la vida. Había días en cuyas noches Yixing solo era capaz de abrazar a Sehun y tararear sobre su oreja melodías dulces con la vana esperanza de que el dolor desapareciera.

Como esa, en la que cuando el reloj marcaba las tres de la madrugada con veinticuatro minutos, Yixing fue arrancado de sus sueños por un gruñido desgarrador.

Ambos dormían bajo una simple sábana blanca, las ventanas estaban abiertas y el aire húmedo los recorría cálidamente. Vio a Sehun rascarse la mandíbula y recorrer todas las cicatrices de su pecho con las manos enguantadas, buscando alivio sin poder encontrarlo. El chino se levantó corriendo a llenar la tina de agua fría y luego volvió en busca del menor, a quien prácticamente tuvo que arrastrar al baño, pues las piernas al igual que el resto de su cuerpo, eran atacadas por una violenta comezón producto del calor recorriendo su piel quemada.

Sin sacarse el pijama, Sehun se sumergió hasta hundir la nariz en el agua fría. Cuando la respiración comenzó a faltarle, se levantó un poco y tomó una gran bocanada de aire antes de lanzarle una mirada triste y culpable al chino. Como respuesta, Lay solo tomó la esponja y comenzó a acariciarle la espalda con ella, al igual que los brazos y el pecho, muy pronto, el coreano volvía a dormir recargando la cabeza en el regazo del chino.

El día siguiente, Sehun lo pasó completamente sumergido en agua fría.

La pareja odiaba apasionadamente los días cálidos, esos en los que el aire húmedo y caliente se colaba entre las corrientes de aire y las brizas para cosquillear y arder hasta la desesperación infernal en la piel sensible del menor.

Mientras Sehun se sumergía en su frío remedio, Yixing salió y fue al edificio en que se ubicaba su consulta.

MinHa le explicó que sus pacientes habían sido transferidos a Moon JongUp, el coreano con quien solía trabajar y quien era su socio. El pobre estaba colapsando, porque la mayoría de los tutores de los pacientes tratados por Yixing solo querían tener al chino de vuelta, por lo que no fue realmente complicado que Lay tuviera sus citas de vuelta y pudiera reencontrarse con sus pacientes, ya que abandonarlos en medio de sus terapias y de forma tan violenta como él había hecho pudo haber sido demasiado perjudicial para los niños.

Arregló todos sus asuntos en la consulta y volvió a su casa ya entrada la tarde, cuando una suave briza fría recorría el lugar.

Al entrar a su habitación se encontró con la imagen más impresionante y maravillosa que pudo ver. Sehun había salido de la tina y, sin ánimos de volver a calentar su piel, se dejó caer sobre las mantas de su cama, completamente desnudo y con gotas translucidas de agua recorriendo su dulce piel. Yixing se dejó caer a su lado comenzó a cazar con la lengua cada una de esas lascivas gotas que recorrían lo a que a él le pertenecía.

 

Y de esa forma pasaron los meses siguientes, sumergiéndose en esa suerte de paz que los rodeaba cada vez que estaban juntos. A veces Yixing solía pensar que era abrumadora tanta felicidad, poder volver cada día a casa y encontrarse a Sehun haciendo cualquier cosa o tan solo durmiendo en la tina tal vez podía ser demasiada felicidad, pero como se lo dijo una vez a YongGuk, él tenía lo que merecía, al igual que Sehun.

Los fines de semana pasaban la tarde en la casa de los Lee, tomando té y jugando ajedrez con el señor Lee. Al principio era Sehun quién se entretenía frente al tablero mientras le enseñaba a Yixing a jugar, pero solo hasta que este fue capaz de jugar por su cuenta, pues el señor Lee estaba cansado de siempre perder ante el menor de todos. Así que Sehun dejaba a Lay solo y salía al patio a ayudar a la señora Lee con sus plantas, al menos hasta que sol comenzaba a golpear demasiado fuerte y se veía en la obligación de volver adentro. Al menor también le gustaba jugar con los nietos de los Lee, aunque estos al principio se sintieron intimidados por su apariencia, pero muy pronto se dieron cuenta de que Sehun era un niño más, que aunque no pudiera hablar y sus manos siempre estuvieran enfundadas en guantes negros, podía reír y jugar con ellos.

Cuando llegó el verano, Lay volvía a ser el mismo del verano pasado. Atendía a sus pacientes con regularidad y pasaba las tardes oculto entre los brazos de un Sehun que se sentía dichoso por tenerlo a su lado.

A veces, en muy contadas ocasiones, cuando las noches estaban muy calurosas y Sehun muy despierto, se quitaba los guantes silenciosamente y recorría la piel de Yixing en toda su extensión, dejando sobre ella toques efímeros y fugaces como besos de mariposas y polvo de estrellas, hasta que lo que poco quedaba de sus huellas dactilares se borraba y quedaba impreso sobre la pálida piel, dejando una marca indeleble de pertenencia que solo el chino sería capaz de leer, porque esos toques, todas esas caricias íntimas y prohibidas eran un lenguaje que el destino había creado solo para ellos, era esa burbuja que tanto había molestado al mundo en el pasado. Porque Sehun lo sabía, lo sentía en el alma y le estremecía el cuerpo, él y Lay habían sido creados por el destino para unirse, para ser uno por siempre.

