Cap-7

Recordando el ayer [KaiSoo]

Kyungsoo estaba junto al fuego, durmiendo en el saco. La hoguera crepitante le calentaba el rostro y el brazo que tenía fuera. Suspiró y se volvió junto a su amante, soñoliento.

Sus sueños eran casi tan eróticos como la realidad de la hora anterior, bastante vividos para hacer que deseara su contacto. Cuando se encontró con que estaba solo, volvió a suspirar, decepcionado.

El fuego estaba encendido, por lo que sabía que Jongin había vuelto a cargar la chimenea antes de marcharse. La habitación estaba en absoluto silencio, interrumpido sólo por el tictac del reloj de pared. Estaba rodeado de pruebas de las actividades de la noche anterior. Las ropas quitadas apresuradamente cubrían el suelo. En una esquina, se encontraban los restos de sus boxer, y en otra, las botas de Jongin. Y también tenía pruebas dentro de sí. Se estiró, sintiendo el calor del deseo.

Deseaba que Jongin estuviera allí, para poder acariciarle como había acariciado el fuego.

No dejaba de sorprenderse cada vez que se daba cuenta de que podía ser tan apasionado.

Se incorporó.

Nunca había sido parecido a aquello. Las relaciones físicas siempre habían ocupado un lugar muy bajo en su escala de valores. Se preguntaba si, después de su reciente conducta, Jongin creería que se consideraba una persona insegura y algo tímida en la cama.

Bostezó, cogió su jersey y se lo puso.

Decidió que, tratándose de él, sería mejor que no le dijera nada.

Era una pena que no pudiera culpar de su ardiente respuesta al celibato que había mantenido durante unos años. Tenía la impresión de que su libido había cobrado vida en el momento en que Jongin se acercó a él. Pero no podía atribuir aquello a la abstinencia.

Jongin había cambiado su vida con sólo cruzarse en su camino. Estaba seguro de que, nunca volvería a ser lo mismo una velada frente a la chimenea. Dudaba que pudiera volver a mirar nada de la misma forma que antes, ahora que sabía de qué era capaz con la persona adecuada.

Lo que no sabía era cómo podía un doncel como él volver a su tranquila y apacible vida después de probar a Kim Jongin. Aquél era un problema del que tendría que ocuparse algún día, en el futuro.

Por el momento, lo único que quería era encontrarlo.

Empezó a recorrer la casa, calzado sólo con los calcetines. Jongin podía estar en cualquier lugar, y el reto de acecharlo, para sorprenderlo dedicado a alguna tarea de la que lo distraería, le parecía divertido.

El frío de los suelos empezó a calar en su interior, y se frotó las manos para entrar en calor. Pero la curiosidad podía más que un poco de incomodidad.

Sólo había subido al primer piso en dos ocasiones. La primera vez, cuando fue a la casa a tomar medidas, y la segunda vez, cuando fue a verificarlas. Pero ahora no había obreros; no se oían las voces ni el ruido de las herramientas.

Entró en la habitación que había al otro lado del salón, soñando despierto.

Aquello sería la biblioteca. Estantes encerados llenos de libros, sillones tapizados que invitaran a sentarse a leer. También pondría una mesa de biblioteca, una Sheraton si la encontraba, con una botella de brandy, un jarrón de flores y un tintero antiguo.

Por supuesto, también habría una pequeña escalera de mano para alcanzar los estantes superiores. Lo veía todo a la perfección. Y los sillones de orejas que estarían frente a la chimenea necesitarían unos reposapiés,

Quería poner un atril de lectura en una esquina. En él colocaría un enorme libro de visitas con los cantos dorados.

 

Jung HaNa, casada con Choi SiKyung el 10 de abril de 1856

Choi SoRa, nacida el 5 de junio de 1857

Choi JinHyuk, nacido el 22 de noviembre de 1859

Choi TaeWon, nacido el 9 de febrero de 1861

Choi HaNa, fallecida el 18 de septiembre de 1864

 

Kyungsoo se estremeció y sintió que se mareaba. Volvió en sí lentamente, abrazándose a sí mismo para combatir el frío que atenazaba sus miembros. Su corazón latía a toda velocidad cuando la visión empezó a desvanecerse.

Se preguntó cómo sabía aquello. Se pasó una mano por la cara, intentando recordar si había leído en algún lugar aquellos nombres y fechas.

