Cap-6

Recordando el ayer [KaiSoo]

Esto es una locura. No quería hacer esto. Sin aliento, hundió los dedos en el pelo de Jongin para atraerlo hacia sí. Todo su cuerpo se concentró en el beso, en el calor, en el peligro y en la promesa.

—No te preocupes —respondió Jongin, apartando los labios para besarle en el rostro—. Lo haré yo.

—Lo tenía todo muy bien pensado —dejó escapar una risa temblorosa—. Todo lo que acabo de decir era perfectamente razonable. Esto es sólo química. Se trata únicamente de una atracción superficial.

—Deja de pensar.

Con un movimiento rápido, le bajó la chaqueta por los hombros, dejándole los brazos aprisionados. La mirada alarmada de Kyungsoo hizo hervir su sangre, y sus enormes ojos desconcertados incrementaban su deseo.

Con una sonrisa malévola, tiró de la chaqueta, apretando a Kyungsoo contra sí. Vio el brillo de sus ojos y oyó el gemido ahogado cuando sus bocas se juntaron. Después, sus labios bajaron por la línea de su garganta. Era tan suave y aromático como la había imaginado.

Le cogió por las caderas, mientras el bajito echaba hacia atrás la cabeza para ofrecerle todo lo que quisiera tomar. Respiraba entrecortadamente.

Jongin liberó sus brazos. Antes de que Kyungsoo pudiera estirarlos, él pasó las manos por debajo de su jersey, para moldear su cuerpo.

Carne, curvas y temblores. Encontró todo lo que quería y quiso más. Su boca continuó su asalto, mientras sus dedos torturaban su piel, y su piel lo torturaba.

Con un giro de muñeca, le desabrochó los pantalones y pasó las yemas de los dedos por su estremecido estómago, hasta llegar a una pieza de encaje. Kyungsoo se apretó contra él, mordiéndole el cuello con avidez.

Podía tomarle en aquel momento, rápidamente, donde estaban. La velocidad aliviaría la terrible presión que ardía en su interior.

Pero quería más.

Le quitó el jersey, lo echó a un lado y paseó las manos por todo su torso, y la carne que había debajo de sus dedos ardía de deseo. Jongin controló el impulso de precipitarse y contempló su rostro, admirando el juego de luces y sombras en él.

—Te he imaginado así.

—Ya lo sé.

Los labios de Jongin volvieron a arquearse. Mirándolo fijamente a los ojos, le pellizcó los pezones.

—No creo que hayas imaginado lo que he pensado en hacer contigo. No creo que puedas. Así que te lo voy a enseñar.

Siguió observándolo, midiéndolo, mientras bajaba un dedo por su estómago.

Vio que sus ojos azules se oscurecían con la tormenta que se desataba en su interior. Y sintió los truenos en sus cuerpos.

 

Kyungsoo contuvo la respiración cuando Jongin lo tumbó y se puso a besarle todo el cuerpo. Arqueó la espalda, hundiendo las manos en su pelo, tirando desesperado de su camisa. Su lengua desataba en él necesidades tan fuertes que resultaban insoportables y como prueba de ello estaba su endurecido miembro.

Se aferró a él, frenético, y le arrancó la camisa, demasiado impaciente para buscar los botones. Estaba tendido en el suelo, con la espalda apoyada en el saco de dormir, con Jongin sobre su cuerpo.

Al final, consiguió quitarle la camisa y maldijo al encontrar otra capa de tejido que los separaba. Quería carne. Necesitaba sentir su piel. En cuanto Jongin se quitó la camiseta, Kyungsoo le clavó los dientes en el hombro.

—Tócame —le pidió con impaciencia—. Quiero sentir tus manos en el cuerpo.

De repente, las tenía por todas partes. El mundo de Kyungsoo se transformó en algo primitivo, peligrosamente excitante y lleno desensaciones indescriptibles. Cada una de las caricias impacientes le provocaba un estremecimiento, hasta que su cuerpo se vio reducido a una masa de carne sudorosa y palpitante.

