Cap-4

Recordando el ayer [KaiSoo]

Los cielos soleados y la brisa procedente del sur hicieron que la nieve empezara a derretirse. Los carámbanos caían, y en los jardines y los campos, los muñecos de nieve empezaban a perder peso. Kyungsoo pasó una semana muy agradable reservando objetos para la casa de los Choi y adquiriendo objetos para su inventario en las subastas.

Cuando el negocio estaba tranquilo, se dedicaba a revisar su detallado plan de decoración para lo que iba a ser el hotel Kim de Antietam.

Incluso en aquel momento, mientras describía los atributos de un mueble antiguo de nogal a una pareja de compradores muy interesados, su mente estaba en la casa.

Aunque no se había dado cuenta aún, estaba bajo su hechizo, igual que Jongin. Pensó que en la habitación principal del segundo piso, debería poner la cama con dosel, el papel pintado con capullos de rosa y el armario de madera satinada. Una romántica y tradicional suite nupcial, completada con flores secas olorosas y jarrones de flores frescas.

La que había sido la sala de reuniones, en la planta baja, estaba orientada al sur.

Por supuesto, Jongin tenía que conseguir las ventanas adecuadas, pero quedaría muy bien en colores veraniegos con un trío de ficus, helechos colgantes y pequeños grupos de sillones floridos y mecedoras.

Junto a la ventana podrían colocar el invernadero, para que en mitad del invierno se pudieran ver los narcisos y los jacintos en flor.

Estaba impaciente por empezar a trabajar allí, por añadirle los pequeños detalles que convertirían la casa en un hogar.

Un hotel, se recordó. Un negocio. Cómodo y encantador, pero temporal. Y no era suyo. Con un esfuerzo, sacudió la cabeza y se concentró en su venta.

—Pueden ver que la marquetería es de primera calidad —continuó, con su tono moderado y agradable—, y las puertas arqueadas tienen el vidrio tallado original.

La mujer miró la etiqueta, y Kyungsoo captó la mirada esperanzada que lanzaba a su marido, menos entusiasta.

—Es una preciosidad, pero me temo que cuesta un poco más de lo que teníamos pensado.

—Lo entiendo, pero en estas condiciones...

Se interrumpió cuando se abrió la puerta. Se enfureció consigo mismo por dar un salto, y después, por sentirse decepcionado al ver que no era Jongin quien había entrado. Antes de poder sonreír para dar la bienvenida a Tao, vio las marcas que tenía en el rostro.

—Discúlpenme un momento, por favor.

Atravesó la tienda rápidamente, acompañado por el tintineo de su pulsera antigua y por el taconeo de sus zapatos. Sin decir una palabra, cogió a Tao del brazo y lo llevó a la trastienda.

—Siéntate —dijo colocándole en una silla—. ¿Tienes algo grave? ¿Necesitas que te lleve al hospital?

—No es nada, sólo...

—Cállate —dijo, poniendo el hervidor de agua en el hornillo—. Perdona. Voy a preparar un té —se dio cuenta de que necesitaba un momento antes de poder enfrentarse a la situación de forma racional—. Mientras hierve el agua, iré a acabar con mis clientes. Quédate aquí y tranquilízate un rato.

—Gracias —dijo Tao avergonzado, con la vista clavada en sus manos.

Diez minutos después, tras haber bajado más de lo normal el precio de la alacena para librarse de sus clientes, Kyungsoo corrió a la trastienda. Se dijo que ya había controlado su cólera, y se prometió que se mostraría comprensivo.

Pero, en cuanto miró a Tao, acurrucado en la silla, impasible ante el hervor del agua, sintió que estallaba.

—¿Cómo es posible que le permitas que te haga esto? ¿Cuándo te vas a cansar de ser el saco de boxeo de ese maldito sádico? ¿Es que va a matarte antes de que te vayas?

Derrotado, Tao clavó los codos en la mesa, hundió el rostro entre las manos y se puso a llorar.

Kyungsoo sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos. Se arrodilló junto a la silla. En su pequeña trastienda que hacía también las veces de despacho, se esforzó por comprender qué sentía una persona víctima de malos tratos.