Se aseguró que los había visto en algún sitio, pero volvió a estremecerse. Tenía que haberlo visto en todas sus investigaciones. Lentamente, salió de allí y se apoyó en una pared del vestíbulo, intentando recobrar el aliento.

Por supuesto, sabía que los Choi habían tenido tres hijos. Lo había leído en algún sitio. Las fechas también debían figurar, aunque no les había prestado demasiada atención. Las había recordado deforma inconsciente por algún motivo.

Aquello era todo.

Por nada del mundo habría estado dispuesto a reconocer que, por un momento, había creído estar mirando las páginas de un libro que se encontraba en un atril, en aquella esquina, con los nombres y las fechas apuntados cuidadosamente.

Caminó hasta la escalera y subió.

Jongin había dejado la puerta abierta. Cuando llegó al descansillo, Kyungsoo oyó el sonido de la lija en la pared. Suspiró aliviado y avanzó.

Recobró el calor con sólo mirarlo.

—¿Necesitas que te eche una mano?

Jongin le miró. Estaba allí, de pie, con su jersey y sus pantalones planchados.

—No con esa ropa. Sólo quería terminar con esto, y pensé que necesitabas dormir un poco.

Kyungsoo se conformó con apoyarse en el marco de la puerta para mirarlo.

—¿Por qué a algunas personas les gustará tanto el trabajo manual?

—Porque a algunas personas les gustan los hombres sudorosos.

—Al parecer, a mí sí —dijo observando detenidamente su técnica, la forma en que giraba la muñeca mientras lijaba—. ¿Sabes? Se te da mejor que al que me arregló la tienda.

—Odio lijar.

—Entonces, ¿por qué lo haces?

—Me gusta ver el resultado. Y soy más rápido que la gente que he contratado.

—¿Cómo aprendiste?

—En la granja siempre teníamos que arreglar algo. Cuando me marché, me dediqué a esto. A fin de cuentas, era lo único que sabía hacer.

—Y después, montaste tu propio negocio.

—No me gusta trabajar para otras personas.

—A mí tampoco. Aunque no todo el mundo tiene la suerte de conseguir independizarse. ¿A dónde fuiste? ¿Cuándo te marchaste?

—Hacia el sur. Cogía los trabajos que podía cuando los encontraba. Prefería esto a dedicarme a las labores del campo —por costumbre, se llevó la mano al bolsillo de la camisa y lo encontró vacío—. He dejado de fumar —murmuró.

—Me alegro.

—Me estoy volviendo loco.

Para mantenerse ocupado, se acercó a ver si había fraguado el yeso que había colocado la noche anterior.

—Fuiste a Florida —comentó Kyungsoo.

—Sí, acabé ahí. En Florida hay mucho trabajo de construcción. Empecé a comprar casas para venderlas una vez reformadas, y me fue bastante bien. Así que volví. Eso es todo.

—No intentaba inmiscuirme.

—No he dicho que lo hicieras. Lo que ocurre es que no hay mucho de que hablar. Simplemente, me marché porque aquí no tenía nada que hacer. Dediqué mi última noche en el pueblo a pelearme en un bar. Con Bae Songhae.

—Imaginaba que ocurría algo entre vosotros.

—No demasiado —se quitó la cinta que usaba para mantenerse el pelo apartado de los ojos y se la metió en el bolsillo—. Nos odiábamos. Eso es todo.

—Debo reconocer que tienes muy buen gusto a la hora de buscarte enemigos.

Jongin se encogió de hombros, nervioso.

—Si no hubiera sido él, habría sido cualquier otro. Aquella noche estaba deseando tener un enfrentamiento —sonrió sin humor—. La verdad es que era lo que se puede llamar un camorrista. Nadie se imaginó nunca que pudiera llegar a algo. Ni siquiera yo.

Si intentaba decirle algo, Kyungsoo no estaba seguro de entenderlo.

—Pues parece que todos se equivocaban. Tú también.

Jongin tuvo que decir lo que había estado pensando mientras le miraba dormir.

—La gente va a hablar de nosotros. Dentro de poco, cuando entres en la cafetería o en el supermercado, te encontrarás con que todo el mundo se calla. Y cuando salgas, la gente empezará a murmurar sobre lo que ese encantador señorito Do está haciendo con el impresentable Kim Jongin

—Llevo aquí tres años. Sé cómo funcionan.

Jongin necesitaba hacer algo con las manos, de modo que cogió la lija y atacó de nuevo la pared.