A su lado, la hoguera lanzaba llamas contra la pantalla protectora. En su interior, las llamas ardían sin protección ninguna.

Podía ver a Jongin a través de la pasión que nublaba su vista. El pelo negro, los ojos decididos, los músculos que brillaban reflejando las llamas. Gimió de protesta cuando dejó de besarle, para a continuación gemir de placer cuando empezó a bajar con los labios por su cuerpo.

Jongin se echó hacia atrás, y Kyungsoo, ciego de deseo, lo siguió, rodeándolo de forma posesiva con los brazos, buscando con los labios sabores nuevos.

—Las botas —acertó a decir Jongin.

Kyungsoo estaba a su alrededor. Su maravilloso cuerpo se apretaba contra el suyo, y lo recorría con sus manos, increíblemente elegantes.

Se quitó las botas rápidamente y las echó a un lado. Después se volvió de nuevo hacia él.

Quería tenerle completamente desnudo, ver toda la extensión de sus largos y sedosos miembros. Quería oírle gritar su nombre y ver la expresión de sus ojos cuando estuviera consumido por el placer. Le bajó los pantalones, y con un tirón, le quitó los boxer, destrozándolos. Antes de que pudiera empezar a protestar, se arrodilló entre sus piernas y empezó a utilizar la boca sobre su miembro endurecido.

Al llegar al clímax, Kyungsoo sintió que se quedaba sin sentido. Balbuceó su nombre, casi entre sueños, y pidió más, casi de forma inconsciente.

Jongin le dio más. Y tomó más. Cada vez que Kyungsoo pensaba que iba a terminar, que debía terminar, Jongin encontraba algo nuevo con que sorprenderle. Sólo estaba él, su sabor, su olor, su tacto. Rodaron por el suelo en un salvaje y glorioso combate, mientras las uñas de Kyungsoo se hundían en su espalda.

Cegado por la necesidad, le cogió de las manos. Pensó que su respiración debía estar destrozando sus pulmones. Lo único que podía ver era el rostro de Kyungsoo cuando se introdujo en su interior. Un tronco crujió en la chimenea.

Se estremecieron, mirándose mientras saboreaban aquel infinito instante.

Jongin bajó la cabeza y cubrió su boca. Cuando el beso había alcanzado su punto culminante, cuando el sabor de Kyungsoo lo llenaba tanto como sucedía al contrario, empezaron a moverse juntos.

 

El frío fue lo que despertó a Kyungsoo. Aunque le parecía imposible, se debía haber quedado dormido. Intentó orientarse y se dio cuenta de que tenía la espalda desnuda apoyada en el frío y duro suelo de madera. El cuerpo de Jongin estaba sobre el suyo.

Miró a su alrededor, aturdido. Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, habían acabado a varios metros del fuego.

—¿Estás despierto? —preguntó Jongin con voz soñolienta.

—Creo que sí —intentó respirar profundamente y se sintió aliviado al ver que podía hacerlo—, pero no estoy seguro.

Jongin levantó la cabeza y le besó encima del pezón derecho. El cuerpo agotado de Kyungsoo se estremeció en respuesta.

—Creo que sí que estoy despierto.

—Debes tener frío —dijo, llevándole al saco de dormir—. ¿Mejor ahora?

Inseguro, se tapó con el saco. Nunca había estado tan expuesto, tan desnudo en cuerpo y alma, delante de nadie.

—Me he debido quedar dormido.

—Sólo un par de minutos. Podré otro tronco en la chimenea.

Le miró sonriente. Se sentía como si hubiera escalado una montaña. Y podía escalar diez más.

Se levantó, desnudo, a echar más leña a la chimenea. Kyungsoo se quedó boquiabierto al ver los arañazos de sus hombros. Se los había hecho él. No se lo podía creer.

