Día 6.022
CADA DIAMi idea es despertarme temprano —a eso de las seis— y escribir a Tiffany para explicarle lo que pasó ayer. Tengo la esperanza de que se fuera después de un rato. Pero mi plan se va al garete cuando alguien me sacude y me despierta un poco antes de las cinco.
—Sungmin, arriba. ¡Es hora de levantarse! -Es mi madre —la madre de Sungmin, vaya— y, a diferencia del de la madre de Nana, su tono de voz es de súplica.
Imagino que es hora de ir a natación o a alguna de esas cosas que hay que hacer antes del colegio pero, en cuanto me levanto, me tropiezo con una maleta. Oigo cómo mi madre despierta a mis hermanas en la habitación de al lado.
—¡Bien, bien, es hora de ir a Hawái! —gritan animadas. «Hawái». Accedo a los recuerdos de Sungmin y veo que esta misma mañana salen para Hawái. Su hermana mayor se casa allí y su familia ha decidido tomarse una semana de vacaciones. Pero para mí no va a ser una semana porque, para volver aquí, tendría que despertar en el cuerpo de un adolescente de dieciséis años que viajara a Maryland ese mismo día. Podrían pasar semanas. Meses. Podría no pasar jamás.
—¡El coche llega en 45 minutos! —grita el padre de Sungmin. No puedo ir bajo ninguna circunstancia. El armario de Sungmin está lleno de camisetas de grupos de música heavy. Me pongo una y unos vaqueros.
—Así vestido, no te extrañes cuando los de Seguridad Nacional te hagan una exploración rectal —me dice una de mis hermanas cuando nos cruzamos en el pasillo. Sigo intentando dilucidar qué hacer. Sungmin no tiene carné de conducir y no creo que sea muy inteligente robarles un coche a sus padres. La boda de su hermana no es hasta el viernes; así que, al menos, no estoy poniendo en peligro la presencia de Sungmin en ella. Pero ¿a quién pretendo engañar? Aunque la boda fuera mañana, no me subiría a ese avión ni loca.
Sé que voy a meter a Sungmin en un problema muy gordo, así que le pido mil y un perdones mientras escribo una nota y la dejo en la cocina:
No puedo ir hoy. Lo siento mucho. Volveré esta noche. Id sin mí. Yo cogeré un avión el martes.
Mientras los demás siguen arriba, me escabullo por la puerta de atrás. Podría coger un taxi, pero imagino que sus padres llamarán a todas las compañías para ver si han recogido a un «metalero» a lo largo de la mañana. Estoy a unas dos horas de Tiffany. Cojo el autobús más cercano y le pregunto al conductor cuál es la mejor combinación para llegar al pueblo de Tiffany. Se ríe y dice:
—Ir en coche. -Le digo que no es posible y me explica que, probablemente, tenga que ir a Baltimore y, allí, coger otro autobús. Se tardan siete horas...
Las clases no han acabado aún cuando llego, después de caminar más de un kilómetro desde el centro del pueblo. Una vez más, nadie me detiene, a pesar de que soy un tipo enorme y sudoroso con una camiseta de Metallica que sube las escaleras a toda velocidad. Intento recordar el horario de Tiffany de cuando estuve dentro de ella y tengo la ligera impresión de que, ahora, le toca gimnasia. Voy al gimnasio, pero está vacío. Si no están aquí, lo normal sería que estuvieran en el campo, que está detrás del edificio. En cuanto llego, veo que las chicas están jugando un partido de béisbol. Tiffany está en la tercera base. Me ve por el rabillo del ojo. La saludo. No tengo claro si me reconoce. Me siento demasiado expuesta allí, en campo abierto; demasiado expuesta a la mirada del profesor. Así que vuelvo al edificio. Me siento como un vago más tomándose el típico «descanso» para fumar aunque no fume. Tiffany va adonde uno de los profesores y le dice algo. El hombre la mira con cara de comprensión y pone a otra estudiante en la tercera base. Tiffany se dirige hacia el edificio. La espero en el gimnasio.
—Hola —le digo en cuanto entra.
—¿¡Dónde coño estabas!? -Nunca la había visto tan enfadada. Y es ese tipo de enfado que tienes cuando sientes que te ha traicionado no una sola persona, sino el universo entero.
—Me encerraron en mi habitación. Fue terrible. Ni siquiera tenía ordenador.
—Estuve esperándote. Me desperté, hice la cama y desayuné. Y te esperé. La cobertura de mi móvil iba y venía, así que imaginé que se debía a eso. Me puse a leer números atrasados de Jara y sedal porque era lo único que había para leer. Entonces, oí pasos. Estaba emocionadísima. Cuando noté que había alguien en la puerta, fui corriendo. »Pero no eras tú, sino un tipo de ochenta años. ¡Y llevaba un ciervo muerto! No sé quién se sorprendió más. Yo empecé a gritar en cuanto le vi y a él casi le da un ataque al corazón. No estaba desnuda, pero casi. Me sentía avergonzada. Y no tuvo ningún tacto. Me dijo que aquello era allanamiento de morada. Le dije que Artie era mi tío, pero no me creía. Creo que me salvé porque mi tío y yo tenemos el mismo apellido. Allí estaba yo, en bragas, enseñándole mi carné a aquel tipo... ¡que tenía las manos manchadas de sangre! Me dijo que iban a venir más hombres. Había pensado que mi coche sería de alguno de ellos. »El problema es que creía que ibas a venir, así que no podía marcharme. Me vestí y me quedé allí sentada mientras llegaba cada vez más gente, que se dedicó a destripar al pobre ciervo. Me quedé allí incluso después de que se fueran. Esperé hasta que anocheció. La cabaña apestaba a sangre, A. ¡Pero me quedé allí! Y no viniste. -Le cuento lo de Nana. Le cuento lo de Sungmin, que me he escapado de casa. Es algo, pero no es suficiente. —¿Cómo quieres que llevemos esto? —me pregunta—. ¿¡Cómo!? - Me gustaría que hubiera una respuesta. Me gustaría tener la respuesta.
—Ven —y la acerco a mí. Esa es la única respuesta que tengo. Permane
Comments