La amistad es conocerse

Besos de Miel

Capítulo 1: La amistad es conocerse

Capítulo 1

La amistad es conocerse

 

Con un suspiro abandonando sus labios, Fernanda cerró su libro favorito y lo guardó en la repisa tres de su estante personal. Sin duda, las novelas románticas eran deliciosas si las leías con la mente abierta y le dabas el tiempo adecuado para saborear cada página, sobreponiéndote de inmediato al protagonista que te acelera el pulso o bien, te detiene el corazón. Los únicos hombres con los que realmente valía la pena desperdiciar su tiempo, eran aquellos que se describían tras líneas infinitas. Tan afortunadas las muchachas de carteras rojas o labios carmesí que podían vivir en un mundo caótico en el que siempre terminan con un dulce beso de miel en los labios.

Perdida en esos fragmentos del libro “Burbuja de una mujer” que no escuchó el bullicio que se formaba en patio trasero de la casa de al lado, ni los gritos con su nombre que clamaban a que saliera por un momento.

Echando chispas, agarró su mochila y sacó de adentro su cuaderno de física. La tarea no se resolvería sola, y con su hermano en Estados Unidos, trabajando para el departamento del FBI, ya no había nadie a quien recurrir. Así que, sin muchos ánimos, comenzó su arduo trabajo sobre su ya desordenado escritorio, o al menos eso trataba, hasta que escuchó el noveno “Por favor”.

Avanzó al balcón, tenía la costumbre de dejar la cortina abierta de par en par y dejarlo de esa forma hasta que oscurecía, un hábito que le costaba los reproches continuos de su padre que últimamente se dio por vencido en ese aspecto. No divisó a otra persona que no fuera una de las más alborotadoras compañeras con la que tenía la fortuna de compartir clases.

     ―¿Qué? ―fue todo lo que pudo decir al verla.

Haneul rio como solo ella sabía, mostrando su dentadura perfecta en medio de los mofletes a punto de estallar.

     ―Acompáñame un momento, por favor. ―pidió ella sin más―. Jimin no viene y estoy aburrida

Fernanda viró los ojos y se acomodó las gafas gruesas que utilizaba siempre para estudiar, eso hacía que se sintiese más poderosa y culta, aspectos con los que ningún problemilla de química podía. Miró una vez más a la menuda silueta de Haneul, con esos trapos que apenas cubrían lo que tenían que cubrir y la cara montada en un perfecto maquillaje de noche, y su cabello peinado en una estilizada cola alta. Lucía impresionante.

     ―No gracias. El viernes es el último día para entregar el trabajo de física, ¿y adivina qué? Ni siquiera he empezado.

     ―Faltan dos días para eso ―Haneul arrugó los labios formando un gracioso puchero―. ¿Puedes bajar un momento? Anda, di que sí, mi cuello está cansándose de tanto tener que mirar hacia arriba.

Fernanda aceptó. No le costaba nada bajar y abrir su puerta a una extraña con la que hablaba solo cuando tenían trabajos y exposiciones grupales. Apagó el tocadiscos que le regaló su hermano antes de marcharse y que ahora empezaba a tocar algo de Chopin y salió de su habitación. Corrió por las escaleras y prendió la lámpara de la sala. No daban las seis de la tarde y ya estaba poniéndose todo oscuro.

     ―Agradezco tu compañía, en serio ―confesó Haneul, sentándose junto a Fernanda en las gradas que daban la entrada a su casa.

     ―No hay de qué. Respirar el aire fresco, es reconfortante a estas horas ―mintió, la verdad, es que no le gustaba salir de la comodidad de su pieza, y menos, cuando el día estaba programado para escuchar a Chopin.

     ―Tus ojos…

     ―¿Qué? ―Fernanda se llevó la mano a la cara por auto reflejo―. ¿Qué sucede con mis ojos?

 Haneul se rio bajito.

     ―Son muy bonitos. Tienen una mezcla entre el verde y ámbar, un color extrañamente precioso.

     “Vaya, una conversación acerca del color de mis ojos. Interesante.”

     ―Gracias, supongo ―dijo Fernanda dejando que sus pestañas ocultaran la rareza del color de sus ojos.

     ―No hay de qué, solo digo la verdad.

Fernanda esperó pacientemente la llegada del muchacho, casi no escuchaba lo que Haneul le contaba, en su mayoría, chismes infundados por el quinto año de secundaria, niños que no maduraban, y dudaba que llegaran a hacerlo algún día.

Justo cuando divisaron a Jimin, observó también a su vecino que salía de su casa para recibirlo.

     ―Ya está aquí ―anunció Haneul, con una emoción inquebrantable en su tono de voz.

