capitulo 20

Afortunado Accidente

Pasé la peor semana de mi existencia. Aún peor que aquellosdías en los que Taeyeon no llamaba y pensaba que no quería volver a verme.Ojalá hubiera sido esa la causa de mi llanto, que todo hubiese terminado en quelo nuestro no podía ser, si con eso hubiera borrado el paso del cáncer por suvida.

Rompía a llorar en cada esquina, durante las clases eincluso durante las prácticas. Bora y Anthony dejaron al fin de preguntar quéme sucedía, limitándose a cubrirme cuando las lágrimas inundaban mis ojos. Mehice de tantos libros sobre el cáncer de mama como había disponibles en labiblioteca. También compré otros, escritos por mujeres que lo habían padecido.Leí cuanto pude, tanto como mis lágrimas me permitieron hacerlo antes de que meemborronaran la vista.

Hablaba con Taeyeon cada noche, y aunque me hacía felizescuchar su voz a falta de verla, aún tenía que hacer esfuerzos por no echarmea llorar por teléfono. Cuando llegó el viernes, ya no aguantaba más.

Llevaba toda la semana sin poder verla, porque al parecerdebía ocuparse de unos asuntos. Me ofrecí voluntaria a ayudarla con lo quefuera un millón de veces, pero siempre me decía que no, alegando que mededicara a estudiar.

Faltaba una hora para que terminasen las prácticas de lasemana en el hospital cuando, sin pensarlo dos veces, me escabullí y salí deallí a toda prisa. Subí a la moto y conduje todo lo rápido que pude, sorteandolos coches de los habituales atascos del comienzo del fin de semana. Aparquéfrente a la puerta de su garaje y me asomé para cerciorarme de si estaba.

Cuando vi su coche estacionado en el porche me dio un vuelcoel corazón. Trepé por la puerta saltando al otro lado ycorrí hacia la entrada para llamar al timbre. Habíamos quedado aquella noche,pero no podía pasar un segundo más sin verla.

— ¿Estás sola? — pregunté con la mirada nublada por eldeseo, sin siquiera responder a su saludo, cuando abrió la puerta sorprendidaal verme allí, frente a ella, antes de lo previsto.

— Sí, tranquila, ¿estás bien?

— No — respondí antes de abrazarla y besarla con toda mialma. Gemí con el calor de su boca y al instante gimió ella cuando mi lengua sefundió con la suya. La empujé hacia dentro y cerré la puerta de golpe. Volvió agemir cuando le saqué la camisa del pantalón de un solo tirón, deslizando lasmanos por debajo para sentir su piel.

Me excité aún más al deshacerse ellade mi cazadora con la misma rapidez, colándose bajo mi camiseta hastaacariciarme la espalda. Caminamos con urgencia hasta su habitación mientras nosbesábamos desesperadamente.

Se apretó contra mi cuerpo y mis manos resbalaron por suespalda. Acaricié sus glúteos al tiempo que ayudaba a sus caderas a moversecontra mí. Me arrodillé entre sus piernas obligándola a sentarse en el borde dela cama—. ¿Por qué ya no te veo? — pregunté al tiempo que la descalzaba. Tomómi rostro entre sus manos y lo levantó para besarme de nuevo—. Antes te veíatodos los días y desde que estoy contigo solo te veo los fines de semana. Nopuedo estar sin ti.

Sonrió entre jadeos y me arrastró sobre ella, tornandoabrasadoramente profundo su beso. Se movió buscando mi o y empujó miscaderas para frotarse con él. La placentera y constante presión contra miclítoris hizo que me detuviera al poco tiempo y tomara aire, tratando deretrasar el o que sabía que alcanzaría con su siguiente roce.

— Sigue — pronunció entre mis labios.

Me reuní con su mirada y me di cuenta de que era la primeravez que yo yacía sobre Taeyeon. Hasta aquel momento, siempre me las habíaarreglado para que fuera al revés. Me encontraba más cómoda cuando dejaba queella marcara el ritmo, puesto que no necesitaba más estímulo que su bocabesándome para tener un o.

De lo que no estaba tan segura era que eso le bastara a ellatambién. Mi falta de experiencia me llenaba de dudas y me hacía sentir que noestaba a la altura de poder satisfacerla. De hecho, fui incapaz de volver apenetrarla después de nuestra primera y única vez.

En aquella ocasión Taeyeon me guio, haciendo prácticamentetodo el trabajo. Tan solo me sentía más segura de mis habilidades cuandoestimulaba su clítoris manualmente, más aún cuando dejaba que ella tomara elcontrol frotándose contra mi mano.

Aquello me encantaba, pero solo podía hacerlo cuando eraTaeyeon la que reposaba sobre mí.

En mi nueva posición toda la destreza dependía de mí, yaunque deseara usar mi mano para tocarla directamente, no lo hice temiendo quemi presión y mis caricias no fueran las adecuadas para llevarla al o. Medesplacé ligeramente para evitar un contacto tan directo con mi clítoris, y asíser capaz de resistir más tiempo.

