—Nichkhun.

—Dime.

—Tengo que irme ya. He pedido permiso al jefe para salir antes. Mi madre, ya sabes.

—Sí, ya sé. No te preocupes.

—Gracias por recoger todo esto sin mí.

—Nada, tranquila.

—Hasta mañana.

—Que descanses, Tiffany.

Mi madre eligió el nombre porque después de perder a mi padre, quería

que yo fuese un motivo de alegría. Por lo menos que esta niña nos llene la casa de risas y gritos, decía con las lágrimas saltadas. Eso me lo contaron mis hermanos, yo ni siquiera había nacido.

Lo hice lo mejor que supe.

Lo de ser alegre, digo. Traté de colaborar siempre en las tareas domésticas, estudiaba sin que nadie tuviese que incitarme a ello, leía todo lo que llegaba a mis manos y procuraba siempre palabras amables hacia los miembros de mi familia.

Sin embargo, reconozco que una parte de mí se constituye de melancolía y añoranza. Supongo que llegué justo cuando mi padre moría, bueno, ocho meses después, y esa ausencia, brotaba a veces, en forma de nostalgia.

Aprendí rápidamente a disfrazar esa aflicción, escondiéndome en mi habitación, en el cuarto de baño, en la piscina municipal. Gustaba de estar así durante algunas horas en determinados días, sumida en una tristeza innata, quizá heredada de mi madre que lloró y rabió mientras yo me desarrollaba en su vientre, hasta que volvía a sentirme ufana, recuperando las ganas de hacer cosas y corría a bromear tontamente con mis hermanos.

La noche se ha despejado y mi cabeza también. Sobre mí, un cielo rutilante, cosido de estrellas, inmenso. Corre el viento en Sevilla, frío y limpio, y me paro a comprar tabaco en un bar, como hacía antes, cuando fumaba. No soy capaz de decirle a nadie que he vuelto a consumir cigarrillos hoy mismo. Esta mañana.

Dejo la bicicleta junto a la puerta de un bar con máquina expendedora.

—¿Me la vigilas, por favor? Será un momento —le pido a un chico.

Asiente y asumo que puedo entrar tranquilamente. Decido fumar mientras pedaleo, es difícil y estoy torpe. Pero quiero llegar cuanto antes a Triana y ver a Taeyeon saliendo de esa sala que yo también visito a veces.

A lo mejor hemos coincidido y todo.

Tomo el carril bici de Torneo y enfilo hacia el río. Hay gente pero sus voces se antojan lejanas, vibrantes en el aire, ajenas a mí. No es como en el bar, que se condensan entre las cuatro paredes y rebotan en mi cerebro, y no consigo retener la información, yo quiero pollo al curry pero si puede ser sin ese arroz que ponéis mejor; no creo que Roberta vaya a presentarse a esa entrevista de trabajo; quizá podríamos salir juntos un tiempo qué sé yo probar; estoy embarazada; no quiero saberlo; me gustaba cómo me follabas cuando no estábamos casados; la película se llamaba así.

No quiero saber todo lo que dicen.

Me atormenta pasar tantas horas de pie, sin otra cosa que hacer que servir platos y escucharles.

Excepto hoy.

Hoy he conocido a Taeyeon a través de sus amigas. Como si fuese ella misma la que estuviese sentada en la mesa, narrando su historia, desde su punto de vista, su versión de los hechos, sus escándalos, el daño, la cicatriz invisible.

Así que hoy agradezco haber estado ahí para conocerla.

Cruzo el puente de Triana. El más bonito de todos. Me adelantan dos chicos, yo contemplo el río, brillante y oscuro a esas horas. Me intriga la corriente, porque siempre arrastra hacia algún sitio, porque se abre como las piernas y las vísceras, al mar. Un barco sin turistas atraviesa el agua, se desdibuja todo y no me importa.

No voy a decirle nada a esa Taeyeon. Quiero verla y escribir sobre el