Abrí mis ojos lentamente para encontrarme con la claridad encerrada en aquel pasillo que había visto antes de quedar dormida. No era una claridad encandilante, sino una tenue, cómoda. Vi por una de las ventanas de la fila de asientos opuesta que el cielo estaba cubierto de nubes.
El silencio era absoluto. Sin cambiar mi posición, miré a mi alrededor. Todas estaban dormidas. Debían de estar muy cansadas. 
Irónico que fuera yo la única despierta. ¿Será que estoy envejeciendo?  No, no, debe ser porque me dormí antes que todas.

Ignoré mis pensamientos y volteé a mirar a mi derecha. Me decepcionó un poco ver que ella también dormía, pero se me pasó rápido tras pasar unos segundos mirándola. Es que resulta fascinante verla tan relajada, vulnerable. 
Su cabeza se recostaba sobre una pequeña almohada, inclinada hacia la derecha sobre la ventanilla del avión. Su ceño completamente relajado y sus labios estrechos contra sí, sin lengua asomando esta vez.
No pude evitar sonreír. Sonará cursi, pero se veía hermosa.

Acerqué mi mano y con cuidado corrí sus largos cabellos morenos —cuyas puntas ahora estaban rubias— que cubría gran parte de su rostro, dejándolo despejado y accesible para mi deleite visual.

Sus rodillas estaban flexionadas mientras sus piernas se encontraban sobre el asiento, acurrucadas contra su cuerpo. 
Lamenté que hubiera un apoyabrazos en medio de nosotras y un cinturón de seguridad inmovilizando mi cintura. Quería abrazarla, pero me conformé con mirarla. 

Involuntariamente, un suspiro escapó mis labios al dejarme llevar por mis pensamientos, al darme cuenta de lo que sentía, de eso que me di cuenta hace años atrás, cuando éramos niñas. 
De lo que me daba cuenta ahora era que mi corazón latía con la misma exageración con la que lo hacía cuando todo apenas comenzaba. Latía tan fuerte como la primera vez que nos besamos, como la primera vez que nos dijimos “te amo”, la primera vez que desperté entre sus brazos, o la primera vez que nos escapamos para besarnos tras un árbol en el jardín de la escuela.

Así, mi corazón latía como si fuera la primera vez, como si fuera la primera vez que la miraba dormir a mi lado. Mi corazón latía con la misma locura con la que latía cuando éramos niñas y creíamos que nuestro amor sería invencible y que le ganaríamos a la industria, que nos amaríamos en secreto, nos amaríamos a espaldas del mundo y nos besaríamos tras los árboles hasta que llegara el día en que podríamos mostrar nuestros sentimientos a cielo abierto.

Mi corazón latía con la amargura que había dejado el recuerdo del día en que acordamos dejar todo atrás y vivir por y para Girls' Generation. 

Una media sonrisa aparecía en mi rostro mientras miraba a Yuri dormir a mi lado, porque entre todas esas  que creímos cuando éramos niñas y que hacían a mi corazón latir con locura... de todas esas cosas, una se había cumplido.

Aún nos amábamos en secreto.

Sin decir que lo hacíamos, sin despertar entre sus brazos y sin besos tras los árboles, ni tras las paredes, ni delante de ellas. Sin besos en absoluto.
Pero nos amábamos en secreto. 
En secreto y a los gritos, implícitamente de la manera más obvia, a escondidas ante los ojos del mundo.

Mi corazón latía con con exageración y con amargura, con adoración y dolor, con cicatrices cubiertas mas nunca cerradas.
Pero sonreí.
 Sonreí porque a veces no se trata de un final feliz, sino de una buena historia.

Y la nuestra era la mejor. Una con cariños al oído, con veladas clandestinas, con abrazos incógnitos, con besos tras los árboles.
Con un amor secreto y a los gritos.

"Sica..." su inconfundible, adormilada voz sonó a mi lado en un susurro. 
"¿Mh?"
"¿Recuerdas cuando nos besábamos tras los árboles?" preguntó, aún sin abrir sus ojos.
"Sí". Respondí con la misma suavidad. "Y cuando despertaba entre tus brazos".

~