— No — protestó, volviendo a colocarme sobre su o, altiempo que me besaba ardientemente.

— No aguanto más — me vi obligada a confesar cuando comenzóa frotarse enérgicamente.

— Yo tampoco — gimió antes de tomar mi lengua para chuparlacon fruición.

Apenas unos segundos después, su cuerpo se curvaba y suslabios me liberaban para dejar escapar un grito de placer. Cuando comenzó asacudirse contra mi o, fui yo quien estallé en un o, uniéndome al deella.

Me estremecí cuando sus manos descendieron por mi cuerpoacariciándome los glúteos, al tiempo que me apretaba con más intensidad contraella. Era la primera vez que me tocaba y el calor de sus manos recorriéndome,traspasaba el desgastado tejido de mis vaqueros quemándome la piel.

La besé sumergida en el placer de los últimos coletazos denuestro o, en el placer de sus manos acariciándome de aquel modo.

— Me gusta tanto cuando me tocas... — susurré en busca dealiento cuando sus caricias bajaron por la parte de atrás de mis muslos paravolver a ascender cubriéndome los glúteos. No tardó en activar su movimientosobre ellos y sus dedos se tensaron masajeándome sensualmente.

— Tranquila, descansa — me dijo al tratar de seguirbesándola. Cerré los ojos y fue ella la que deslizó sus labios sobre mi cuello,besándolo lentamente, mientras me acariciaba la espalda bajo la camiseta,ayudándome a recuperarme. Después, su beso me buscó.

— Te he traído una cosa — dije jadeante cuando terminónuestro lento y largo beso.

— ¿Ah, sí?, ¿qué es?

— En cuanto me pueda mover, te lo traigo — sonreí.

— Lo puedo traer yo — anunció tan ilusionada como una niñapequeña—. ¿Dónde está?

— En mi mochila.

— ¿Traías mochila?

— Sí, está fuera, en la entrada.

— ¿Y qué hace fuera tu mochila?

— No sé — respondí sin dar mayor explicaciones.

No quise decirle que tenía tantas ganas de verla y de estarcon ella, que me molestaba cualquier cosa que se interpusiera entre las doscuando me abriera la puerta. También había dejado el casco fuera para tener lasmanos libres y poder abrazarla.

Sonrió con dulzura.

— ¿Cómo has entrado, por cierto?

— Saltando — me reí—. Pero no me ha visto ningún vecino.

— Es verdad — rio—. A veces se me olvida que tienesdieciséis años y que eres más ágil que un gato.

— En la cama no — repuse con rapidez. Sonrió a regañadientesapartando la vista y giré su rostro para que mirara—. Es una broma. Además, hoyse te ha olvidado un poco. Hemos hecho un gran avance. Ha sido increíble — dijebesándola de nuevo.

Permanecí un buen rato mirándola a los ojos de color ónice,que contrastaban con sus pupilas dilatadas y que miraban los míos en laproximidad.

— Aún tienes la mirada triste — dijo pasando la yema delpulgar sobre la piel bajo mis ojos.

— Las ojeras me han salido por otro motivo — comenté con unasonrisa, desviando la conversación.

— Lo sé, pero no hablo de eso.

— ¿Cómo quieres que no esté triste si llevo cinco días sinverte?

— La tienes más triste aun que aquella mañana cuando te vien la consulta de Kling.

— No verte siempre me pone así.

— ¿Me vas a contar alguna vez el motivo por el que llorabasel domingo pasado?

Agaché la vista al sentir que empezaba a emocionarme. Habíatratado de concienciarme que lo último que necesitaba Taeyeon a su lado, erauna persona que llorara por su cáncer. Ya habría llorado ella lo suficientecuando conoció el diagnóstico, cuando tuvo que enfrentarse a la traumáticaoperación y al agresivo tratamiento. Y como había leído en un libro, el cánceres un tipo de enfermedad que nadie puede olvidar.

El miedo se adormece después de acabar el tratamiento, perono desaparece. Debía afrontar a diario una constante incertidumbre sobre susalud y convivir con ello, revivir todo lo ocurrido con una mezcla de esperanzae intranquilidad ante la posibilidad de que pudiera volver a aparecer en cadacontrol semestral o anual.

Yo misma tenía que aprender a vivir con la misma fortalezaque demostraba Taeyeon, y aunque aún me faltara mucho para conseguirlo, desdeluego no podía permitir que fuera ella la que me tuviera que consolar a mí.

— Lo haré, pero no hoy — se me rompió la voz y oculté mirostro en su cuello.

— ¿Por qué hoy no y otro día sí? — me preguntó suavemente,levantándome la barbilla para verme la cara.

