Sowon nunca había sido una persona curiosa, pero siempre había estado investida en detalles. Ella era fácilmente consumida por sus propios pensamientos que viajaban alrededor de su cerebro ruidoso. Atrapados allí, sin hoja de papel para manejar su significado, rociados con un poco de imaginación innecesaria. Estos pensamientos se convirtieron en asesinos para ella, obsesionando su ser hasta que encontró una manera de soltarlos.

No había muchos detalles interesantes sobre su vida, ni sobre ella misma que pudiera mencionar apasionadamente a nadie, con ojos brillantes y voz temblorosa. Era alta, delgada, cabello y ojos castaños, con una sonrisa dorky y manos garabateadas. Eso es porque Sowon no escribió. Por supuesto, pretendía ser escritora, pero de alguna manera nunca se consideró una decente. Sus poemas estarían escritos en sus libros de texto escolares, o incluso en los libros de texto de sus amigos, pero nunca en un cuaderno. Sus emociones se derramarían sobre su piel en líneas rápidamente escritas que no contenían comas, ni mayúsculas, ni signos de interrogación. Y a veces le gustaba decir que su fascinación por “E.E.s” era la razón por la que estaban desaparecidos, pero la mayor parte del tiempo ella simplemente no respondió, no habló, no se molestó en explicar. Sus pensamientos estaban por todas partes y ella nunca se molestó en recogerlos en un párrafo.

Hasta ahora.

Sowon, que pasaba las maletas por el gran salón de la residencia, buscaba la puerta con el mismo número que la llave que llevaba, pero su atención seguía siendo robada por todo lo demás. Las paredes de oro llenas de pinturas le hacían querer detenerse y mirar. La suave luz la mantenía caminando a un ritmo lento que la hacía sentir como si estuviera flotando. Los estudiantes con el uniforme azul caminaban por los pasillos y ella no podía dejar de notar cómo cada uno de ellos irradiaba un color diferente. Al igual que entre risas y conversaciones se generaba un ambiente bullicioso y caluroso, sin embargo, se las arregló para tropezar y golpearse a sí misma varias veces hasta que encontró la puerta que estaba buscando.

Se dio paso al interior y vio las dos camas, dos armarios, dos estantes... Y suspiró. Suspiró hasta que sintió que el aliento se le clavaba en la garganta, porque pensaba que se quedaría sola en una pequeña habitación al lado de la escuela, cuando en realidad estaría compartiendo un dormitorio con otra desconocida a cinco minutos lejos de la Academia de Artes. Suspiró de nuevo sacudiendo la cabeza y empezando a abrir las maletas. Podríamos decir que su idea de desembalar era diferente de lo habitual. Todo lo que hizo fue sacar todos sus libros de las maletas para arreglarlos en su estante antes de rellenar su ropa al azar en el armario.

Sus cuadernos vacíos estaban colocados sobre el escritorio uno encima del otro, junto a un montón de bolígrafos y lápices sin pelar. Los libros estaban prolijamente organizadamente en los estantes y se sentía como si hubiera terminado. Ella estaba hecha e inspirada y pensó que ya era hora de que escribiera. Escribir correctamente. Así que se sentó en la mesa, tomó la pluma, respiró con fuerza y ​​colocó un lollipop con sabor a naranja dentro de su boca. Ella levantó los ojos por un breve segundo y miró hacia fuera por la enorme ventana. Y luego un segundo se convirtió en un minuto, y un minuto en cinco, y luego en un rato después de que ella había encontrado sus pensamientos flotando en su cabeza al azar como siempre lo hacían, escribiendo poemas sobre este lugar imaginando escenario sobre leer estos poemas en voz alta en la clase e impresionar a todos. Y siguió mirando afuera con los ojos clavados en el camino notando y sin embargo ignorando cada movimiento.

Hasta que una chica le llamó la atención. Ella estaba riendo en voz alta y aunque Sowon no podía oírlo, ella podía sentirla golpeando dentro de su cráneo como si fuera una melodía irritante que uno sorprendentemente ama.

Sowon dejó la piruleta y se puso de pie apoyándose en la ventana, observando cómo la muchacha se movía delicadamente como si bailara con el viento que acariciaba su cabello oscuro sin preocuparse por las pequeñas gotas de lluvia que caían sobre su piel. Sowon pensó que la lámpara de oro de la calle no hacía justicia a la piel cremosa que tenía la muchacha. Su sonrisa podía cortar la noche mejor que la luz de la luna y Sowon podía sentir su corazón agrietarse mientras mira desde arriba. Observó y observó hasta que sus pensamientos la comieron viva y la punta de la pluma que sostenía tocó su piel y garabateó descuidadamente la primera cosa que vino en su mente. Pero cuando levantó los ojos no pudo ver a nadie bajo la lámpara, ni un rastro de la chica que le había llamado la atención.

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