Cap-5

Recordando el ayer [KaiSoo]

El lunes por la mañana, Kyungsoo se levantó temprano, con una canción en los labios. En unas horas enviaría los primeros muebles a la casa de la colina. Después de cobrar, invertiría el dinero en una subasta que se iba a celebrar aquella tarde en Pennsylvania.

Aquella ocasión justificaba que no abriera la tienda en todo el día.

Cargó y encendió la cafetera y colocó las tostadas en la tostadora. De repente, oyó un ruido a sus espaldas y se volvió sobresaltado.

—Oh, Jungkook —dijo riendo—. Me has dado un susto.

—Lo siento.

El muchacho era delgado y pálido. Tenía unos enormes ojos del color de la sombra. Los ojos de Tao, pensó Kyungsoo, sonriendo.

—No pasa nada. Pensé que todos estabais durmiendo. Es muy temprano. ¿Quieres desayunar?

—No, gracias.

Contuvo un suspiro. No era normal que un niño de ocho años fuera tan considerado. Levantó una ceja y cogió una caja de sus cereales favoritos y la agitó.

—¿No te quieres tomar un tazón conmigo?

El niño sonrió con tanta timidez que Kyungsoo sintió que se le encogía el corazón.

—Bueno, ya que vas a abrirla...

—¿Por qué no vas sacando la leche de la nevera? —le dolió observar el cuidado con que el niño llevaba a cabo una tarea tan sencilla—. He oído por la radio que va a nevar. Es posible que caiga una buena nevada.

Cogió los tazones y las cucharas y los dejó en la mesa. Cuando alargó un brazo para acariciar su pelo revuelto, Jungkook se quedó paralizado. Maldijo a Songhae, pero no dejó de sonreír.

—Seguro que mañana no abren el colegio —comentó.

—Me gusta ir al colegio —dijo el niño, mordiéndose el labio.

—A mí también me gustaba mucho —dijo, dispuesta a mostrarse alegre—. Siempre me alegraba tener algún día libre de vez en cuando, pero la verdad es que me gustaba estudiar. ¿Cuál es tu asignatura favorita?

—La lengua. Me gusta escribir cosas.

—¿De verdad? ¿Qué cosas escribes?

—Historias —se encogió de hombros y bajó la vista—. Tonterías.

—Estoy seguro de que no son tonterías —dijo con la esperanza de no cometer un error adentrándose en un territorio que tal vez debería dejar a los psicólogos—. Deberías estar orgulloso. Sé que tu madre está muy orgulloso de ti. Me ha dicho que ganaste un premio en el colegio por un relato.

—¿Te lo ha dicho?

Se debatía entre sonreír y volver a bajar la cabeza. Pero Kyungsoo le había puesto la mano en el rostro. Le gustaba sentir aquella mano cálida. Sus ojos se empañaron antes de que pudiera evitarlo.

—Mi madre llora por la noche.

—Ya lo sé, cariño.

—Siempre estaba pegándolo. Lo sabía. Los oía. Pero nunca hice nada para que dejara de pegarle. Nunca le ayudé.

—No es culpa tuya —lo subió a su regazo y lo abrazó—. No podrías haber hecho nada. Pero ahora los tres estáis a salvo, y podréis cuidaros mutuamente.

—Lo odio.

—Ssssss.

Anonadado ante la intensidad de la cólera que podía sentir una persona tan pequeña, Kyungsoo apretó los labios contra su cuello.

En el pasillo, Tao dio un paso atrás. Se quedó un momento mirando, tapándose la boca con la mano. Después volvió a la pequeña habitación de invitados para despertar a su hija y mandarla al colegio.

 

Kyungsoo llegó a la casa de los Choi delante del camión de mudanzas que había contratado. El alegre ruido de las obras la saludó cuando abrió la puerta. Nada podría haber mejorado más su humor.

El vestíbulo estaba cubierto de trapos y andamios, pero las telarañas habían desaparecido. El polvo que ahora cubría el suelo era fresco, y en cierto modo, limpio.

Suponía que era una especie de exorcismo. Sorprendido por la idea, contempló la escalera. Para hacer la prueba, empezó a subir.