— Porque como ves, aún no puedo hablar sin ponerme a llorar— confesé al no lograr impedir que viera mis ojos llenos de lágrimas—. Y noquiero llorar más. Cuando sea capaz de hablar sin hacerlo, te lo contaré —confirmé secándome la humedad de los ojos antes de que resbalara por mi rostro.

Le devolví el beso cuando sus labios me besaron con dulzura.

— ¿Es por algo que te ha ocurrido? Contéstame solo a eso,por favor — me rogó.

— Ojalá me hubiera ocurrido a mí, pero no, no es a mí a laque le ha sucedido nada.

— ¿Entonces a quién?

— A la persona que quiero más que a mi vida... — tardé encontestar, tras ver en su mirada la imperiosa necesidad de saber de una vez larazón de mi tristeza.

La confusión brilló en sus ojos ante mi respuesta y sumirada se paseó interrogante por los míos.

— Te quiero — le dije antes de besarla y levantarme de lacama—. Voy a por tu regalo.

— ¿Le ocurre algo a tu madre?

Me giré para mirarla.

— No, no me refiero a esa clase de amor.

— ¿Entonces de quién hablas? — preguntó despacio y no sincierto temor.

Pude leer en sus ojos el esfuerzo que realizaba su mentebuscando algo, una prueba que confirmara la posibilidad de que yo supiera loque ella, hasta el momento, se había propuesto ocultarme.

— ¿De verdad no sabes de quién puedo estar hablando?

— No lo sé — dudó.

Me acerqué de nuevo a la cama y me incliné sobre ella,acariciándole el rostro. Bajó la vista y vi que se había emocionado. Tomó micara entre sus manos mientras la besaba y sus labios me devolvieron el beso,con tanto sentimiento que se me encogió el corazón. Me separé jadeante y mesentí mareada cuando fui en busca de lo que tenía para ella. A mi regreso, mesenté en el borde de la cama con la mochila entre las piernas.

— ¿Es un regalo entonces? — sonrió.

Asentí cuando vi su ilusión, en ese instante supe que noretomaríamos nuestra conversación anterior.

— ¿Qué crees que es?

— No tengo ni idea.

— ¿Qué te gustaría que fuera?

— Me da igual. Si viene de ti, me encantará. Sea lo que sea.

— Eso espero, porque aunque se puede devolver, me temo quees una movida.

— No pienso devolverlo.

Me reí cuando extendió las manos para que se lo diera de unavez.

— ¡Pesa! —comentó palpando la caja —. Muchas gracias... — dijodándome un beso antes de deshacerse del papel que la envolvía—. ¡Pero estoviene a tu nombre! — exclamó cuando reparó en el destinatario y el remitenteimpresos en el paquete.

— Lo sé, pero es para ti. No es que quede muy elegante quedigamos, pero quería que te llegara tal y como lo he recibido yo. No queríatocar nada.

— ¿Es un mineral?

— Sabía que lo descubrirías en cuanto lo vieras, pero lapregunta es... ¿cuál?

— ¿Una cobaltocalcita?

— La pregunta se convierte entonces en... ¿de dónde?

— No puede ser...

— Eso asegura al menos la vendedora — asentí exultante.

La observé mientras abría la caja sin ocultar su ansiedad,hundiendo la mano entre las esponjosas almohadillas que la acolchaban.

— ¡Pero si es enorme! — exclamó cuando la sacó envuelta enpapel burbuja, protegiéndola aún más de posibles golpes.

— Ocho centímetros de largo por cinco de ancho y tres dealto — confirmé tras contemplar cómo la desenvolvía cuidadosamente.

— ¡Qué preciosidad, mi amor! — susurró ante el gruesocristal rosa fucsia que cubría completamente una de las caras de la pieza.

— Pues sí — admití admirándola—. Es mucho más bonita enpersona que en las fotos. No mienten, ¿verdad? — pregunté al ver que leía lavieja tarjeta que acompañaba al mineral, donde además de situar la procedenciaen España, figuraba su fórmula química y la catalogaba como parte de unaantigua colección de un tal H.C. Van Tassel, bajo el número 1469.

— No, no mienten, no tienen por qué. Y además, te digo yoque esta cobaltocalcita es de España —confirmó levantándola para mirarla a trasluz—. Llevo años detrás de ellas y solo pude conseguir la que te enseñé. ¿Cómote has acordado?

— ¿Cómo quieres que me olvide?

Me rodeó por la cintura y me arrastró, tumbándome sobre suregazo mientras me besaba. Su beso se tornó tan largo y profundo que me dejósedienta de ella.

— Muchas gracias. Aún no me puedo creer que hayas sido capazde encontrar una...

— Yo tampoco, llevaba más de dos meses buscándola por todaspartes, hasta que hace un par de semanas apareció anunciándose en eBay.

— ¿La has conseguido en eBay? ¿Pero para comprar en eBay nohay que ser mayor de edad?

Sonreí desviando la vista al verme descubierta.

— Mentí — me reí.

— Pero eso no se puede hacer... — dijo acariciándome elrostro.

