CAPITULO 2

QUÉDATE CONMIGO (Adapt. TaeNy)

Jack

—¡Vamos joder, vamos! ¡Puta máquina de mierda! —digo mientras la emprendo a golpes contra ella.

Sigo dándole hasta que algo parecido a un líquido marrón empieza a gotear dentro de la taza. Resoplo durante lo que me parece una eternidad, hasta que mi paciencia se agota, y apago la máquina cuando mi vaso contiene un solo dedo del líquido que debería ser café pero que ni tiene el color, ni huele como café y definitivamente…

—¡Ah! ¡Joder! ¡Qué asco! ¡¿Esto qué coño es?!

No, definitivamente no sabe a café. Tiro la taza al fregadero, para que haga compañía al resto de la vajilla que lleva allí como dos semanas, y me enciendo un cigarrillo justo en el momento en que llaman a mi puerta.

Giro sobre mis talones y miro sorprendido el reloj. Son solo las nueve de la mañana. Es temprano. Se supone que Viktor no me viene a recoger hasta las nueve y media. En un acto reflejo, llevo la mano derecha a mi espalda y agarro la culata de mi pistola, que asoma por la cinturilla del pantalón, mientras me dirijo a la puerta.

—¿Quién es?

—¡Hola! —contesta una voz femenina que no reconozco—. Soy Youngji, su nueva vecina.

Frunzo el ceño y pongo un ojo en la mirilla. Una mujer pelirroja está al otro lado de la puerta y empieza a mover la mano saludando cuando se da cuenta de que la estoy mirando.

—Perfecto —susurro para mí mismo, si la pelirroja llega a ser un matón con asuntos pendientes conmigo, ahora mismo tendría no menos de diez agujeros por todo el cuerpo.

Suspiro resignado por mi falta de concentración y precaución, debido seguro a la falta de cafeína, y abro la puerta sin apartar aún la mano de mi 9 mm.

—Hola —me saluda de nuevo con una sonrisa en la cara que se le va difuminando conforme me mira de arriba a abajo.

Sigo su mirada y me miro por primera vez en todo el día. Vale, no he puesto mucho de mi parte para que esa sonrisa preciosa se mantuviera en su cara por mucho tiempo. Llevo una camiseta blanca de manga corta con varias manchas, entre ellas restos del sucedáneo de café, y unos vaqueros azules muy desgastados igual de sucios. Completo el modelito con una barba de varios días y el pelo bastante despeinado. Vamos, soy todo un partidazo digno de admirar.

—¿Quería usted algo o es solo una inspección? —le pregunto haciendo gala de mis encantaos innatos.

—Perdone —contesta saliendo de su estupor.

—Como le decía, soy Youngji, su nueva vecina. Me mudé ayer y me acabo de dar cuenta de que el fregadero pierde algo de agua… He llamado al casero pero dice que hasta esta tarde no puede venir. Tengo que salir a trabajar y no puedo dejar que vaya goteando agua porque entonces al volver tendré que entrar en casa a nado…

Mi cara va cambiando conforme sigue hablando sin parar. Levanto las cejas sorprendido, intentando asimilar toda la información que me va dando mientras mi cabeza intenta averiguar el motivo real de su visita.

—Mi marido, bueno, mi ex marido solía hacer este tipo de cosas pero no creo que sea muy difícil porque él no es que fuera demasiado mañoso. Supongo que será solo cuestión de apretar una tuerca o algo por el estilo pero…

— Youngji … Disculpe —la interrumpo al final.

—Es que tengo algo de prisa… ¿Podría darme alguna pista más concreta acerca del motivo de su visita? Sin tantos detalles, si puede ser…

—Oh, perdone, es que cuando me pongo nerviosa hablo sin parar —dice sonrojándose mientras agacha la cabeza y se coloca algunos mechones de pelo detrás de la oreja.

—Quería saber si sería tan amable de prestarme una herramienta de esas que sirven para arreglar estas cosas.

