Cap-3

Recordando el ayer [KaiSoo]

Era un buen sonido. El ruido de los martillos, el zumbido de las sierras, el chirrido de los taladros. El conjunto parecía una composición musical, y Wynonna tarareaba para añadir más realismo a la escena.

Era un ruido, la música del trabajo, que Jongin había oído durante toda su vida. Era distinto del traqueteo de la granja de ordeñado, del sonido del tractor en el campo. Lo prefería. Lo había elegido el día en que se marchó de Antietam.

Probablemente, los trabajos de construcción lo habían salvado. No tenía ningún problema a la hora de admitir que era una bala perdida cuando abandonó el condado de Washington una década atrás, montado en su Harley de segunda mano. Pero necesitaba comer, de modo que tuvo que trabajar.

Se había ceñido un cinturón lleno de herramientas y había sudado hasta librarse de sus frustraciones.

Aún recordaba el momento en que había dado unos pasos hacia atrás y había contemplado la primera casa en cuya construcción había colaborado. De repente, tuvo la impresión de que no todo lo que hacía carecía de importancia. Podía hacer algo por sí mismo.

Ahorró, sudó y aprendió.

La primera casa que compró, en Florida, era un simple agujero. Había respirado polvo de construcción y había dado mazazos hasta que sus músculos dejaban de responder. Pero vendió la casa, una vez reformada, y utilizó el dinero para comprar otra y trabajar en ella. Para volver a venderla con el valor añadido de su trabajo.

En cuatro años, la pequeña empresa llamada Kim había ganado la reputación de ser fiable, rápida y de alta calidad. Aun así, nunca había dejado de volver la vista atrás. Ahora, en el salón de la mansión de los Choi, entendió que había recorrido el círculo completo. Iba a hacer algo en el pueblo del que había escapado. No había decidido aún si se quedaría o no después de terminar. Pero, por lo menos, dejaría su marca.

 

Agachado frente a la chimenea, Jongin examinó el mármol para comprobar que no había sufrido daños. Ya había empezado a trabajar en ella. Se dijo con satisfacción que arreglaría el tiro. Lo primero que haría en cuanto terminara con ella, sería encenderla. Quería contemplar las llamas y calentarse las manos en ellas.

Necesitaría el juego de atizador, fuelle y tenazas perfecto, y el perfecto protector. Podía confiar en Kyungsoo para que lo encontrara. Con una sonrisa, cogió la espátula para mezclar un cubo de cemento blanco. Tenía la impresión de que podía confiar en Kyungsoo casi para cualquier cosa.

Empezó a restaurar la piedra con cuidado y precisión.

—Creía que el jefe se sentaría en una mesa de despacho para hacer números.

Jongin miró a su espalda y levantó una ceja. Chanyeol estaba en el centro de la habitación, con una bayeta debajo de cada uno de sus relucientes zapatos. Por algún motivo, no parecía fuera de lugar con su traje de tres piezas.

—Eso es para los abogados y los contables.

Chanyeol se quitó las gafas de sol y se las metió en el bolsillo del abrigo.

—Piensa en lo que sería el mundo sin nosotros.

—Un lugar más habitable —tiró la espátula al cubo de cemento y miró detenidamente a su hermano—. ¿Vas a un entierro?

—Tenía una reunión de negocios por aquí cerca, de modo que pensé en pasarme para saludarte —miró a su alrededor—. ¿Qué tal te van las cosas?

—Bien —suspiró, negando con la cabeza, cuando Chanyeol le ofreció un cigarro—. Échame el humo, por favor. Dejé de fumar hace diez días.

—¿Te estás reformando? —preguntó Chanyeol, acercándose a él—. No está nada mal.

—¿Que no está nada mal? ¿Sabes lo difícil que es encontrar una chimenea de mármol rosa de esta época intacta?

—¿Quieres que te eche una mano?

Jongin miró hacia abajo con incredulidad.

—Vas vestido de abogado.

—Me refiero al fin de semana.

—Siempre me viene bien un poco de ayuda —complacido con la oferta, volvió a coger la espátula—. ¿Estás en forma?