—Lo siento, Tao. Perdóname. No debería gritarte.

—No debería haber venido —alzó la cabeza, ocultando su rostro con una mano, y se esforzó por recobrar el aliento—. No debería haber venido, pero necesitaba a alguien con quien hablar.

—Claro que deberías haber venido. Has hecho muy bien en venir. Deja que te vea —murmuró, apartándole la mano.

Tenía un enorme golpe, de color morado, que llegaba desde su sien hasta su mandíbula. Uno de sus preciosos ojos grises estaba tan hinchado que apenas se podía abrir.

—Dios mío, Tao, ¿qué ha ocurrido? ¿Me lo puedes contar?

—Songhae no se encuentra muy bien. Lleva unos días con la gripe. Ha faltado mucho al trabajo a causa de su enfermedad, y ayer lo echaron —buscó un pañuelo en su bolso, evitando la mirada de Kyungsoo—. Estaba furioso. Había trabajado ahí durante doce años, pero, como el despido es libre, no dudaron a la hora de ponerlo en la calle. Yo acababa de comprar una lavadora. La estamos pagando a plazos. Y Jungkook quería esas playeras nuevas. Sabía que eran muy caras, pero...

—Para, por favor -dijo Kyungsoo en voz baja, cogiéndole de la mano—. Deja de culparte a ti mismo. No soporto que hagas eso.

—Sé que estoy poniendo excusas.

Respiró profundamente y cerró los ojos. Podía ser sincero, al menos con Kyungsoo. Porque Kyungsoo, en los tres años que hacía que se conocían, había estado siempre dispuesto a ayudarle.

—No tiene gripe —continuó—. Lleva casi una semana borracho continuamente. No lo han echado por faltar al trabajo, sino por presentarse borracho y pelearse con el capataz.

—Así que fue a casa y lo pagó contigo —se levantó para quitar el hervidor del fuego y preparar el té—. ¿Dónde están los niños?

—En casa de mi madre. Me fui a dormir a su casa. Esta vez me ha pegado más que de costumbre.

De forma inconsciente, se llevó la mano a la garganta. Debajo de la bufanda tenía más marcas. Songhae había apretado su cuello hasta que pensó que iba a matarlo. Y casi deseó que lo hiciera.

—Cogí a los niños y me fui a casa de mi madre, porque necesitaba quedarme en algún sitio.

—Has hecho lo correcto —preparado para dejar de recriminarle y darle ánimos, Kyungsoo colocó dos tazas en la mesa—. Es el mejor comienzo.

—No.— Tao rodeó su taza con las dos manos—. Mi madre quiere que volvamos hoy a casa. No está dispuesta a permitir que nos quedemos otra noche.

—Después de verte y después de que le hayas contado lo que te ha hecho, ¿espera que vuelvas?

—Dice que una mujer o doncel tiene que estar con su marido, y que me casé con él para lo bueno y para lo malo.

Kyungsoo nunca había entendido a su propia madre, que relegaba su vida a la de su marido. Pero jamás había oído nada semejante a lo que acababa de escuchar.

—¡Eso es una monstruosidad!

—Mi madre es así —murmuró Tao, haciendo una mueca de dolor cuando el té caliente rozó su labio dolorido—. Está convencida de que si un matrimonio no funciona es porque la mujer o doncel no se esfuerza lo suficiente.

—¿Y tú? ¿Crees que tiene razón? ¿Te sientes responsable por lo que ocurre? ¿Crees que te casaste para lo bueno y para lo malo, aunque lo malo significa que tu marido te dé una paliza cada vez que esté de mal humor?

—Lo intenté. Intenté convencerme. Tal vez era demasiado joven cuando me casé con Songhae. Tal vez cometí un error, pero aun así, pensé que la cosa se podría arreglar. Él no me ha respetado nunca. Ha estado con otros donceles, otras mujeres, y ni siquiera le importaba que yo me enterase. Nunca ha sido fiel, ni amable. Pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? Si intentara abandonarlo, me mataría.

Empezó a llorar, pero con más calma que antes.

