Third Note

Your Secret Admirer
Capítulo 3




Estos últimos días habían sido un martirio para Hyukjae, empezado por el momento en el que había sugerido que Donghae podría estar enviando las cartas. Eso era lo más triste; él mismo lo había sugerido, pero lo cierto era que había estado enamorado en secreto de Donghae.

Cuando lo vió entrar por primera vez al salón del club de baile, notó enseguida que esa persona, al que a veces se referían como “pez”, sería alguien especial. Y no se había equivocado.

Todos los días le encontraba una cualidad nueva: su carácter juguetón, su amabilidad, su hermosa sonrisa, su excelente manera de balar, su forma de ser, su personalidad y hasta sus raras creencias –sí, Donghae estaba seguro de que no éramos los únicos en el universo–. Todo eso no hacía más que atraer a Hyukjae.

Cuando se había nombrado a Hae vicepresidente del club, Hyukjae no podría haber estado más feliz, no sólo porque las habilidades del menos habían sido reconocidas, sino también porque así podría pasar más tiempo junto a él.

Debido a eso, su relación se había ido estrechando y el mayor llegó a tener la esperanza de que algún día sería correspondido. Obviamente, con todo este asunto de las cartas anónimas, aquellas esperanzas se habían desvanecido por completo.

Si al castaño le gustaba Sungmin, Hyukjae no podía hacer nada al respecto; además, Sungmin era su mejor amigo y era una gran persona; si decidía a fin de cuentas aceptar a Donghae, el pelirrojo no podría quejarse ya que nunca le había hablado de sus sentimientos a su mejor amigo.

Por todo eso, había estado un tanto distante; no había podido evitarlo, pero la noche anterior, al leer un libro que Hae le había recomendado, había encontrado muchas referencias a códigos y claves. ¿Era mera coincidencia? ¿Era realmente Hae quien enviaba esas cartas? ¿Se habría cansado de esperar y por eso le había dado una pista a Hyukjae a sabiendas de que éste se lo diría a Sungmin?

No sabía y no quería saberlo. Sólo había tomado el teléfono y había llamado a Sungmin para recomendarle que probara con las técnicas que había encontrado en el libro, cosa que el pelinegro dijo que intentaría.

Hyukjae en el fondo deseaba que no sirvieran, que sólo fuesen imaginaciones suyas, que fuese todo una gran y estúpida coincidencia, pero cuando más entrada la noche recibió un mensaje de Sungmin, sintió que le estrujaban el corazón.
 

“Lo descifré con lo que me recomendaste. Mañana te cuento bien. ¡Nos vemos!"


Eso marcó el fin de sus expectativas. Ahora estaba seguro de que Donghae le había escrito las cartas a su amigo… y deseó ser él quien las recibiera, deseó ser él de quien el castaño estuviese enamorado pero a veces, por más que lo desees, no obtienes lo que quieres.

El día que ahora tenía por delante sería infernal. Con motivo de la cada vez más próxima muestra anual de los clubes, tenían ensayos especiales, por lo que se les había permitido faltar a las primeras clases. En otras palabras, pasaría toda la mañana en compañía de Donghae, sabiendo lo que éste sentía por su mejor amigo, y ya sentía que le comenzaba a faltar el aire.

Lo bueno sería que gracias a eso, sólo vería a Sungmin recién después del almuerzo para que este le diera las “buenas” nuevas. Aunque le doliera, si Su amigo y Donghae decidían comenzar una relación, él les daría sus mejores deseos y quién sabe, talvez en algún momento hasta podría olvidarse de Hae.

“Imposible”, pensó mientras se abría paso por los pasillos de la escuela hasta el salón del club de baile

Era bastante temprano –él era el presidente y debía dar el ejemplo– por lo que aún faltaba para que llegaran los demás miembros. Antes de entrar al salón, se dirigió a los vestuarios para poder cambiarse de ropa. Cuando estuvo frente a su casillero lo abrió y se sacó la prenda que cubría su torso.

—Llegaste temprano como siempre —dijo una voz a sus espaldas.