—Tanto como tú.

—¿Sigues trabajando fuera? —dio un puñetazo en el bíceps de su hermano para comprobarlo—. Sigo pensando que los gimnasios son para debiluchos.

Chanyeol le tiró el humo a la cara.

—¿Debilucho? Un día de éstos te enseñaré lo débil que soy.

—Vale, cuando no vayas tan bien vestido —inhaló el humo que le lanzó su hermano—. Te agradezco que te hayas encargado de las escrituras de esta casa.

—Aún no has recibido mi factura —sonrió y se puso en pie—. Pensé que estabas loco cuando me llamaste para decirme que querías comprarla. Después, eché unos números y me di cuenta de que estabas rematadamente loco. No te ha costado mucho, pero te gastarás el doble de lo que te ha costado en hacerla habitable.

—El triple —corrigió Jongin con una sonrisa—, para dejarla tal y como la quiero.

—¿Qué quieres hacer con ella?

—Dejarla como estaba —respondió mientras nivelaba el interior de la chimenea con el cemento.

—Te va a resultar difícil —murmuró Chanyeol—. Veo que no te ha costado mucho conseguir trabajadores. Creí que nadie querría entrar aquí, considerando la reputación del lugar.

—El dinero es muy convincente. Aunque esta mañana he perdido a un fontanero —comentó divertido—. Dice que alguien le puso la mano en el hombro mientras cambiaba una cañería. Cuando llegó a la carretera, seguía corriendo. No creo que vuelva.

—¿Has tenido más problemas?

—Nada para lo que necesite un abogado.Por cierto, ¿has oído el chiste del abogado y la serpiente de cascabel?

—Los he oído todos —respondió con sequedad.

Jongin rió y se limpió las manos en los pantalones.

—Te va muy bien. A mamá le gustaría verte vestido de lechuguino. Es raro eso de estar en la granja. Casi siempre estamos Sehun y yo a solas. Kris pasa la mitad de las noches en la comisaría, y tú estás en esa casa de lujo de la ciudad. Cuando oigo a Sehun levantarse por las mañanas, aún es denoche. El muy imbécil se pone a silbar, como si ir a ordeñar en una mañana de enero fuera la ocupación más agradable del mundo.

—Siempre le ha gustado. Él es quien mantiene este lugar con vida.

—Ya lo sé.

Chanyeol reconoció el tono y sacudió la cabeza.

—Tú también hiciste algo. El dinero que enviaste sirvió para relanzar esto —miró por la ventana con expresión sombría—. Estoy pensando en vender la casa de Hagerstown —como Jongin no respondía, volvió a mirarlo—. Después del divorcio, me pareció que lo mejor que podía hacer era conservarla. El mercado estaba muy mal, y Dara no la quería.

—¿Sigue enfadada?

—No. Nos divorciamos hace tres años, y nos comportamos como personas civilizadas. Simplemente, nos habíamos hartado el uno del otro.

—Nunca me cayó bien.

Chanyeol apretó los labios.

—Ya lo sé. El caso es que estoy pensando en vender la casa y quedarme en la granja durante una temporada hasta encontrar el lugar adecuado.

—A Sehun le gustaría. Y a mí también. Te he echado de menos. No supe cuánto hasta que volví —volvió a llenar la espátula de cemento—. ¿Así que quieres dedicar el sábado al trabajo honrado, por variar?

—Tú pones la cerveza.

Jongin asintió y se levantó.

—Déjame ver tus manos, chico de ciudad.

La respuesta de Chanyeol fue breve, clara y concisa. Y la dio en el preciso momento en que Kyungsoo entraba en la habitación.

—Lávese la boca con jabón, señor procurador —dijo Jongin, sonriendo—. Hola, cariño.

—¿Interrumpo algo?

—No. Este deslenguado es mi hermano Chanyeol.

—Ya lo conozco. Es mi abogado. ¿Qué tal estás?

—Hola, Kyung —Chanyeol tiró la colilla en una lata vacía de cerveza—. ¿Qué tal van los negocios?