—Llevamos diez años casados —prosiguió—. Hemos tenido hijos juntos. Tal vez me resulte más fácil aceptar la situación si me convenzo de que es culpa mía, de que no debí usar el dinero de las propinas para comprar las zapatillas a Jungkook. Y no podíamos permitirnos comprar esa lavadora. Nunca fui bueno en la cama, como las otras personas con las que salía.

Se interrumpió, presa de los sollozos, mientras Kyungsoo seguía mirándole.

—¿Has escuchado lo que tú mismo estás diciendo? —preguntó Kyungsoo—. ¿Te oyes, Tao?

—No puedo seguir con él. Me pega delante de los niños. Antes esperaba a que se fueran a la cama, pero ahora me pega delante de ellos, y dice cosas horribles. Cosas que no deberían oír. Temo que acepten que esta situación es normal para que no les duela, y que reproduzcan de adultos nuestra relación.

—Tranquilo, Tao. Los niños superarán esto. Pero necesitas ayuda inmediatamente.

—He pensado en ello toda la noche.

Se aflojó la bufanda. Al ver las marcas en su piel pálida, Kyungsoo sintió que se le ponían los pelos de punta.

—¡Dios mío! Ha intentado estrangularte.

—No creo que fuera su intención al principio. Quería hacer que dejara de gritar. Pero, de repente, le cambió la cara. Lo vi en sus ojos. No era sólo por la bebida, o por el dinero. Me odiaba por existir. Me volverá a pegar en cuanto pueda. Ya me dan igual sus amenazas; sé que se vengará si hago algo, pero, si me quedo quieto, seguirá como hasta ahora. Tengo que pensar en los niños. Tengo que ir a ver a Kris para poner una denuncia.

—Gracias a Dios.

—Tenía que venir aquí primero, para hacer acopio de fuerzas —se enjugó las lágrimas—. Me va a resultar muy difícil hablar con Kris de esto. Lo conozco desde que éramos pequeños. Claro que tampoco es un secreto que Songhae me pega. No sé cuántas veces se ha presentado en nuestra casa, cuando los vecinos han llamado a la policía. Pero es difícil.

—Voy contigo.

Tao cerró los ojos. Había ido a ver a Regan para tener su apoyo, pero no podía permitir que los demás siguieran dictando su vida.

—No, necesito hacerlo yo solo. No puedo llevar a los niños a casa hasta que no sepa qué va a pasar.

—¿Y el refugio?

Tao negó con la cabeza, con obstinación.

—Llámalo orgullo, pero no estoy dispuesto a permitir que se salga con la suya, a huir con el rabo entre las piernas.

—Muy bien, entonces os quedaréis aquí. Sólo tengo una habitación de invitados, pero nos las arreglaremos.

—No nos podemos meter en tu vida de esa forma.

—Eres el primer amigo que hice cuando llegué aquí. Quiero ayudarte. Deja que te ayude, por favor.

—No te puedo pedir algo así, Kyung. Tengo un poco de dinero ahorrado. Suficiente para pasar un par de días en un hotel.

—No querrás hacerme algo así, ¿verdad? No puedes rechazar mi invitación. Te vas a quedar en mi casa. Por los niños —añadió, sabiendo que la mención de sus hijos inclinaría la balanza.

—Iré a buscarlos después de ver a Kris —no tenía orgullo en lo tocante a los niños—. Te lo agradezco muchísimo, Kyung.

—Yo también te agradezco que hayas tomado esa decisión.

—¿Qué es esto? ¿Una fiesta en horas de trabajo?

Jongin entró en la trastienda y se sentó en una silla antes de ver el rostro de Tao.

Kyungsoo se quedó sin habla al ver que el rostro sonriente de Jongin se endurecía en un instante. Su sonrisa se transformó en una mueca de indignación, y sus ojos se encendieron por la cólera.

Dio un puñetazo en la mesa. Tao se encogió, y Kyungsoo se puso en pie. Antes de que Kyungsoo pudiera interponerse, como si quisiera proteger a su amigo de la visión de otro hombre furioso, los dedos de Jongin acariciaron con suavidad su cara herida.

—¿Ha sido Songhae?

—Fue un accidente —balbuceó Tao.

Jongin profirió un insulto en voz alta y se volvió, con los ojos inyectados en sangre.

