CAPITULO 3

QUÉDATE CONMIGO (Adapt. TaeNy)

Taeyeon

—¡Wesley! ¡Wes! ¡¿Dónde estás?!

—¡Coronel! ¡Aquí! ¡Joder, cómo duele!

Le busco entre los escombros, aunque se hace muy difícil ver algo por culpa de la nube de polvo que me envuelve.

—¡Háblame, Wes! ¡Grita para que me oriente!

—¡Aquí! ¡Aquí, por favor, coronel! ¡No me deje solo! ¡No quiero morir!

Corro a ciegas hacia donde proceden los gritos hasta que, pasados unos minutos que parecen horas, doy con él. Me agacho a su lado y hago un diagnóstico rápido de la situación. Cuando el proyectil estalló en la zona, la pared de la casa que estábamos registrando cayó encima de Wesley, sepultando su cuerpo del pecho para abajo. Compruebo sus constantes vitales y veo que respira con dificultad y que su pulso es bastante débil. Si no lo saco de aquí en breve, morirá. Él parece leer la preocupación en mi rostro y se agarra con fuerza a mi brazo.

—Coronel, no me deje por favor —dice con lágrimas en los ojos—. Por favor.

—Tranquilo, te sacaré de aquí.

Evalúo las piedras que le sepultan e intento mover algunas. Las primeras salen con bastante facilidad, pero el problema es la grande que tiene justo encima.

—Wes, escúchame. Voy a intentar moverla pero tú tienes que poner de tu parte e intentar arrastrarte para salir, ¿de acuerdo?

Le miro y cuando asiente, cuento hasta tres y levanto el muro sacando fuerzas de donde creía que no me quedaban. En ese momento, noto una presencia cerca de nosotros. Es un niño que nos mira asustado. Me quedo quieto mirándole, aguantando aún el peso del hormigón con mis brazos. De repente, saca una pistola y gritando consignas en árabe, dispara varios tiros a Wesley en la cabeza.

—¡No! —grito con todas mis fuerzas.

A partir de ahí, las imágenes en mi cabeza suceden a una velocidad de vértigo.

El niño apunta su pistola ahora hacia mí. Agacho la cabeza y veo a Wesley muerto. Sin pensarlo dos veces, mi instinto de supervivencia renace de las cenizas y dejo caer el muro encima del cuerpo sin vida de mi soldado al tiempo que saco mi pistola y disparo al crío en la cabeza. No contento con ello, camino hacia él y preso de la rabia, vacío mi cargador en su pequeño cuerpo mientras las lágrimas brotan de mis ojos sin freno.

Me incorporo en la cama de un sobresalto. Respiro con dificultad y tengo el cuerpo empapado en sudor. Además, me he vuelto a mear encima. Otra vez las putas pesadillas.

—Genial Dr. Kwon, andaba usted bastante desencaminado, no solo no desaparecen sino que parecen ser más intensas que hace unas semanas.

Me levanto de la cama, arrastrando conmigo las sábanas, que meto en la lavadora para lavarlas, y me voy a la ducha. Abro el grifo y espero a que el agua salga caliente mientras me quedo mirando mi reflejo en el espejo durante un rato.

Las pesadillas van variando según el día. No siempre son las mismas, pero se empeñan en recrear tan al pie de la letra algunos episodios que viví en Afganistán, que a veces creo que no estoy durmiendo, sino que todo está volviendo a suceder. Cansado de ver el reflejo de mi imagen lleno de “recuerdos” de la guerra, doy un fuerte puñetazo al espejo, rompiéndolo en varios pedazos y provocándome varios cortes en la mano.

Me meto en la ducha y me quedo inmóvil bajo el chorro de agua, dejando que resbale por mi cuerpo. Abro la mano herida y la pongo también debajo del agua para intentar limpiar la herida. Cuando veo la sangre brotar, la habitación empieza a dar vueltas y me veo obligado a apoyar la espalda contra las baldosas de la ducha.

Mi respiración se acelera y empiezo a frotarme nervioso la mano, intentado hacer desaparecer todo rastro rojo. Cuando me doy cuenta de que es una tarea complicada, empiezo a temblar y, derrotado y sin fuerzas para seguir luchando, resbalo por la pared hasta quedarme sentado en el plato de la ducha. Me abandono, dejando que mi cuerpo actúe sin control, mientras la sangre brota por mi mano y las lágrimas por mis ojos. Dejo que un peso sobrehumano me aprisione el pecho. Me cuesta respirar con normalidad y el sonido de los latidos de mi corazón rebota en los tímpanos de mis oídos. Balanceo mi cuerpo hacia delante y hacia atrás, como si lo estuviera meciendo, durante un espacio de tiempo incalculable.