Hyukjae pegó un salto a la vez que se volteaba y se llevaba una mano al pecho. Ahí estaba él, la persona que hasta hace un tiempo iluminaba su vida, pero que ahora no hacía más que causar tormentas en su corazón.

—Do…Donghae —dijo soltando la respiración que había contenido. ¿Por qué estaba allí tan temprano?—. ¿Qué haces acá? —no pudo evitar preguntar.

—Soy parte del club, ¿dónde más iba a estar? —contestó el pez, afirmando lo obvio.

—Me refería a qué haces aquí tan temprano —replicó Hyukjae tratando de hacer entender su punto.

Había esperado encontrárselo cuando llegaran todos e interactuar lo menos posible con él, pero ahora que estaban los dos ahí, solos quizás por cuánto tiempo más –definitivamente habían llegado muy temprano–, todos sus planes se habían ido por el desagüe.

—Me desperté demasiado temprano y no pude volver a dormir, por lo que pensé que lo mejor sería venir, practicar y de paso despejarme un poco —dijo encogiéndose de hombros y sentándose en un banco, al lado de donde Hyukjae había dejado su bolso.

Recién en ese momento el mayor se dio cuenta de que Donghae ya estaba cambiado y hasta estaba un tanto sudado. ¿Qué tan temprano habría llegado?

—Oh… —fue lo único que el pelirrojo dejó escapar en respuesta a lo que había escuchado y siguió con lo que había estado haciendo antes de que llegara el menor: cambiarse de ropa. Se quitó los pantalones, sacó de su bolso unos más cómodos para practicar, se los puso y se giró hacia el casillero para guardar los que se había quitado, pero la atenta mirada de Donghae sobre él lo estaba incomodando. 

En cualquier otro momento no le hubiese molestado cambiarse frente a otro chico, pero resultaba que éste chico en especial era la persona de la cual estaba enamorado… y lo estaba mirando fijamente. Si la situación seguía así, terminaría por sonrojarse hasta las orejas.

—¿Estás enamorado? —preguntó Hae de la nada y Hyukjae creyó que le había caído un tanque encima. 

Todo proceso que estuviese realizando su cuerpo en el momento previo a la pregunta se detuvo: su respiración, sus movimientos, sus pensamientos, sus latidos. Todo en él se había paralizado por unos segundos, que al pelirrojo le habían parecido una eternidad.

Donghae se levantó, caminó hasta quedar al lado de Hyukjae y se apoyó en el locker contiguo al del mayor.

—Yo sí —declaró sin esperar respuesta por parte del más alto, cosa que este agradeció –porque incluso si hubiese querido, las palabras no hubieran salido–, y a la vez repudió, porque gracias a eso había tenido que escuchar que Donghae no sólo gustaba de alguien, sino que estaba enamorado. Lo más probable era que se estuviese refiriendo a Sungmin.

—Pero es tan frustrante —siguió el castaño—. Esa persona aún no se da cuenta de mis sentimientos.

Hyukjae apartó la vista, que hasta ese momento había ido siguiendo todos los movimientos del menor, y la dirigió hacia el interior de su casillero; la negrura dentro del mismo era el vivo reflejo de su corazón. Apretó los dientes y los puños con fuerza. No quería seguir escuchando aquello, pero el castaño no daba señales de callar pronto.

—¿Qué puedo hacer? —continuó con su monólogo— Realmente me gusta demasiado. Me gustaría que se diera cuenta de que estoy ahí, de que siempre lo observo. Me gustaría poder confesarle mis sentimientos, decirle que lo amo y que es alguien verdaderamente especial en mi vida. Quisiera… —pero no alcanzó a terminar la frase.

Un sonoro portazo en el locker de Hyukjae y el estruendo de dos manos colisionando, a ambos lados de su cabeza, con el casillero sobre el cual estaba apoyado lo aturdieron y lo hicieron callar de golpe.

