Las Tinieblas lo adoran

Las Tinieblas lo adoran
Las Tinieblas lo adoran



La mirada que le devolvía ese hombre en estos momentos era enervante y hacía que le recorrieran escalofríos por todo el cuerpo. Era una mirada cargada de pasión e intensidad, de deseo reprimido con un toque de curiosidad, con matices de arrogancia y posesividad. Un verdadero collage de sensaciones pincelaba esa mirada que se posaba en él.

Tanta era la intensidad que prácticamente podía sentir esa mirada vagando por su cuerpo: por su pelo, sus hombros, su rostro, su cintura… por todos lados. Era como sentir a alguien respirándole en la nuca y sentir sus dedos recorriéndolo por completo. Era algo que jamás había sentido… hasta que apareció ese hombre.

Era alto y delgado, sus cabellos castaño claro enmarcaban un rostro de piel blanca como la porcelana que contrastaba con esos ojos oscuros y profundos. Esos ojos que lo perseguían hasta en sueños y que plagaban sus noches. 

El hombre vestía siempre impecablemente: traje, camisa y corbata. Un verdadero hombre de negocios, había asumido, y aún se preguntaba qué veía ese hombre, que bien podría tomarse un café en el local más caro de la ciudad, en esa cafetería en la que SungMin trabajaba.

No que la cafetería fuese un mal lugar, muy por el contrario; a pesar de ser pequeña, era agradable y daba una sensación, así lo creía SungMin, de calidez. Pero ciertamente no encajaba con ese hombre. Mejor dicho, ese hombre no encajaba ahí.

SungMin había intercambiado sólo un par de palabras con él y siempre habían sido las mismas: “¿Qué le gustaría servirse?”, “Un capucchino y unas tostadas”, “En seguida se las traigo”, “Gracias”. Eso había sido todo y aún así, SungMin siempre se sentía nervioso, porque las miradas habían comenzado ni bien ese hombre había cruzado por primera vez la cafetería.

Al principio se había sentido realmente incómodo, pero con el paso del tiempo, de alguna extraña y desquiciada manera, se había acostumbrado a que esos ojos lo tocaran con la mirada.

Sí. Definitivamente se había acostumbrado y hasta se sentía raro cuando aquel hombre, de quién no sabía el nombre, por algún motivo no asistía a su cita religiosa a la hora pactada con la cafetería.

En esos días, SungMin se sentía como si lo hubiesen dejado plantado, ¡¿y cuánto más enfermo podía sonar aquello?! Él era un chico normal. Iba a la universidad y trabajaba medio tiempo para poder costearse los estudios y la vida en sí. No podía permitir que una persona con la que apenas había hablado, un perfecto desconocido, le alterara la vida y las emociones.

Eso era lo peor. Sus emociones. Porque SungMin se había encontrado deseando más: verlo más, escucharlo más, sentirlo más…

¿Acaso estaba enloqueciendo? Era lo más probable porque aquello no era sano y, luego de un tiempo, SungMin se encontraba devolviéndole las mismas miradas; con la misma intensidad, con la misma pasión, con el mismo deseo reprimido con un toque de curiosidad y matices de arrogancia y posesividad. Su mirada reflejaba cual espejo ese collage de sensaciones pinceladas en los ojos ajenos.

Obsesión: Idea, deseo o preocupación que no se puede apartar de la mente.

¿Estaba obsesionado? Si se apegaba a la significación de la palabra ‘obsesión’, podía afirmar con un cien por ciento de seguridad que sí, estaba obsesionado. No supo cómo ni cuándo, pero ese hombre de voz suave y aterciopelada, de ojos oscuros y profundos se había convertido en objeto de obsesión.

Estaba consumiendo todo de sí.

Pero no era momento para pensar en eso. Entonces SungMin trató de concentrarse en la tarea que tenía a mano: tomar pedidos y atender a los clientes de la cafetería. Por más que esa mirada lo atrajera y lo tentara a devolverla con el doble de intensidad, tenía trabajo que hacer. 

Se dirigió hacia una de las mesas, tomó el pedido y se dirigió luego hacia el mesón tras el cual se encontraba RyeoWook, quien era el recepcionista y cajero de la cafetería.

—Wookie, dos capuchinos, un brownie y un pie de limón para la mesa siete —informó el pelinegro y vio cómo su amigo le pasaba la orden a las personas de la cocina—. Hoy realmente está lleno.

—Sí, tienes toda la razón —contestó RyeoWook, el menor de los dos, con un suspiro—. Oye, ¿escuchaste las noticias? Dicen que hay un asesino suelto —comentó el menor con un escalofrío recorriéndole el cuerpo.

—Algo he escuchado. ¿Aún no lo atrapan? —preguntó curioso SungMin. La noticia había estado dando vueltas desde hacía un par de meses, pero recién ahora se le había estado dando mayor importancia, luego de que los asesinatos ocurriesen con mayor frecuencia.