El punto frío le sobresaltó, haciendo que descendiera dos escalones. Se quedó en pie, con una mano en la barandilla y otra en el estómago, debatiéndose por recuperar el aliento que le había robado el aire helado.

—Qué valor tienes —murmuró Jongin tras él. Aunque seguía teniendo los ojos muy abiertos por la impresión, se volvió para mirarlo.

—Me preguntaba si habrían sido imaginaciones mías. ¿Cómo suben y bajan los obreros sin...?

—No todo el mundo lo siente. Supongo que los que lo notan aprietan los dientes y piensan en la nómina —subió un par de escalones para cogerle de la mano—. ¿Y tú?

—No me lo habría creído si no lo hubiera vivido por mí mismo —dejó que Jongin le llevara a la planta baja sin protestar—. Cuando abras, esto provocará interesantes conversaciones entre tus huéspedes.

—Cuento con ello. Puedes quitarte el abrigo. Ya funciona la calefacción de esta parte de la casa. Está muy baja, pero sirve para quitar el hielo.

—Ya lo veo —dijo complacido, echándose el pelo hacia atrás—. ¿Qué se cuece por arriba?

—De todo un poco. Estoy instalando un baño nuevo. Quiero que me consigas una bañera con patas, y un lavabo de la época. Supongo que me conformaré con reproducciones si no tienes la suerte de encontrar piezas originales.

—Dame unos días —se frotó las manos, no a causa del frío, sino por los nervios—. ¿Me vas a enseñar los adelantos, o tendré que ponerme de rodillas?

—Claro que te los voy a enseñar.

Estaba deseoso de mostrar a Kyungsoo sus logros. Llevaba todo el día mirando por la ventana cada cinco minutos, con la esperanza de verle llegar. Pero ahora que le tenía frente a sí se sentía nervioso. Había trabajado sin cesar durante una semana, invirtiendo entre doce y catorce horas al día, para hacer que aquella habitación quedara perfecta.

—Creo que la pintura queda muy bien. Forma un bonito contraste con la cenefa y el suelo. Me ha costado un poco instalar las ventanas, pero al final lo he conseguido.

Kyungsoo no habló. Durante un momento, se limitó a contemplar el salón desde el umbral. Después, lentamente, entró en la estancia.

Estaba precioso.

Las altas y elegantes ventanas, con sus graciosos arcos, iluminaban el suelo de pino antiguo recién acuchillado. Las paredes tenían un tono de azul cremoso, que contrastaba con el ribete labrado de color marfil.

Había convertido el asiento de la ventana en una preciosa hornacina, y había limpiado el mármol de la chimenea hasta hacerlo resplandecer. La moldura del techo florecía con delicados dibujos que habían sido suavizados por el paso del tiempo.

—Necesita muebles, cortinas, y ese espejo que elegiste para colocar encima de la chimenea —dijo Jongin, deseando oír algún comentario de Kyungsoo—. Aún tengo que arreglar la puerta —se metió las manos en los bolsillos—. ¿Qué ocurre? ¿Se me ha pasado por alto algún detalle fundamental?

—Es absolutamente maravilloso —dijo Kyungsoo, saliendo de su mutismo, mientras pasaba el dedo por el marco de una ventana—. Perfecto. No me di cuenta de que se te dieran tan bien las reformas —rió nervioso y se volvió hacia él—. Espero que no te lo hayas tomado como un insulto.

—Tranquilo. La verdad es que yo mismo me sorprendí la primera vez que me di cuenta de que servía para construir algo.

—Es más que eso. Has devuelto la vida a esta casa. Deberías estar orgulloso.

Jongin se dio cuenta de que se sentía emocionado y algo cohibido.

—Es un trabajo. Sólo se necesitan unas herramientas y buen ojo.

Kyungsoo ladeó la cabeza, y Jongin miró el sol que atravesaba la ventana para arrancar brillos a su pelo. Se le hizo la boca agua, y después se le secó.

—Jamás esperé de ti una demostración de modestia —comentó Kyungsoo—. Te debes haber matado a trabajar para conseguir tanto en tan poco tiempo.

—Tenía mal aspecto, pero no estaba tan mal.