—Viento en popa, gracias a tu hermano —se dirigió a Jongin—. Tengo una serie de presupuestos, cálculos, sugerencias y muestras de pintura y tejido, y creo que te interesaría verlo.

—Veo que has estado trabajando. ¿Quieres tomar algo? —preguntó, dirigiéndose a una nevera portátil.

—No, gracias.

—¿Y tú, Chanyeol?

—Dame algo sin alcohol para el camino. Tengo otra cita dentro de un rato.

Jongin le lanzó una lata de refresco. Chanyeol la cogió al vuelo y se sacó las gafas de sol del bolsillo.

—Os dejaré con vuestros negocios —se despidió—. Me alegro de haber vuelto a verte, Kyungsoo.

—El sábado —gritó Jongin mientras Chanyeol salía del salón—. A las siete y media de la mañana. Y no vengas con traje de chaqueta.

—No tenía intención de echarlo —dijo Kyungsoo.

—No lo has echado. ¿Quieres sentarte?

—¿Dónde?

—Aquí —dijo, indicándole un cubo vuelto del revés.

—Muy amable por tu parte, pero me puedo quedar de pie. Ésta es mi hora libre.

—Creo que el jefe no se enfadaría si te fueras a comer.

—Yo creo que sí —dijo, abriendo el maletín para sacar dos gruesas carpetas—. Está todo aquí. Cuando hayas tenido tiempo para mirarlo, dímelo.

Dicho aquello, empezó a marcharse. Jongin se volvió para mirarle.

—Desde luego, eres directo.

—Cuando se sabe lo que se quiere, no es necesario perder el tiempo.

—¿Qué te parece una cena?

Kyungsoo lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Una cena?

—Esta noche. Para charlar sobre esto —aclaró, señalando las carpetas—. Así ganaremos tiempo.

—Supongo que sí —dijo sin dejar de fruncir el ceño.

—¿Qué te parece a las siete? Iremos al Lamplighter.

—¿A dónde?

—Al Lamplighter. Ese pequeño restaurante que está en la calle de la iglesia.

—El único comercio que hay ahí es un videoclub.

—Vaya. Pues antes era un restaurante. Y tu tienda era una ferretería.

—Supongo que hasta los pueblos cambian.

—Sí. ¿Te gusta la comida italiana?

—Sí, pero el restaurante italiano más cercano está al otro lado del río. Podemos quedar en la cafetería de Ed.

—No. Iremos al italiano. Pasaré a buscarte sobre las seis y media —se sacó el reloj del bolsillo para mirar la hora—. Sí, me dará tiempo.

—Qué bonito.

Sin pensarlo, Kyungsoo caminó hacia él y sujetó su muñeca con la mano para mirar el reloj de bolsillo.

—Vaya, de mediados del siglo pasado —dio la vuelta al reloj para mirar la carcasa—. De plata, en buenas condiciones. Te doy setenta y cinco dólares por él.

—A mí me costó noventa.

Kyungsoo rió y se echó el pelo hacia atrás.

—Pues conseguiste una ganga. No debe ser fácil encontrar algo así por menos de ciento cincuenta —lo miró detenidamente—. Nunca habría pensado que usaras reloj de bolsillo.

—Si llevara un reloj de pulsera mientras trabajo, lo destrozaría —deseaba tocarle; estaba tan inmaculado que la ideade mancharle le parecía irresistible—. Es una pena que tenga las manos sucias.

Kyungsoo soltó su muñeca y se frotó las manos.

—Y la cara. Pero sigues estando guapo —se puso el maletín al hombro y dio un paso atrás—. Entonces, a las seis y media. No olvides las carpetas.

 

Se había cambiado de ropa tres veces. Cuando se dio cuenta, se reprendió por ello. Se dijo que era una cena de negocios, nada más. Su aspecto era importante, pero no tanto.

Se mordió el labio y se preguntó si no se podría haber puesto de todas formas los pantalones negra y la camisa ajustada.

