Si pongo mi dedo sobre la esfera del mundo
Me alquilo para el 14 de FebreroObservo el modo en el que la gente camina silenciosa por la calle Nanjing, la más comercial de todo Shanghái, y siento una fuerza, dolorosa, que me presiona en el centro del pecho. Como un dedo gigante que me señala hasta derribarme. Todos tienen prisa, no sé a dónde quieren llegar. Me dan ganas de decirle a alguien:
— Disculpe, ¿dónde va?
Probablemente se encogería de hombros, mirándome con sorpresa, y retomarían su ruta, sus obligaciones. A veces, sentada en el banco, los miro e imagino que son actrices y actores que fingen ir a alguna parte para desconcertarme.
—Tienes que poner de tu parte — me ha dicho Seohyun esta mañana. Y no he sabido qué responderle. Ella está acostumbrada a esto supongo, ha nacido aquí, entre luces fluorescentes, rascacielos y gente silenciosa. Me ha mirado como si me viese por primera vez. Creo que se me escapa la tristeza por la boca, por los ojos, por las manos. Abandono la calle Nanjing, y busco el modo de llegar a la zona de Pudong, el distrito financiero de Shanghái, donde he quedado con un conocido de Seohyun, para que me haga una entrevista.
Antes, en Corea, era bailarina y danzaba de alegría por las habitaciones de mi casa, siempre rodeada de luz natural. Aquí no hay sitio para eso, la luz es artificial y tengo que trabajar de otra cosa, en la planta veinticinco, conectada a un móvil todas las horas de mis días. Eso, si consigo que me contraten. La verdad es que aquí hay una gran oferta laboral. Eso sí, nadie queda para unas cañas después de un largo día. Nadie me pregunta cómo me siento.
— Es usted muy guapa — me dice el hombre que va a entrevistarme. Desvío la mirada, me incomoda un poco, aunque es lo más afectivo que me han dicho en los seis meses que llevo aquí. Involuntariamente retuerzo un mechón de pelo que cae sobre mi ojo izquierdo, es lo que suelo hacer cuando me pongo nerviosa. Me hace algunas preguntas, entretanto pide unos baozis rellenos de carne, para los dos, sin tener en cuenta lo que desearía tomar yo, que soy vegetariana. Así que miro a la camarera a los ojos y le pido, en un chino mandarín ligeramente mediocre, tofu a la plancha con salsa de soja y una ensalada de arroz. Para beber, agua embotellada. Él, vino blanco.
Mientras me entrevista, me analiza rigurosamente. Es inexpresivo, y mantiene la espalda y el cuello rígidos, como si nada pudiese apasionarle. —Debe disculparme si la he citado en un lugar como este, aunque siendo usted coreana tal vez no le importe.
— No se preocupe, está bien. —Creo que puede trabajar conmigo, me gusta que sea casi rubia, que se pinte las uñas de rojo, que tenga una boca sensual, no sé, un poco bajita para mi gusto, p
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