—No creo que les hayas dado muchos motivos para cotillear hasta ahora.

Kyungsoo pensó que trabajaba como si le fuera la vida en ello. Cualquier cosa que hiciera parecía urgente y crucial.

—Hablaron mucho de mí cuando abrí la tienda. No entendían que un señoritingo fuera a vender allí antigüedades en vez de tornillos. Eso hizo que se me llenara el comercio de mirones, y muchos mirones se convirtieron en clientes —ladeó la cabeza, mirándolo—. Algo como esto hará que mi negocio se ponga de moda durante unas semanas.

—Quiero que sepas dónde te estás metiendo.

—Es un poco tarde para eso. Tal vez seas tú quien se preocupa por su reputación —contraatacó.

—Tienes razón. Estaba pensando en presentarme a alcalde —dijo con sarcasmo.

—No, me refiero a tu reputación de chico malo. Kim se debe estar suavizando. ¿Has visto al chico con el que sale? A este paso acabará comprando flores en vez de preservativos. Parece que lo ha domesticado.

Jongin dejó la lija a un lado, se metió los pulgares en los bolsillos y se volvió para mirarle con curiosidad.

—¿Es eso lo que vas a intentar, Kyung? ¿Domesticarme?

—¿Es eso lo que te preocupa, Kim? ¿Que te domestique?

La idea no le pareció muy agradable.

—Lo han intentado muchas personas —dijo,acariciando su mejilla—. Y creo que sería más fácil que yo te corrompiese. Al final, acabarías jugando al billar en la taberna de Duff.

—O tú citando a Shelley.

—¿A Shelley? ¿Quién es ésa?

El menor rió y se puso de puntillas para besarlo.

—Percy Bysshe Shelley, el poeta. Será mejor que tengas cuidado conmigo.

Aquello le pareció tan ridículo que se relajó un poco.

—Cariño, el día que yo empiece a leer poesía, las ranas tendrán pelo.

Kyungsoo sonrió una vez más, y una vez más lo besó.

—Yo que tú no apostaría nada. Vamos, me gustaría ver cómo anda la obra.

—¿En qué tipo de apuesta estabas pensando? —preguntó, cogiéndola de la mano.

—Jongin, era sólo una broma. Venga, dame una vuelta por la casa.

—No, no, espera un momento. Los Kim nunca damos la espalda a un reto.

Kyungsoo suspiró.

—Muy bien, entonces te reto.

—No, no, así no. Yo digo que antes de un mes estarás tan loco por mí que te pondrás un pantalon corto de cuero, de color rojo, y entrarás en la taberna a tomarte una cerveza y jugar al billar.

Kyungsoo lo miró, divertido.

—Soñar no cuesta nada, Kim. ¿De verdad crees que pienso hacer una cosa así?

—Por supuesto —sonrió—. De hecho, te imagino perfectamente. Pero asegúrate de llevar zapatos con plataforma.

—Nunca llevaría algo de cuero sin plataforma. No es mi estilo.

—Tampoco llevarás ropa interior.

Kyungsoo rió.

—Te lo estás tomando muy en serio, ¿verdad?

—Claro, y tú también te lo tomarás en serio —contestó, mientras le cogía por la cintura—. Porque estarás loco por mí.

—Obviamente, has perdido la razón. Pero no importa, aceptó —dijo, apartándolo con una mano—. Por mi parte, te aseguro que antes de un mes estarás de rodillas ante mí, con un ramo de lilas y...

—¿Lilas?

—Sí, me gustan mucho las lilas. Y recitarás algún poema de Shelley.

—¿Y qué ganará el vencedor?

—La satisfacción de la victoria.

—Bueno, supongo que será suficiente —sonrió—. Trato hecho.

Ambos estrecharon las manos.

—¿Vas a llevarme a dar una vuelta?

—Por supuesto.

Jongin pasó un brazo por encima de su hombro y se dejó llevar por la visión de aquellas piernas, enfundadas en un pantalón corto de cuero rojo. Avanzaron por el pasillo y abrió una puerta.

—Me gusta mucho tu idea de hacer una suite nupcial. De hecho, casi está preparada para lo que tenga que ocurrir.

—Jongin...

Encantado, entró.

