Capítulo 7: El monstruo verde y la chica del vestido dorado

101 razones para odiarla.
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Tras el encuentro con Aaron Yan la relación entre las dos mejoró considerablemente. Todavía discutían de vez en cuando por el mero arte de discutir, ese deporte no olímpico que tan bien se les daba, pero ahora se había interpuesto entre ellas algo no previsto, un sentimiento que nunca habían experimentado antes: la admiración mutua.

Yuri admiraba a Jessica por la calma y madurez con la que afrontaba casi todas las situaciones, incluso hablar con un personaje como Aaron Yan, que claramente le resultaba insoportable. Y Jessica admiraba profundamente la iniciativa y el arrojo de Yuri. Puede que sus métodos no fueran demasiado ortodoxos (ligar con el agente de un autor no le parecía la mejor manera de firmar un contrato), pero tenía que reconocer que eran igual de efectivos que cualquier otro, sino más.

Sea como fueren los cambios que ambas estaban atravesando, lo cierto es que Jessica había empezado a descuidar su relación con Taecyeon. Él la había llamado en varias ocasiones al teléfono de la habitación, pero todavía no había conseguido dar con ella. Su móvil funcionaba a ratos, cuando había cobertura, que era casi nunca, y la conexión a internet resultaba todavía más inestable, aunque a veces les permitiera revisar sus correos electrónicos. Taecyeon llegó a estar tan preocupado que acabó mandándole un e-mail para preguntarle si todavía se encontraba con vida o si, en su defecto, había acabado con la de Yuri y se había escondido en algún lugar recóndito de los fiordos escandinavos.

Jessica consideró su contenido un poco exagerado (―Dime, por favor, que no la has estrangulado y te has fugado. Hablo en serio! Taecyeon), pero le contestó todo lo rápido que pudo para que no se preocupara.

Donghae también había hecho varios intentos de hablar con ella, todos en vano, pero su amigo había sido mucho más práctico y en su e-mail sólo ponía "¿Todo bien? He intentado contactar contigo, pero es imposible. Me rindo". La novia de Donghae, Yoona, como siempre, había ido directamente al grano: "Oye, tú, como no contestes pronto voy a tener que darle respiración asistida a Taecyeon. ¡CREE QUE TE HAS MUERTO! Yo sé que estás perfectamente bien, ocupada, pero dinos algo. Te quiere. Yoona". Y de su extravagante amiga Tiffany era casi mejor no hablar, porque seguía sin comprender el correo electrónico que le envió: "Taecyeon dice que es probable que hayas muerto. Si has muerto, ¿puedo enterrarte junto a mi tía Laura? Dicen que da suerte enterrar a dos castañas juntas (aunque en el fondo espero que estés bien). Tiffany".

La verdad era que había estado demasiado ocupada redactando informes sobre el comportamiento de Choi, analizando maneras de abordar la cuestión de su nueva obra y haciendo frecuentes visitas a una de las dos tabernas del pueblo, donde ya las conocían y apenas se sorprendían de que invadieran su pequeña república eminentemente masculina.

Pasaban tanto tiempo allí que Jessica se había aficionado a la cerveza y su resistencia al alcohol era ahora mucho mayor.

—¿A ti también te envían e-mails? —se atrevió a preguntarle a Yuri mientras cerraba el que le había enviado Yoona. La castaña dio un trago a su cerveza mientras esperaba una respuesta.

—¿Quiénes?

 

 

 

—Pues no sé, tus amigos, tu familia, ya sabes.

—¿No habíamos dicho que nada de preguntas personales? —contestó Yuri, tachando una de las frases que había escrito en su agenda.

—Oh, vamos, no puedes hablar en serio después de todo lo que hemos pasado juntas.

—Mi pasado —respondió secamente la morena, luchando para que aquel bolígrafo escribiera.

—¿Qué ocurre con tu pasado?

—Que eso es lo que conoces de mí. Las cosas han cambiado mucho desde que dejamos el instituto, Jessica.

La castaña rodó los ojos. Estaba convencida de que Yuri solamente trataba de hacerse la interesante. Porque, en realidad, ¿qué podía haber cambiado en esos años? Ella seguía siendo la de siempre, con sus histerias y su incansable búsqueda de la perfección.

