Los exámenes habían acabado y por fin era sábado. Minzy y yo nos reparábamos para salir aquella noche junto con DaeSung y los demás.

-Iré a pedir algo de beber, ¿queréis algo? -miré a mis amigos.

Todos negaron con la cabeza, por lo cual me dirigí yo sola a la barra. Pedí una Coca-Cola cuando alguien rodeó mi cintura con los brazos y rozó su nariz con mi cuello. Un escalofrío recorrió toda mi espalda cuando percibí su aroma.

-Chaerin... -murmuré dándome la vuelta, aún entre sus brazos.

-Sandara... -imitó mi voz, lo cual me hizo reír.

Me soltó de su agarre, a lo que yo aproveché para girarme y coger mi bebida, dando un sorbo.

-¿Con quien has venido? -preguntó sentándose a mi lado, apoyándose en la barra, de espaldas a ella.

-Minzy, DaeSung, SeungRi y Top. ¿Y tú?

-Con Bom, pero me ha abandonado.

-¿Y eso?

Hizo un gesto con la cabeza señalando hacia uno de los sillones. Cuando dirigí la mirada vi a Bom con una chica castaña sentada sobre sus piernas. Ambas se besaban apasionadamente mientras la pelirroja le cogía firmemente de las caderas, acercándola más.

Inconscientemente me mordí el labio inferior, recordando que quien estaba a mi lado era la misma que hacía dos semanas me había besado, y por la cual me moría de ganas de volver a probar sus labios.

-¿Por eso has venido a buscarme? -bromeé, intentando picarla- ¿Porque te ha dejado sola?

Me lanzó una mirada asesina.

-Pues no, quería hablar contigo.

-¿De qué?

-Mejor en privado.

Abrí los brazos, dando a entender que allí no tendríamos privacidad alguna.

-¿Te importaría si vamos a mi casa...?

-No sé... -le miré entrecerrando los ojos.

-Ey, -levantó las manos y sonrió- no te haré nada.

Solté una carcajada y negué con la cabeza. Me acerqué a ella y, cogiéndole del brazo, la arrastré hasta el sofá donde estaban mis amigos. Allí, Minzy y DaeSung no dejaban de besarse.

-Min Ji-ah -grité, intentando que mi voz sonara más fuerte que la música.

Ella se giró, sonrojada tras haberle visto besarse con su novio, cosa que me hizo gracia.

-Me voy a casa de Chaerin -continué.

-Vale -se levantó para darme un abrazo-. Si a las doce no has llegado llamaré a tu madre y le diré que duermes en mi casa -susurró en mi oído.

Inmediatamente entendí a que se refería y asentí.

Bajamos de la moto y tras entrar en su casa, dejamos los cascos sobre la mesa.

-¿Y tus padres? -pregunté viendo todas las luces apagadas.

-Se han ido una semana a... algún sitio. Japón, creo -se encogió de hombros-. Ven, quiero enseñarte algo.

Me cogió de la mano, conduciéndome hasta su habitación, donde señaló un bote lleno de dinero.

-¿Qué es eso? -pregunté divertida- ¿Has atracado un banco?

-No, es el dinero que he ahorrado sin comprar tabaco.

La seriedad con que lo dijo me dio a entender que no mentía.

-¿Cuánto llevas sin fumar?

-Dos semanas.

Sonreí aliviada, estaba cumpliendo su promesa, justo había empezado el día en que me negué a besarle por primera vez.

Entonces se acercó a mí, encerrándome entre su cuerpo. Apoyó un brazo en la pared, al lado de mi cabeza, y con la otra mano me cogió de la cintura, pegando mi cadera a la suya.

-No aguanto más pequeñaja... -susurró a apenas unos milímetros de mis labios.

Sentí como nuestras respiraciones se agitaron. Pasé la mano por su nuca, y la otra la coloqué en su hombro. Me moría de ganas de besarle, la proximidad de su cuerpo me estaba matando. Escuchar su respiración agitada hacia que la mía se agitara a su igual.

Bajó y besó mi barbilla, para luego pasar la punta de la nariz por mi cuello, erizándome la piel.

-¿Cuándo acabarás con esta tortura? -preguntó juntando su frente con la mía.

-Cuando se te vaya ese asqueroso sabor de la boca -dije intentando mantenerme firme.

-Llevo dos semanas sin fumar por ti pequeñaja... Tus labios son más adictivos que el tabaco y... -pasó su dedo por mi labio- necesito de ellos.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y sentí una enorme presión en el pecho, escuché su sonrisa al ver la piel de mi cuello erizada, y volvió a pasar la nariz por él, inhalando mi olor.

Sin aguantar más rodeé su cara con ambas manos y me acerqué hasta juntar sus labios con los míos. Primero se quedó ahí, hasta que ella comenzó a mover los labios e inclinó la cabeza para profundizar el beso.

Por fin podía volver a besar a Chaerin. Sus labios eran suaves y delicados, tal y como recordaba, pero agresivos a la vez. Sentí como su lengua entró en mi boca, jugando, pasando por todos los rincones. Gemí cuando mordió mi labio inferior para luego alejarse con una sonrisa.