El precioso papel pintado casi cubría todas las paredes. El techo ya estaba pintado, y las puertas dobles se encontraban instaladas en su lugar. Algún día se abrirían al ancho porche, permitiendo que se vieran los jardines, llenos de flores. En cuanto al suelo, aún estaba cubierto de trapos, pero podía imaginarlo brillante y decorado con alguna alfombra.

Se abrió paso entre cubos y escaleras, colocando mentalmente los muebles.

—Va a quedar preciosa —murmuró.

—Desde luego. Por desgracia, no pude arreglar la repisa de la chimenea. Sin embargo, he encontrado un buen tablón de madera de pino, y tengo a un carpintero trabajando en él, utilizandola original como guía.

—La pintura rosa quedará muy bonita —dijo, abriendo una puerta—. Ah, aquí está el cuarto de baño.

—Mmm... En el pasado era el vestidor.

Jongin observó la habitación, pensativo. Era bastante grande, y se notaba que los fontaneros habían estado haciendo de las suyas en su interior.

Kyungsoo lo cogió de la mano y preguntó:

—¿Puedes olerlo?

—Rosas —contestó, acariciándose la mejilla—. Siempre huele a rosas aquí. Uno de los trabajadores que estaban colocando el papel pintado acusó a su compañero de ponerse perfume.

—Ésta era su habitación, ¿no es cierto? La de Hana. Murió aquí.

—Es probable.

En aquel momento, Kyungsoo dejó escapar una lágrima.

—No llores —continuó.

—Es tan triste... Debió ser muy infeliz al saber que el hombre con el que se había casado, el padre de sus hijos, era capaz de semejante crueldad. ¿Cómo la trataba, Jongin? ¿La amaba, o sólo la poseía?

—No lo sé, pero no llores —contestó, mientras secaba su lágrima—. Haces que me sienta muy mal, te lo aseguro. Además, no tiene sentido que lloremos por algo que sucedió hace más de cien años.

—Ella aún sigue aquí —dijo, abrazándolo—. Lo siento mucho por Hana, y por todos ellos.

—No vas a hacernos ningún bien si cada vez que entras en esta habitación te pones triste.

—Lo sé —suspiró, más tranquilo al sentir su cuerpo—. Es extraño, pero poco a poco me voy acostumbrando a todo lo que nos rodea. Hace un rato, cuando estaba abajo, solo...

—¿Qué ha pasado? —preguntó, mirándolo con inquietud.

—No, nada.

—¿Qué ha pasado? —repitió.

Kyungsoo estaba atrapado entre la necesidad de contárselo y la vergüenza que sentía.

—Entré en la biblioteca. En la habitación que era la biblioteca y que seguirá siéndolo. Y entonces... pude verlo.

Los ojos de su amante se clavaron sobre él.

—¿A qué te refieres?

—A la habitación. Pero no me refiero a los cambios. Vi la habitación original, con libros en todas las paredes, flores en la mesa y cortinas en las ventanas. No fue como cuando imagino la decoración de un lugar.No fue exactamente así. Estaba pensando que podía poner un atril con un libro antiguo, abierto. Y, de repente, lo vi y pude leer la página. Casi pude tocarla. Era una lista de nacimientos, bodas y entierros.

Contuvo la respiración durante unos segundos y añadió:

—No dices nada.

—Porque te estoy escuchando.

—Sé que parece una locura.

—En esta casa, no.

—Fue algo tan real, tan triste. Tanto como el olor a rosas de esta habitación. Pero, entonces, se transformó en algo frío y amargo, como si alguien hubiera abierto una ventana en pleno invierno —declaró, apoyando la cabeza en su pecho—. Eso es todo.

—Es bastante para un solo día —acarició su cabello—. Llamaré a Kris para que venga a buscarte.

—No, no quiero marcharme. He perdido los papeles durante un momento, pero como he dicho antes, empiezo a acostumbrarme a ello. Puedo arreglármelas.

—No debí dejarte a solas.

—No seas tonto. No creo que necesite que me defiendan de simples fantasmas.

Sin embargo, él quería defenderle. Le habría gustado que lo llamara. De hecho, le sorprendió necesitarla tanto como para desear que quisiera su ayuda.

—La próxima vez que quieras entrar enla biblioteca, házmelo saber e iré contigo.

—La casa está cambiando —dijo con tranquilidad—. Has hecho mucho por ella. Y empiezo a sentir que yo también soy responsable en parte.

—Es cierto.

—Cuando haya gente en ella, haciendo el amor de nuevo, riendo de nuevo, volverá a cambiar. Se nota que necesita calor humano.