Cuando levanta la vista para mirarme de nuevo, sigue aún algo roja. Me la quedo mirando durante unos segundos, fijándome en algunos detalles como las pecas que se le marcan en el puente de la nariz, las arrugas al lado de los ojos o ese labio inferior que se muerde con nerviosismo.
Realmente es una mujer preciosa, aunque a simple vista parece vulnerable y, sobre todo, muy transparente. Sin esforzarme demasiado, he averiguado que es separada o divorciada, que acaba de mudarse, que trabaja y que no está muy puesta en cuanto a herramientas se refiere pero que está decidida a ponerle remedio.

—Eh… Sí —digo obligándome a reaccionar—. Pase, creo que por aquí tenía la caja de herramientas.

Me doy media vuelta, escondiendo antes la pistola debajo de la camiseta y dejo que ella cierre la puerta detrás de sí. Me dirijo a la cocina y me agacho frente a uno de los armarios del fregadero. Cuando encuentro la caja y me incorporo, veo que ella mira alrededor con una mueca de asco dibujada en su cara. Supongo que ahora mismo tiene que estar preguntándose qué clase de tío guarro tiene por vecino… Platos de dos semanas en el fregadero, una pila de ropa sucia sepultando el cubo de la colada, cajas de pizza vacías y latas de cerveza estrujadas por toda la encimera… Y eso que no ha visto el resto del apartamento.

—Siento el desorden… No paso mucho tiempo en casa… —me siento con la necesidad de excusarme y no sé por qué.

—Tenga, aquí tiene una llave inglesa.

Cuando la coge, la mira como si fuera la primera vez que ve una, así que me veo en la obligación de explicarle cómo funciona.

—Esta rueda de aquí sirve para agrandar esto… —observo su cara de asombro al ver la pieza moverse y no puedo evitar sonreír.

—Esto… tengo algo de tiempo antes de ir a trabajar. ¿Quiere que la acompañe un momento a casa y mire cómo está la cosa? Puede que sean solo cinco minutos…

—Pues si no le importa —dice iluminándose la cara

—Se lo agradecería en el alma.

—Claro, vamos. —Doy una última calada y sin pensarlo demasiado, tiro la colilla aún encendida, al fregadero.

—Acompáñeme —me responde con una mueca de asco, mirando en la dirección en la que ha caído la colilla.

Desde luego, si no ha caído rendida a mis pies por mi presencia, lo hará por mis buenos modales… Me estoy luciendo… Dejo la pistola disimuladamente debajo de unos trapos y la sigo hasta el interior de su apartamento que, aunque está lleno de cajas, está muy ordenado y limpio.

—Es aquí —dice señalando las tuberías de debajo del fregadero.

Me agacho y compruebo cómo, efectivamente, una de las juntas está húmeda.

—Cada vez que abro el grifo, el agua empieza a gotear por aquí —señala agachada justo a mi lado, con su cara a escasos centímetros de la mía.

¿Cómo lo hace? ¿Cómo consigue hechizarme hasta dejarme en blanco? El olor de su pelo me inunda y me ahoga, haciéndome incapaz de articular palabra. La miro fijamente durante un rato, totalmente descolocado.

—¿Hola? —Pasea su mano por delante de mis ojos devolviéndome a la realidad.

—Perdone…

—Le preguntaba que si quiere que abra el grifo.

—Sí, sí, claro. —Y al poco de hacerlo, el agua empieza a caer por una de las juntas de la tubería.

—Cierre ya. El problema está aquí. Espere aquí un minuto que voy a buscar una cosa a mi casa.

Pocos segundos después, vuelvo a su cocina con un rollo de cinta de teflón en las manos. Me estiro cabeza arriba dentro de su fregadero, y empiezo a desenroscar el trozo de tubería. Ella se agacha y mira con curiosidad toda la operación.

—Voy a poner cinta de teflón en esta junta y volveremos a enroscar el codo. Eso debería hacer el apaño, pero tarde o temprano tendrá que cambiar esta tubería porque parece oxidada. Dígaselo a su casero comento mientras hago fuerza para enroscar todo de nuevo.

—Abra el grifo ahora.