—¡Basta! —gritó el mayor a escasos centímetros del rostro del castaño, casi atravesándolo con la mirada. Luego de eso, el silencio fue casi sepulcral, como queriendo de alguna manera estabilizar las emociones de ambos chicos, hasta que Hyukjae habló. El tono de su voz era bajo, haciendo que la pregunta se deslizara en un peligroso susurro— ¿Eres tú quien le envía las cartas a Sungmin?

No hicieron falta palabras para que Hyukjae supiera que había dado en el clavo. La expresión de Donghae le había dicho todo lo que necesitaba saber.

El menor lo miraba incrédulo. ¿Cómo se había enterado? Sólo Kyuhyun sabia lo de las cartas y estaba seguro de que él no le había contado a nadie, no habría tenido oportunidad de hacerlo, entonces… ¿cómo?

Después de preguntar aquello, Hyukjae no había vuelto a hablar y Donghae comenzaba a desesperarse buscando cómo arreglar la situación.

—Yo… la ver- —intentó excusarse el menor pero fue nuevamente interrumpido, esta vez por los labios del mayor estrellándose contra los suyos en un beso salvaje, pasional y demandante.

Hyukjae no había pensado; sólo había actuado en consecuencia al tumulto de emociones en su interior. Había pensado en que no quería escuchar nada más salir de aquellos labios que nunca le pertenecerían… y ese pensamiento en particular había sido el culpable de que todo razonamiento coherente dejara su ser. Tenían que ser suyos… aunque sólo fuese una vez.

Las manos que habían estado apoyadas en el casillero se hicieron camino hasta el cuerpo del castaño; la izquierda aprisionando su cintura y la derecha tras su nuca, evitando que pudiese escapar, evitando que pudiese zafarse.

Sus labios y lengua delineaban una y otra vez los del menor, pero llegado el momento no fue suficiente. Necesitaba sentirlo con mayor intensidad, necesitaba llenarse de él, cada resquicio de su cuerpo, de su corazón y su mente lo pedía. Y cedió a sus instintos.

La mano tras la nuca del menor se enredaba más en sus cabellos mientras que la que estaba sujetando su cintura se deslizaba hasta la parte baja de su espalda y presionaba, de manera erótica, haciendo más amplio y estimulante el espectro de contacto entre ambos cuerpos. Hyukjae, perdido en las sensaciones, mordió el labio inferior de Donghae lo suficientemente fuerte como para hacerlo separar sus labios.

El menor, al sentir la presión sobre su labio, abrió la boca involuntariamente para dejar escapar un quejido, momento que el pelirrojo aprovechó para profundizar el beso.

En el momento en que su lengua rozó la del más bajo, Hyukjae se sintió en el paraíso y a la vez en el infierno. ¿Cuánto tiempo había esperado por aquello? ¿Cuántas veces había soñado con tenerlo entre sus brazos? ¿Por cuánto tiempo había deseado que fuese suyo?... pero no lo era. Donghae no era suyo y los sueños seguirían siendo eso: sueños. Ese era su infierno personal.

Aún así, el mayor se encargó de recorrer la boca del castaño con ansias y desesperación, succionando, mordiendo y lamiendo. Aún así, sus manos recorrieron su cuerpo, con hambre, deseo y pasión. Pero Hyukjae sabía.

Aquel beso no era más que la egoísta liberación de sus sentimientos. Una versión resentida y dolorosa de lo que podría haber sido uno real. No era más que una copia barata si sólo había sentimientos desde un solo lado y Hyukjae se odió por disfrutarlo; por violar esos labios y esa boca, por presionar hasta lo obsceno su cuerpo contra el del menor. Pero… ¿qué más podía hacer? Lo amaba. Lo amaba tanto que dolía. Lo amaba hasta el punto de enloquecer ante el roce de sus labios.

Pero su agridulce locura llegó a su fin cuando sintió las manos de Donghae apoyarse en su pecho desnudo y presionar para separarlo de él… y fue como si el mundo se le cayera a pedazos. En ese instante, algo dentro de él se hizo trizas, haciendo un ruido ensordecedor, provocando que un pitido insoportable se alojara en sus oídos.