Se detuvo un momento, levantó la cabeza y rogó:

—Hazme el amor.

Jongin cogió su cara entre las manos y le besó. Después le cogió en brazos, y el olor a rosas los siguió cuando salieron de la habitación. Kyungsoo pasó los brazos alrededor de su cuello y apretó los labios contra su cuello. Notaba que su sangre había empezado a hervir en las venas.

—Es como una droga —murmuró.

—Lo sé —dijo Jongin.

Se detuvo al llegar a las escaleras y le besó de nuevo.

—Hasta ahora nunca había sentido nada parecido.

Jongin pensó que él tampoco.

Empezó a bajar, con él. Ninguno de los dos notó que el aire de la escalera había permanecido cálido y tranquilo.

Cuando llegó a la chimenea le colocó ante ella, tumbado. Después, acarició su rostro con un dedo, apoyándose en un codo. Algo estalló en el corazón de Kyungsoo, alimentando su deseo.

—Jongin...

—Ssss.

Para tranquilizarle, le besó en la frente. En realidad, Kyungsoo no sabía qué iba a decir. El deseo que los unía era más que suficiente, y se alegraba de que ninguno necesitara de las palabras para comunicarse.

O, al menos, pensaba que debía sentirse aliviado.

Estaba preparado para que le besara, y cuando lo hizo se dejó llevar, mucho más relajado, sin tensiones, sintiendo sus labiosy su lengua. Le trataba con una ternura y una suavidad casi inesperadas. Dejó escapar un suspiro, suave como un secreto.

El propio Jongin notó el cambio que se había producido en ambos.

Maravillado, se preguntó por qué siempre habían tenido tanta prisa, porqué había dudado en probar su sabor cuando había tantas cosas que probar en aquel joven.

Le encantaba el sabor, seductor y tranquilo, de su piel. Le encantaba el contacto de sus suaves curvas, de sus largas líneas. Le encantaba el olor de su pelo, de su ropa, de sus hombros. De modo que decidió saborearlo todo, con largos y lentos besos que nublaron su mente y que consiguieron que se olvidara de todo, menos de ellos mismos.

Le quitó el jersey con dulzura e hizo lo mismo con sus pantalones. Antes que tocarle o tomarle, prefirió besarle otra vez, dejándose llevar por el simple contacto de sus labios.

—Déjame a mí —susurró Kyungsoo.

Kyungsoo se incorporó hasta que los dos estuvieron de rodillas. Empezó a desabrochar los botones de la camisa de Jongin, con manos seductoras, y la arrojó lejos.

Acto seguido puso las manos sobre sus hombros y lo miró.

Durante unos minutos no hicieron otra cosa que abrazarse, acariciarse y besarse.

El bajito sonrió al sentir sus labios en el hombro y suspiró cuando su boca probó su garganta.

En cuanto estuvieron desnudos, Jongin le posó sobre su cuerpo, cubriéndolo.

Kyungsoo sintió que flotaba en un mar de nubes y de sensaciones sin fin, con el sol invernal entrando por las ventanas, el fuego crepitando y el contacto de su duro cuerpo bajo el suyo.

Sus caricias eran todo un don, un regalo maravilloso que notaba en cada poro, cada nervio y cada músculo de su ser.

Ya no había furia, ni desesperación, ni apresuramiento. Era consciente de todo, desde las motitas de polvo que brillaban en la luz hasta las llamas de la chimenea, pasando por el olor a rosas y a hombre.

Podía sentir los latidos de su corazón, fuertes, mientras besaba su pecho. Podía capturar la contracción de un músculo bajo su mano y escuchar el sonido de su propia respiración.

Suspiró y se abrazó contra él cuando Jongin se volvió para colocarse encima.

El tiempo desapareció entonces, de repente. El reloj que había sobre la chimenea pareció detenerse, algo que no le extrañó en absoluto, porque acababan de entrar en otro mundo. Un mundo en el que sólo importaban la necesidad satisfecha, y los corazones unidos.

 

Jongin le llevó a cotas increíbles de placer. Su nombre se convirtió en un simple murmullo en sus labios mientras se arqueaba, se tensaba o se relajaba contra su cuerpo, ligero como un trozo de seda. Se abrió para él y dejó que entrara en su interior. Jongin metió la cabeza entre su pelo, arrebatado. Y la ternura del acto los sorprendió a ambos.