Taecyeon todavía comía con la boca llena, aunque supiera que eso la sacaba de quicio. Tiffany seguía obsesionada con revistas que ella catalogaba de divulgación científica pero que no eran más que panfletos de ciencia-ficción sacados de la imaginación de un grupo de pseudo periodistas. Tendrían suerte si no acababa enrolada en la Cienciología. Y aunque a Donghae se le hubiera pasado ya su afición por los deportes de riesgo y esa manía suya de arrastrarlos a todos hacia una muerte segura, no significaba que hubiera dejado de ser un yonqui de la adrenalina. En vista de que toda la gente de su entorno seguía más o menos igual, ¿qué podía haber cambiado tanto para Yuri?

Tenía claro que se trataba de una excusa para no decirle la verdad, que no era otra sino que todavía no confiaba en ella. O si lo hacía, parecía claro que no se sentía cómoda para compartir detalles de su vida personal. Pero, por mucho que le molestara, lo cierto era que no podía culparla por ello. Aunque los últimos días hubieran hablado de asuntos que

Jessica etiquetaba inequívocamente como personales, sabía que no iba ser fácil olvidar el pasado.

Y, sin embargo, aquello quedaba ya tan lejano en su mente, que a veces se sorprendía de lo rápido que había conseguido pasar página. Era como si se hubiera bebido un elixir mágico que le hubiera hecho olvidar y, así, cosas que antes habría interpretado como una verdadera afrenta, le provocaban ahora una sincera hilaridad. Una de ellas era el mítico episodio del lazo de raso azul, que despertó las carcajadas de ambas al recordarlo.

—¡Tengo que buscarlo! Estoy segura de que todavía lo tengo —le dijo Yuri con  entusiasmo.

—¿Estás de broma?

—No, qué va. Me lo quedé como si fuera un trofeo.

—Pues encuéntralo y lo enmarcamos. Tú te lo quedas unos meses, yo me lo quedo otros. Custodia compartida.

A la vista de todo esto, para ella las palabras de Yuri eran un paso atrás, y le hería que no confiara en ella.

—Como quieras —afirmó con ese tono altanero que empleaba cuando trataba de fingir que algo no le importaba. Después dio el último trago a su bebida—. ¿A qué hora habías quedado?

Yuri estaba distraída mirando de reojo hacia la puerta.

—Ahora. Llega puntual.

En la dirección que le indicaba, vio a un hombre bastante apuesto. Se estaba quitando el abrigo para colgarlo en un perchero. El hombre miró en su dirección y sonrió a las dos muchachas, que le devolvieron el saludo.

Jessica parecía nerviosa. Se estaba esforzando en sonreír pero no lo conseguía.

—Cuidado… se acerca —le advirtió la morena—. ¡Buenos días, señor Yan!

—Oh, señorita Kwon, por favor llámeme Aaron —le dijo antes de hacer una aparatosa genuflexión y besar su mano.

Ella sonrió, complacida.

—¿Están listas para nuestra pequeña excursión?

—Precisamente de eso estábamos hablando. Jessica me estaba diciendo lo muchísimo que le gusta el paisaje local. Ella también es una entusiasta de las verdes praderas de Shinmeigu.

—Y no me extraña lo más mínimo. Son sin duda uno de los paisajes más espectaculares de toda Japón.

Así fue como empezó todo. Este fue el comienzo de una inmensa bola de nieve que desembocó en la inesperada consternación de Jessica.

Aaron Yan, el agente de Daniel Choi, con quien Yuri llevaba dos días coqueteando, fue su guía el resto de la mañana. Durante el tiempo que estuvieron visitando las maravillas naturales de la zona, la castaña disfrutó como una niña. Sacó fotografías que sabía que a Taecyeon le iban a encantar; se deleitó con la fresca brisa invernal que golpeaba los pedregosos acantilados de Shinmeigu, y a pesar de las atenciones que

Aaron Yan le dedicaba a su compañera, en ningún momento se sintió que sobraba.

Pero eso fue hasta que decidieron hacer un receso para comer. A partir de ese momento todo cambió.