—¡Es una orden, Coronel!

—Pero señor, es una casa particular.

—Sí, la casa de nuestro objetivo.

—Pero… Habrá niños y civiles inocentes.

—Yo prefiero llamarles daños colaterales —contesta el Mayor Phillips, mi superior, a través del teléfono vía satélite.

—Y ahora, entren en esa casa y disparen a todo lo que se mueva. No podemos correr riesgos innecesarios. ¡Es una orden!

Doy la señal a mis hombres, suelto aire con fuerza y dando una patada a la puerta entramos en la casa de uno de los lugartenientes de Bin Laden. La misión resulta todo un éxito porque acabamos con su vida y con la de dos hombres importantes dentro de la cédula terrorista. Un éxito al menos para mis superiores y la opinión pública, porque yo no puedo dejar de pensar en los más de veinte “daños colaterales” que yacen tumbados en el suelo. Esos daños colaterales que minutos antes me miraban suplicantes con las manos levantadas en señal de rendición. Esos daños colaterales que protegían con su cuerpo a sus hijos. Esos daños colaterales con ojos aterrados como los del niño de aquella casa.

Dos horas más tarde, tras superar la pequeña crisis de antes, me encuentro sentado en mitad de un vagón totalmente vacío. Saco el libro y empiezo a leer por donde lo había dejado. Estoy a punto de acabarlo, así que esta semana, cuando vaya a la visita del Dr. Kwon, tendré que devolverle los que me lleve la semana pasada y pedirle prestados algunos más.

Mi vida se ha convertido en un puto bucle sin fin. Duermo máximo una hora al día, tengo pesadillas, me levanto sudado y muchas veces meado, me ducho, me vengo aquí, leo hasta el amanecer, salgo a tomar un café, paseo por Central Park durante horas, como cualquier cosa, vuelvo a casa, me tiro varias horas viendo la televisión o mejor dicho cambiando de un canal a otro sin prestar atención a nada en particular, salgo a correr, vuelvo a casa, ceno lo que haya en la nevera que no esté podrido, y sobre las 2 de la madrugada, me vuelvo a la cama para mi hora diaria de sueño.

Y así día tras día, excepto los viernes, que mi rutina se ve modificada por la visita semanal al psiquiatra que me paga el gobierno para ayudarme a curar lo que diagnosticaron como estrés post-traumático provocado por los casi seis años que me tiré en Afganistán defendiendo a mi país.

A pesar de que me encantaría estirarme en la cama y poder conciliar el sueño durante al menos cuatro horas seguidas, las pesadillas no me dejan dormir más de una hora seguida. Así pues, para evitar volver a cerrar los ojos y no tener que revivir ese horror, me las apañé para encontrar un sitio con el suficiente ruido como para mantenerme despierto toda la noche, como es el metro. Y para mantener la mente ocupada, empecé a leer de forma compulsiva.

Esta semana está siendo especialmente dura. Estamos a jueves y creo que desde el sábado pasado no he sido capaz de dormir más de 5 horas en total. Tengo tanta cafeína en el cuerpo que creo que podría mear café. Aun así, me empieza a costar enfocar la mirada y las líneas del libro empiezan a solaparse. Me froto los ojos repetidamente y finalmente decido dejar de leer y relajar la vista un rato cerrando los ojos.

No veo nada. Me han tapado la cabeza con una especie de bolsa de tela de saco. Oigo hablar árabe a mi alrededor. Intento agudizar el oído y soy capaz de distinguir al menos tres voces diferentes, todas de hombres. Hablan en árabe y distingo palabras y frases sueltas como “muerto no nos sirve de nada”, “paliza”, “coronel” o “matanza de Kandahar”.

De repente un fuerte golpe en la ceja me tumba. No lo esperaba, no estaba alerta porque estaba concentrado escuchando la conversación. El dolor es insoportable, pero no les doy el gusto de gritar ni quejarme. Simplemente, aprieto los dientes con fuerza y respiro profundamente. Me agarran de las solapas del uniforme y vuelven a ponerme de rodillas. Me siento como un pelele, con las manos atadas a la espalda y sin poder ver lo que pasa a mi alrededor. Dependo totalmente de lo que mis oídos son capaces de escuchar.

Empiezo a notar en la boca el sabor metálico de mi propia sangre y siento cómo el párpado se me va cerrando a medida que se hincha. Otro golpe en las costillas me hace doblar de nuevo, cortándome la respiración. Abro la boca para intentar que el poco aire que queda dentro de la bolsa entre directo a mis pulmones, pero se me llena de sangre y toso, provocándome un dolor insoportable en la zona abdominal. De repente vuelven a incorporarme y me quitan la bolsa de la cabeza.