— Me parece que sí —me reí aún más —. Ahí tienes la prueba.

— ¿Cuánto has pagado por ella?

— Taeyeon, no — protesté—. No puedes preguntarme eso cadavez que te hago un regalo.

— Lo siento, pero es que no quiero que te gastes el dinero.Y sé de sobra que cuestan mucho.

— Pues no ha costado tanto como crees, ni siquiera hallegado al 1% de lo que hubiera sido capaz de pagar con tal de llevármela yquitarme al otro pujador tocapelotas de encima.

— ¡Ay, Dios! — exclamó—. ¿Encima has estado pujando? — Soltéuna carcajada—. Quiero que te des de baja de eBay ahora mismo —negué con lacabeza—. ¡Cómo que no!

— No pienso hacerlo, ¿y si encuentro otra? No voy a estardándome de alta y de baja cada vez que quiera comprarte algo.

— Yo tengo cuenta en eBay, solo que hace mucho que no lauso. Te la doy y entras con mi clave, así podrás comprar todo lo que quieras.

— No.

— ¿Por qué no?

— Porque no quiero. No quiero ni tus claves ni tus cuentasni tu dinero. Lo único que quiero de ti es que me quieras.

— ¿Y no lo hago?

— No. Llevas toda la semana dándome largas para no verme. Lomismo me hiciste la semana anterior.

— Eso no es verdad, mi amor, tenía cosas que hacer.

La contemplé en silencio y me pregunté si todo iría bien.Quizá le había tocado una revisión, alguna prueba o lo peor de todo, tal vezlos resultados no habían sido buenos y ese era el motivo de estar ocupada todaslas tardes. Se me encogió el alma solo de pensarlo.

— ¿Qué ocurre? — preguntó al tiempo que me acariciaba.

— Nada — dije alcanzado sus labios para besarla.

— No sé en qué estás pensando, pero estoy segura de que teequivocas.

— Eso espero — murmuré antes de besarla otra vez, haciendoque se recostara sobre los almohadones.

— No tienes ni idea de lo que te echo de menos cuando noestás conmigo ni de las ganas que tengo siempre que llegue el momento de verte.Y no solo te hablo de ahora, sino de siempre, desde que estabas ingresada.Jamás en mi vida había deseado que llegara la hora de ir a trabajar hasta quetú apareciste.

— ¿Y por qué nunca me lo dijiste?

— ¿Decirte qué? — sonrió—. ¿Que estaba empezando a perder lacabeza por una chica de dieciséis años a la que el idiota de mi jefe habíaatropellado?

— Sí — me brillaron los ojos.

— Pues aunque no lo creas... lo hacía. A mí manera, pero lohacía.

— ¿Y qué manera es esa? Si incluso pensé que le ibas a decira Kling que no podías conmigo, que no dejaba de acosarte...

Me reí cuando soltó una carcajada. — ¿Pero cómo pudistepensar que yo sería capaz de hacer una cosa así? Además, eso no era acoso.Insistencia, tal vez, pero no acoso —sonreí ligeramente, avergonzada alrecordar las cosas que le decía y el modo en que la miraba desde el mismísimoinstante en que la conocí—. Y me encantaba... — susurró con aquella intensamirada que me derretía — bajé la vista tímidamente por el modo en que lo dijo—.Dame un beso — volvió a susurrar —aún estaba nerviosa y rehuí su mirada cuandome acerqué para dárselo—. Uno de verdad — dijo tomándome la cara entre susmanos y volviéndome a besar.

Apenas tardamos en querer más la una de la otra y nuestrohúmedo beso se fue volviendo más profundo. Sus dedos se colaron inesperadamenteentre mis labios acariciando mi lengua sensualmente.

Dejé que alternara sus caricias sobre mi lengua entre susyemas y su propia lengua mientras me perdía en el calor de las múltiplessensaciones que recorrían mi cuerpo, que me resultaban tan placenteras como silo estuviera haciendo directamente sobre mi o. Me deslicé entre sus piernascuando supe que era exactamente eso lo que deseaba hacerle. Me rodeó el cuerpocon las piernas y sus caderas saltaron buscando mi contacto.

Abandoné su boca y bajé por la piel de su cuello, paraseguir por su escote hasta que el botón de la camisa me impidió continuar. Setensó bajo mis manos cuando lo desabroché, abriéndole un poco más la camisa.Ignoré la rigidez de su cuerpo y me desplacé lentamente hasta la curva donde comenzabasu pecho para besarlo. Recorrí la piel que el sujetador no le cubría con mislabios, después hice lo mismo con mi lengua. Apoyé la frente sobre su pechodeteniendo mis caricias cuando sus manos se aferraron con fuerza al edredón.

— Tranquila, no voy a hacerlo — susurré cubriendo con mimano una de las suyas.