Tao se puso en pie y salió corriendo detrás de él.

—No, Jongin, por favor, no hagas nada. Por favor, no compliques las cosas.

—No te muevas. Quédate aquí, con Kyungsoo.

—No, por favor —imploró Tao entre sollozos—. Por favor, no me avergüences más de lo que estoy.

—¿Tú estás avergonzado? ¿Tú? Él debería avergonzarse, y te aseguro que esta vez va a pagar por lo que ha hecho —se detuvo en seco al ver la desesperación en el rostro de su amigo, y le abrazó—. No llores, Tao, por favor. No llores. Todo se va a arreglar.

Kyungsoo lo miraba desde la puerta de la trastienda. No comprendía cómo podía pasar de la ternura a la furia en tan poco tiempo. Abrazaba a Tao como si fuera un niño, murmurándole palabras de consuelo.

Kyungsoo sintió que le ardía la garganta, y sus mejillas se humedecieron, cuando Jongin alzó la cabeza para mirarle.

La violencia seguía viva en sus ojos. Tan fuerte que hacía que se le tensaran todos los músculos. Tragó saliva antes de hablar.

—Tranquilízate, Jongin, por favor.

 

Todo su cuerpo estaba preparado para la lucha. Le pedía sangre. Pero el doncel que tenía entre sus brazos estaba temblando, y el que lo miraba con los ojos muy abiertos estaba rogando en silencio.

—Venga, cariño —dijo a Tao, pasándole el brazo por los hombros—. Vamos a sentarnos.

—Lo siento.

—No me pidas perdón —dijo, esforzándose por hablar con tono suave—. No tienes que pedir perdón a nadie.

—Va a hablar con Kris —dijo Kyungsoo, cogiendo la tetera y una taza para ocultar el temblor de sus manos—. Va a ponerle una denuncia. Es la forma adecuada de tratar estas cosas.

—Es una de ellas. Espero que surta efecto —añadió, retirándole el pelo del rostro humedecido—. ¿Tienes algún sitio donde alojarte?

Tao asintió y cogió un pañuelo de papel.

—Vamos a quedarnos en casa de Kyung durante unos días. Hasta que...

—¿Están bien los niños?

Tao asintió.

—Iré a recogerlos después de hablar con Kris.

—Dime qué es lo que necesitas y yo iré a tu casa a recogerlo.

—No lo sé. No cogí nada.

—Ya me lo dirás más tarde. ¿Quieres que te acompañe a la comisaría?

Tao negó con la cabeza y se limpió los ojos.

—No, tengo que hacerlo yo solo. Me voy.

Kyungsoo abrió un cajón de la mesa.

—Aquí tienes la llave de mi casa. Poneos cómodos —le entregó la llave y apretó fuertemente su mano—. Y no dejes la puerta abierta.

—De acuerdo. Voy para allá —el acto de ponerse en pie y caminar hasta la puerta fue el más difícil de su vida—. Siempre pensé que las cosas se arreglarían —dijo, casi para sí mismo—. Siempre esperé que se arreglaran.

Se marchó, cabizbajo y encogido.

—¿Sabes dónde está ese canalla?

—No.

—Bueno, pues lo encontraré —Kyungsoo lo detuvo cuando fue a ponerse el abrigo—. No te interpongas.

De forma instintiva, Kyungsoo le puso una mano en la mejilla y lo besó en los labios.

—¿Y eso? —preguntó sorprendido.

—Por varias cosas —respiró profundamente y le puso las manos en los hombros—. Por querer partir al cara a Songhae —volvió a besarlo—, por no hacerlo cuando Tao te lo pidió —lo besó de nuevo—, y sobre todo, por enseñarle que la mayoría de los hombres, los hombres de verdad, son amables.

Derrotado, apoyó la frente en la de Kyungsoo.

—Vaya. La verdad es que sabes evitar un asesinato.

—En cierto modo, casi preferiría que lo mataras, aunque no me enorgullezco de ello. Me gustaría ver cómo le pagas con su misma moneda. Es más; me gustaría matarlo personalmente.

Jongin se acercó a él y cogió la mano que tenía cerrada en un puño. La abrió y se la llevó a los labios.