—Has hecho algo increíble —murmuró, dando una vuelta completa para contemplar el resultado—. Verdaderamente increíble.

Antes de que Jongin pudiera comentar nada, Kyungsoo estaba a cuatro patas, pasando las manos por el suelo.

—Brilla como un espejo. ¿Qué has usado para el suelo? ¿Cuántas capas has puesto? —como Jongin no respondía, se sentó en el suelo—. ¿Qué te ocurre? ¿Por qué me miras con esa cara?

—Ponte de pie.

Cuando Kyungsoo se levantó, Jongin se mantuvo a cierta distancia. No se atrevía a tocarle en aquel momento. Si lo hiciera, no sería capaz de detenerse nunca.

—Quedas muy bien aquí. Deberías verte. Encajas perfectamente. Eres tan perfecto e impecable como esta habitación. Te deseo tanto que sólo puedo verte a ti.

El corazón de Kyungsoo dio un vuelco.

—Me vas a hacer tartamudear otra vez.

Tenía que hacer un esfuerzo consciente para respirar.

—¿Cuánto tiempo me vas a hacer esperar? No somos niños, y deberíamos tener edad suficiente para ser razonables.

—Eso de razonable me suena a discurso de beata. Desde luego, el o tiene que ser responsable, pero no tiene nada de razonable.

La idea del o como algo completamente irracional hizo que se despertaran todos los nervios del cuerpo de Kyungsoo.

—No sé cómo tratarte —prosiguió—. No sé qué hacer con la forma en que me haces sentir. Normalmente se me da bien enfrentarme a las situaciones. Supongo que tendremos que hablar sobre esto.

—Supongo que tú lo necesitas. Yo he dicho lo que tenía que decir.

Increíblemente frustrado, furioso con su propia respuesta ante el bajito, se volvió hacia la ventana.

—Tu camión está aquí —le dijo—. Tengo que subir a trabajar. Pon las cosas donde te parezca.

—Jongin... —dijo Kyungsoo, alargando la mano. Él le detuvo, dejándolo congelado antes de que llegara a rozar su brazo.

—Estoy seguro de que no quieres tocarme ahora —dijo en tono frío y controlado—. Sería un error, y no te gusta cometer errores.

—Eso no es justo.

—¿De dónde has sacado que soy justo? Pregunta a cualquiera que me conozca. Tienes el cheque encima de la repisa de la chimenea.

Furioso, Kyungsoo corrió al vestíbulo detrás de él.

—¡Kim!

Jongin se detuvo y se giró para mirarle.

—¿Sí?

—Me da igual lo que piensen o digan los demás. Si por mí fuera, nunca te habrías acercado a mí —alzó la vista cuando un obrero curioso asomó la cabeza por la escalera—. Tomaré mi decisión cuando meparezca a mí que ha llegado el momento —añadió, abriendo la puerta a los trabajadores que llevaban los muebles—. Pregunta a quien quieras.

Cuando se volvió para mirarlo, Jongin había desaparecido, como uno de sus fantasmas.

 

Había estado a punto de estropearlo todo, pensó Jongin más tarde. No sabía muy bien por qué había reaccionado así. Normalmente, no se mostraba furioso y exigente con sus conquistas. Tal vez aquél era el problema.

Siempre le había resultado muy fácil conseguirlas.

Le gustaban las mujeres al igual que los donceles. Siempre le habían gustado. Le gustaba su aspecto, su forma de hablar, su olor. Eran suaves, cálidos y fragantes, y le parecían uno de los

aspectos más interesantes de la vida.

Frunciendo el ceño, puso otra paletada de cemento y la alisó.

Las mujeres eran importantes. Los donceles eran igual de importantes Le gustaba estar con ambos os. Y desde luego, también le gustaba mucho el o.

A fin de cuentas, era humano.

Las casas eran importantes, pensó mientras aplicaba otra capa de cemento. Repararlas le resultaba satisfactorio. Le gustaba utilizar sus propias manos para convertirlas en algo duradero. Y el dinero que obtenía al final también le parecía satisfactorio.

Una persona tenía que comer.

Pero jamás se había topado con una sola casa que fuera tan importante para él como aquélla.