 

Mi primera reacción es inspirar todo lo profundo que el dolor en las costillas me permita y luego alzo la cabeza para intentar reconocer a mis captores.

—¡No nos mires! —gritan en inglés, golpeándome de nuevo con la culata del kalashnikov.

—¡Agacha la cabeza y no se te ocurra levantarla! ¡Muestra respeto!

—¡Danos las coordenadas del campamento base! —me grita otro de ellos.

Me interrogan durante horas y como me niego a darles la información, me golpean y torturan sin piedad hasta que la vista se me nubla y todo empieza a darme vueltas.

Abro los ojos sobresaltado, con la respiración entrecortada. ¡Mierda, me he quedado dormido en el vagón! Miro a mi alrededor, asustado y desorientado, y entonces la veo de pie a mi lado, la misma chica de ayer, a la que le espanté a esos capullos de encima y que luego saltó del vagón como si estuviera en llamas.

Instintivamente miro hacia mi entrepierna y doy las gracias al comprobar que, al menos esta vez, no me he meado encima. Bastante vergonzoso es que me haya visto aterrorizado, en plena crisis, como para que encima me hubiera visto meándome de miedo.

—¿Estás bien? —me pregunta con voz dulce.

—Estaba ahí detrás sentada y de repente te he oído gritar...

Confundido, arrugo la frente y me pongo en pie sin saber bien qué hacer a continuación. Doy vueltas sobre mí mismo con la sensación de que me falta algo. Mi cabeza aún intenta ponerse en orden y soy incapaz de pensar con claridad.

—Toma, se te debe de haber caído —dice tendiéndome el libro.

—Estaba en el suelo.

Libro. Sí. Eso echaba en falta. Lo agarro y sus ojos se fijan en el vendaje que cubre mi mano y yo reparo de nuevo en él. La verdad es que no puse mucho empeño en curarme y proteger la herida, y el resultado se nota porque la sangre ha empapado parte de la venda, tiñendo el blanco de rojo.

—Deberías de ir a que te miraran eso. Parece que no está curado del todo y si es una herida grande, necesitarás puntos —me dice con naturalidad sin incomodarme con preguntas acerca de cómo me lo hice.

¿Qué coño hago aquí de pie aún? En condiciones normales, huiría de cualquier tipo de contacto humano, pero tiene como un imán que me impide alejarme. ¿Por qué me siento atraído por ella? Y lo más importante, ¿por qué ella parece cómoda conmigo? ¿Por qué no huye? ¿Acaso no me ve? ¿Acaso no se da cuenta de que soy un desecho social incapaz de relacionarse?

Levanto la cabeza y mis ojos se encuentran con los suyos. No me juzgan, sino que me miran con interés y desprenden sinceridad y sencillez.

Sigo sin saber qué decir. Sé que debería ser amable, quiero serlo. Darle las gracias por recogerme el libro, decirle que estoy bien aunque salta a la vista que no es verdad y, sobre todo, borrar de mi cara la expresión de loco que debo de tener ahora mismo. Pero soy incapaz de hablar. El Dr. Kwon me diría, como muchas otras veces he oído, que uno de los síntomas del estrés post-traumático es la incapacidad para relacionarme con los demás. Yo creo que es el miedo a que los demás vean en lo que me he convertido. Es por eso que llevo más de un año sin entablar conversación con nadie que no sea el psiquiatra, y seguro que él tendría algo que objetar diciendo que conversar no es exactamente lo que hacemos la mayoría de días.

Pero con ella es diferente. Ella ha sido testigo de mi peor versión y aquí sigue, interesándose por mí, siendo amable y dándome conversación.

—“1984″ de George Orwell. Me encanta. Es uno de mis libros favoritos.

Miro el libro de nuevo e intento reaccionar con todas mis fuerzas. Me humedezco los labios y trago saliva. Tengo la boca seca y por más que la muevo intentando vocalizar, mi garganta no emite ningún sonido. Ella me mira y por un momento creo que es capaz de ver la batalla que se está librando en mi interior entre mis ganas de relacionarme y la imposibilidad de hacerlo. Me sonríe y echándome un cable, sigue dándome conversación.

—Lees mucho, ¿verdad? Siempre que te veo llevas un libro entre las manos. A mí también me gusta mucho. ¿Conoces “El guardián entre el centeno” de J.D. Salinger? Es muy bueno también—Cualquier otro hubiera pasado hace rato de conversar con una pared, pero ella no.

—Si no lo has leído, te lo recomiendo. Te gustará.

La voz anunciando la próxima parada resuena por todo el vagón, intentando romper el hechizo, pero aún así, nos seguimos mirando a los ojos. Me siento hipnotizado por ella, por cómo sus palabras y su expresión me hacen sentir cómodo y relajado. El convoy frena poco a poco y ella se gira hacia las puertas.