La cordura y la lucidez que lo habían abandonado volvieron de golpe a él y se separó bruscamente de aquel que tenía enfrente. La expresión de asombro, desconcierto, estupefacción e incredulidad del más bajo no hacía nada para atenuar su culpa y su vergüenza.

Había perdido por completo el control. Había traspasado la línea que pensó en cruzar jamás y estaba seguro de que acarrearía las peores consecuencias que podía imaginar: el no poder estar más al lado de Donghae.

Seguramente luego de esto el menor lo odiaría, lo despreciaría, lo aborrecería y no quería estar frente a él cuando su expresión mutase a una de odio y asco.

Se volteó para tomar rápidamente su bolso pero paró en seco. Se llevó una mano al rostro y lo sintió húmedo; estaba llorando y no se había dado cuenta. ¿Cuándo había comenzado? No era de importancia. Lo primordial ahora era salir de allí por lo que tomó su bolso, y sin siquiera preocuparse por ponerle candado a su casillero, salió en dirección de la puerta, no sin antes susurrarle un “lo siento” a la persona que dejaba atrás.
 

~◘○◘○◘~


Sungmin esperaba otra vez bajo el árbol. Era la hora del almuerzo y Kyuhyun aún no llegaba. Se le había hecho extraño, más aún cuando necesitaba hablar urgentemente con él; había descifrado el código pero aún no podía creerlo, necesitaba la confirmación del moreno.

Y por fin lo vió venir en su dirección, lentamente, hasta llegar a su lado.

Sungmin lo saludó con una sonrisa un tanto forzada —estaba demasiad nervioso–, pero Kyuhyun ni se molestó en devolvérsela, sólo lo saludó con la mano.

—¡Que bueno que llegaste! —exclamó el pelinegro—. Tenía que hablar contigo acerca de algo...

—¿Y de qué se trata? —preguntó; quería terminar cuanto antes con aquella reunión.

—Yo… yo de-descubrí el código —dijo Sungmin sin mirar a Kyuhyun mientras estrujaba el papel que tenía entre sus manos, ese donde la noche anterior había escrito el nombre del admirador secreto.

—Ah… —Kyuhyun no se lo había esperado, pero para el caso era lo mismo— ¿Y qué nombre ocultaba el código?

Sungmin lo miró temeroso y sonrojado antes de contestar. ¿Y si no era esa la respuesta al código? ¿Y si se había equivocado? Igualmente se armó de valor y pronunció la respuesta a la que había llegado.

—Ch-cho Kyu…Hyun —dijo entre tartamudeos pero con una sonrisa, robándole miradas al rostro del moreno.

—Ah… bien hecho —dijo, haciendo que al pelinegro le brillaran los ojitos; al ver aquella expresión casi da marcha atrás, pero la decisión estaba tomada—. Pero el juego termina acá.

El más bajo lo miró aún emocionado, pero sin comprender. ¿A qué juego se estaba refiriendo? No estaba entendiendo nada, pero para su desgracia, Kyuhyun no tardó en aclarárselo.

—Este juego de las cartas y el admirador secreto. Lo cierto es que nunca lo había hecho, pero cuando unas cartas comenzaron a llegar a mi casa dirigidas a ti pensé “¿por qué no?”. Parecía interesante, por lo que reemplacé aquellas cartas con unas mías; pero era sólo un experimento, no habrás creído que de verdad estaba enamorado de ti ¿cierto? —dijo en el tono más frío que pudo lograr.

Sungmin por otro lado tenía los ojos abiertos de par en par y trataba de asimilar las palabras del moreno, pero su cerebro se negaba a procesarlas.

¿De verdad había sido sólo un juego? ¿De verdad había sido sólo un conejillo de indias? ¿Cómo era posible? Durante todo ese tiempo había pensado que Kyuhyun era distinto de cómo lo pintaban los rumores; se habían acercado, habían hablado de sus vidas… ¿también había sido eso parte de su experimento? Con ayuda de los momentos que habían pasado juntos Sungmin había empezado a apreciar al menor, había comenzado a quererlo y había deseado con todas sus fuerzas que aquel que enviaba las cartas fuese Kyuhyun. Lo que acababa de escuchar no podía ser cierto.