Y jamás se había topado con un solo doncel que fuera tan importante para él como Kyungsoo.

Además, sabía que lo haría picadillo si supiera que la estaba comparando con un montón de piedras.

Dudaba que Kyungsoo comprendiera que aquélla era la primera vez en su vida que se concentraba tanto en algo y en alguien.

La casa lo había cautivado desde siempre. A Kyungsoo no lo había visto en su vida hasta un mes atrás. Pero ahora, las dos se habían metido en su sangre. No exageraba cuando le dijo que sólo la veía a él. Lo tenía hechizado, igual que los incansables fantasmas hechizaban las habitaciones y los pasillos.

Cuando lo vio por primera vez, se volvió loco de deseo. Suponía que podría conquistarle. Pero aquélla era la primera vez que el deseo se mezclaba con las emociones, y no estaba muy seguro de lo que hacía.

Se dijo que debía aminorar el paso. Si Kyungsoo quería espacio, tendría que concedérselo. Tenía tiempo de sobra. Además, aquel encuentro no había sido de los que cambian la vida. Tal vez Kyungsoo fuera único; tal vez fuera más intrigante de lo que parecía. Pero, a fin de cuentas, sólo era un doncel.

Oyó los lamentos y sintió un golpe de aire helado. Dejó la espátula en el cubo.

—Sí, sí, te oigo —murmuró—. Espero que te acostumbres a tener compañía, porque no pienso irme de aquí.

Una puerta se cerró de golpe. Ahora le divertían aquellas representaciones continuas. Pasos, crujidos, susurros y lamentos. Era casi como si él formara parte de todo aquello. Decidió que era el conservador. Hacía la casa habitable para los que no podían marcharse nunca.

Pensó que era una pena que ninguno de los residentes permanentes hiciera jamás una aparición. Sería toda una experiencia poder verlos además de oírlos. Un escalofrío involuntario subió por su espalda, como si unos dedos recorrieran su columna.

Además de oírlos y sentirlos, rectificó.

Unos pasos sonaron por el pasillo cuando empezó a aplicar la siguiente capa. Para su sorpresa, se detuvieron justo en la puerta. Vio el picaporte que empezaba a bajar un momento antes de que se apagara la lámpara con que trabajaba, sumiéndolo en la oscuridad.

Habría sido capaz de hacer cualquier cosa antes de reconocer que su corazón se detuvo. Murmuró una maldición y se frotó las manos, repentinamente sudorosas, en los pantalones. Avanzó a ciegas hacia la puerta, que se abrió de golpe, golpeándolo en la cara.

 

Ahora no murmuraba maldiciones; las gritaba. El golpe le había hecho daño, y su nariz había empezado a sangrar.

Oyó el grito y vio la figura fantasmagórica entre las sombras del vestíbulo. Sin dudarlo, se abalanzó sobre ella como una bala. El fantasma que le había hecho sangre se las iba a pagar.

Tardó unos segundos en darse cuenta de que lo que se debatía entre sus manos era un ser humano, y unos segundos más en reconocer el olor.

Lo había hechizado por completo, pensó con amargura.

—¿Qué demonios haces?

—¿Jongin? —gimió, alzando los brazos en la oscuridad para golpearlo en la barbilla antes de conseguir abrazarlo—. Dios mío, qué susto me has dado. Pensé que... No sé. Así que eras tú.

—Lo que queda de mí. ¿Qué haces aquí?

Le apartó un poco para mirarle. La lámpara que había colgada en la parte superior de la escalera alcanzaba a iluminar débilmente su piel pálida y sus enormes ojos.

—He comprado unas cuantas cosas en una subasta, y he pensado que... ¡Estás sangrando!

—No me digas —se pasó la mano por debajo de la nariz—. Por lo menos, creo que no me la has vuelto a romper. Aunque te ha faltado poco.

—Yo... ¿Te he golpeado con la puerta? Lo siento. Toma —dijo, entregándole un pañuelo—. Lo siento muchísimo —repitió, limpiándole él mismo la sangre—. Estaba... No me di cuenta.

Indefenso, intentó ocultar una carcajada o un hipo. Al final, no pudo contenerse.