—Tengo que irme. Tao debe estar preocupada.

Jongin volvió a colocar la pantalla de la chimenea. A continuación, abrió su bolsa y sacó un teléfono móvil.

—Llámale.

—No sabía que tuvieras un trasto de ésos.

—No me dedico a llevarlo a todas partes, como otros. Pero en mi trabajo es una herramienta más. No suele haber teléfono en los sitios que están de obras. Llámale, y quédate.

Kyungsoo estaba seguro de que había motivos por los que debía irse, pero marcó su propio número, mirando a Jongin mientras lo hacía.

—¿Tao? Soy Kyung. Sí, todo marcha bien. ¿Nieve? —se apartó el pelo de la cara, desconcertado—. Ah, sí, está nevando mucho. Por eso te llamo. Me he... liado, y creo que...

Se intentó apartar cuando Jongin bajó la esquina del saco de dormir y empezó a acariciarle.

—¿Qué? —preguntó Kyungsoo al teléfono, conteniendo un gemido—. ¿En Pennsylvania? No, no estoy en Pennsylvania.

Jongin cogió el teléfono de su mano.

—Está conmigo —dijo a Tao—. Se va a quedar a pasar la noche. Sí, lo digo en serio. Mañana te llamará. Hasta luego. —Apagó el teléfono y lo dejó a un lado. —Tao dice que la capa de nieve ha alcanzado medio metro, que las calles están intransitables y que debes quedarte.

—Ah —cerró los ojos y levantó los brazos—. Es muy razonable.

 

Cuando se despertó, las velas se habían consumido y el fuego estaba reducido a ascuas. La casa estaba tan silenciosa que podía oír los latidos de su corazón. La habitación estaba a oscuras, pero resultaba extrañamente tranquila. Tal vez los fantasmas se hubieran ido a dormir. O tal vez se sintiera cómodo con ellos porque Jongin estaba dormido a su lado.

Se volvió y estudió su rostro a la luz de las ascuas. Dormido o despierto, nunca tenía aspecto de niño inocente. Toda su fuerza seguía allí, labrada en su rostro.

Sabía que podía ser tierno y cariñoso. Lo había visto en la forma en que se comportaba con Tao. Pero como amante era brusco y exigente.

Y, por primera vez en su vida, él se había comportado igual.

Ahora, rodeado de silencio, le resultaba difícil creer que había hecho lo que había hecho, y que le había permitido a él que hiciera lo que había hecho.

Tenía agujetas en todo el cuerpo. Se preguntó si, a lo largo del día, se estremecería al recordar a qué se debían, si cada vez que moviera un músculo dolorido reviviría la forma en que se había estremecido bajo sus grandes manos.

Y más aún, cómo había usado las suyas propias.

Cómo quería usarlas en aquel momento.

Respiró profundamente y se apartó el brazo que Jongin apoyaba sobre su cuerpo.

Se movió en silencio, dispuesto a coger la camisa de Jongin para cubrirse. Mientras se la abrochaba, caminó hacia la cocina.

Se dijo que necesitaba beber un vaso de agua fría y tener unos momentos para evaluar la situación.

Cogió un vaso y lo llenó en el fregadero. Mientras sus ojos se ajustaban, miró por la ventana la nieve que caía.

No se arrepentía. Arrepentirse sería una estupidez. El destino había puesto un amante extraordinario en su camino. La clase de hombre con que pocas personas se topaban. Podía y debía sentirse satisfecho con el placer físico, pero también podía y debía evitar que complicase su vida.

Como bien había dicho Jongin, los dos eran adultos. Los dos sabían lo que querían.

Probablemente, cuando la casa estuviera acabada, Jongin se iría para enfrentarse a un nuevo reto. Mientras tanto, disfrutarían el uno del otro. Y cuando acabara, no habría reproches. También quería creer que seguirían siendo amigos.

