Esa noche Wendy se quedó en casa, lo haría los siguientes dos días por pedido de mis padres que debieron salir de la ciudad.
¿Saben? Lo peor de estar literalmente ciega, sin duda es depender de los demás. Llevo un año así, he aprendido bastante, soy capaz manejarme sola en muchas cosas, pero a mis padres aún les aterra dejarme sola en casa. Sí, vaya que me molesta, pero al menos funciona de excusa para que Wendy se quede conmigo un buen rato.


Estábamos en la sala, una frente a la otra sentadas en la alfombra, era algo que habíamos adoptado desde pequeñas, la manía de sentarnos siempre en el piso.

"Tengo algo para ti". Me dijo. Escuché que sacaba algo de su bolso, así que esperé. Pronto sentí que tomaba mi mano y la guió para que las yemas de mis dedos se deslizaran sobre una particular superficie. Supe lo que era. Solté un pesado suspiro.
"Seulgi... sé que no has querido... aprender esto, pero es necesario, eventualmente..."

"Lo sé, lo sé". 
La interrumpí. Tenía razón, no podía seguir negándome, pero me costaba ceder, me costaba admitir... renunciar a la esperanza de que pronto podría volver a leer y escribir como solía hacerlo antes. Supongo que sin importar la edad que se tenga, a veces se necesita un tiempo para asimilar algunas crueles realidades.

"¿Me dejarás enseñarte?" Su tono de voz entusiasmado, casi me hace perder el detalle tan importante de esas palabras que me desconcertaron.

"¿Enseñarme? ¿Me vas a enseñar... tú?" 

Y su respuesta fue un 'sí' tan simple, que dudé que ella supiera lo mucho que eso me significaba.

"¿Aprendiste esto por mí?"

Su respuesta sonó risueña, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

"Es lo menos que haría por ti, Seulgi".

 

Y así pasamos algunos cuantos minutos, deslizando mi mano sobre el irregular tablero a medida que recibía las indicaciones de Wendy.
Resultó ser que el braille era bastante fácil, no tardaría en aprenderlo, sin embargo pronto comencé a aburrirme e, inconscientemente, mi mente empezó a divagar.

"Me he divertido mucho estos días". Dije de repente.

"¡Yo también! La he pasado bien".

"Nunca había pensado así lo de los colores". Detuve entonces las acciones de mis dedos.

"Mm. Pues hora que lo haces, podrás decirme tú cómo son los colores".

Guardé silencio un momento.

"No estoy segura".

"¿Por qué no?"

Suspiré. Era algo difícil de poner en palabras.
Porque los colores... para mí, ahora, eran ella.

 

"Si te digo azul, tú piensas en la playa". Comencé, haciendo un intento por explicarme. "Pero yo no puedo pensar en la playa por sí misma, pienso en la playa contigo".

Sonreí, inconscientemente, sintiendo los frescos, bellos recuerdos recorriendo mi cuerpo.

"Si te digo verde, tú piensas en el parque. Yo pienso en el parque, contigo. Si te dicen amarillo..." me reí. "Pienso en tu risa...

Pienso en ti". 

Y fue ese total silencio que se formó tras mis palabras, que me hicieron darme cuenta, como un golpe en la cara, de que tal vez, había dicho demasiado. 

Pero luego sentí aquello. Sobre mis labios. Mi corazón se detuvo por un momento.
Era suave, delicado. Era un beso.

Yo nunca había besado, nunca había sido besada. 
Pero conociéndola a ella como la palma de mi mano, conociendo las cosquillas, los latidos exagerados que siento a su lado...
No había duda de que esos eran sus labios.

Y lo siguiente que supe, era que los míos se movían junto a los suyos.
Que nos estábamos besando.
Que nunca había sido tan feliz en toda mi vida.

 

De repente deje de sentirlo, dejé de sentirla. Y por un fugaz momento tuve miedo
de que se hubiera ido, de que solo hubiera sido un sueño.

Fue un alivio cómo al siguiente segundo sentí su respiración chocando sobre mis labios.

"Y esto... ¿Qué es?"
Mi voz salió en un susurro tan suave, que creí que no lo habría oído.

Pero supe que lo hizo, porque nunca olvidaré cuando respondió,

 

"Esto es rojo".

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