26 de octubre del 2006

La estación que siempre vuelve
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26 de octubre del 2006.

A Taeyeon le hubiera gustado conseguir algo mejor que dos latas de Coca Cola de aquella máquina expendedora. Ya tenía mucho con la rigurosa dieta que le habían exigido mantener. La estaban matando de hambre, si es lo que le preguntaban: Un diminuto tazón de arroz y media manzana para el desayuno, el resto sólo eran los trozos faltantes. Así que quizá por esa vez quiso hacer algo bonito por su compañera de habitación, que resultaba ser una chica americana la cual no tenía ni un mínimo rasgo de conocimiento por la cultura coreana. Apenas podían comunicarse bien. Aún se avergüenza del primer encuentro cuando al parecer lo único que podía decir en inglés fue “hola” o “gracias”, tampoco es que la presentación haya sido buena, había tartamudeado al ver como la otra chica sonreía con los ojos.

No es que tuviera problema con eso, sino que le recordaba un poco a su vieja amiga de la infancia de apellido Jung, se le aguaron los ojos justo después de decir un simple “hi” e irse a encerrar al baño que estaba al otro lado del pasillo del dormitorio, justo mientras Jessica parecía mirarle con su exasperación y molestia ante los malos modales y la falta de apoyo. Se quejaría con el señor Suk más tarde, diciendo que sería más fácil si su compañera se mudara con alguna persona con mejor dominio de la lengua inglesa, alguien como por ejemplo Jessica que resultaba ser estadounidense. Aunque la empresa la veía a ella como una oportunidad para forzar a que la chica nueva mejorara en el idioma. De cierta manera Kim Taeyeon era relegada al papel de niñera. Algo que le molestaba mucho, apenas podía cargar con sus propias exigencias como para terminar soportando el peso de otro individuo que tendría que ser educado como un bebé recién nacido, porque no sabe nada sobre este nuevo mundo.

De eso ya habían pasado dos años y medio, así que de cierta forma ya se había acostumbrado a tener que hacer el rol de hermana mayor, tampoco era ignorante en aquella área, tenía una hermana menor llamada Hayeon, no es que fueran tan cercanas, pero puede recordar como su padre le había dicho cuando Hayeon estaba por nacer: “Tienes ahora una responsabilidad de protegerla y señalar sin incriminar cuando se haya equivocado”.

Luego le apretó el hombro y ella se recargó contra su brazo mientras esperaban afuera en la sala de espera mientras su madre daba a luz, su hermano estaba más ocupado durmiendo a la derecha de su padre.

Él siempre ha sido muy franco con ella.

¿Por qué no ser de la misma forma con esta chica estadounidense de nombre impronunciable?, así que esa noche, después de una agotadora sesión de baile se había quedado atrás con Jessica como siempre, como las dos líneas paralelas que estaban hechas para coexistir en un mismo espacio sin tocarse, sin refutar, sin hablar, sólo concentradas en sus propios fallos, en el propio movimiento de cada extremidad.

No fue la mejor bailarina, pero ya se sentía como un robot autómata programado para bailar cada semana una pieza diferente e intrigante, su inexpresividad con los demás se iba cuando tenía que ponerse a interpretar, el supervisor Park siempre fue claro con ella: “Tienes buena voz, pero te falta ser perfecta”.

Así que eso ha estado haciendo desde que decidió que quería ser un idol.

Sin embargo ese jueves su compañera de habitación había decidido quedarse a ensayar con ellas dos.

Al principio Taeyeon había huido de la responsabilidad que se supone debía asumir como guía, ignoraba a su compañera de habitación aunque era una indiferencia mutua, poco se veían, quizá en las madrugadas cuando a veces la ansiedad la dejaba sin dormir. Lo que siempre distinguía era un bulto oculto entre frazadas rosas que se negaba a salir, como un huevo oculto por la oscuridad. Por ende, Jessica siempre asumía las responsabilidades que se supone le tocaban cumplir a Taeyeon, terminó por cuidar a su compañera.

Sin embargo con el paso del tiempo Taeyeon comenzó también cuidar de ella, de cierta forma lo hacía casi inadvertida como sobornando a Kim Hyoyeon (la cual era una de las trainess más prometedoras en cuanto a baile se refería) para que le ayudara a Stephanie cuando estuviera atorada con la coreografía o tuviera alguna dificultad, aunque claro el precio siempre resultaba en invertir en su reserva de ramen instantáneo.

A veces cuando la miraba sentimental dejaba una de esas chocolatinas que su hermana menor enviaba para ella en esas cartas extensas contándole como era la vida citadina de Jeonju, la normalidad resultaba tan atractiva que cuando se sentía abrumada las volvía a leer en la madrugada después de un largo entrenamiento. Otras veces dejaba dulces de miel y mentol en la mesita de Stephanie, o los escondía en su maleta cuando estaba teniendo problemas con su garganta después de tantas horas de práctica vocal.