No hablaron sobre ello. Cuando se separaron por la mañana, los dos actuaron como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, ambos estaban pensativos, y preocupados.

Jongin le observó mientras se marchaba en su coche, mientras el sol se elevaba sobre las montañas del este. Cuando se fue, cuando ya no hubo a quién mirar, se llevó la mano al corazón.

Sentía un dolor que no podía explicar. Tenía la impresión de que ese doncel era el causante, y de que, de algún modo, en cuestión de horas, su relación había cambiado.

Acababa de marcharse y ya le echaba de menos.

Se maldijo por ello y volvió a maldecirse por reaccionar de aquel modo. Se dijo que podía controlar la sensación, o dejarse llevar si quería. Kyungsoo era un hombre de atractivos muy poderosos, y no le extrañaba que lo hubiera hechizado.

A fin de cuentas debía tratarse, únicamente, del deseo. No era tan raro que se sintiera así después de haber pasado muchas horas de o y soledad con una persona apasionante y maravillosa.

No pretendía nada más.

Resultaba un alivio saber que había encontrado un amante que no quería ni más ni menos que él. Un joven que no esperaba que jugara ningún tipo de juego, que no quería que hiciera promesas que no pudiera cumplir, que no deseaba que dijera palabras que, a fin de cuentas, sólo eran palabras.

Cogió una pala y empezó a limpiar la nieve que cubría el camino. El sol estaba saliendo, de manera que trabajó con rapidez, hasta el punto de que agradeció el fresco viento que soplaba del norte.

Supuso que, probablemente, Kyungsoo se habría ido directamente a la ducha, para lavarse su precioso cabello.

Mientras quitaba la nieve, se preguntó cómo sería su pelo estando mojado.

Cogería alguna prenda de su armario. O más bien, la seleccionaría. Algo de colores suaves y líneas simples. Una de aquellas chaquetas que usaban los profesionales, con algún adorno en la solapa. Después se maquillaría ligeramente. Un poco de colorete en los pómulos, pero no demasiado. Y luego se pintaría los labios lo suficiente para acentuar su belleza y su plenitud.

Cuando ya había recorrido la mitad del camino se detuvo, se apoyó en la pala y se preguntó si no estaría volviéndose loco. De hecho, hasta estaba pensando en el maquillaje que usaba. En teoría, debía importarle muy poco lo que hiciera antes de abrir su tienda.

Sin embargo, siguió pensando que ya habría puesto a calentar una tetera, o perfumado el lugar para que oliera a manzanas y a especias. Y seguramente, seguiría con su día de trabajo sin pensar ni una sola vez en él.

Mientras retiraba la nieve, comenzó a nevar. Se dijo que tenía mucho que hacer.

Tanto como para no preocuparse por aquellas cosas.

Ya había limpiado todo el camino, y colmado toda su paciencia, cuando apareció Kris en el coche patrulla.

—¿Qué diablos quieres? —preguntó Jongin—. ¿No tienes a nadie a quien arrestar?

Kris salió del coche y se apoyó en la puerta, abierta.

—Vaya, ya veo que estás más tranquilo. Vi que el vehículo de Kyungsoo se alejaba, así que imaginé que sería un buen momento para dejarme caer.

—Los obreros llegarán en cualquier momento. No tengo tiempo para charlar.

—En tal caso me llevaré los pasteles y me marcharé.

Jongin se pasó una mano por la cara.

—¿De qué son?

—De manzana y azúcar moreno.

Algunas cosas eran más que sagradas paralos hermanos Kim. Entre esas cosas, los pastelillos de manzana.

—Bueno, ¿vas a quedarte toda la mañana con esa estúpida sonrisa en tu rostro? Dame uno de esos pasteles.

Kris sacó una bolsa del coche, obediente.

—Ayer tuve unos cuantos problemas en el pueblo.

—Antietam es un lugar salvaje, ya lo sé. ¿Tuviste que disparar a alguien?

—No —contestó Kris, cogiendo un pastelillo antes de darle la bolsa—. Pero tuve que parar una pelea a puñetazos.

—¿En la taberna?

—No, en el mercado. La señorita Yeader y la señorita Williams se enfrascaron en una disputa por él último rollo de papel higiénico.

Jongin sonrió.

—La gente se pone un poco nerviosa cuando nieva demasiado.