Probablemente, lo mejor sería que discutiera con él sus expectativas, o la falta de ellas, antes de que las cosas llegaran más lejos. Pero no soportaba la idea de decir aquello en voz alta.

 

Jongin le miraba desde el umbral. Estaba de pie, apoyado en el fregadero, con la vista clavada en la ventana. Su rostro se reflejaba en ella. Llevaba puesta su camisa, que le quedaba por los muslos. El contraste de la franela desgastada con su piel inmaculada resultaba arrebatador.

Se dio cuenta de que en toda su vida había visto nada tan bello. Tenía las palabras para decírselo; siempre había sido muy elocuente. Pero se dio cuenta de que en aquella ocasión carecían de significado. Nada parecía suficiente para decirle cuánto le importaba.

De modo que eligió las palabras más fáciles y despreocupadas, sin prestar atención al dolor que se apoderaba de su corazón.

—Me gusta tu vestido, cariño.

Kyungsoo dio un salto, y estuvo a punto de tirar el vaso. Jongin se había puesto los pantalones, pero no se había tomado la molestia de abrochárselos. Estaba apoyado en

el marco de la puerta, sonriendo.

—Es muy práctico —respondió Kyungsoo con el mismo tono.

—Esa camisa nunca me ha parecido tan bonita. ¿No podías dormir?

—Tenía sed —mintió, mientras dejaba el vaso lleno en el fregadero—. Supongo que me despertó el silencio. ¿No te parece extraño el silencio que hay?

—La nieve amortigua los sonidos.

—No, me refiero a la casa. Parece distinta. Más tranquila.

—Incluso los cabos muertos y las mujeres infelices tienen que dormir de vez en cuando —cruzó la habitación para coger el vaso y beber un trago—. Casi está amaneciendo. Una vez, mis hermanos y yo pasamos una noche aquí, cuando éramos pequeños. Creo que ya te lo había dicho.

—Sí. Chanyeol se dedicaba a hacer ruidos, y pasasteis la noche contando historias de miedo y fumando cigarrillos robados.

—Exactamente. El caso es que entré en la cocina. También estaba amaneciendo, pero era verano. Todo estaba tan verde,y los bosques estaban tan densos, que resultaban muy misteriosos. El suelo estaba cubierto de bruma, como si fuera un río. Era muy bonito, y pensé...

—Se detuvo, encogiéndose de hombros.

—Sigue. ¿Qué pensaste?

—Pensé que podía oír los tambores, el sonido de los soldados acampados que se preparaban para la batalla. Podía oler el miedo, la excitación, el horror. Pensé que podía oír cómo la casa se despertaba a mi alrededor, los susurros y los ruidos. Estaba petrificado, paralizado. Si hubiera podido moverme, me habría ido corriendo. Mis hermanos me lo habrían restregado por las narices durante años, pero si mis piernas se hubieran querido mover, habría huido como un conejo.

—Sólo eras un niño.

—Eso era lo peor. Tenía algo que demostrar. Había pasado toda la noche en la casa, sin asustarme. Y de repente, cuando ya estaba amaneciendo, me moría de miedo. Cuando todo pasó, me quedé mirando por la ventana, y pensé que una casa no podría conmigo. Que nada podría conmigo. Tal vez la compré para demostrármelo —sonrió y dejó el vaso—. No sé cuántas veces vine aquí solo, después de aquello. Esperaba que ocurriera algo, deseaba que ocurriera, para demostrarme que lo soportaba. Recorrí todas las habitaciones de la casa. Oí cosas, vi cosas, sentí cosas. Cuando me marché de aquí, hace diez años, me prometí que volvería.

—Y ahora la casa es tuya.

—Sí —le miró algo cohibido—. Nunca le había contado eso a nadie.

—Entonces, yo tampoco lo repetiré —le acarició la mejilla—. Sean cuales sean tus razones, estás haciendo algo importante. Esta casa ha estado abandonada durante demasiado tiempo.

—¿Te ha dado miedo quedarte a pasar aquí la noche?