Tardé un poco en conseguir que se relajara, que entrelazarasus dedos con los míos. Me arrepentí de haber hablado. Solo quería que supieraque no iba a quitarle la camisa y mucho menos el sujetador, dejando su pecho aldescubierto. Aun así, tendría que haberme callado y haber evitado aquellasituación.

En realidad yo tenía bastante con acariciar y besar aquellaparte de piel donde se insinuaba su pecho, pero ella no tenía por qué saberlo.Mi excitación solo indicaba que mi siguiente movimiento sería desnudarla. Porsi no había sembrado suficiente inquietud en ella durante nuestra conversaciónanterior, mi intento por tranquilizarla no dejaba la menor de duda de que yoera consciente de que algo ocurría.

No quise levantar la vista por si me encontraba con susojos. Sabía que ya no sería capaz de fingir si los miraba y seguía deseándolatanto que tampoco quería que se rompiera aquel momento. Volví a besar la pielentre sus pechos y continué bajando hasta alcanzar su estómago. Tembló cuandolevanté el tejido para sentirla directamente con mis labios. Tenía la pielcaliente y suave como la seda. Su respiración se agitó aún más, junto a la mía,cuando comencé a cubrirla de besos. Desabroché los botones del final de sucamisa cuando la tela se tensó al quedar atrapada bajo su espalda, impidiéndomellegar a sus costillas.

Me volvió loca el aroma que desprendía, el ligero contoneode su cuerpo en respuesta a mis caricias.

Descendí y mis labios se toparon con la cinturilla de supantalón, solté el botón y bajé la cremallera en el siguiente movimiento.

— Tiffany... — jadeó cuando mis manos tiraron ligeramente paraabrírselo y mi boca rodó, besando la piel hasta el comienzo del pubis.

Pretendí no haberla oído, y aunque detuve mis labios,recorrí con las manos sus piernas hasta la cara interna de los muslos. Vi quevibraba cuando en la siguiente caricia rocé su o. Esperé un instante y volvísobre él cubriéndolo con mi mano.

Sus caderas se estremecieron cuando dejé la mano reposandosobre el calor húmedo que era capaz de apreciar a través del algodón. Contempléla piel que había quedado expuesta entre la abertura del pantalón, que dejabavislumbrar el vello del pubis, retomando su tacto con una ligera presión.

Enloquecí al descubrir que no llevaba ropa interior y mecostó una barbaridad no desprenderme de sus pantalones, sumergir mi boca enaquel calor, aquella humedad, aquel o. En medio de un gemido sus piernas seabrieron involuntariamente, al tiempo que se apretaba imperceptiblemente contrami pulso.

Intuí que si mi boca no se hubiera encontrado tan cerca delvértice de sus piernas, hubiera buscado una mayor presión contra mi palma.Aquel pequeño detalle me excitó mucho más, lo que me hizo tirar de sus pantalones,impulso que reactivó al instante mi boca, haciendo que mis labios descendieransobre su monte de Venus.

— No, mi amor — jadeó otra vez y su mano me cogió de labarbilla, impidiendo que continuara. Se la besé y cuando sus dedos se relajaronacariciando mi rostro, me moví deprisa para no darle tiempo a que reaccionara.Gemí al besar de nuevo su pubis, al acariciar aquel suave vello—. Tiffany, porfavor... — susurró—. No es eso lo que quiero.

Se me escapó un suspiro al ceder a su petición y la besé unavez más antes de que mis labios tomaran otra dirección, ascendiendo hastaalcanzar los suyos. Me besó ardientemente cuando fundí mi boca con la suya.

— Sí que quieres — susurré ante sus caderas apretándosecontra mi cuerpo, bajo claros signos de excitación—. Y yo también lo estoydeseando.

Ahogó un gemido besándome apasionadamente. Sus labiosapresaron con rapidez mi lengua y comenzó a chuparla, el movimiento se volviópausado, marcando un ritmo lento, tan extraordinariamente sensual que me llevóal borde del clímax.

Llevada por el deseo, me dejé caer a un lado para poderquitarle los pantalones. Me sentí desorientada al ser consciente de lo queestaba haciendo y de lo que ella me estaba permitiendo. Liberé sus piernas delsuave tejido que las envolvían, pero me atrapó con una de ellas al adivinar misintenciones. El ágil movimiento con el que me había inmovilizado, además desorprenderme por la rapidez, me hizo reír. Había conseguido tumbarme bocaarriba, notaba la presión de una de sus rodillas contra mi cadera, al tiempoque utilizaba parte del peso del resto de su cuerpo para limitar mismovimientos.

Me reí otra vez cuando su rodilla volvió a presionar micadera ante un nuevo intento por mi parte de liberarme.

— ¿Vas a algún sitio, querida? — su voz sonó tan seductoraque me recorrió un escalofrío por toda la piel, erizándome el vello.

Levanté la vista y me dio un vuelco el corazón alencontrarme con sus ojos entornados, que me contemplaban con unaresplandeciente sonrisa.