Se llevó las manos al estómago y rompió a reír.

—¿Qué tiene eso de gracioso?

—Lo siento, no puedo evitarlo. Pensé que... No sé qué pensé. Los oí, o la oí, o lo que sea. Subí para ver si se veía algo, y, de repente, te abalanzaste sobre mí.

—Tienes suerte de que no te haya dado un puñetazo.

—Ya lo sé, ya lo sé.

Le miró con los ojos entrecerrados, mientras se retorcía de risa.

—Es más, tienes suerte de que no te lo dé ahora.

—Ayúdame a levantarme —dijo, frotándose los ojos—. Tenemos que detener la hemorragia.

—No te preocupes por mí —dijo, cogiéndolo de la muñeca para levantarla sin mucha delicadeza.

—¿Te he asustado? —preguntó Kyungsoo, intentando sonar amable.

—No digas tonterías.

—Pero oíste... Lo oíste, ¿verdad?

—Desde luego, claro que lo oí. Se oye durante toda la noche, y de día, de vez en cuando.

—¿Y no te molesta?

—¿Por qué iba a molestarme? —preguntó,intentando mirarle con desdén—. También es su casa.

—Supongo que sí.

 

Miró a su alrededor. La cocina estaba muy destartalada. Habían instalado una pequeña nevera, una cocina de la que sólo funcionaban dos hornillos, y una puerta sobre caballetes que hacía las veces de mesa. Jongin fue directamente al fregadero y abrió el grifo de agua fría. Se inclinó y se lavó la cara. Kyungsoo dobló las manos, adoptando una pose avergonzada.

—Lo siento muchísimo, Jongin. ¿Te duele?

—Sí.

Cogió un trapo y se secó el rostro. Sin decir otra palabra, abrió la nevera y sacó una cerveza.

—Ha dejado de sangrar.

Abrió la botella y vació un tercio de un trago. Kyungsoo decidió que, dadas las circunstancias, podía intentarlo de nuevo.

—No vi tu coche. Por eso no pensé que hubiera nadie aquí.

—Me ha traído Kris —dijo Jongin, considerando que, dadas las circunstancias, podía dejar de ser desagradable con el menor—. Se supone que esta noche caerá una tormenta de nieve, así que pensé que, si traía el coche, se enterraría. Iba a quedarme a dormir, aunque siempre podría ir andando al pueblo en caso necesario.

—Supongo que eso lo explica.

—¿Quieres una cerveza?

—No, gracias. No bebo cerveza.

—Pues no nos queda champán.

—La verdad es que debería marcharme cuanto antes. Ya ha empezado a nevar. Había venido a dejar los candelabros y el juego de atizadores que he comprado. No podía esperar para verlos en su sitio.

—¿Y qué tal quedan?

—No lo sé. Lo dejé todo en el vestíbulo cuando entré y oí la... función nocturna.

—Así que decidiste salir a cazar fantasmas en vez de decorar.

—Algo parecido. En fin, pondré los candelabros en su sitio antes de marcharme.

Jongin cogió su cerveza y la siguió.

—Espero que te hayas tranquilizado desde esta mañana.

—No exactamente —lo miró de reojo mientras caminaban hacia el vestíbulo—. Aunque me encuentro mejor ahora que te he hecho sangrar por la nariz, aunque haya sido sin querer. Te comportaste como un estúpido.

Jongin entrecerró los ojos mientras Kyungsoo cogía la caja que había dejado en el vestíbulo y se dirigía al salón.

—Sólo quería dejar clara mi postura. A algunas personas les gusta la sinceridad.

—A algunas personas les gustan los estúpidos. A mí no. A mí me gustan los buenos modales y el tacto. Cosas de las que careces, por supuesto —se volvió y sonrió—. Pero creo que, dadas las circunstancias, deberíamos pactar una tregua. ¿Quién te rompió la nariz por primera vez?

—Chanyeol, cuando éramos pequeños. Nos estábamos peleando en el granero, y él tuvo suerte.

Kyungsoo pensó que jamás comprendería por qué el amor fraternal de los Kim incluía roturas de tabiques nasales

—¿Vas a dormir aquí? —preguntó, señalando el saco de dormir que había junto a la chimenea.