-Me encantan tus gemidos -susurró pegada a mi oído, mordiendo mi lóbulo, haciéndome gemir de nuevo.

Escuché como reía y volvió a besarme mientras me empujaba suavemente hacia la cama, hasta que caímos en ella. Ella cayó sobre mi, sin dejar caer todo su peso. En ningún momento perdimos el contacto de nuestros labios.

Bajó las manos por mis costados y me quitó la camiseta para luego quitársela ella. Cuando bajó de nuevo las manos, acariciando mi abdomen, mi respiración se volvió más pesada.

-¿Estás bien? -preguntó sentándose a ahorcajadas sobre mis caderas.

-Chaerin... tengo miedo de ser otro de tus royos de una noche... -solté sin apenas pensarlo antes.

Ella bajó la cabeza de golpe, soltando una carcajada.

-¿Crees que hubiera hecho todo eso por un simple royo?

-No lo se...

-Dara... te quiero, y estoy cambiando por ti. Se acabaron los royos de una noche si me prometes que serás tu quien esté en mi cama la mayoría de esas noches.

Sentí como mis mejillas ardían e inconscientemente me mordí el labio inferior.

-¿Qué me dices? -bajó para rozar sus labios en mi mejilla- ¿Confías en mí?

Dudé durante unos segundos mientras ella se alejaba para mirarme a los ojos. Rodeé su cara con ambas manos, atraiéndola hacia mí.

-Confío en ti -susurré apenas sin aire, para después besar sus labios de nuevo.

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Los labios de Chaerin besando mi espalda me despertaron. Sentía su cuerpo apoyado ligeramente sobre mí, subiendo hasta mi hombro para luego colocarse a mi lado. Observé su perfecto cuerpo desnudo y recordé la noche anterior, acurrucándome avergonzada, cubriendo mi cuerpo igualmente desnudo con la sábana.

-¿Ahora te cubres? -preguntó divertida.

Asentí debajo de las sábanas.

Ella estiró de ellas, volviendo a dejarme desnuda ante ella. Con un ágil movimiento se colocó encima de mí y bajó besando mi cuerpo, lentamente. Se detuvo en mi abdomen, depositando ligeros besos mientras acariciaba mis muslos.

-Te quiero pequeñaja... -susurró en mi oído tras volver a subir. Entonces me di cuenta de lo mucho que había necesitado escuchar esas palabras salir de su boca.

-Yo también te quiero... -rodeé su cuello con los brazos, acercándome a ella.

Rozó la punta de su nariz con la mía, en una ligera caricia, para luego besar mi mejilla, tumbarse a mi lado y abrazarme por la cintura, hundiendo su cara entre mi cuello y mi hombro.

Me volví a quedar dormida, sintiendo su suave respiración sobre mi piel.

La segunda vez desperté por voluntad propia. Eché un brazo hacia un lado, buscándola, pero a mi lado no había nadie. Me estiré emitiendo unos extraños gemidos y agradecí que no hubiera estado allí.

Me levanté de la cama y me puse la ropa interior que había en el suelo, para luego buscar en su armario una de sus camisetas de tirantes, que dejaban ver mis costados desnudos. Me miré en el espejo y observando mi desastrado pelo, improvisé un rápido recogido.

Bajé las escaleras hasta la cocina, donde Chaerin vigilaba la tostadora. Cuando me vio entrar me sonrió y se acercó a mí, pasando un brazo por mi cintura.

-Buenos días... -murmuré antes de besar sus labios.

-Buenos días pequeñaja, ¿has dormido bien?

-Genial.

-No sabes cuanto me alegro -su tono de voz se volvió seductor.

Volvió a besarme, mientras me encerraba entre su cuerpo y la encimera. Apoyé las manos en esta, viendo sus intenciones, que fueron confirmadas cuando me cogió de los glúteos para ayudarme a sentarme sobre el mármol.

Sus manos viajaron por toda mi espalda, levantando la camiseta de vez en cuando, arañando suavemente cada vez que mordía su labio inferior, cosa que me encantaba. Sus labios me trataban con cuidado, y a la vez eran agresivos, arrancándome algún que otro gemido cada vez que mordía mi lengua.

Entonces la cocina comenzó a oler a quemado y me alejé para ver el humo que salía de la tostadora.

-Chaerin, las tostadas -gemí mientras mi cuello era sometido una y otra vez a sus mordiscos.

Ella se alejó y corrió a apagar la tostadora y sacar las tostadas de ella. Soltó una carcajada que rápidamente se me contagió.

-Que desastre...

-Tienes que estar atenta en la cocina -dije bajando de la encimera, colocándome bien la camiseta.

-Culpa tuya -sonrió volviendo a meter otro par de tostadas.

-¿Mía?

-Sí, ¿a quién se le ocurre bajar con la camiseta de la chica con la que has pasado la noche?

Me apoyé en la encimera, bajando la cabeza mientras sentía mis mejillas arder al recordar la noche.