—Dímelo a mi. La señora Williams pegó a Yeader con los plátanos que había comprado. Tuve que utilizar toda mi diplomacia para evitar que presentara cargos contra ella.

—Asalto con plátanos. No estaría mal —declaró Jongin, lamiéndose los dedos—. ¿Has venido para contarme los últimos sucesos y tribulaciones de Antietam?

—No, aunque he oído que la comida sabrá mejor cuando te marches.

Kris terminó de comerse su pastel y encendió un cigarrillo, sonriendo.

—Suelta lo que tengas que decir, canalla.

Kris sopló el humo en dirección a su hermano.

—Pareces algo nervioso, Jongin. ¿Problemas en el paraíso?

Jongin pensó en la posibilidad de golpearlo con la pala y quitarle el paquete de cigarrillos. Pero en lugar de hacerlo se apoyó de nuevo en la herramienta de trabajo.

—¿Cuánto tiempo ha tardado Sehun en abrir la bocaza?

—Veamos... Considerando que ayer no hubo demasiado tráfico, tardó exactamente siete minutos en venir directamente a mi despacho. Por tanto, tardó siete minutos y diez segundos en contármelo.

—¿Y has venido para ofrecerme tus maravillosos consejos?

—Oh, no, ya he tenido bastante con esas dos brujas que se pelearon en el mercado —sonrió de nuevo.

Apuró el final de su cigarrillo y lo arrojó a lo lejos.

Jongin lo observó mientras se apagaba en la nieve.

—No soy precisamente el experto en amores de la familia Kim —continuó Kris—. Pensé que querrías conocer las últimas noticias sobre Songhae.

—Está encerrado, ¿no?

—Por ahora. Tengo entendido que piensa hacer caso a su abogado y aducir que actuó bajo los efectos del alcohol. De ese modo, conseguirá librarse con una simple multa y la promesa de que no volverá a pegar a su esposa.

—¿Pero qué clase de leyes aplican aquí?

—Ten en cuenta que las prisiones están abarrotadas, y no quieren empeorar la situación castigando las disputas domésticas. Dirá que lo siente, que estaba borracho y que perdió los estribos. Aducirá que su situación económica no es muy buena y que se encuentra personalmente deprimido, y el juez no tendrá más remedio que aplicar la ley.

Jongin observó con atención el rostro de su hermano. Bajo su aparente calma, se notaba que se sentía muy frustrado.

—¿Piensas permitir que se salga con la suya?

—Yo no soy juez —contestó, enfadado e impotente—. No puedo hacer nada, salvo hablar con Tao para que se separe de él y asegurarme de que no se acerque a los niños.

—Pero mientras tanto, están en casa de Kyungsoo. Eso le sitúa en la línea de fuego.

—A mí no me gusta la situación más que a ti. Por desgracia debo aplicar las leyes, aunque no me haga gracia.

—Pero yo no.

Kris lo miró con frialdad.

—No, tú no. Pero si intentas algo contra él, sólo conseguirás hacerle un favor. Si lo dejas, cometerá un error. Y, cuando vuelva a hacerlo, lo meteré en la cárcel de nuevo. Hasta entonces... No sé qué hay entre Kyungsoo y tú, pero si te quedaras con él, me sentiría mucho más tranquilo.

—¿Quieres que le pida que me deje vivir a su lado?

—Y con Tao y los niños.

La idea le resultó muy atractiva. Le encantaba la perspectiva de despertar a su lado y compartir la primera taza de café.

—¿Por qué no me haces tu ayudante, Kris?

—No lo haría en toda mi vida.

—Qué lástima. En tal caso, hablaré con Kyung y te haré saber lo que decida.

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Comments

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Endika #1
Chapter 4: Buenisima historia. Sería genial que Kai tuviese competencia
norare #2
Chapter 3: Jaja no deseaba impresionarlo, pero ya está muerto de curiosidad por él. No me esperaba ese beso *-*
Por cierto en algunas partes hay cambio a género femenino de pronombres, determinantes y adjetivos referidos a Kyungsoo, estabas escribiendo la historia inicialmente como genderbender? Estoy confusa >.<
norare #3
Chapter 2: Hola! Está muy interesante y muy bien escrito, se nota que le pones esmero y sabes como llamar la atención del lector, me está gustando mucho, y sólo hay un capítulo ^^
Espero leerte pronto y saber más de los Kim, Kyungsoo y Jongin y sus fantasmas :)