—¡Genial! Ya no cae nada. Es usted mi héroe —dice cuando se agacha a mirar.

—No es para tanto —digo limpiándome las manos contra el pantalón.

—Le debo una… —Vuelve a hacer ese gesto mordiéndose el labio y peinándose el pelo con los dedos.

—Debería irme —contesto precipitadamente para huir allí lo antes posible.

—Sí, yo también debería ponerme en marcha, porque empiezo a trabajar en un rato —dice mirando nerviosa su reloj.

—¡Madre mía! En veinte minutos debería estar abriendo la floristería y aún tengo que cambiarme y arreglarme. Menos mal que soy mi propia jefa…

La observo mientras habla sin parar, justo como pasó antes. Ahora sé que lo hace cuando se pone nerviosa. ¿Seré yo el motivo de su nerviosismo? Realmente, me encantaría serlo…

—Perdone, ya lo estoy haciendo otra vez.

—Sí… Bueno, nos iremos viendo —digo mientras salgo por la puerta.

Cuando estoy a punto de entrar en mi apartamento de nuevo, ella vuelve a aparecer por el pasillo y, sobresaltándome, me pregunta.

—¡Perdone! No me ha dicho su nombre…

—Jack —contesto sin pensar.

Al cerrar la puerta, golpeo mi cabeza repetidas veces contra ella. Respiro profundamente mientras miro alrededor, intentando descifrar qué acaba de suceder. Esa pelirroja podría trabajar perfectamente para la CIA porque en diez minutos ha conseguido mandar a la mierda años y años de experiencia como agente infiltrado. Acabo de romper varias reglas inquebrantables, por mi propia seguridad y por la de los de mi entorno.

—¿Jack? ¿Acabas de darle a esa mujer tu verdadero nombre? ¿Cómo puedes ser tan gilipollas? digo sin dejar de golpearme la cabeza contra la puerta

—¿Y qué es eso de mirarla con cara de imbécil y quedarte en blanco?

Enciendo un cigarrillo y me dirijo al baño. Después de mear, me lavo las manos y me quedo un rato mirando mi reflejo en el espejo. La verdad es que doy bastante asco… No sé ni cómo he podido siquiera pensar en ser el motivo de su nerviosismo, o quizá sí lo soy, pero por temor a mí.

Apoyo el cigarrillo en la pica mientras me lavo la cara. Me saco la camiseta y busco una limpia. Al final desisto y busco entre la ropa sucia la que huela menos mal y tenga menos manchas. Me pongo la cazadora de cuero encima, vuelvo a guardar la pistola en mi espalda, cojo el teléfono y bajo a la calle.

El coche de Viktor ya espera delante del portal, así que sin demora, salgo al exterior justo cuando oigo de nuevo su voz detrás de mí.

—Que tenga un buen día —dice con una gran sonrisa en los labios.

Mierda… No digas nada más… No me sonrías… Finge que no nos conocemos… Miro hacia otro lado y entro en el coche.

—¡Davay! —le pido a Viktor que arranque el coche en mi perfecto ruso.

Él obedece al instante y disimulando miro hacia la acera. Ella ha empezado a caminar cogiendo el asa de su bolso. Tiene que haber pensado que soy un capullo, pero no puedo permitir que la relacionen conmigo por su propio bien. Este trabajo no entiende de amistades, ni de relaciones, ni de familia… Ya he cometido el error de decirle mi verdadero nombre, dato que tan solo saben mis superiores en el FBI y las dos personas más importantes de mi vida real: mi hija y mi nieto.

Suspiro al acordarme de ellos. Intento aferrarme con fuerza a los cinco años que viví al lado de mi pequeña. Esos cinco años en los que fui testigo de sus risas, sus besos y sus abrazos. Testigo de su alegría cuando bailaba por toda la casa y me pedía que la levantara como a una bailarina. Fueron tiempos felices, sobre todo porque a la vez iba ascendiendo rápidamente en el FBI, hasta que finalmente me ofrecieron trabajar de encubierto. Era mi sueño, para lo que llevaba preparándome toda la vida, pero yo no contaba con que eso era totalmente incompatible con una familia.

