Capítulo 2.

Después de nuestro desafortunado encuentro en la azotea y de ese intento de conversación que tuvimos, había encontrado tanto interesante como peculiar aquel suceso, pero no quise indagar más al respecto, tampoco era como si me importara, pero no todos los días puedes ver a alguien como Irene perder la compostura de tal manera.

Frustración, asumí que era lo que sentía. Tal vez iba allí todos los días y liberaba así toda la tensión que acumulaba, pensé. Me sentía mal porque de algún modo había perturbado el lugar en el cual podía "estallar" sin que nadie la tomara por una completa desquiciada, o peor aún, por una chiflada. Después de todo tenía una imagen que cuidar, aunque muchos se encargaban de mancharla con sus cotilleos sin sentido; tenías que ser muy estúpido u odiarla demasiado para creer todo lo que se decía de ella.

Las cosas no cambiaron entre nosotras, nuestra relación, si se podría llamar así, seguía limitándose a ser simples compañeras de salón, salvo por el pequeño detalle de que nuestras miradas se encontraban más de lo que antes solían hacerlo.

Sin embargo había algo diferente en mí, me sorprendí más de una vez observándola sin razón aparente, mis ojos la seguían, eran capaces de encontrarla aún si no intentaba buscarla, apenas mencionaban su nombre y ahí estaba yo, prestando suma atención.

Empecé a ser mucho más consciente de ella y no me gustaba, casi podía asegurar que tenía memorizadas sus facciones faciales. Me repetí constantemente que tenía que parar, aunque fue en vano. Noté que podía llegar a ser bastante torpe, testaruda, e infantil, pero ante todo eso estaba el título de Estudiante ejemplar.

–A veces está bien decir no, ¿sabes? –la vi caminando por el pasillo cargando un montón de papeles en sus manos. –Incluso a los profesores.

Su cabello lo llevaba recogido en una coleta, y en su rostro esa usual expresión de seriedad, pero afable.

Me aproximé a ella y le indiqué que me permitiera ayudarle.

–No tienes que...

–Sé que no, al igual que tú, pero de todas formas lo haces. –repuse impidiéndole terminar su oración.

Tomé mitad de los papeles y la acompañé hasta el salón.

No permití que me agradeciera, apenas llegamos los coloqué sobre el escritorio y fui directo a mi asiento como si hubiese sido algo normal entre nosotras.

Ese tipo de acciones comenzaron a volverse una costumbre, una mala costumbre de mi parte. Ella lo aceptaba y dejaba estar, no me preguntaba por razones,y eso estaba bien para mí. Aunque las primeras veces fue desconcertante para ella, y lo entendía, dado a que ni yo sabía con exactitud por qué no podía sólo pasar de largo.

El siguiente acercamiento que tuve con ella se lo podría agradecer a mi amada profesora de literatura, ya que ella auspició mi castigo en la biblioteca por no haber entregado el ensayo que había dejado de tarea.

Tenía que ayudar a acomodar los libros en su respectivo lugar, una verdadera molestia ya que la biblioteca era enorme. ¿Tan difícil era para los estudiantes volver a ponerlo en el estante?, reproché internamente.

–Deja que te ayude con eso. –escuché su voz decir tomando unos cuantos libros que llevaba en el pequeño carrito para transportarlos. –Y sé que no tengo qué, pero quiero hacerlo. Además, extrañamente tú siempre estás ahí para mí. –agregó sin mirarme mientras colocaba el libro en el estante.

No emití palabra alguna, simplemente acepté su gesto de amabilidad, aunque lo más seguro es que lo hacía por simple agradecimiento.

Estuvimos en silencio por un buen tiempo, como la mayoría de las veces en las que compartíamos el mismo espacio, sin embargo, no era de esos silencios incomodos en los que piensas desesperadamente en algo qué decir pero sientes que nada es correcto, y comienzas a dar cientos de vueltas en tu cabeza rebuscando lo que podría ser un buen tópico que mantuviera una conversación activa. 

Yo no me preocupaba por eso, sinceramente su sola presencia me bastaba. 

–¿Sabes que estoy enamorada de un profesor? –mencionó de la nada, mis manos se detuvieron de hacer lo que hacían quedando como suspendidas en el aire, estuve a punto de dejar el libro caer. De todas las cosas que pensé que diría, esa ni siquiera estaba dentro de la lista, no esperaba que sacara tema de conversación para empezar. Estaba estupefacta, y por alguna razón sentí una molestia en mi pecho. –Recién me enteré. –giré mi cabeza hacia ella para mirarla, no estaba entendiendo nada. –Es lo que están diciendo ahora de mí. –aclaró. –Al parecer conocen más mis sentimientos que yo misma.

Sentí un dejo de alivio al escucharla decir eso.

–Nunca le he prestado mucha atención a las habladurías de los demás. –repuse finalmente despúes de una pausa, lo que me tomó asimilar todo lo que acababa de decir. –Espero que al menos sea un profesor atractivo. –dije de manera irónica e hilarante.

Curveó ligeramente la comisura de sus labios, podría decir que fue una sonrisa, pero era menos que eso.

–¿No te molesta? –alzó una de sus cejas y me miraba curiosa. –El que hablen tantas tonterías de ti.

–¡Ah! Te acostumbras, supongo. –exhaló resignada. –Tienen buena imaginación, he de admitir.

El tono de su voz y la forma en la que decía aquello no lo podía aceptar, no, nadie tiene porqué acostumbrarse a algo así, quería decirle.

–La cosa es que no recuerdo haberle hecho algo a alguien para que todo esto comenzara.

–Porque nada les hiciste. –me senté en el suelo y recargué mi espalda al estante. –No siempre necesitan de un motivo. Los chicos probablemente lo hacen porque a ninguno has correspondido, y las chicas simplemente te tienen envidia.

–¿De qué?

–Bueno, eres bonita.

Tras decir eso como si fuera la cosa más obvia del mundo, la miré, un tono entre rojo y rosado adornaba sus mejillas, era la primera vez que veía esa clase de expresión en su rostro, no podía pensar en nada más que en lo hermosa era.