—Vaya con el pacifista.

—Ya te he dicho que no me enorgullezco de ello —respondió, con una débil sonrisa—. No es lo que Tao necesita ahora. Está huyendo de la violencia, y no le servirá de nada verse rodeado por más violencia. Aunque esté justificada.

—Le conozco desde que éramos pequeños.

Miró el té que Kyungsoo le estaba sirviendo y negó con la cabeza. Olía como un prado en primavera, y probablemente, tendría el mismo sabor.

—Siempre algo alto, muy guapo y muy tímido —prosiguió—. Era todo dulzura —negó con la cabeza ante la mirada curiosa de Kyungsoo—. No; nunca intenté nada con él. Nunca me han gustado las personas tan dulces.

—Gracias.

—De nada —le acarició el pelo, hundiendo los dedos en él—. Entiendo que le hayas ofrecido tu casa, pero no creo que vayáis a estar muy cómodos aquí. Me los puedo llevar a la granja. Tenemos espacio de sobra.

—Necesita un doncel, y no un puñado de hombres, por buenas que sean sus intenciones. Espero que Kris lo detenga y se ocupe de él.

—Puedes estar seguro.

Satisfecho, cogió su taza de té.

—Entonces, será mejor que dejemos que se encargue de ello la justicia. Por cierto, ¿a qué has venido?

—Quería mirarte un poco, así que encontré la excusa de las paredes y el mobiliario del salón. Quiero terminarlo cuanto antes, para animarme a seguir con el resto.

—Es una buena idea —se interrumpió al oír la campanilla de la puerta—. Tengo clientes. En esa carpeta lo tienes todo: las muestras de pintura y tejido, y la lista detallada del mobiliario.

—Yo también he recogido unas muestras.

—Bueno, entonces... —caminó hacia el escritorio y encendió el ordenador—. Aquí tengo planos de todas las habitaciones. ¿Por qué no echas un vistazo? También hay fotografías de algunas de las piezas que he planeado. Sabes usarlo, ¿no?

—Sí, claro.

Media hora después, tras haber hecho tres ventas, Kyungsoo volvió al despacho. Se sorprendió al ver a Jongin, que parecía inmenso sentado frente a su delicado escritorio antiguo. Olía a lana, a tierra y aceite.

Llevaba unas botas muy desgastadas, y una camiseta rota. Había restos de yeso o escayola en su pelo.

Pensó que era el animal más magnífico que había visto nunca, y lo deseaba con una especie de atracción primaria, instintiva.

Para tranquilizarse, se llevó la mano al estómago y respiró profundamente.

—¿Qué te parece?

—Me gusta tu forma de trabajar —dijo, examinando la carpeta—. Creo que no se te ha pasado nada por alto.

Halagado, se acercó a él para mirar.

—Estoy seguro de que tendremos que ajustar algunos detalles después de ver una de las habitaciones completa.

—Ya he hecho algunos cambios.

—¿De verdad?

—No quiero este color —dijo, señalando una muestra de pintura—. Así que he puesto en el ordenador el tono que quiero para las paredes. Verde guisante.

—El color que yo había elegido era el adecuado.

—Es muy feo.

—Sí, de acuerdo, pero era el adecuado —insistió—. Investigué a fondo. El que tú has elegido es demasiado moderno para el siglo XIX.

—Tal vez. Pero no daré dolor de cabeza a nadie. No te preocupes demasiado por un pequeño anacronismo, querido. Estoy asombrado con tu forma de trabajar. Debo reconocer que no esperaba que planearas las cosas con tanto detalle, y desde luego, no tan deprisa. No cabe duda de que sirves para esto.

Kyungsoo decidió que no podía soportar más alabanzas.

—Me contrataste para que te ayudara a reconstruir una era en concreto, y eso es lo que estoy haciendo. Fuiste tú quien decidió que la casa tuviera el mismo aspecto que en el pasado.

—Y soy yo quien puede decidir que no lo tenga. También podemos dejar algo de espacio a la estética y al gusto moderno. Me gusta mucho el piso que tienes arriba, pero debo reconocer que resulta demasiado femenino para mí.