No podía ponerlas en peligro ya que mis nuevos “amigos” eran gente peligrosa y si me descubrían, irían a por ellas sin pensárselo dos veces. Así pues, poco a poco me fui alejando de mi vida anterior: de Janet, mi mujer y de Tiffany, mi niña preciosa.

Varios años después, Janet se cansó de esperarme para cenar, se cansó de acostarse cada noche pensando si estaría vivo o muerto, se cansó de tener que poner miles de excusas a Tiffany cuando llegaba su cumpleaños y yo no estaba a su lado… Básicamente, se cansó de estar casada con un fantasma. Y la verdad es que no la culpo.

Nunca les perdí del todo la pista. De hecho, la única condición que puse a mis superiores en la agencia era que me mantuvieran informado siempre de su dirección. No podía acercarme a ellas, pero quería saber de su vida, así que empecé a dejarle notas a Tiffany. Notas a las que ella contestaba siempre, contándome cómo le iba en el colegio, o lo contenta que estaba cuando Janet la apuntó a la escuela de baile, o lo asustada que estaba al quedarse embarazada de un capullo de la universidad que la dejó tirada.

Fue en esa época cuando volví a tener contacto físico con ella. Fue en el entierro de Janet, que murió después de nacer Cody, tras luchar durante años contra el cáncer. Asistí al entierro y aunque me mantuve en un segundo plano, pude ver a mi hija sonreírme de nuevo, sosteniendo en sus brazos a mi nieto.

Mi nieto… Cody… Nunca le he abrazado, nunca me ha visto y no he hablado jamás con él, excepto por las notas. ¿Habrá encontrado la última que le dejé en la maceta de la ventana de la vecina?

Por ese mismo motivo, porque no quiero que nadie que me importe salga perjudicado debido a mi trabajo, no quiero que relacionen a Youngji conmigo.

Espera Jack, ¿acabas de reconocer que la pelirroja te importa? ¿Diez minutos a su lado y te ha calado hondo? Me remuevo nervioso en el asiento negando esa posibilidad. ¿Por qué sino entonces llevaría más de media hora con su imagen metida en la cabeza?

—¿Ty v poryadke? —Viktor me nota taciturno y me pregunta si estoy bien.

—Da, da —respondo intentando dejar atrás a Jack, el marido fantasma, el padre ausente, el abuelo invisible, el vecino sucio, para dejar paso a Igor, mano derecha de Kolya Kozlov, jefe del clan de los Kozlov, que controlan el tráfico ilegal de armas desde Rusia y principales suministradores de grupos terroristas como Al Qaeda.

Llegamos al almacén donde guardamos la mercancía y enseguida nos cruzamos con varios miembros del clan. Nos saludan con mucho respeto, pero sobre todo con miedo, sabiendo que un paso en falso por su parte, y no dudaré ni un segundo en meterles una bala entre ceja y ceja. De algún modo he tenido que ganarme la confianza de Kolya. Aquí dentro estoy solo y me he tenido que ganar su confianza durante muchos años, muchas veces con medidas drásticas.

—¿Vse gotovo? —pregunto a uno de los tipos del interior si todo está listo.

—Da.

Viktor y yo comprobamos la parte de atrás de la furgoneta, donde hay diez cajas con diez kalashnikov cada una. En total, cien fusiles que caerán en manos de una de las milicias de Al Qaeda y con la que probablemente matarán a varios soldados estadounidenses. Ya no me inmuto ante esa idea, he aprendido a vivir con ello, convenciéndome de que las vidas que salvaremos cuando acabemos con esto, serán más importantes que los inocentes que han muerto hasta ahora.

En esto me he convertido. En alguien capaz de matar a sangre fría a un compañero o de permitir que cientos de vidas de inocentes sean sesgadas con las armas que yo mismo he proporcionado.