Decidieron almorzar en una pequeña tasca famosa por su comida casera. Por insistencia de Yuri, ella quedó sentada enfrente de ellos, algo un poco inusual teniendo en cuenta que tenían que compartir un banco de madera. Pero Jessica no se quejó porque tenía clara cuál era la estrategia: dado que Aaron se había presentado solo y no había sido posible conocer a Choi, el plan era seducir al agente a toda costa, costase lo que costase. Esa era su única y última esperanza para conseguir un encuentro con el escurridizo autor.

Desde hacía días, la gente del pueblo no hablaba de otra cosa. Todos estaban enterados ya de la fiesta que iba a dar el escritor. Ellas se habían enterado gracias a la dueña de la tienda de comestibles, la misma que pocos días antes les había negado tajantemente conocer la existencia de un escritor de renombre en los alrededores. El cambio de actitud solo podían achacarlo al hecho de que en Shinmeigu se acababa sabiendo todo. En opinión de Jessica, que las hubieran visto en compañía del agente de Choi estaba actuando en su favor, porque ahora los pueblerinos creían que ellas dos eran personas del círculo más cercano al escritor, y ya no tenían tanto reparo en salvaguardar su vida privada.

De todos modos, quedaba claro que Choi no era amigo de los guateques ni de las apariciones públicas a no ser que tuviera que anunciar algo de suma importancia. ¿Y qué cosa más importante podía haber que su inminente regreso a las librerías y, posiblemente, a las listas de los más vendidos? Además, de ser cierta la teoría de Yan, esta podría ser su mejor obra (o por lo menos muy superior a Penélope, una historia, que Yuri había dado por imposible y Jessica había leído tras ejecutar un concienzudo ejercicio de responsabilidad). Si querían asistir a la fiesta, Aaron Yan era su única oportunidad. Tenían que jugárselo todo a esa carta. En un principio, a Jessica la idea le pareció brillante. Era uno de esos planes que no podría haber ingeniado ella porque para hacerlo se necesitaba una picaresca de la que  carecía. Pero habida cuenta del magnetismo que Yuri ejercía en los hombres y del evidente interés del Taiwanés por ella, el plan era perfecto. Tan solo tenían que conseguir que él las invitara a la fiesta y allí por fin podrían hablar cara a cara con Choi, sin necesidad de forzar la situación.

Aaron Yan era una presa fácil, una conquista segura. Se trataba de un hombre transparente, en ocasiones demasiado franco, que se mostraba tan interesado por los encantos de Yuri que un poco más de entusiasmo le habría hecho resultar patético.

El problema fue que llegó un momento en el que todo aquello dejó de parecerle la gran idea que era. No descartaba haber perdido del todo la chaveta, pero ahora que estaba asistiendo a uno de los espectáculos de seducción de Kwon Yuri sentía ganas de abofetear a Yan y acabar lanzándole una mirada que lo dejara seco en el sitio, con esa estúpida y displicente sonrisa suya congelada en sus labios.

Jessica se dio cuenta de que nunca antes había sentido tanta inquina hacia alguien (a excepción de la propia Yuri) y lo absurdo de todo era que no entendía de dónde procedía esa bilis reconcentrada.

Lo único que sabía era que tenerlos al lado resultaba muy incómodo. Si el tal Aaron  hacía una gracia, ella se la reía con ganas. Sus chistes eran verdaderamente malos y casi siempre involucraban cabras (¡cabras, por todos los santos!), pero Yuri se desternillaba de risa como si fueran comentarios de gran inteligencia. Después echaba su larga melena hacia un lado. Luego se mordía o humedecía el labio inferior. Entonces la mirada del maldito Aaron bajaba y bajaba, ojos, nariz, labios bien perfilados, se clavaba en su boca con deseo y, si podía, descendía un poco más allá de la clavícula de Yuri hasta acabar en sus pechos.

—…y el muy loco de Choi ordenó que metieran las cabras en el cobertizo...

La morena rio este nuevo chiste con ganas. Echó la cabeza hacia atrás y sus carcajadas retumbaron por todo el local. Jessica empezó a pensar que su compañera de trabajo o bien tenía un pésimo sentido del humor o un jodido problema mental.