Había noches como estas, un largo día de gritos y de posibles secuelas que deriven en algún tipo de trastorno de estrés post traumático infringido por sus entrenadores. Hoy el supervisor Park había sido duró con Stephanie en una de las evaluaciones mensuales en las que él estaba presente.

Aunque semanalmente pedía evaluarla a Jessica y a sí misma en privado.

Cerró los ojos pensando en la última vez que lloró ante algún consejo verbalmente agresivo. Cuando se acostumbraba a los gritos, masajeaba su garganta y parpadea con indiferencia, demasiada perdida repitiéndose lo mismo, el mismo nombre en su cabeza hasta que él terminaba expresar su molestia y ella tenía que volver a comenzar de nuevo.

A diferencia de Taeyeon Stephanie sin duda era una persona muy emocional, después de algunas órdenes un tanto humillantes se había quedado con Jessica y Taeyeon para repasar y después de eso, Taeyeon debatió en sí debería dejar todo en manos de Jessica o hacerlo ella misma.

Al darse cuenta de que quería un poco de aire fresco le ofreció a Stephanie que fueran juntas, aprovechando que Jessica parecía querer practicar más, se veía tan decidida en que el supervisor Park la mirara de la misma forma en que lo hacía con Taeyeon, eso le hizo sentir incomoda.

Así que ahí estaban, habían caminado hacía el río Han, le dijo a Stephanie que esperara por ella mientras conseguía algunas bebidas. Eso siempre funcionaba para ella cuando su padre intentaba consolarla, caminaban a un parque cerca de casa y él metía unas monedas en la máquina expendedora, sacaba su jugo de uvas favorito y se mantenían en silencio hasta que la voz grave y franca de su padre señalara que estaba mal llorar por cosas tan simples como un insulto o algún berrinche tonto.

Eso hizo, se paró frente a Stephanie que estaba absorta en sus propios pesares, lo sabía porque su mirada se veía tan afligida.

No quiso sentir lastima por ella, porque no le importaba, sólo quería acabar con esta larga agonía y debutar. Para eso tampoco le importaba si tenía que machacar a otras personas, el supervisor Park lo había dicho desde el comienzo de su entrenamiento: “Ninguno de ellos es tu amigo, todos están en una competencia, sólo los más fuertes se mantendrían y lo lograran”.

Cada vez que él empezaba con la analogía de la ley de selección natural y el entrenamiento, la miraba a los ojos, con esa mirada que quemaba y ardía, como si la hubiera marcado de por vida.

Tampoco la favorecía, siempre la sofocaba hasta llegar al límite.

A pesar de cargar con sus propias expectativas…

Sin duda sentía pena por Stephanie.

—Toma—le entregó su lata de coca cola y se sentó a su lado.

Al principio reinó de nuevo el silencio, tampoco importaba tanto, poco a poco Stephanie mejoraba en su coreano, pero igual seguía siendo inservible para hablar de cosas más profundas o entender los chistes que venían con los juegos de palabras.

Taeyeon aprovechó el silencio para cerrar los ojos, noches como ésta le recordaban que, habría un momento en que se acabaría.

El ruido zumbaría en sus oídos y nadie olvidaría su rostro.

En cambio los rostros que aún mantiene calientes en su pecho morirán con ella, poco sabía que ese pensamiento podría atribuirlo a una premisa en el futuro.

—G-gracias…Sunbae—la voz de Stephanie sonaba igual de ligera y tímida que las pequeñas corrientes de aire que a veces revolvían las ramas de algunos árboles que se acuñaban frente a ellas. Miraban los edificios al otro lado, la mayoría de estos parecían sólo ser una cantidad de grandes estrellas coloridas sangrantes que se escurrían en las lentas corrientes del rio Han.

Abrió su propia lata de Coca Cola, mientras tarareaba una vieja canción que su padre solía cantar cuando ella era bebé y necesitaba detener su llanto.

Pensó que tal vez así las lágrimas de Stephanie dejarían de brotar.

Mientras bebía su soda pensó en si Hayeon habría recibido su carta o si su madre había preparado el mismo estofado de res de todos los viernes, y se habían sentado en la mesa bajo la calidez amarillenta del bombillo, pensó en su hermano y si seguía escapándose al mismo árcade a jugar algún juego tonto para intentar pescar un premió e impresionar a alguna niña que estuviera ahí.

Se sintió nostálgica y eso no la desinfló, estaba rígida e inexpresiva, la vida era más fácil cuando evitaba pensar en suposiciones tan obvias como esas.

Todo se veía más fácil cuando no pensaba en todo lo que dejó en casa.

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