Por eso me ha sorprendido tanto que Youngji haya sido capaz de trastocar mi mundo en solo diez minutos. Creo incluso que, por unos segundos, mi corazón volvió a latir y una débil sonrisa asomó en mis labios. ¿Por qué le dije mi nombre cuando ya casi no me acordaba de él? ¿Quizá porque me gusta la idea de que ella sepa algo de mí que no sea una burda mentira o una tapadera?

—Vse v poryadke —digo dando el visto bueno a la mercancía.

Cojo mi móvil y llamo a nuestro contacto de la cédula terrorista, marcando antes el número que activa la conexión que permite que mis colegas del FBI puedan escuchar la conversación.

—Igor —contesta una voz con acento árabe al otro lado de la línea.

—Da —Y prosigo hablando en inglés—. Todo en orden. La mercancía va camino del aeropuerto. Te mandaré un mensaje con los detalles de vuelo.

—Perfecto. Como siempre Igor. —Le oigo dar una orden en árabe a alguien—. La mitad del pago está ahora mismo transfiriéndose a la cuenta acordada. La otra mitad, cuando recibamos y comprobemos la mercancía.

Horas después, cuando llego a casa, no puedo evitar echar un vistazo a la puerta de Youngji cuando paso por su lado. Oigo música jazz procedente del interior.

Sin saber bien porqué, me acerco a su puerta y apoyo la frente y mis manos en ella. Cierro los ojos y me la imagino sentada en la barra de la cocina, con una copa de vino en la mano, y luego veo su imagen sonriéndome mientras se coloca el pelo detrás de la oreja. Abro los ojos de repente, asustado por lo que esa mujer está haciendo conmigo. Corro literalmente a mi apartamento y decido darme una ducha fría. Me quito la ropa de camino al baño y la dejo tirada por el suelo. Me quedo debajo del chorro de agua helada, dejando que despeje mi mente y, tal y como hice antes, apoyo las manos y la frente en las frías baldosas. Incapaz de quitarme aún su imagen de mi cabeza, me doy de cabezazos contra la pared hasta que viendo que lo único que conseguiré será un chichón, apago el grifo y salgo. Me seco con una toalla húmeda que huele fatal, me pongo un bóxer negro y un pantalón de chándal.

—Vale, venga, mente ocupada, mente ocupada… —Me fijo en la toalla asquerosa que sostengo—. Colada. Voy a hacer la colada.

Cojo el cubo rebosante de ropa y bajo hasta el sótano, al cuarto de las lavadoras. Abro la puerta y allí está Youngji, charlando con un tipo con el que me parece haber coincidido alguna vez en el vestíbulo del edificio. Por su lenguaje corporal me doy cuenta de que él se está haciendo descaradamente el simpático. Será gilipollas…

Carraspeo para hacerme notar y cuando se giran, fuerzo una sonrisa de buen vecino. Quiero arreglar el desplante de esta mañana, cuando nos hemos cruzado en el portal.

—Bueno Youngji, que veo que hay cola y yo ya he acabado. ¿Quedamos entonces en que nos tomamos un café alguna tarde? —dice el capullo.

—Me parece perfecto. —Está claramente mintiendo, en realidad no le apetece nada.

—Nos vemos —dice posando una mano en el brazo de Youngji.

Como un resorte empiezo a caminar en su dirección y sin que se note demasiado, me interpongo entre ellos apoyando el cesto de la ropa encima de la lavadora que el imbécil ha dejado libre.

—Adiós, Barry —dice ella con una sonrisa en la cara.

Cuando nos quedamos solos, ella sigue doblando la ropa que saca de la secadora.

—Hola —la saludo finalmente pasados unos segundos.

—Vaya, ¿ahora si me habla?

Mierda, mi comportamiento de esta mañana no le ha pasado desapercibido.

—Lo siento…

Pero la miro y ya estoy perdido. Mi capacidad de habla y raciocinio queda anulada por completo y solo soy capaz de mirarla. Tras varios segundos, consigo apartar los ojos e intento concentrarme en mi ropa sucia. Miro la lavadora pero soy incapaz de encontrar la puerta para abrirla, hasta que me fijo en la que está utilizando ella. Quito el cesto de encima y la abro, proceso que me ha llevado algo más tiempo del que me esperaba. Sin ningún cuidado, vierto toda la ropa dentro del agujero, aprieto para que quepa toda y cierro la puerta.