Miró al más alto a los ojos, con los propios inundados en lágrimas saladas por la decepción, amargas por la traición y creyó ver un destello de arrepentimiento en ellos… para el mayor, un destello de esperanza. Fue eso lo que lo empujó a formular la pregunta.

—Es… es mentira… ¿no? —y la nota de ilusión en la voz del pelinegro hizo mella en los oídos de Kyuhyun, así como también es su corazón, que le gritaba que dejara de hacer estupideces, amenazándolo con dejar de latir; que le exigía que mandara todo a la mierda y besara al mayor ahí mismo; que le rogaba que le secara las lágrimas que ahora le caían libres por el rostro y le dijera que tenía razón, que era todo mentira.

Pero no lo haría.

Cuando una persona hacía las cosas mal desde un principio, todo terminaba mal. Y Kyuhyun había hecho todo mal desde el momento en que había recibido en su casa aquella carta del admirador secreto dirigida a Sungmin y la había intercambiado por una propia.

No sabía por qué las cartas llegaban a su casa y en ese momento tampoco le dio demasiada importancia. Se había visto cegado por los celos. ¿Cómo podía alguien que no era él estar enviándole cartas a Sungmin? Fue cuando se le ocurrió esa gran idea de cambiar las cartas, idea que no había resultado ser tan grandiosa, sobre todo porque no había tomado en cuenta los sentimientos de aquella persona que todas las mañanas, religiosamente, le dejaba una carta en su buzón con vistas de que se la entregara a Sungmin; sobre todo, porque jamás se le cruzó por la cabeza que aquella persona pudiese ser Donghae, su mejor amigo.

Todo este tiempo lo había estado traicionando inconcientemente, involuntariamente. El hecho de que ignorara que fuese el castaño el admirador secreto no atenuaba su culpa, lo que había hecho estaba mal, había sido horrible; pero ahora tenía la oportunidad de redimirse aunque fuese sólo un poco. Por eso no daría un paso atrás. Por eso no cedería.

—No. No es mentira —y casi pudo ver en los ojos del mayor como se le rompía el corazón, aplastando el de Kyuhyun también. Apartó la vista de aquellas pupilas llenas de dolor y buscó algo en su mochila—. Toma. Estas son las cartas originales —dijo, y le extendió un manojo de sobres. Eran las que había escrito Donghae.

Al ver que Sungmin no tenía la más mínima intención de tomarlas y sólo alternaba su vista entre lo que se le ofrecía y quien se lo ofrecía, Kyuhyun presionó la pila de papeles contra el pecho del mayor, le tomó una mano e hizo que sujetara las cartas.

Las manitos del pelinegro temblaban ligeramente y el menor nuevamente tuvo que hacer acopio de voluntad para no estrecharlo entre sus brazos.

Sungmin se sentía como dentro de una pesadilla. Kyuhyun le había confirmado que hablaba en serio al entregarle las cartas y el más bajo lloraba: de decepción, pena, impotencia, tristeza, rabia y amor. Más que nada lloraba por amor… un amor destrozado, abatido y pisoteado.

—Nunca pensé que fueras capaz de algo como esto —dijo Sungmin con todos sus sentimientos plasmados en su voz. Acto seguido, la palma de su mano de estrelló contra la mejilla del menor—Eres despreciable —dijo apretando el trozo de papel donde había escrito el nombre del admirador secreto y arrojándoselo al moreno para luego voltearse y salir corriendo.

Al menor no le había dolido el cachetazo. Mucho más le había dolido lastimar de aquella manera a Sungmin. Mucho más le había dolido apuñalar por la espalda a su amigo. El golpe que había recibido, aunque sonara enfermizo, le había producido placer, porque era lo que se merecía, ese y todos los golpes que al pelinegro se le hubiese ocurrido darle. Porque tenía toda la razón… era un ser despreciable.

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