Indignado consigo mismo, cogió el cepillo. La sencillez era lo mejor. Aquel restaurante era desenfadado, de ambiente familiar. Había quedado para hablar de negocios. La chaqueta, los vaqueros oscuros y la camisa de seda de color verde constituían una indumentaria adecuada. No tenía nada de malo que se colocara un broche.

Dejó el cepillo y se puso las botas de antes. No estaba dispuesto a caer en la trampa de pensar que habían concertado aquella cita para algo más que para hablar de negocios. No quería salir con Kim Jongin. Precisamente en aquel momento en que sus negocios marchaban muy bien, no quería salir con nadie.

Siempre trazaba los planes con mucha meticulosidad y adelanto, y no se había planteado la posibilidad de mantener una relación por el momento. Aún tendría que esperar tres años como mínimo. No estaba dispuesto a cometer el mismo error que su madre y depender de alguien a nivel emocional y financiero. Más adelante, si lo decidía y cuando lo decidiera, pensaría en la posibilidad de compartir su vida con alguien.

Nadie iba a decirle si podía trabajar o no. Nunca tendría que rogar a un hombre que le diera un poco de dinero para comprarse un vestido nuevo. A lo mejor, a sus padres les gustaba vivir así; desde luego, parecían contentos. Pero aquélla no era la vida que quería Do Kyungsoo.

Era una verdadera pena que Jongin fuera tan peligroso y atractivo. Y tan puntual, añadió cuando oyó el primer golpe en la puerta.

Confiado de nuevo después de haberse recordado sus objetivos, salió del dormitorio, atravesó el pequeño salón y abrió la puerta.

Era una verdadera pena, se repitió al verlo.

Jongin le dedicó su arrebatadora sonrisa, y sus maravillosos ojos verdes la recorrieron.

—Qué guapo estás.

Antes de que Kyungsoo pudiera reaccionar, los labios de Jongin rozaron los suyos.

—Voy a coger mi abrigo —empezó a decir—. ¿Qué es eso?

—¿Te refieres a esto? —preguntó Jongin, alzando las bolsas que llevaba—. La cena. ¿Dónde está la cocina?

—Creía... —Jongin ya había entrado, cerrando la puerta a su paso—. Creía que dijiste que íbamos al restaurante italiano.

—No, sólo te dije que íbamos a cenar comida italiana. Qué casa más bonita —añadió, mirando a su alrededor con aprobación.

—¿Quieres decir que vas a preparar la cena?

—Es la forma más rápida de llevarse a una persona a la cama evitando el contacto físico. ¿Es esto la cocina? —preguntó, deteniéndose frente a una puerta.

Cuando consiguió cerrar la boca, Kyungsoo lo siguió.

—¿No crees que eso depende de lo bien que cocines?

Jongin sonrió y empezó a sacar las cosas de las bolsas.

—Ya me dirás qué te ha parecido. ¿Tienes una sartén?

—Claro que sí —dijo, abriendo el armario para que eligiera una.

—Caerás rendido ante mis ziti con tomate y albahaca.

—¿Ziti? Te lo diré después de comer.

Sacó una cacerola para hervir la pasta y se la entregó.

Después de meter la pasta en agua y ponerla al fuego, Jongin se puso a lavar verduras para la ensalada.

—¿Dónde aprendiste a cocinar?

—Los cuatro sabemos cocinar. ¿Tienes un cuchillo grande? Mi madre no creía en la división entre el trabajo de mujeres y el trabajo de hombres. Gracias —añadió, cogiendo el cuchillo.

Se puso a cortar la cebolla con tal rapidez y seguridad que Kyungsoo levantó las cejas, sorprendido.

—Los ziti no me suenan a comida de granja.

—Su abuela era italiana. ¿Te puedes quedar un poco más cerca?

—¿Por qué?

—Hueles bien. Me gusta olerte.

Kyungsoo hizo caso omiso de su comentario y del vuelco que le dio el corazón. Cogió la botella de vino para escudarse.

—Será mejor que abra esto.

Después de dejar el vino abierto en la encimera para que se oreara, abrió un armario para sacar la ensaladera. Cuando Jongin le pidió que pusiera algo de música, fue al salón y puso a Count Basie, a poco volumen. Se preguntó por qué le parecería tan atractivo Jongin con las mangas subidas, cortando zanahorias.