—Afortunadamente, no voy a decorar tu casa con los muebles de la mía.

—Además, lo tienes todo tan arreglado que casi da miedo meterse en la casa —prosiguió Jongin—. Pero tienes buen gusto. Sólo te pido que lo uses, combinado con las investigaciones y la precisión.

—Tengo la impresión de que estamos hablando sobre tu gusto. Si quieres cambiar las directrices, por lo menos, explícame con claridad qué es lo que esperas de mí.

—¿Siempre eres tan rígido, o sólo te comportas así conmigo?

Kyungsoo se negó a responder a una pregunta tan insultante.

—Me pediste que fuera fiel a la época. Yo no tengo la culpa de que, de repente, hayas cambiado de opinión sin contármelo.

Pensativo, cogió el trozo de pintura sobre el que habían empezado a discutir.

—Una pregunta. ¿A ti te gusta este color?

—Eso es lo de menos.

—Es una pregunta muy sencilla. ¿Te gusta?

Kyungsoo lo miró furioso.

—Claro que no. Es horroroso.

—Ahí quería yo llegar. El único cambio en las condiciones del pedido es el siguiente: no pongas nada que no te guste.

—No puedo aceptar esa responsabilidad.

—Te pago para que la aceptes —una vez arreglado el tema, al menos en lo que a él respectaba, se volvió de nuevo hacia la pantalla—. Tienes este... lo que sea en stock, ¿verdad? ¿No es eso lo que significan las letras E.S.?

—Sí, el asiento doble.

Su corazón dio un vuelco. Lo había adquirido la semana pasada en una subasta, pensando en el salón de Jongin. Si lo rechazaba, le precipitaría hacia los números rojos.

—Está en la tienda —dijo, esforzándose por no mostrarse inseguro—, con el cartel de vendido.

—Vamos a echarle un vistazo. También quiero ver esta pantalla protectora para la chimenea y estas mesas.

—Tú eres el jefe —dijo entre dientes.

Sintió un nudo en el estómago cuando Jongin se detuvo junto al asiento. Era una pieza de gran valor, lo que se reflejaba enel precio. Por mucho que le gustara, jamás habría pujado por algo así sin no hubiera pensado que tenía un cliente para ello.

Se quedó mirando a su cliente en potencia, con las botas destrozadas, la camiseta rasgada y su aspecto tan masculino,y se preguntó en qué estaría pensando cuando decidió que Kim Jongin aprobaría la compra de un mueble tan delicado, curvado y femenino como aquél.

—Es de nogal —comenzó, pasando una mano helada por el mueble—. De 1850, más o menos. La tapicería es nueva, por supuesto, pero es de seda, exactamente igual que la que se utilizaba en aquella época. Como verás, la madera de los respaldos está labrada a conciencia, y además, resulta muy cómodo.

Jongin gruñó y se agachó para mirar la etiqueta del precio.

—Qué barbaridad.

—No es ninguna barbaridad. Yo lo consideraría una ganga.

—De acuerdo.

—¿De acuerdo? —preguntó sorprendido.

—Sí. Si me atengo a los planes, el salón estará terminado el fin de semana. Me puedes enviar los muebles el lunes, a no ser que te pida que esperes un par de días. ¿Te parece bien?

—Sí —dijo, sintiendo que se le doblaban las piernas—. Por supuesto.

—Te lo pagaré cuando lo recoja, ¿de acuerdo? No llevo el talonario encima.

—Muy bien.

—Ahora vamos a ver las mesas.

—Las mesas —repitió desconcertado, mirando a su alrededor—. Ah, sí, las mesas. Sígueme.

Jongin se enderezó, conteniendo una sonrisa. Se preguntó si Kyungsoo sabía que, durante unos momentos, había sido transparente como el cristal. Lo dudaba.

—¿Qué es eso?

—Una mesa vitrina, de caoba —respondió distraído.

—Me gusta.

—Te gusta —repitió.

—Quedaría bien en el salón, ¿no crees?

—Sí, supongo que sí.

—Envíamela junto con esa cosa rara para sentarse. ¿Está aquí la mesa?

Lo único que pudo hacer fue asentir débilmente. Cuando Jongin se marchó, una hora después, seguía asintiendo.