—Ahora mismo es la habitación más caldeada. Y la más limpia. ¿Cuáles son esas circunstancias que justifican la tregua?

—No dejes ahí esa botella sin un posavasos. No puedes tratar las antigüedades como si fueran...

—¿Muebles? —interrumpió, cogiendo un posavasos de la cesta plateada—. ¿A qué circunstancias te refieres, Kyung?

—Para empezar, a nuestra actual relación comercial —se desabrochó el abrigo mientras caminaba hacia la ventana—. Los dos intentamos conseguir lo mismo con esta casa, de modo que no tiene sentido que nos dediquemos a pelearnos. ¿Qué te parecen los atizadores? —preguntó, sacándolos de la caja—. Habrá que limpiarlos un poco.

—Seguro que van mejor que la barra de hierro que he estado usando.

Se metió las manos en los bolsillos y miró a Kyungsoo, que llevaba el soporte junto a la chimenea y colgaba cuidadosamente cada pieza en su sitio.

—No sé qué habrás usado, pero es una buena hoguera. Sigo buscando la pantalla protectora adecuada. Ésta no encaja biendel todo. Quedaría mejor en una de las habitaciones de arriba. Supongo que querrás arreglar todas las chimeneas.

—Sí, claro.

Se dio cuenta de que sólo hacía unas semanas que lo conocía. No entendía por qué estaba tan seguro de que estaba luchando consigo mismo. Iluminado por la luz de la hoguera, con la espalda completamente recta y el pelo que ocultaba la mirad de su ojo, parecía relajado y confiado, completamente cómodo. Tal vez se trataba de la forma en que entrelazaba los dedos, o del hecho de que evitaba mirarlo.

Pero estaba seguro de que estaba librando una batalla interior.

—¿A qué has venido, Kyung?

—Ya te lo he dicho —respondió volviendo junto a la caja—. Tengo más cosas de la subasta en el coche, pero todavía no están terminadas las habitaciones adecuadas. Pero estos candelabros quedarán muy bien aquí. También tengo un jarrón. Deberías tenerlo siempre lleno de flores frescas.

Desenvolvió cuidadosamente dos candelabros de cristal y un jarrón, y los dispuso en el lugar adecuado. —Los tulipanes quedarán muy bien, pero el problema es que sólo se consiguen en invierno —prosiguió, colocando en los candelabros las dos velas blancas que había llevado—. Pero también quedará muy bien lleno de gerberas, o de rosas —se obligó a sonreír antes de volverse—. ¿Qué te parece?

Sin decir nada, Jongin cogió una caja de cerillas de madera de la repisa de la chimenea y se acercó para encender las velas. Después, se quedó mirando las dos pequeñas llamas gemelas.

—Funcionan.

—Me refiero al efecto general de la habitación.

Era la excusa perfecta para apartarse de él y ponerse a recorrer la estancia.

—Está perfecta. No esperaba menos de ti.

—Yo no soy perfecto —se apresuró a responder, sorprendiéndolo y sorprendiéndose—. Me pones nervioso cuando dices esas cosas. Siempre intenté ser perfecto, pero soy humano. No estoy cuidadosamente distribuido, como esta habitación, con cada pieza en su sitio, por más que me esfuerce. Soy un caos —se pasó la mano por el pelo, nervioso—. Pero antes no lo era. Antes no. No; quédate ahí —se apartó rápidamente cuando Jongin se acercó—. Quédate ahí, por favor.

Frustrado, alargó las manos, como si quisiera alejarlo. Jongin se quedó mirándolo, en silencio.

—Esta mañana me asustaste —prosiguió Kyungsoo—. También me enfadé contigo, pero sobre todo, me asusté.

A Jongin no le resultaba nada fácil no tomarle entre sus brazos.

—¿Cómo?

—Nadie me había deseado nunca como tú. Sé que me deseas —se detuvo y se frotó los brazos con las manos—. Me miras como si ya supieras cómo iba a ser. Y yo no puedo controlarlo.

—Pensaba que te cedía el control al decirte que tomes tú la iniciativa.