—No. No por la casa.

—¿Y por mí? —preguntó levantando una ceja.

—Sí. Tú sí que me das miedo.

El humor desapareció de sus ojos.

—He sido demasiado brusco.

—No es por eso —dijo, poniendo el hervidor en el hornillo para tranquilizarse—. Nunca he estado con nadie como estuve contigo anoche. Tan descontrolado, tan... ávido. Me sorprendo un poco cuando lo pienso, y... bueno.

Dejó escapar el aire de los pulmones y se puso a buscar algo para preparar un café.

—¿Estás sorprendido? Vaya, lo siento.

—No lo sientas, Jongin —se esforzó por volverse y mirarlo a los ojos—. No tienes por qué sentirlo. Simplemente, estoy un poco inquieto, porque sé exactamente qué puedes hacer conmigo. Sabía que estaría bien hacer el amor contigo, pero no sabía que fuera tan... turbador. No hay nada en ti ordenado o previsible. Y a mí me gustan las cosas ordenadas y previsibles.

—Te deseo ahora. Eso era previsible.

—Me da un vuelco el corazón —acertó a decir—. Sí, literalmente, me da un vuelco cuando dices esas cosas. Pero yo necesito que mi mundo sea ordenado —abrió la lata del café y midió cuidadosamente las cucharadas, como para demostrarlo—. Supongo que tus empleados empezarán a llegar dentro de una hora, más o menos. No creo que éste sea el mejor momento para hablar.

—Nadie va a venir hoy. Hay más de un metro de nieve.

—Oh.

Le tembló la mano y dejó caer un poco de café molido en la cocina.

—Estamos atrapados aquí, cariño. Puedes hablar todo lo que quieras.

—Bueno —se aclaró la garganta y volvió a mirarlo—. Creo que es mejor que los dos entendamos una serie de cosas.

—¿Qué cosas?

Kyungsoo se sintió furioso consigo misma por dudar.

—Todo lo que no acabamos de discutir anoche. El hecho de que lo que tenemos es una aventura puramente física y mutuamente satisfactoria, sin ataduras ni...

—¿Complicaciones?

—Eso es —respondió, asintiendo aliviada—. Exactamente.

Sorprendido por sentirse enfadado ante una descripción tan fría, a pesar de que en teoría reflejaba sus propios deseos, se rascó la cabeza.

—Es bastante ordenado, a tu gusto. Pero si eso significa que tienes intención de salir con alguien más, las cosas se desordenarán bastante cuandome dé un ataque de celos.

—De todas las ridiculeces...

—Y deja de...

—¡Cállate! —resopló furioso—. No tengo intención de salir con nadie más mientras dure lo nuestro, pero si...

—Será mejor que lo dejemos ahí —interrumpió Jongin—. Digamos simplemente que tenemos una relación física exclusiva mutuamente satisfactoria. ¿Te parece bien?

Más tranquilo, Kyungsoo se volvió y llenó el filtro de agua hirviendo.

—Sí, muy bien.

—Eres una obra de arte, Kyung. ¿Quieres que firmemos el contrato por triplicado?

—Sólo quiero estar seguro de que los dos esperamos lo mismo —se concentró en cubrir el café molido con agua, a conciencia—. No hemos tenido tiempo para conocernos bien. Ahora somos amantes. No quiero que pienses que pretendo nada más.

—¿Y si yo pretendo algo más?

Los dedos de Kyungsoo se quedaron blancos. Apretaba con fuerza el mango del hervidor.

—¿Pretendes algo más?

Jongin se apartó de él y se quedó mirando por la ventana.

—No.

Kyungsoo cerró los ojos, diciéndose que se sentía aliviado al oír aquella respuesta.

Sólo aliviado.

—Entonces, no hay ningún problema.

—No, todo está muy claro. No quieres romanticismo, así que me ahorras los problemas. No quieres promesas, así que no tengo que mentir. Los dos queremos acostarnos juntos. Eso simplifica las cosas.