—Bueno, yo me bajo aquí. Supongo que nos iremos viendo, ¿no? Parece que somos bastante nocturnos—Tras varios segundos esperando una respuesta, o al menos una reacción por mi parte, agacha la cabeza resignada y agarrando el asa de su bolso, se da media vuelta.

La observo mientras se pierde por el andén y no aparto la mirada ni cuando el metro se vuelve a poner en marcha y entramos en el túnel. Noto mi corazón latir con más fuerza de lo habitual y tengo que hacer verdaderos esfuerzos para recobrar la compostura.

Me dejo caer en el asiento mientras clavo la vista en el libro que sostengo con fuerza en las manos. No puedo dejar de darle vueltas al hecho de que esa chica ha sido testigo de una de mis pesadillas y en lugar de alucinar y correr hasta el vagón más alejado, se quedó a mi lado. En lugar de poner una mueca de asco, me regaló una preciosa sonrisa. En lugar de agachar la cabeza y pasar de mí, se preocupó y conversó conmigo durante un rato. ¿Y qué le doy yo a cambio? Nada… Bueno, miento, sí le di algo, una cara de loco como la que tengo cada noche cuando me despierto sobresaltado tras una pesadilla.

Definitivamente, he tenido suficiente lectura por hoy. Necesito salir al exterior y tomar el aire, así que me bajo en la siguiente estación y decido volver a casa caminando, aunque hasta Brooklyn tenga más de una hora a pie. Me vendrá bien.

Durante el paseo hasta mi apartamento, no paro de dar vueltas a todo lo sucedido. Es una completa desconocida, de hecho, no sé ni su nombre, aunque no es que yo le haya dado mucho pie a decírmelo… Solo sé lo que se ve a simple vista, que es pelirroja, con ojos marrones, que se baja del metro en el Village y por lo que parece, siempre a la misma hora. Lo que me hace preguntarme, ¿qué hace una chica como ella cogiendo el metro a altas horas de la madrugada? Es peligroso... A saber lo que habría pasado si no llego a estar yo la otra noche…

Además, ha dicho que siempre que me ha visto estaba leyendo… ¿Hace mucho que coincidimos? Como intento concentrarme por completo en la lectura, no me he fijado en ella hasta la otra noche. Y tampoco habría llamado mi atención si esos imbéciles no la hubieran molestado.

Cuando llego a casa, abro la nevera y saco una cerveza. Doy un gran sorbo, me siento en el sofá y echo la cabeza hacia atrás. Solo entonces soy consciente del hecho. Desde que me habló y se preocupó por mí, no he podido quitármela de la cabeza y lo que es más importante, ella ha sido la única dueña de mis pensamientos. Se ha convertido en una especie de analgésico para calmar los gritos, llantos, disparos y explosiones que viven dentro de mí desde que hace algo más de un año. Quizá debería… bueno, podría intentar hablar con ella. Aunque con el don de gentes que tengo últimamente, no sé si seré capaz de pronunciar palabra.

—Hola —digo en voz alta—. Soy Taeyeon. ¿Y tú te llamas…? De nada por lo del otro día. Sí, me gusta leer, mantiene mi mente ocupada y no, no he leído “El Guardián entre el centeno” pero lo leeré. ¿Tomamos un café?

¿No parece tan difícil, ¿verdad? Vale, colega, ahora sólo tienes que intentarlo con ella delante. Miro el reloj. Está a punto de amanecer. Voy a salir a correr y luego pararé a por un café para mantenerme despierto el resto del día y, sobre todo, para llegar entero a la noche. Estoy decidido, voy a intentarlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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LAMENTO LA DEMORA Y LOS ERRORES pero ando con problemitas y sin mucho tiempo :p tratare no no ausentarme mucho xD!

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Comments

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Solyta #1
Chapter 3: Para cuando la actualización???
Solyta #2
Chapter 3: Oowwww actualiza pronto por favor!!!!
LlamaAmerica #3
Chapter 3: Ahhhh me gusta mucho actualiza pronto!!!
marshal #4
Chapter 3: Esta buenísima la historia.
silvanaph #5
Chapter 1: Tae salvo a fany jejeje espero otro reencuentro de taeny... espero que tae sea el padre de cody seria una buena opcion... tae oppa que bueno que sea un oppa... suerte actualiza pronto
LlamaAmerica #6
Chapter 1: Hay sí Tae Oppa salvando a Tiff *-*
valecita8 #7
Me gusta este genero
Lari_sone #8
Aqui ya tienes a una lectora y espero que no tardes en actualizar los demas :)