El sofá rojo
Me alquilo para el 14 de FebreroDOBLE ACTUALIZACIÓN, POR SI HAS VENIDO A VER ESTE CAP SIN OJEAR EL ANTERIOR ;)
Seguí a la mujer de la bufanda, a las cinco de la mañana.
Porque, aunque no la conocía, debía de tener un propósito para caminar a esas horas. Y a mí me intrigaban los propósitos. Llevaba un zapato de tacón colgando de su mano derecha, y el otro puesto. Su estilizada silueta coja, imperfecta, torcida hacia la izquierda. Ella no buscaba un taxi, entonces, ¿qué buscaba? Dirigió su mirada hacia ambos lados, cuando cruzó la calzada, aún sabiendo que no vendría nadie, porque a esas horas, un martes cualquiera, la ciudad dormita acurrucada, y no corren los automóviles por sus arterias. La mujer de la bufanda atravesó por el paso de cebra, sin pisar las líneas blancas. Y pensé que era meticulosa, de esas personas que ordenan sus libros por el tono de los lomos, y que revisan sus exámenes tres veces antes de entregarlo. O a lo mejor me equivocaba, y solo era supersticiosa.
Hice lo mismo que ella.
Seguí sus huellas, reconozco que pisé la tercera línea blanca por el borde, pero es que las cuatro copas que había tomado no perdonaban. Ella paró su paso un instante, el corazón bailaba funky en mi boca, podría girarse y descubrirme. Pero no lo hizo. Se agarró el cabello con una gomilla muy fina que antes llevaba en la muñeca, se las ingenió para hacerse el moño más sensual que yo había visto. Llegamos a una inhóspita zona del extrarradio, allí también dormían los grillos. Estaba excitada por saber su destino. Pero ella andaba confundida, como quien acaba de aterrizar en una cloaca en la que nunca estuvo.
Vio ella, y vi yo, al mismo tiempo, un sofá rojo y desvencijado, posado sobre una acera. Como un cadáver abandonado, lleno de ausencias, de traseros que no reposan sobre su esqueleto, de huecos y de espacios. La mujer de la bufanda se sentó sobre él, se inclinó hacia delante y metió su mano por debajo del sofá. Sacó un libro, que empezó a leer, y un paraguas, que colocó a su lado.
¿Eso era todo?
Entonces, vimos un relámpago que anunciaba chubascos. Ella abrió su paraguas de lunares, y esperó a la lluvia. No cayeron gotas de agua, sino letras, letras de diferentes tamaños y colores, formando charcos. Algunas iban en mayúsculas, otras con acentos... Traté de concentrarme en la mujer de la bufanda, que contemplaba la escena sin inquietud, sin emoción, con ojos raja
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