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Temblor, temblor.

 

Suspiro.

 

Las olas chocaban suavemente contra la orilla, el mar se mecía con calma, y la brisa marina resoplaba, creando su propia melodía.

 

Aquel hedor salado del mar, cosquilleaba suavemente su nariz, y el sol centelleante se posaba sobre las aguas, despidiéndose como un viejo amigo

 

Cada hebra rubia se mecía al ritmo de aquella canción de cuna, arrullando, como el susurro de una madre, llevando a su pequeño a una tierra llena de dulces sueños.

 

Como estar en casa.

 

En pasos acompasados, indecisos, se dirigió a la orilla. Con ágiles dedos, desató sus sandalias.

 

Un paso, otro más.

 

Aquella vista era especial, etérea.

 

Podía sentir la arena entre sus dedos, el agua fría humedeciendo poco a poco sus pies.

 

Lavando, purificando.

 

Dicha playa parecía brillar con gran intensidad, pero no lo suficiente para llegar a ser abrumador. En realidad, aquella luz sólo parecía traer calma, decorando de irrealidad aquel lugar.

 

Aquella paz, ese sentimiento de despreocupación.

 

Había olvidado que era sentir aquello, sentir libertad, simplemente ser.

 

Lejos de críticas, de grandes expectativas, de miradas maliciosas y susurros hirientes.

 

Se sentía tener 16, otra vez.

 

Pasos suaves resonaron en la arena mojada, casi imperceptibles, dejando el sonido de pequeño