Wolfgang Amadeus Mozart. Sonata para piano nº 8 en A mayor, K.310.

Sowon no era el tipo de persona que sabía mucho de música clásica, pero de vez en cuando la reproducía como una melodía de fondo para llenar el vacío mientras estaba leyendo. Ella no sabía lo que A mayor, K.310 significaba, pero en algún lugar entre las líneas del libro que estaba leyendo, oía una nota que se quedaría atascada en su mente inquieta y de la cual analizaría todas las emociones que sostenía.

Aquella mañana, cuando decidió levantarse de la cama y explorar la pequeña zona que rodeaba los dormitorios, había florecido en su interior un calor desconocido. Se sentía más ligera, somnolienta, lo que había permitido que sus ojos adoraran los hermosos detalles de las calles y edificios sin superanalizarlos, a pesar que en la parte detrás de su cabeza un susurro le recordaba a la sonriente chica de anoche, diciéndole que todo lo que estaba buscando en las calles ocupadas era el refugio de sus recientes pensamientos.

Dejando escapar un profundo suspiro, entró en una pequeña cafetería y miró a su alrededor, la inmensa línea delante de ella moviéndose lentamente. A medida que pasaban los minutos, unas cuantas gotas de lluvia comenzaron a caer perezosamente desde el cielo, chocando contra el cristal de la tienda. Sowon se acurrucó dentro del abrigo que llevaba y notó que no tenía un paraguas, por lo que decidió sentarse en una de las mesas de madera. Tomando la taza de té que había ordenado, se acomodó en un rincón oscuro y se quedó mirando el vidrio. La visión se nubló y después de un rato comenzó a prestar atención a la forma en que las gotas de lluvia caían sobre el material transparente, dejando más rastros de agua en él que la vida en movimiento detrás del cristal. Las gotas colisionarían y luego se separarían de nuevo con tanta rapidez. Por un momento pensó que eran estrellas fugaces, dejando un rastro de polvo brillante detrás de donde ella podría hacer su deseo.

Pero Sowon no tenía muchas cosas que desear. Ella había comenzado a vivir por su cuenta, había entrado en una Academia de Artes y se encontraba en el camino correcto para convertirse en una escritora, o al menos, tratar de convertirse en una escritora. Incluso tuvo una agradable caliente taza de té en un frío día de Septiembre que hizo esta mañana un poco mejor.

"¿Sola otra vez?" Una voz acaramelada se rió entre dientes y Sowon se cortó de sus pensamientos, levantando los ojos para ver los oscuros orbes de Eunha. "¿Me puedo unir?"

“Por supuesto” respondió Sowon sonriendo, con la mano izquierda mecánicamente tirando de un rastro del cabello corto de la joven detrás de su oreja, mientras su mirada se concentraba en la perforación sobre ella. "Interesante", dijo Sowon en voz baja, sonriendo hacia la chica.

La piel pálida de Eunha tomó una luz de color rosa alrededor de sus pómulos mientras torpemente sacudía la cabeza, el cabello librándose de su oreja y cubriendo la perforación. Algo de eso hizo sonreír a Sowon.

"Fue un terrible error, ¿no es así?" preguntó ella a media voz, sus mejillas todavía con un débil rosa.

“Por supuesto que no” contestó Sowon aún riéndose mientras buscaba en los bolsillos de su abrigo un bolígrafo. Y en un desenfoque escuchó a Eunha hablando de su fase de transición. Cómo se cortó el pelo, cambió su estilo, se perforó la oreja y se dio cuenta de que Van Gogh era su principal inspiración. Dijo algo entre líneas de ella querer parecerse -o al menos sentirse como una de sus pinturas-, pero Sowon no prestó atención a eso. Lo intentó, pero su mente gritaba de nuevo, aislándola de todos los demás sonidos.

La atención de Eunha fue robada sólo cuando Sowon recogió una servilleta y comenzó a escribir allí, con su desastrosa y mala caligrafía. Después de terminar, dobló la servilleta blanca y la empujó hacia la joven, sus ojos se centraron en la pluma que sostenía.

Confundida, Eunha