—No, y la verdad me pone los pelos de punta. Debes tener cuidado cuando vayas a casa; a veces es realmente tarde cuando te vas de acá y para colmo de males vives solo…

SungMin sonrió ante la preocupación que mostraba su amigo hacia él. RyeoWook era realmente una persona de corazón cálido y amable y SungMin agradecía haber encontrado un amigo como él.

—No te preocupes Wookie, tendré cuidado —dijo SungMin—. Además, recuerda que soy un artista marcial. 
Y luego de lanzarle un guiño travieso, SungMin continuó con su trabajo aún bajo la atenta mirada del hombre de la mesa trece.






Era domingo y SungMin sintió un escalofrío recorrerle la espalda al sentir la campana de la puerta de la cafetería. Era él. No hacía falta que SungMin se voltease a verlo y comprobarlo porque su cuerpo lo sabía; conocía demasiado bien la sensación de esos ojos ardientes sobre su piel.

¿Había desarrollado poderes psíquicos? Porque estaba más que seguro que podía, a pesar de estar de espaldas a él, leer cada uno de sus movimientos. Cómo caminaba con pasos largos a la mesa trece, cómo separaba la silla de la mesa, cómo apoyaba su maletín en el suelo, entre él y la ventana, cómo se abría el saco y cómo tomaba el menú buscando qué servirse, a pesar de siempre pedir lo mismo, y esperar a que lo atendieran. 

Ese día, SungMin no tenía más opción que tomarle personalmente el pedido porque el otro mozo estaba en el baño. No que le molestara, pero realmente lo desconcentraba.

SungMin se abrió paso hasta la mesa y se paró al lado de aquel hombre, observando cada movimiento del mismo.

—¿Ya decidió que va a servirse? —preguntó SungMin, tratando de sonar lo más profesional que pudo. Era su trabajo, y no podía mezclar el trabajo con el placer… más de la cuenta

Vio como el aludido levantaba la vista y clavaba sus ojos negros en él. De nuevo un escalofrío. De nuevo el calor en su interior. Y se lo quedó mirando por segundos eternos; horas, días y años perdido en lo efímero de su mirada.

—Un capuchino y unas tostadas, por favor —y SungMin casi se ríe por la pregunta estúpida que había hecho. Capuchino y tostadas.

—En unos momentos le traigo su pedido —afirmó el pelinegro y se volteó hacia el mostrador, al cual llegó con paso rápido.

—Wookie, un capuchino y unas tostadas para la mesa trece —pidió SungMin y ante la extraña mirada que le dirigió su amigo, no pudo más que inquirir— ¿Qué sucede?

RyeoWook miraba hacia algo a sus espaldas y al seguir la dirección, se encontró con ojos negros de la mesa trece.

—No me gusta ese cliente —confesó el menor, llamando la atención de SungMin ante lo dicho, quien lo había vuelto a ver—. Pareciera que te comiera con la mirada. ¿No lo sientes?

—No realmente —mintió el de pelo negro. ¿Qué más podía decir? RyeoWook era capaz de escandalizarse si le decía que hasta le gustaban las miradas.






Hora del cierre y el hombre de la mesa trece no se iba así que sin más opción —¿era realmente así?—, SungMin caminó hasta él y le dijo exactamente eso.

—Disculpe, pero ya es hora de cerrar —dijo con amabilidad característica en él.

—Oh. Lo siento, no me dí cuenta de la hora —se disculpó el hombre y antes de que SungMin se fuese a seguir ayudando con el cierre, el hombre lo tomó del brazo—. ¿Lee SungMin? Ese es tu nombre, ¿no? —preguntó a un asombrado mozo.

—Si —respondió cautelosamente el aludido—. ¿Algún problema?

—Mi nombre es Cho KyuHyun y me gustaría hablar unos momentos contigo. ¿Ya terminas?

SungMin lo meditó, pero había que enfrentarlo, ese hombre que se había convertido en su obsesión, le estaba pidiendo hablar y, contra todo sano juicio, se encontró aceptando y acordando encontrarse fuera del local en 10 minutos.

Se dirigió a la cocina y tras cambiarse de ropa y soltarle una excusa a RyeoWook acerca de cómo se había acordado de algo importante que tenía que hacer —no quería que su amigo lo detuviera, por muy buenas intenciones que tuviera—, salió de la cafetería y se encontró nuevamente con ese hombre, que ahora respondía al nombre de KyuHyun. 

—Listo —dijo un tanto inseguro. Sea como sea, apenas lo conocía.

—¿Habría un lugar donde pudiésemos hablar en privado? —preguntó KyuHyun mientras miraba hacia los costados— Realmente me gustaría que habláramos con tranquilidad…

SungMin lo pensó un poco. KyuHyun se veía un tanto nervioso, pero no lo suficiente como para que SungMin sospechara que había algo mal.

—Mi casa está a sólo un par de cuadras de acá… —aventuró el pelinegro, ganándose con eso una sonrisa de lado por parte del otro hombre.

