Joder. El despertador no había sonado, o en realidad sí lo había hecho pero no lo había escuchado, pero para sentirme mejor decidí que me quedaría con la primera

excusa. Salí apresurada del apartamento. Yuri me mataría por llegar tarde al trabajo, más porque hoy abriríamos tarde y tuve una hora más para descansar, y en cambio se me había pasado de largo el sueño.

En las escaleras la señora del apartamento 12 regaba las plantas de la planta baja mientras tarareaba una canción. Era una anciana muy amorosa y linda, de esas que te dan deseos de tener como tu abuela.

— Buenos días, señora  —saludé en un tono alto.

Siguió dándome la espalda concentrada en las plantas. Me reí por lo bajo, sacudiendo la cabeza. Me acerqué a ella y con cuidado le encendí su aparato para

la sordera.

— Buenos días, señora —repetí sonriendo, esta vez más bajo.

Dejó su regadera de jardín a un lado, mirándome sorprendida.

— ¡Oh, querida! Eres más sigilosa que una hormiga, ¡ni siquiera te escuché bajar!

— Lo lamento si la asusté. Sólo quería darle los buenos días y recordarle que mañana iré por Chester a las 10 para su paseo, no se olvide —anuncié arqueando las cejas y moviendo mi dedo índice.

— Por supuesto, linda —dijo sonriente.

Me despedí de ella, contándole de mi retraso.

Por fortuna, no tardé tanto en encontrar un taxi como esperaba.

Y como había dicho, al atravesar la puerta del local, no sólo Yuri me había regañado sino Jessica también, musitando que había tenido que hacer mi trabajo mientras llegaba. Me disculpé con Jessica y rodeé los ojos hacía la castaña que tenía como compañera, antes de comenzar a trabajar. Las siguientes dos horas consistieron en tomar órdenes, preparar pastelillos y bebidas y servirlos.La campañilla sonó, indicando que un nuevo cliente había entrado a la cafetería, mientras anotaba los últimos detalles de un pedido para llevar.

— ¿Cómo está la chica más linda? —preguntó alguien frente a mí.

Me sobresalté. Conocía esa voz y escucharla decir eso me sorprendió, últimamente sólo reproches salían de su boca, además, creo que él jamás me había dicho un cumplido antes. Levanté la mirada, y ahí estaba. Su pelo negro peinado de lado, su camisa fajada y su cinturón bien colocado en el pantalón. Siempre impecable.

— Hola, Nichkun—sonreí extrañada. Me acarició la mejilla con el dorso de su mano.

— Ayer tuve que cenar una lasagna que a comparación de la tuya, estaba

asquerosa.

Me reí nerviosamente por su cumplido, quizá había decidido dejar de pelear y eso estaba bien conmigo.

— Te prometo que mañana por la noche te invitaré a cenar y te preparé una de mis lasagnas para recompensarte —le regalé una pequeña sonrisa y giré para entrar

tras la barra y poder meter mi pedido.

Nos quedamos un rato más platicando, pero más rápido de lo que llegó, se tuvo que ir. Seguí trabajando. La verdad era que me gustaba mi trabajo. Cuando era pequeña, mi abuela y yo solíamos hacer pasteles, tartaletas, panes rellenos y otros postres. Nos la pasábamos de maravilla, creando nuestros propios sabores y combinaciones. Al enfermar ella, creí que todo se venía abajo pero en su lecho de muerte, me hizo prometerle que siempre lucharía por mi sueño y que encontraría la manera de hacer lo que siempre había querido; abrir mi propia pastelería-cafetería.

Algún día, como le prometí, lo haría.