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Apenas mi dedo posteó la publicación, mi estómago se retorció. No era yo en ese momento y ya no había marcha atrás. Contuve el impulso por mordisquearme las uñas o arrancar la piel de los costados. La que no se pudo contener fue mi hermana menor.

Su rostro seguía en el estupor de mi valiente y desvergonzado atrevimiento, pero pronto enrojeció.

—¡Idiota! ¡¿Cómo diablos se te ocurrió publicar algo así?! ¡¿Has olvidado que eres una figura pública?!

Agitaba las manos al aire mientras farfullaba y me maldecía, sin dejar de caminar de un lado a otro. Suspiré agotada e ignoré su regaño, porque mis ojos no podían dejar de mirar las palabras que yo misma había escrito y ella me había estado diciendo.

—Tú lo sugeriste. —Dije con simpleza, alzando los hombros para quitarle hierro al asunto.

Pero la mirada incendiaría que me dirigió me quemó la piel al instante.

—¡Lo dije bromeando, idiota! ¡¿Entiendes?! ¡B R O M A!

Moduló la última palabra con lentitud. Se apoyó contra el escritorio, dejando caer su castaño cabello como una cascada delante de ella. Sus ojos afilados eran enmarcados por unas delicadas cejas que intentaban unirse a través de una profunda arruga.

Inútilmente me apreté contra el asiento. Una tontería, lo sé, no podía huir de ella por más que lo quisiera. Sin embargo, algo de su aspecto me hizo pensar en mi madre; tan parecidas cuando se molestaban

¿Qué podía hacer? En otras circunstancias habría sido racional y objetiva, pero en ese entonces…

Estaba contra la espada y la pared.