—Espere —dice poniendo una mano encima de la mía que ya estaba a punto de apretar el botón de encendido de la lavadora.

—¿Piensa lavar todo eso de golpe? Y lo más importante, ¿no va a ponerle algo de jabón?

Arrugo la frente sin poder creer mi ineptitud y me río tapándome los ojos, avergonzado. Esa risa consigue descargar algo de la tensión que llevo acumulada desde que esta mujer irrumpió en mi vida esta mañana.

—No ha pensado en el jabón, ¿no? —Y cuando ve que niego con la cabeza añade divertida.

— Ya le dejo yo del mío. Deje que le ayude. Yo ya estaba sacando la ropa de la lavadora así que repartiremos la suya en las dos. Aguante esto.

Como un autómata extiendo los brazos y aguanto el cesto con su ropa mientras me echo a un lado observando cómo se mueve de un lado a otro. Agacho la vista y me quedo sin habla al ver una pila de tangas, unos lisos, otros de encaje… Abro mucho los ojos y trago saliva, notando cómo la temperatura de mi cuerpo sube varios grados.

—Perdone —dice sonrojándose al darse cuenta de la cara de tonto que tengo en este momento viendo su ropa interior.

—No pasa nada. Gracias por la ayuda. Como ve, soy bastante inútil para estas cosas.

—Bueno, al menos lo intenta. Mi ex marido creo que no se acercó nunca a menos de cien metros de una lavadora.

—Es lo que tiene vivir solo… Seguramente él ahora tendrá que arreglárselas si quiere llevar ropa limpia…

Empleo simples técnicas de interrogatorio y la pobre cae de cuatro patas. Necesito saber cosas de ella, y aún no sé el motivo. ¡Qué cojones! Sí lo sé. Porque me gusta, me gusta mucho. Es divertida, lista y salta a la vista que muy guapa.

—No se crea. Su novia veinteañera se ocupará de ello… —responde con una sonrisa en los labios

—Bueno, ¿sabe seguir solo desde aquí? Solo es esperar a que acabe, abrir la puerta y listo.

—Lo intentaré —contesto con la sonrisa más sincera que recuerdo haber puesto en varios meses.

—Pero por favor, ¿por qué no nos tuteamos? No somos tan mayores. Solo tengo 48 años.

—Bueno, aún le gano —Y ahí está de nuevo ese gesto que me mata, agachando la cabeza mientras se coloca el pelo, mientras añade tímidamente.

—52 Así que sí soy algo mayor.

—Tonterías.

—Bueno, Jack, nos vemos por aquí. —Se despide y guiñándome un ojo, añade.

—Llámame si tienes alguna duda cuando te decidas a fregar la pila de platos que tienes en la cocina.

—Lo mismo digo si te surge alguna chapuza más que hacer en casa.

Y sale del cuarto dejándome con una cara de bobo más propia de un adolescente lleno de granos que de uno de los mafiosos rusos más respetados de la década.

Like this story? Give it an Upvote!
Thank you!

Comments

You must be logged in to comment
Solyta #1
Chapter 3: Para cuando la actualización???
Solyta #2
Chapter 3: Oowwww actualiza pronto por favor!!!!
LlamaAmerica #3
Chapter 3: Ahhhh me gusta mucho actualiza pronto!!!
marshal #4
Chapter 3: Esta buenísima la historia.
silvanaph #5
Chapter 1: Tae salvo a fany jejeje espero otro reencuentro de taeny... espero que tae sea el padre de cody seria una buena opcion... tae oppa que bueno que sea un oppa... suerte actualiza pronto
LlamaAmerica #6
Chapter 1: Hay sí Tae Oppa salvando a Tiff *-*
valecita8 #7
Me gusta este genero
Lari_sone #8
Aqui ya tienes a una lectora y espero que no tardes en actualizar los demas :)