—No abras ese aceite de oliva —le dijo—. Yo tengo.

—¿Virgen, de un grado?

—Por supuesto —dijo, sacando la botella.

—¡Dios mío! ¡Consumes aceite de oliva! ¿Te quieres casar conmigo?

—Claro. El sábado tengo un rato libre.

Divertida al ver que Jongin no encontraba una respuesta rápida, sacó unas copas del armario.

—El sábado tengo que trabajar —dijo, dejando la ensalada a un lado.

—No es una excusa muy original.

 

Jongin estaba encantado con él. Le gustaban las personas que no se rendían rápidamente. Se acercó a Kyungsoo, que estaba sirviendo el vino.

—Dime que te gusta ver los partidos de béisbol por televisión las noches de verano y soy todo tuyo.

—Lo siento. Me aburre el deporte.

Se acercó más a él. Kyungsoo dio un paso atrás, con una copa de vino en cada mano.

—Me alegro de haber descubierto ese defecto ahora, antes de que tengamos seis hijos y un perro.

—Estás de suerte.

—Me gusta esto —dijo, rozando con un dedo el lunar que tenía en el cuello.

Se acercó un poco más y le desabrochó los botones de la chaqueta.

—¿Por qué haces siempre eso?

—¿A qué te refieres?

—A tu manía de desabrocharme los botones.

—Por practicar —sonrió con rapidez—. Además, siempre tienes un aspecto tan impecable que no puedo resistir la tentación de desaliñarte un poco.

La retirada de Kyungsoo terminó cuando se quedó entre el lateral de la nevera y la pared.

—Me parece que estás arrinconado, querido.

Se movió lentamente, pasando las manos alrededor de su cintura, encajando su boca en la de Kyungsoo. Sin prisa, recorrió con los dedos su caja torácica, deteniéndose justo antes de llegar a su pecho.

 

Kyungsoo no pudo evitar que su corazón se acelerase y que sus labios respondieran.

La lengua de Jongin los recorrió, se introdujo entre ellos, se juntó con su lengua. Su sabor era muy masculino, y alcanzaba su centro como una flecha el centro de la diana.

El resquicio de su mente que aún funcionaba le advirtió que sabía exactamente cómo afectaba Jongin a las personas. A todas las mujeres y donceles. A cualquiera. Pero a su cuerpo no parecía importarle.

Su sangre empezó a hervir en sus venas; su piel empezó a temblar, sacudida por miles de pequeñas explosiones. Estaba segura de que podía sentir cómo se derretían sus huesos.

 

A Jongin le resultaba excitante observarlo. Con los ojos abiertos, cambió el ángulo del beso, grado a grado. Encontraba muy seductor el movimiento de sus pestañas, el color que adquirían sus mejillas a causa del deseo. Y le encantó la forma en que tembló ligeramente cuando rozó sus pezones con los dedos.

Se esforzó para no seguir por aquel camino.

—Cada vez es mejor —susurró a su oído—. Vamos a volver a intentarlo.

—¡No!

Kyungsoo se sorprendió al comprobar que había dicho exactamente lo contrario de lo que deseaba. Colocó una copa de vino contra el pecho de Jongin, para defenderse.

Kyungsoo miró la copa y volvió a fijar la vista en su rostro. Sus ojos no sonreían; la miraban con mucha intensidad. A pesar de su sentido común, sentía la tentación de no pensar en las consecuencias.

—Te tiembla la mano, Kyung.

—Ya lo sé.

Hablaba con cuidado, consciente de que la palabra incorrecta, el movimiento incorrecto, haría que lo que Jongin ocultaba en sus ojos se desencadenara. Y él lo permitiría. Estaba deseando permitirlo.

Aquello era algo sobre lo que tendría que pensar detenidamente.

—Coge el vino, Jongin. Es tinto. Te dejaría una mancha muy difícil de limpiar en la camisa.