—Me gusta acostarme contigo —dijo Kyungsoo, complacido con su tono despreocupado—, pero si no me gustaras, no habríamos llegado a tanto. He deseado a otros hombres.

Jongin le apartó el pelo de la cara.

—Ahora intentas enfurecerme.

El hecho de que no pudiera entender lo difícil que resultaba para él ser claro y simplificar las cosas le permitía actuar con naturalidad. Extrañamente, no le costaba ser sincero con él.

—Sólo era un cumplido. No habría venido anoche, con la esperanza de encontrarte aquí, si no me cayeras bien.

—Viniste a dejar unos candelabros.

Kyungsoo no se había dado cuenta nunca de que la sinceridad ual pudiera ser tan divertida.

—Eres idiota —dijo, sirviendo el café—. No te tragarías eso, ¿verdad?

Intrigado, Jongin cogió la taza que le ofrecía.

—Sí, me lo tragué.

—Tonto.

—Tal vez no me gusten las personas retorcidas y agresivas.

—Te encantan. De hecho, tienes la esperanza de que te seduzca ahora mismo.

—¿Eso crees?

—Lo sé. Pero antes me quiero tomar el café.

Jongin lo contempló. Era impecable y delicado hasta cuando bebía.

—Tal vez sólo quiera que me devuelvas la camisa. No me preguntaste si podías usarla.

—Muy bien —dijo, desabrochándosela con una mano—. Cógela.

Jongin le quitó el café y dejó las dos tazas a un lado. Kyungsoo rió mientras le llevaba en brazos por el pasillo. De repente, se abrió la puerta de la casa, dejando pasar el frío. En el umbral había una figura cubierta de nieve.

Sehun se quitó la capucha y se sacudió como un perro.

—Hola —dijo sin inmutarse—. Tienes el coche casi enterrado en la nieve, Kyung.

—Oh —se apresuró a cerrarse la camisa e intentó imitar su tono normal—. Ha nevado mucho.

—Casi un metro. Supuse que te vendría bien que te ayudara a sacarlo.

—¿Te parece que quiero que alguien me rescate? —preguntó Jongin indignado, entrando en el salón y dejando a Kyungsoo en el sofá—. Quédate ahí.

—¡Jongin! —protestó, intentando bajarse la camisa para cubrirse las piernas—. ¡Por favor!

—Quédate ahí —repitió, volviendo al vestíbulo.

—¿Habéis hecho café? —preguntó Sehun, olfateando el aire—. Sí, gracias.

—Dame un motivo para que no te rompa el cuello.

Sehun se quitó los guantes y se frotó las manos heladas.

—Que he venido hasta aquí en mitad de una tormenta porque pensé que estabas en apuros —se inclinó, pero no pudo ver el interior del salón—. ¡Qué piernas tiene!

—¿Dónde quieres morir?

—Sólo era un comentario —dijo, sonriendo—. Oye, ¿cómo lo iba a imaginar? Pensé que estabas atrapado aquí y que no tenías forma de volver. Solo. Después, cuando vi el coche de Kyungsoo, pensé que tal vez él tampoco pudiera salir. Creo que voy a preguntarle si quiere que le lleve.

—Da un paso más y no encontrarán tu cuerpo hasta la primavera.

—Si gano, ¿me lo puedo quedar? —estalló en una carcajada al ver el rostro indignado de Jongin—. Oye, no me pegues. Estoy congelado y me rompería.

Murmurando amenazas, Jongin cogió a su hermano por el cuello del abrigo y lo llevó a la cocina. Una vez allí, le ofreció la cafetera.

—Me voy —anunció Sehun, bebiendo directamente de la jarra—. Hace una ventisca horrible —volvió a beber, agradecido por el calor—. No tenía intención de irrumpir en vuestro nidito de amor. Oye, ¿va en serio lo vuestro?