—No, no —repitió, haciendo aspavientos—. No tengo ningún control sobre lo que siento. Tienes que saber eso. Sabes exactamente cómo afectas a la gente.

—No estamos hablando de la gente.

—Sabes exactamente cómo me afectas a mí—espetó, casi con un grito, antes de intentar recobrar la compostura—. Sabes que te deseo. ¿Por qué no iba a desearte? Como tú dijiste, somos adultos que sabemos lo que queremos. Y cuanto más me aparto, más estúpido me siento.

Los ojos de Jongin quedaban a la sombra. Kyungsoo no podía ver su expresión.

—¿Esperas que me quede cruzado de brazos mientras me dices todo eso?

—Espero ser capaz de tomar una decisión sensata y racional. No quiero que mis glándulas puedan más que mi cerebro —resopló exasperado—. Pero después te miro y me apetece arrancarte la ropa.

Jongin tenía que reír. Era la manera más segura de desactivar la bomba que tenía en su interior.

—No esperes que te pida que no lo hagas—dio un paso al frente, y Kyungsoo saltó hacia atrás como si hubiera accionado un resorte—. Espera a que me termine la cerveza. La necesito—murmuró, levantando la botella y bebiendo un largo trago—. Así que vamos a ver. ¿Qué es lo que tenemos aquí? Dos personas adultas, solteras y sin compromiso, que desean lo mismo la una de la otra.

—Y que apenas se conocen —añadió Kyungsoo—. Que apenas han arañado la superficie de cualquier tipo de relación. Que deberían tener el sentido común suficiente como para no lanzarse al ode cabeza como si fuera una piscina.

—Yo nunca me tomo la molestia de probar el agua.

—Yo sí. Me meto muy poco a poco —se obligó a mantener la calma y volvió a entrelazar las manos—. Para mí es importante saber exactamente dónde me estoy metiendo, a dónde voy.

—¿Nunca improvisas?

—No. Cuando planeo algo, me atengo a los planes. Así es como yo funciono —se dijo que ya se había calmado, que ya pensaba de forma racional—. He tenido mucho tiempo para pensar mientras iba en coche a Pensilvania y volvía. Tenemos que decelerar un poco, examinar detenidamente la escena general.

Se preguntó por qué, si estaba tranquilo, no podía dejar de retorcer su chaqueta y dar vueltas a sus anillos.

—Es como esta casa —continuó rápidamente—. Has terminado una habitación, y es muy bonita, es maravillosa. Pero no emprendiste este proyecto sin tener un plan completo sobre lo que vas a hacer con el resto. Creo que la intimidad se debe planear con tanto cuidado como la renovación de una casa.

—Parece razonable.

—Bien —respiró profundamente y expulsó el aire—. Por tanto, daremos unos cuantos pasos atrás para ver las cosas con mayor claridad. Es el camino más razonable y responsable.

Sus manos seguían temblando cuando cogió el abrigo.

Jongin dejó la cerveza sobre el posavasos.

—¿Kyung?

—¿Sí? —preguntó, deteniéndose para mirarlo mientras caminaba hacia la puerta.

—Quédate.

Kyungsoo sintió que su cuerpo dejaba de responder. Dejó escapar todo el aire de sus pulmones, con un suspiro entrecortado.

—Pensé que no me lo ibas a pedir nunca.

Con una risa nerviosa, se lanzó a sus brazos.  

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Comments

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Endika #1
Chapter 4: Buenisima historia. Sería genial que Kai tuviese competencia
norare #2
Chapter 3: Jaja no deseaba impresionarlo, pero ya está muerto de curiosidad por él. No me esperaba ese beso *-*
Por cierto en algunas partes hay cambio a género femenino de pronombres, determinantes y adjetivos referidos a Kyungsoo, estabas escribiendo la historia inicialmente como genderbender? Estoy confusa >.<
norare #3
Chapter 2: Hola! Está muy interesante y muy bien escrito, se nota que le pones esmero y sabes como llamar la atención del lector, me está gustando mucho, y sólo hay un capítulo ^^
Espero leerte pronto y saber más de los Kim, Kyungsoo y Jongin y sus fantasmas :)