Durante un momento, Jongin no respondió. Una necesidad que no podía comprender y con la que no contaba lo tenía paralizado. Notaba que Kyungsoo tenía miedo de él, y decidió que hacía bien. Una persona como él no podía imaginar de qué sería capaz un hombre como él.

Cogió la copa y brindó con la de Kyungsoo, haciendo tintinear el cristal. Después, se volvió a la cocina.

Kyungsoo se sentía como si se hubiera librado por los pelos de caer por un precipicio, y se dio cuenta de que ya se había arrepentido de no haber seguido.

—Creo que tengo algo que decirte —respiró profundamente y bebió un largo trago de vino—. No voy a fingir que no me siento atraído por ti o que no me ha gustado, cuando es evidente que ocurre lo contrario.

Intentando tranquilizarse, Jongin se apoyó en la encimera y le observó por encima de su copa.

—¿Y?

—Y... —se echó el pelo para atrás—. Y creo que las complicaciones son... complicadas. No quiero, quiero decir, no creo... —cerró los ojos y bebió otro trago—. Vaya. Estoy tartamudeando.

—Ya lo he notado, pero no te preocupes. Eso me hace sentir muy bien.

—Con lo engreído que eres, no creo que algo así te pueda afectar —se aclaró la garganta—. No dudo que irse a la cama contigo debe ser algo memorable. Y no me sonrías así.

—Lo siento —dijo sin dejar de sonreír—. Me ha hecho gracia tu elección de palabras. Me gusta eso de memorable. Pero no hace falta que intentes explicarte. Creo que te entiendo. Quieres pensar en ello, y hacer el siguiente movimiento cuando estés preparado.

Kyungsoo lo consideró y asintió lentamente.

—Sí, más o menos.

—Bien. Mi punto de vista es éste —encendió el fogón de la sartén y le puso aceite—. Te deseo, Kyungsoo. Empecé a desearte en cuanto entré en la cafetería y te vi sentado con el pequeño Tao, tan planchadito.

Kyungsoo se esforzó por contener el peso que sentía en el estómago.

—¿Por eso me ofreciste el trabajo?

—Eres demasiado inteligente como para hacer una pregunta así. Esto es o. El o es algo personal.

—De acuerdo —volvió a asentir—. De acuerdo.

Jongin cogió un tomate y lo examinó.

—El problema, tal y como yo lo veo, es que a mí no me gusta mucho meditar sobre estas cosas. Por mucho que intentemos maquillarlo, el o es algo animal. Olor, contacto, sabor. Pero eso es lo que opino yo, y en este asunto tomamos parte los dos. Así que puedes seguir con tus meditaciones.

Confundido, Kyungsoo se quedó mirándolo mientras elegía un diente de ajo.

—Intento decidir si esperas que te dé las gracias por ello.

—En absoluto —dio un golpe al ajo con la hoja del cuchillo para desprender la piel—. Sólo

quiero que me entiendas, como yo intento entenderte a ti.

—Vaya, qué progresista.

—No tanto. Te aseguro que te volveré a hacer tartamudear. Puedes estar seguro.

Kyungsoo cogió el vino y rellenó las copas.

—Pues yo te aseguro que cuando decida avanzar, si es que lo decido, serás tú quien tartamudee.

Jongin tiró el ajo picado al aceite.

—Me gusta tu estilo, querido. Me gusta muchísimo tu estilo.  

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Comments

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Endika #1
Chapter 4: Buenisima historia. Sería genial que Kai tuviese competencia
norare #2
Chapter 3: Jaja no deseaba impresionarlo, pero ya está muerto de curiosidad por él. No me esperaba ese beso *-*
Por cierto en algunas partes hay cambio a género femenino de pronombres, determinantes y adjetivos referidos a Kyungsoo, estabas escribiendo la historia inicialmente como genderbender? Estoy confusa >.<
norare #3
Chapter 2: Hola! Está muy interesante y muy bien escrito, se nota que le pones esmero y sabes como llamar la atención del lector, me está gustando mucho, y sólo hay un capítulo ^^
Espero leerte pronto y saber más de los Kim, Kyungsoo y Jongin y sus fantasmas :)