Emprendieron camino en dirección a la casa de SungMin en completo silencio. Era una noche fría y la luna llena brillaba en su máximo esplendor, sacando destellos a cuanto encontrara a su paso. Las respiraciones de ambos, aún cálida por haber estado bajo el abrigo de la cafetería, se hacía visible al salir de sus bocas, formando pequeñas nubecitas que se disolvían en el aire nocturno. El viento que corría era gélido y movía las ramas de los árboles a diestra y siniestra, arrancándole formas amorfas a las sombras silentes que se arrastraban escapando de la luz.

En algún momento SungMin había querido entablar conversación, pero el “prefiero que hablemos bien una vez lleguemos a tu casa” de parte de KyuHyun había mermado cualquier intento seguido.

Luego de algunos minutos llegaron al edificio de SungMin. Avanzaron por el pasillo iluminado con esa luz amarillenta, que de vez en cuando perdía vida y se apagaba, sólo para volver a encenderse ya sin fuerzas. Tomaron el ascensor en silencio, sin decir palabra alguna.

Cuando llegaron al piso de SungMin, éste guió el resto del camino hasta la puerta que exhibía arriba en el centro, un ‘7B’ gastado.

—Henos aquí —dijo SungMin abriendo la puerta tras la cual se adentraron.

Antes de que la luz tuviese oportunidad de encenderse, se escuchó el sonido seco de la puerta al golpearse contra su marco y el clic que anunciaba que se había cerrado con pestillo. Una risa siniestra resonó por el departamento, abriéndose paso entre la negrura hasta los oídos sorprendidos y atemorizados. Luego, una frase cortó el silencio:

—Tú mismo te abriste paso hasta las tinieblas… 






Era lunes y RyeoWook se paseaba preocupado por detrás del mostrador de la cafetería. Eran pasadas las diez de la mañana y el turno de SungMin empezaba a las 8, pero este aún no se dignaba a aparecer… y le preocupaba demasiado. SungMin jamás se había atrasado y de hacerlo, le daba un llamado. Era poco natural que aún no apareciera, sobretodo porque cada vez, de las veinte que lo había llamado, le había salido el contestador automático, ya fuese en su celular o al teléfono de su casa.

Con el televisor de la cafetería en el canal de noticias de fondo, eran las once cuando RyeoWook había tomado el teléfono por enésima vez para tratar de ubicar a SungMin, cuando la puerta de la cafetería se abrió, haciendo sonar las campanitas aseguradas en la puerta. Los clientes pueden esperar, pensó RyeoWook y comenzó a marcar el número de la casa de SungMin. Esperó en el tono. Uno, dos, tres…
 

“…Noticias de último momento. Hoy, a primeras horas de la mañana, se encontró un cuerpo que podría ser el de otra víctima del asesino serial que ha estado acechando las calles de Seúl. El cuerpo se encontraba en la vera del río, en la calle Cheon… ”


Eso es cerca de la casa de SungMin, pensó RyeoWook al tiempo de que escuchaba la voz tan familiar de la mujer que le decía que dejara su mensaje y que SungMin se comunicaría a la brevedad.
 

“…altura 1658. Aún no se ha identificado oficialmente el cuerpo, pero todo pareciera indicar…”


Y una idea espantosa se instaló en la mente del cajero.

Que no sea Min. Que no sea Min. Que no sea Min…

RyeoWook se lo repetía como un mantra, la mano que sostenía el auricular haciendo tanta presión sobre el mismo que de seguir así terminaría por romperlo.

Y repentinamente, una mano pálida se posó sobre su hombro, sacándolo de sus pensamientos.

El salto que pegó fue en reacción al susto que la persona le había dado y cuando se volteó a recriminarle a quien fuese que le diera el susto de muerte, sus labios se curvaron en una sonrisa y soltó un suspiro aliviado.

—¡SungMin! Menos mal que llegas. ¿Sabes lo preocupado que me tenías? —preguntó indignado RyeoWook— Encima, ¡me acabas de dar un susto de muerte! —dijo agarrándose el pecho.

—Mil disculpas Wookie. Pasa que tuve que hacer algunos trámites y me quedé sin batería en el celular… ¿Me perdonas? —dijo haciendo uso de su táctica de ojos de perrito mojado en su amigo.

—Está bien, está bien. Pero no lo vuelvas a hacer —amenazó el menor—. Para peor, estaban dando en las noticias que encontraron un nuevo cadáver y que fue cerca de tu casa… 

—¿En serio? —dijo mirando en el televisor cómo se extendía el operativo policíaco en la zona del río— ¡Que horror!

—Ni que lo digas. Yo sólo doy gracias a Dios de que tú te encuentres bien… —dijo el menor y desapareció tras las puertas de la cocina.

SungMin se quedó parado en su lugar y cruzó los brazos y los apoyó sobre la mesa; recostó su cabeza sobre los mismos, sin quitar la vista de la pantalla, que ahora mostraba cómo se llevaban el cuerpo encontrado a la unidad móvil de la morgue judicial.

Una sonrisa torcida se dibujó en las facciones angelicales de SungMin.

—Las tinieblas te adoran… Detective Cho KyuHyun.

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