—¡Eres tan divertido, Aaron ! —ronroneó con voz de gatita mimosa mientras le acariciaba disimuladamente el brazo.

—Sí, es una historia fascinante —musitó Jessica para el cuello de su camisa—.Abrumadora. ¡Hay que ver la de cosas que se pueden hacer con una cabra! Jamás lo hubiera imaginado.

No deseaba arruinar el plan, pero le hubiera gustado que Yuri acabara ya con aquella pantomima tan dolorosa. Tamborileó los dedos sobre la mesa de madera. Se sentía inquieta, estaba de muy mal humor y tenía unas ganas irrefrenables de levantarse e irse. Al principio creyó que era porque estaba aburrida, no porque Yuri insistiera en tocar la sudorosa mano de aquel hombre o acariciarle la espalda, aprovechando cualquier oportunidad para tener contacto físico con él. Se dijo a sí misma que estaba furiosa porque se sentía invisible, minúscula, ignorada.

Para ser justos, Aaron  se había esforzado por hacerle partícipe de la conversación, al menos inicialmente. Pero cuando Yuri sacó la artillería pesada de sus flirteos, aquello parecía un fuego cruzado de los cañones de la Armada coreana, y el Taiwanés se olvidó pronto de su presencia. Justo en el momento en el que la morena escurrió su trasero por el banco de madera para acercarse más a él, Jessica dejó de existir.

Yuri le rió entonces los chistes todavía más alto. Se mostró melosa y coqueta. Se mordió el labio unas diez veces, pestañeó más de cien. Hasta que su mano se perdió de vista por debajo de la mesa. Y no, no la estaba tocando a ella. La mano de Yuri no le  estaba rozando ni una minúscula porción de piel, pero se había perdido en algún lugar debajo de la mesa.

Ahí Jessica supo que la que tenía el jodido problema era ella.

Estaba celosa. No, era peor: se moría de celos.

Se sentía como si un monstruo verde estuviera creciendo en su interior, haciéndole sentir indefensa y experimentó la misma acidez en el estómago que la primera vez que vio a Taecyeon besarse con su exnovia Wu Ying Jie, mucho antes de que ellos dos estuvieran juntos, antes incluso de que la propia Jessica se admitiera a sí misma lo que sentía por él. Pero aun así no consiguió explicar lo que estaba sintiendo. Tan solo notó que su mandíbula se estaba poniendo tensa y que sus ojos se entornaron hasta convertirse en dos peligrosas rendijas por las que escudriñó con amargura al Taiwanés. También estaba allí aquel hueco que conocía tanbien, la sensación de que alguien le había arrancado algo justo en medio de su pecho. El corazón, un pulmón, podía ser cualquier órgano importante, daba igual, no se encontraba bien, nada bien, y eso era todo. Algo había dejado de funcionar dentro de ella porque no estaba celosa de Yuri, como cabría esperar, estaba celosa del Taiwanés por estar recibiendo las atenciones de su compañera.

—Perdonad que os interrumpa —dijo, cortando el enésimo chiste protagonizado por unas cabras—. Me encuentro bastante indispuesta. Si no le importa, señor Yan, retomaremos esta agradable conversación en otro momento, pero ahora me temo que debo regresar al hostal.

Aaron Yan hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. La castaña se levantó y aunque sintió los ojos de Yuri clavados en su nuca, no se molestó en darse la vuelta. Si lo hubier

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Comments

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Kkomofam #1
Chapter 16: Just now i found out this story, and it's beautiful
Eriika
#2
Chapter 16: Yo quiero saber que le dice
Eriika
#3
Chapter 15: 7w7
Eriika
#4
Chapter 14: Alv
Eriika
#5
Chapter 10: Omaiga
Eriika
#6
Chapter 9: Awww
Eriika
#7
Chapter 3: Creo que ya lo había leído con anterioridad
Eriika
#8
Veamos
DollySweet
#9
Chapter 16: Que lindo!.me gusto mucho la adaptacion!
jramirez #10
Chapter 16: Te felicito, de verdad me gusto mucho la adaptación y espero poder seguir disfrutando de las adaptaciones que haces. :D