— No — negué con la cabeza.

— ¿Puedo soltarte entonces?

— No — volví a negar y giré la cabeza hundiendo mi rostro ensu pecho, que había quedado a mi altura al detener mi descenso por su cuerpo.

Besé la piel entre sus pechos y le desabroché los dosbotones que faltaban para que se abriera totalmente su camisa. Retiré la tela,que cayó por detrás de su espalda y bajé la vista por su cuerpo.

Contemplé la curva de su cintura hasta su cadera desnuda, lallanura de su vientre, que moría en el comienzo de un vello púbicoperfectamente dibujado, a medio ocultar bajo la pierna que flexionaba sobre mí.

— Tienes un cuerpo precioso — susurré acariciando con lasyemas de los dedos el camino de piel que llevaba a su pubis.

Me besó cogiéndome de la barbilla y alzando mi rostro.

— Déjame hacerlo por favor — le rogué. No me contestó, perovolvió a besarme con la misma pasión de antes —. ¿Eso es un sí? —preguntéjadeante. No me había quedado clara su reacción y necesitaba salir de dudas.

— No — susurró con una ligera sonrisa, reanudando nuestrobeso.

— ¿Puedo saber por qué? — negó sutilmente con la cabezamientras seguía besándome—. No encuentro más motivo que el hecho de tenerdieciséis años — dije respondiéndome a mí misma.

— Es porque no hay nada que me guste más que tu boca cuandome besa — susurró otra vez en tono sugerente.

Me ardió la piel con sus palabras, con la humedad que meofrecían sus besos. Me coloqué frente a ella dispuesta a abrazarla, en estaocasión su rodilla me liberó permitiendo que lo hiciera, rodeándome por lacintura con la pierna cuando quedamos de lado.

Gimió apretándose contra mi cuerpo al sentir mis cariciasabandonando su espalda para bajar por sus glúteos desnudos. Tiró de micamiseta, apartando el tirante del sujetador hasta descubrirme el hombro,volviendo a cubrirlo, esta vez de besos. Deslicé mi mano entre nuestroscuerpos, estremeciéndome cuando sus piernas se separaron más dándome labienvenida. Estaba tan húmeda y excitada, que me sentó mal que no me permitierallevarle al o con mi boca. Ni siquiera traté de disimular mi disconformidady cuando dejé escapar un suspiro de resignación, sus labios recorrieron devuelta el camino hasta los míos.

— Te quiero — jadeó.

Aquel beso me dejó más hambrienta que antes, dirigiendotodos mis sentidos a mis dedos en contacto con su calor líquido. Imaginé mipropia boca recorriendo cada suave pliegue que recorrían mis yemas, y en sulugar, atrapé su lengua dedicándole las mismas atenciones que hubiera dedicadoa su húmedo y palpitante o de haberme dejado hacerlo.

Las caderas de Taeyeon dejaron atrás aquel suave vaivén,tornándose más exigentes. Empujó su contra las yemas de mis dedos cuandoacaricié la entrada, pero ignoré aquella ligera presión que me invitaba apenetrarla, por temor a no hacerlo bien. No quería volver a insinuarle quetomara ella el control de la penetración y yo tampoco estaba segura de podergarantizarle un o l si todo iba a depender de mí misma.

Sin embargo, continué deslizando mi mano hasta cubrir suo por completo y así poder estimular también su ano. Ahogó un gemido tanpronto mis yemas lo rozaron, lubricándolo con su propia humedad que mis dedostransportaban.

Sabía que aquello le gustaba, y aunque lo hubieradescubierto casi al azar durante nuestra primera noche de amor, no habíaolvidado cada punto exacto de su anatomía, que le hacía saltar y gemir deplacer. Gemí con ella cuando sus susurros comenzaron a ser más fuertes con cadapresión de mi mano estimulando su clítoris y su ano al mismo tiempo. Mi olatía con su placer, cuanto más la sentía empujando contra mí más deseaba quefuera mi boca la que se encontrara en el privilegiado lugar que ocupaba mimano.

— Quiero contigo, mi amor — sollozó —. Quiero que tengas uno conmigo.

Mi clítoris vibró tan fuerte que me hizo gemir curvándome laespalda. Su tacto bajó por mi cadera deslizándose sobre mis glúteos, colándosedespués entre ellos al sujetarme contra ella.

— Tiffany — gimió al advertir que me agitaba contra sucuerpo bajo los espasmos del o—. Eres preciosa — besó mis labios, que yano pudieron responderle.

Experimenté cómo se contraía el apretado anillo de músculoque acariciaba bajo mis dedos, al tiempo que se contraía igualmente mi o,antes de que sus gemidos sonaran por encima de los míos, que fuera un cuerpoahora el que se sacudiera contra el mío.

— Te quiero — susurré, recibiendo las últimas presiones queejercía su o frotándose contra mi mano.