Con parsimoniosa paciencia, contaba sus lunares y delineaba sus cicatrices con devoción, tal y como el chino hacía con las propias medallas en su cuerpo, las memorizaba y luego las olvidaba para volver a encontrarse con ellas y deleitarse con la realidad absoluta que envolvía al chino. Porque en el mundo de Sehun, ahí donde todo fue devastación y agonía una vez, había solo un eje fundamental, una piedra de tope como pilar angular de su vida. Y eso que lo mantenía vivo, lo que hacía que sus pulmones lucharan a diario por aire y que su corazón se contrajera en bombeos irregulares y dolorosos, era la presencia de Lay. Y el coreano no podía comprender cómo es que Lay había sobrevivido a su lado...

Porque tristemente, ninguno de los dos comprendía la real magnitud de los sentimientos del otro, ninguno comprendía que no había vida más allá de esas cuatro paredes donde su amor se ocultaba de las sombras del mundo.

Aun así, sin comprender las motivaciones del chino, Sehun le agradecía, porque él no viviría si su corazón no palpitara por Yixing, como si ambos fueran la mitad de vida que el otro necesitaba.

- No tienes corazón, ¿verdad? -le dijo Jongin al borde de las lágrimas la primera vez que rechazó sus sentimientos.

- Lo perdí hace mucho tiempo -y solo recibí a cambio una promesa y un unicornio, pero Kai no necesitaba conocer los detalles de su idílico y casi fanático amor de infancia.

Un par de años más tarde, cuando a todos le parecía extraño a ver a Sehun sonreír tan abiertamente todo el tiempo, como si la felicidad desbordara su atlético cuerpo como un ente con vida propia, Jongin volvió a exponer sentimientos y exigir correspondencias cuando Sehun solo tenía para él algo muy parecido a la amistad, pero que rozaba con crueldad la indiferencia.

- ¿Sigues sin tener corazón?

- Lo perdí hace mucho tiempo -volvió a repetir Sehun sin darse cuenta de que estaba abriendo heridas que debieron permanecer cerradas eternamente, porque cuando él comprendía que estaba absoluta y perdidamente enamorado de Yixing, no comprendía que amar era tan fácil como odiar y que todos esos sentimientos que una vez solo fueron luz y esperanza podían convertirse en desprecio y miseria-, lo entregué una vez y nunca lo pedí de vuelta.

Y Sehun era feliz de esa manera, porque cuando Yixing apareció en su vida en el tiempo en que los recuerdos infantiles comenzaban a convertirse en espuma junto a su infancia, la luz del faro que había guiado su vida volvió a resplandecer en forma de un adolescente tímido y vergonzoso que parecía al borde del pánico cuando la realidad lo golpeó y le dijo que sí, que todo era cierto. Y todas las fantasías, todas las ilusiones, fueron compensadas con creces por un chino que se entregó y lo amó (y lo seguirá amando siempre) sin reparos.

Cuando Yixing despertaba por las cosquillas que esas manos inquietas e impetuosas le provocaban, solo era capaz de reír como un pequeño niño en navidad, porque Sehun nunca le permitía ver sus manos a la luz del día, pero cuando las sombras cubrían sus cuerpos y la luz de las estrellas era lo único que les permitía encontrar sus semblantes en la penumbra, Yixing podía sentir perfectamente las yemas de la mano izquierda y los muñones de la derecha sobre su piel, erizándola y despertando el calor infernal de su cercanía. Porque Sehun odiaba apasionadamente el calor provocado por el sol, pero había una especie de calor que no podía detener, que era más primitiva y volátil, que cuando despertaba no había otra forma de apagarla que no fuera en el cuerpo del chino que enredaba sus piernas con las propias cada noche solo para asegurarse de que seguiría ahí cuando la mañana llegara y el sueño acabara.

Y había tantas cosas de Yixing que Sehun siempre amaría, que si las dijera en voz alta, nadie las creería. Porque Yixing no sabía que Sehun lo ha observado desde que lo encontró siendo besado por Suho afuera de la casa de Jongin. No sabía que Sehun adoraba la forma en que pestañeaba desorientado cuando la gente a su alrededor hablaba a trompicones y el humo comenzaba a salir de sus oídos porque su cerebro se esforzaba sobrehumanamente para decodificar el coreano que escuchaba. Yixing no sabía que Sehun amaba su temor a las palomas, porque le encantaba la forma en que se acurrucaba contra su cuerpo, utilizándolo de escudo. Sehun nunca le diría que amaba escucharlo cantar en la ducha o verlo bailar cuando se suponía que limpiaba la casa. La textura de su cabello, sus infinitas pestañas y el pozo de ambrosía junto a su boca…

Sehun nunca le diría a Yixing que lo amaba con cada trozo de su alma maltratada, porque Sehun no podía hablar, entonces no podía decir las cosas, pero sí podía demostrarlas. Y las imágenes, las caricias y los suspiros eran un lenguaje que solo ellos comprendían, como si su dialecto fuera incomprensible para las almas mundanas que no habían sido tocadas por la dicha de sentirse plenamente amadas.

- Eres mi vida –susurró Sehun antes de dejarse arrastrar por la inconsciencia al reino de Morfeo.

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Comments

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kiiemii #1
Soy la primera suscriptora; el plot de tu historia luce interesante.^^
Esperaré por la siguiente actualización<3.