—Ocúpate de tus asuntos.

Sehun dejó la jarra de la cafetera encima de la mesa.

—Tú siempre has sido asunto mío. Y Kyung me cae muy bien. Lo pregunto en serio.

—¿Y qué?

—Y nada —se cambió de posición, algo cohibido—. Me gusta, siempre me gustó. Había pensado en...

Decidió que sería mejor que no siguiera y se puso a silbar, mirando a otro lado.

—¿En qué habías pensado?

Sehun se pasó la lengua por los dientes, con precaución. Quería conservarlos todos.

—En lo que tú piensas que había pensado. No tienes más que mirarle. ¿En qué crees que pensaría cualquier hombre? Lo único que hice fue pensar. No me puedes reprochar que piense —levantó las manos—. Lo que quiero decir es que enhorabuena. Te llevas a la persona más interesante del pueblo.

—Sólo nos hemos acostado juntos. Eso es todo.

—Por algún sitio hay que empezar.

—Es distinto, Sehun. No sé en qué consiste, pero es muy distinto. Me importa mucho.

No lo había querido reconocer ante sí mismo, pero no le costó trabajo confesárselo a su hermano.

—Todo el mundo tiene que caer tarde o temprano —dijo, dando una palmada con su mano helada en el hombro desnudo de Jongin—. Hasta tú.

—Yo no he dicho nada de caer —murmuró. Sabía lo que aquello significaba.

Enamorarse. Estar enamorado.

—No era necesario. Mira; pasaré con la máquina quitanieves, por si acaso. ¿Tenéis comida?

—Sí, de sobra.

—Entonces, me voy. Se supone que dejará de nevar a media mañana. Tengo que cuidar de los animales, así que, si necesitas algo, llama antes a Kris.

—Gracias. Pero como te atrevas a mirar el salón mientras sales, tendré que matarte.

—Ya le he visto las piernas —dijo, saliendo al vestíbulo—. Hasta luego, Kyung.

En cuanto oyó que la puerta se cerraba, Kyungsoo apretó la cara contra las rodillas.

Le temblaban los hombros. Al entrar en el salón, Jongin hizo un gesto de extrañeza al encontrarle en aquella postura defensiva.

—Lo siento, cariño. Debería haber cerrado la puerta —se sentó a su lado—. Sehun no es un idiota a propósito. Nació así. No pretendía hacer nada malo.

Kyungsoo emitió un sonido estrangulado, y cuando levantó la cabeza, las lágrimas corrían por sus mejillas. Estaba llorando de risa.

—¿Te imaginas la cara que habría puesto cualquiera que nos viera a los tres en el vestíbulo? —dijo entre carcajadas—. Tú y yo medio desnudos, y Sehun disfrazado de abominable hombre de las nieves.

—¿Te parece gracioso?

—No. Me parece divertidísimo —respondió, sin dejar de reír—. Los hermanos Kim. ¡Dios mío, en qué lío me he metido!

Encantado, le abrazó fuertemente.

—Devuélveme mi camisa, querido, y te lo enseñaré.

Like this story? Give it an Upvote!
Thank you!

Comments

You must be logged in to comment
Endika #1
Chapter 4: Buenisima historia. Sería genial que Kai tuviese competencia
norare #2
Chapter 3: Jaja no deseaba impresionarlo, pero ya está muerto de curiosidad por él. No me esperaba ese beso *-*
Por cierto en algunas partes hay cambio a género femenino de pronombres, determinantes y adjetivos referidos a Kyungsoo, estabas escribiendo la historia inicialmente como genderbender? Estoy confusa >.<
norare #3
Chapter 2: Hola! Está muy interesante y muy bien escrito, se nota que le pones esmero y sabes como llamar la atención del lector, me está gustando mucho, y sólo hay un capítulo ^^
Espero leerte pronto y saber más de los Kim, Kyungsoo y Jongin y sus fantasmas :)