— Y yo a ti — gimieron sus labios. Una descarga deelectricidad me cosquilleó cuando me lamió desde la base del cuello hasta laboca, abriéndose paso entre mis labios—. Estoy loca por ti — musitódeslizándose hasta mi pecho por encima de la camiseta.

Sollocé al oírla gimotear, advirtiendo que su o se movíasinuoso sobre mi mano. Seguía tan húmeda como lo estaba antes, y me di cuentade que deseaba más. Resbaló en busca de mis dedos, y cuando la entrada de su halló mi tacto, presionó abiertamente sobre ellos para que la penetrara.

Los estiré y empujé suavemente, pero tan pronto como mesintió entrar empujó con decisión, hundiéndome completamente dentro de ella. Suboca subió cubriendo la mía, al instante nuestras lenguas se unieron en unprofundo beso.

— No sabes lo que me gusta cuando estás dentro de mí —susurró entrecortadamente, antes de tumbarse boca arriba y arrastrarme sobreella.

No pude ignorar la camisa abierta, que dejaba ver elsujetador negro que capturaba sus pechos agitados por la excitación. Descendípor el resto de su piel desnuda, tanta la separación de sus piernas flexionadascomo su o oculto bajo mi mano, demandaban con urgencia que le diera placer.Me quedé maravillada ante aquella visión.

Cuando sus labios me besaron, dejé de admirar la belleza desu cuerpo, fascinada por el modo en que se me ofrecía y nerviosa ante laincertidumbre de si sería capaz de satisfacer sus necesidades.

Enseguida me perdí en el calor abrasador de su boca, sulengua lamía la mía con tal voluptuosidad, que me hizo sollozar volviéndomesalvaje. Levanté los brazos sorprendida cuando sus manos me ayudaron a quitarmela camiseta, de la que pretendí desprenderme aunque no le fuera a parecer bien.La diferencia de sentir el calor de su piel directamente contra la mía mepareció el paraíso.

Me estremecí cuando apretó su pecho contra el mío, cuandosus manos estudiaron cada centímetro de mi espalda desnuda. Bajó los tirantesde mi sujetador y recorrió la piel hasta uno de mis hombros, después lo hizohasta alcanzar el otro.

Aquella humedad descendió hasta la curva de mi pecho, que sebalanceaba ligeramente sobre su rostro debido a mi excitada respiración, a lafalta de sujeción que había perdido con los tirantes, que ahora caídos, tansolo rodeaban mis brazos.

Durante unos instantes solo fui consciente de su boca sobreaquella zona de piel, que se acercaba más a mis pezones, claramente endurecidosbajo el tejido del sujetador. Deslicé mi mano hasta que los dedos se mehumedecieron al resbalar en una caricia sobre su o. Cuando me detuve sobrela entrada de su , gimió y sus piernas se separaron más, invitándome aque entrara.

— Tiffany — sollozó al tiempo que la penetraba.

— Quítamelo — le rogué cuando sus manos se unieron a suslabios sobre mi escote, en el nacimiento del pecho.

Ignoró mi petición, pero hundió la cara entre mis pechos ysus caderas se desbocaron empujando contra mis dedos. Gemí sin parar, con loque aceleré el ritmo y la fuerza de mi penetración.

La humedad de su me facilitaba estimularla porcompleto y el movimiento se tornó increíblemente acompasado entre la dos. Erami perfecta pareja de baile. Apoyé la base de la mano sobre su clítoris paraque pudiera frotarse cada vez que conquistaba el fondo de su . Sus labiosabandonaron mi pecho y subieron en busca de los míos.

Se abrazó a mis hombros con fuerza y pronto descubrí quebuscaba apoyo. Sus caderas incrementaron aún más aquel frenético movimiento yyo la seguí. Me susurró algo al oído que no pude entender. No estaba segura desí se trataba de palabras inconexas, derivadas del placer, o intentaba decirmealgo entre gemidos.

— ¿Te estoy haciendo daño? — musité asustada, al tiempo quesuavizaba mi penetración, cuando volvió a susurrarme algo ininteligible aloído.

Su mano bajó por mi brazo hasta alcanzar la mía y la apretócon fuerza llevándome más dentro de ella.

— No, mi amor, todo lo contrario — jadeó con una sonrisaplacentera y la mirada desenfocada. Presionó mi mano de nuevo instándome a queregresara a aquel ritmo rápido y fuerte—. Me encanta — susurró con másclaridad—. Me vuelve loca cuando te siento dentro de mí — gimió bajo mislabios.

Aquella situación me parecía un sueño. Todavía me costabacreer que Taeyeon me quisiera del mismo modo que la quería yo. Sus pies sedespegaron del colchón, abriendo aún más las piernas, entregándomeexplícitamente su o. Me rodeó el cuello con fuerza y su cuerpo se curvóhacia mí cuando incrementé la potencia de mi penetración.