 

Jongin fue directamente a la comisaría. Tendría que retrasar un poco su trabajo, pero no estaba dispuesto a marcharse hasta asegurarse de que Bae Songhae estaba entre rejas.

Cuando entró, se encontró a Kris recostado en su silla, frente a la destartalada mesa metálica. El uniforme de Kris consistía en una camisa de algodón, unos vaqueros casi blancos y unas botas desgastadas. Lo único que indicaba su cargo era la estrella que llevaba en el pecho. Estaba leyendo un ejemplar de Las uvas de la ira que parecía haber pasado por las manos de todo el pueblo.

—¿Es usted el encargado de la ley y el orden en este lugar?

Lentamente, de forma deliberada, Kris colocó el marcapáginas en el libro y lo dejó a un lado.

—Desde luego. Siempre tengo una celda esperándote.

—Si Bae está metido en ella, no me importaría que me encarcelaras durante cinco minutos o así.

—Sí, lo tengo aquí.

Jongin caminó hasta la cafetera.

—¿Te ha dado problemas?

Los labios de Kris se curvaron en una sonrisa.

—Los necesarios para que no fuera una detención aburrida. Ponme una taza de eso.

—¿Durante cuánto tiempo puedes tenerlo encerrado?

—No depende de mí.

Kris cogió la taza que Jongin le tendía. Los Kim siempre tomaban café fuerte, caliente y negro como la noche.

—Vamos a trasladarlo a Hagerstown —prosiguió Kris—. Ha pedido un abogado de oficio. Si Tao no se echa atrás, le caerá una buena condena.

—¿Crees que se puede echar atrás? —preguntó Jongin, sentándose en la mesa.

Kris se encogió de hombros, frustrado.

—Hasta ahora, jamás había hecho nada por cambiar las cosas. Ese canalla ha estado maltratándolo durante años. Probablemente, empezó a pegarla en su noche de bodas. Y el pobre no debe pesar más de cuarenta y cinco kilos. Es tan delicado... Tiene unas buenas marcas en la garganta. Intentó estrangularle.

—No vi eso.

—Tengo fotografías.

Kris se pasó una mano por la cara y se puso en pie. El hecho de forcejear con Songhae para esposarlo no había bastado para tranquilizarlo.

—He tenido que tomarle declaración y sacarle fotografías para presentarlas en el juicio, y me miraba como si la estuvieran pegando en ese momento. Dios sabe cómo se enfrentará a las cosas si tiene que ir aljuzgado a prestar declaración delante de él.

Se apartó de la mesa y caminó hasta la ventana. Se quedó mirando el pueblo. Había jurado proteger a sus ciudadanos, y no descargar sus frustraciones dando una paliza a uno de ellos. Pero, a veces, le resultaba muy difícil cumplir con su deber.

—Le he facilitado la información habitual —continuó—. Grupos de terapia, asistentes sociales, refugios... Pero he tenido que insistir para que firmara la denuncia. Estaba sentado, llorando como loco, y yo me sentía muy mal por estar presionándole.

Jongin se quedó mirando su café, con el ceño fruncido.

—¿Sigues sintiendo algo por él, Kris?

—Eso fue en el instituto.

Se esforzó, por abrir las manos, que tenía cerradas en puños, y se volvió hacia su hermano.

Casi eran gemelos; se llevaban menos de un año. Tenían los mismos rizos oscuros y la misma constitución. Pero los ojos de Kris eran más fríos, más parecidos al musgo que al jade. Y las cicatrices que tenía estaban en su corazón.

—Claro que le tengo cariño —continuó—. ¿Cómo no le voy a tener cariño? Le conozco desde que éramos pequeños. No me gustaba ver lo que ese bestia le hacía, y me sentía impotente por no poder impedirlo. Cada vez que los vecinos me llamaban para que fuera a su casa, cada vez que la veía con una marca, me decía que había sido un accidente.

—Pero esta vez, no.

—No, esta vez, no. Mi ayudante le ha acompañado a casa de su madre a buscar a los niños y a su casa, para que recoja todo lo que necesite.

—¿Sabes que se va a alojar con Do Kyungsoo?