Estaba tan perfectamente lubricada que entraba y salía deella con una facilidad asombrosa, permitiéndome llegar tan profundamente comodeseaba. Estuve cerca de ralentizar mi movimiento para prolongar aquel momentolo máximo posible.

Sus gemidos y sus susurros a mi oído, junto con la exaltadaacogida que me brindaba su cuerpo con cada intensa penetración, no quería queterminaran jamás. Pero no lo hice y mantuve aquel enloquecido ritmo, deseandoen cierto modo que lograra mantenerse en la fase de meseta durante mucho mástiempo.

— Te quiero, mi amor — gimió antes de echar la cabeza haciaatrás y liberar mi cuello, aferrándose al cabecero de la cama.

— Yo también te quiero — apenas tuve tiempo de respondercuando gritó con la misma fuerza con que se contraía alrededor de mis dedos,expulsándome prácticamente fuera de ella.

Detuve mi movimiento y disfruté extasiada del cálido fluidoque vertía sobre mi mano, en violentas convulsiones. Salí de ella con suavidadtan pronto las siguientes contracciones me lo permitieron, cubriendo su ocon mi mano. Acaricié su clítoris con ligeras presiones arriba y abajo, y unnuevo gemido salió de su garganta al tiempo que otra oleada de líquido calientese derramaba empapándome de nuevo la mano.

Mi pelvis se contrajo ante aquella maravillosa sensación detener a Taeyeon vaciándose de placer sobre mí, aunque en ese momento deseé comonunca que lo hubiera hecho sobre mi boca. Cuando apreté los muslos ahogué unsollozo al sentir que comenzaba el o al que me había llevado ella sinsaberlo, tan solo percibiendo y contemplando el suyo. La abracé con fuerzamientras aún temblaba descontroladamente descubriendo que mi cuerpo lo hacíatanto como el suyo.

Cerré los ojos aspirando su aroma. Me encantaba cuando,abrazadas exhaustas después del o, nos íbamos reponiendo, y la lasitudabandonaba nuestros cuerpos.

— ¡Espectacular! — exhaló a mi oído.

Busqué sus ojos entreabiertos, que me miraron con unaintensidad conmovedora.

— ¡Tú sí que eres espectacular!

Cuando sintió sobre su piel la humedad que aún conservaba mimano tras su o, la cubrió con la suya.

— Lo siento — murmuró secando mi palma.

— Taeyeon, no — suspiré, sujetando su mano, deteniendo sumovimiento—. Jamás me pidas disculpas por tener un o.

— Ya, pero te he empapado — volvió a murmurar un tantoavergonzada, me pareció.

— Pues eso digo — sonreí— que me encanta que lo hagas, mevuelve loca. No te haces una idea de hasta qué punto...

Me reí cuando enrojeció, apartando la vista de mis ojostímidamente. La rodeé con más fuerza y me dirigí a su cuello besándolodespacio.

— ¿Has tenido tú también un o o tan solo me lo haparecido? — dijo casi sin voz junto a mi oído otra vez.

Su pregunta me hizo reír aún más.

— ¿No te acabo de decir que me vuelves loca?

Me apretó contra ella y escuché que también se reía.

— ¿Y eso qué significa exactamente?

— Que sí, que soy un desastre. Como buena adolescente, noaguanto nada — no me quedó más remedio que admitir mi falta de control cuandoestaba con ella.

Levantó mi cara y me miró con dulzura. Había un brillo desatisfacción en sus ojos cuando habló.

— Pues a mí me parece lo más bonito, encantador, erótico,sensual y seductor, además de halagador, que me ha ocurrido en la vida — seaproximó lentamente a mí y me besó muy despacio, poniendo en práctica cada unode los adjetivos que había empleado para describir mi o sin estimulacióndirecta.

Cuando se separó me sentí tan excitada como lo estaba antes.

— Como puedes ver, tampoco tengo fin — jadeé.

Sonrió saliendo de debajo de mí y sentándose a horcajadassobre mi o.

— Estoy súper mareada —dijo divertida cuando se inclinabapara besarme.

— Yo también, por eso no me muevo. Ven, túmbate conmigo — ledevolví el beso para que me hiciera caso y se acomodara sobre mí.

Al cabo de un rato su cuerpopesaba más y su respiración se había vuelto profunda y regular. Se habíaquedado dormida. La abracé con cuidado, retomando mis caricias sobre su pielcon mucha suavidad para no despertarla.

 

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Comments

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Karly34 #1
Sube amor accidental por favor
Cass_Addiction19 #2
<3
Skyth06
#3
Chapter 23: Hermosa adaptación
natovida #4
Chapter 14: Siento que esto va a tener un triste final, apropósito de quién es la historia original?
ashleyurdiales24 #5
Chapter 11: I love it?
ashleyurdiales24 #6
Chapter 10: Me encanta
Actualiza pronto por favor
Karly23 #7
Chapter 1: Amo todas tus adaptaciones e venido a aquí solo por ti ?