—Sí, me lo ha dicho —apuró su taza de café y se sirvió otra—. En fin; ha dado el primer paso. Probablemente, es el más difícil.

Ya que no había nada más que pudiera hacer, Kris volvió a sentarse tras su escritorio e intentó cambiar de tema.

—Hablando de Do Kyungsoo, se rumorea que te dedicas a revolotear a su alrededor.

—¿Hay alguna ley que lo prohíba?

—Si la hay, no es la primera vez que la transgredes —abrió el cajón de su mesa, sacó dos barras de caramelo y ofreció una a su hermano—. No te suelen gustar las personas como el.

—Estoy cambiando de gustos.

—Ya era hora —mordió un trozo—. ¿Vas en serio?

—Llevarse a la cama a una persona siempre es un asunto muy serio.

—¿Así que eso es todo?

—No lo sé, pero tengo la impresión de que sería un excelente comienzo.

Se volvió y sonrió cuando Kyungsoo entró por la puerta.

Se detuvo en seco, tal y como haría cualquier persona que encontrara a dos hombres como aquellos mirándolo.

—Lo siento, ¿os interrumpo?

—En absoluto —dijo Kris, levantándose—. Siempre es un placer verte.

Jongin miró a su hermano y puso una mano en el hombro de Kyungsoo.

—Me lo pido —dijo a modo de advertencia.

—Disculpa —dijo Kyungsoo, echándose hacia atrás—. No te he oído bien, ¿has dicho «me lo pido»?

—En efecto.

Mordió un trozo de caramelo y le ofreció el resto. Cuando Kyungsoo lo apartó indignado, se encogió de hombros y se lo comió.

—De todas las cosas ridículas e indignantes que he visto en mi vida... Eres un hombre adulto, y estás aquí, comiendo bastones de caramelo y diciendo «me lo pido» como si yo fuera la última chocolatina del congelador.

—Si hubieras crecido con tres hermanos, como yo, entenderías que hay que pedirse las cosas rápidamente —para demostrarlo, le dio un beso en los labios—. Tengo que irme. Hasta otra, Kris.

Esforzándose por no reír, Kris se aclaró la garganta. Transcurrían los segundos, y Kyungsoo seguía con la vista clavada en la puerta que había cerrado Jongin.

—¿Quieres que lo detenga? —preguntó Kris.

—¿Tienes instrumentos de tortura en las celdas?

—Me temo que no. Pero una vez le rompí un dedo cuando éramos pequeños. Supongo que podría volver a hacerlo.

—No importa —dijo, decidiendo que ya se encargaría de él personalmente más adelante—. He venido a preguntarte si has detenido a Bae Song Hae.

—Jongin ha venido por el mismo motivo.

—Debí imaginarlo.

—¿Quieres un café?

—No, gracias, no tengo tiempo. Sólo quería preguntarte eso, y si debo tomar alguna precaución, ya que Tao y los niños se van a quedar en mi casa.

Kris le calibró en silencio. Le conocía de pasada, desde hacía tres años. Le caía bien, y había charlado con él en algunas ocasiones. Ahora veía lo que había atraído a su hermano. Tenía sangre fría y sentido común, pero también estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de ayudar a los demás.

Se preguntó si Jongin comprendería el cambio que podía experimentar su vida con aquella combinación.

—¿Por qué no te sientas un momento? —insistió—. Tengo bastantes cosas que decirte.

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Comments

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Endika #1
Chapter 4: Buenisima historia. Sería genial que Kai tuviese competencia
norare #2
Chapter 3: Jaja no deseaba impresionarlo, pero ya está muerto de curiosidad por él. No me esperaba ese beso *-*
Por cierto en algunas partes hay cambio a género femenino de pronombres, determinantes y adjetivos referidos a Kyungsoo, estabas escribiendo la historia inicialmente como genderbender? Estoy confusa >.<
norare #3
Chapter 2: Hola! Está muy interesante y muy bien escrito, se nota que le pones esmero y sabes como llamar la atención del lector, me está gustando mucho, y sólo hay un capítulo ^^
Espero leerte pronto y saber más de los Kim, Kyungsoo y Jongin y sus fantasmas :)