Pero Fernanda no le prestaba atención a ninguno de los tres intrusos, ¿por qué debería? Ni siquiera les tenía afecto, solo eran compañeros en la secundaria, no había ningún otro lazo que los uniera.

Se percató de que Taehyung también lucía presentable, con un aire distinto al que siempre tenía cuando vestía el uniforme de la institución. Jimin la saludó con la mano y Haneul le besó en ambas mejillas, agradeciéndole una vez más por haberla acompañado, luego se despidieron, bueno, fue Jimin quien apresuró la despedida, otorgándole un espacio a su amigo que se veía desesperado.

Pese al ruido de la otra casa, un silencio incómodo se extendió entre ambos vecinos.

     ―Hola, no te he visto esta mañana en la cafetería.

Fernanda se inquietó un poco. Taehyung siempre la sorprendía con esa osadía y sonrisa brillante que parecía no querer borrarse nunca. ¿Ahora sería un acosador de primera?

     ―Si…, hola ―le devolvió el saludo sin ganas―. Tuve que ayudar al profesor a limpiar el laboratorio de química.

     ―Ya veo.

     ―Bueno, me tengo que ir ―se apresuró a decir en cuanto recordó los deberes que tenía pendientes. Y como siempre que se veían, Taehyung  no perdió oportunidad para hacerle la misma pregunta de la que sabía de sobra la respuesta.

     ―¿Quieres salir conmigo?

     “No, por supuesto que no”  Fernanda debería de haber dicho eso, solo que por primera vez, sintió la necesidad de descubrir el afán por hastiarla con esa pregunta-

     ―¿Por qué quieres salir conmigo? ―le preguntó entonces.

     En ningún momento sospechó del nerviosismo que se apoderó de su vecino en ese preciso instante, una reacción casual debido a una respuesta diferente. Supuso que solo estaba ordenando sus ideas o buscando alguna tonta respuesta que llenara sus expectativas. No había una sola cosa que le gustara de Taehyung, podía ser guapo y deslumbrante, ser el capitán del equipo de equitación, o el chico con el que todas las muchachas de su clase soñaban. Simplemente no le llamaba la atención. Parecía un ser humano vacío y sin chispa.

     ―Me gustaría conocerte.

Esa no era la respuesta que esperaba, obviamente. Y no supo por qué, pero le decepcionó de sobremanera.

     ―Me conoces desde los cinco años. Vivimos a unos cuantos metros de distancia ―le espetó Fernanda.

Taehyung sonrió sin dejar de mirarla―. Tu nombre es lo único que sé de ti. No creo que el significado “conocer” englobe solo a saber tu nombre de pila.

¡Rayos! No podía contradecir ese argumento tan válido.

     ―Tienes razón ―concedió Fernanda, abriendo la puerta de su casa, lista para ingresar y encerrarse a estudiar.

     ―¿Entonces, si te gustaría salir conmigo?

Por lo visto, él no iba a dejarla marchar así como así.

El viento empezaba a soplar cada vez con más intensidad. El invierno estaba a la vuelta de la esquina, frío y resequedad por todas partes. Genial.

     ―¿Con “salir” te refieres a una cita? ―inquirió Fernanda.

     ―Sería como una salida entre amigos ―balbuceó Taehyung prontamente.

     ―No lo sé, estaré ocupada y…

     ―No te he dicho el día todavía ―rio Taehyung.

Cierto, nuevamente. Fernanda se golpeó mentalmente y se encogió de hombros. Apuntar algo nuevo en su agenda sería problemático y ya demasiado se había alterado con la partida de su hermano.

     ―Lo siento, creo que no podré salir contigo de todas formas.

     ―¿Pero por qué? ―la animosidad de Taehyung había sido extinguido como la llama de una vela pequeña siendo arrasada en un soplo de aire―. Una salida como amigos, eso es todo.

     ―Es que ni siquiera llegamos a eso.

     ―Exacto. Once años viviendo cerca y esta es la primera vez que me hablas por más de dos minutos. Piénsalo por un momento, no soy tan superficial como piensas y si después de salir conmigo aun crees que no te agrado, prometo no volver a molestarte.

     “Cita”, “Salida de amigos”, ninguna de esas dos aclaraciones dejaban contenta a Fernanda.

     ¿Por qué tanto apuro en conseguirlo? Ella no era la chica más divina de la secundaria, ni la más bonita, aunque tampoco negaba sus atributos, y tampoco poseía una brillante inteligencia, era una chica normal, una más del montón, ¿por qué el afán?

     ―De acuerdo.

     ―¿Segura?

     ―Sí, eso creo ―asintió Fernanda.

     ―No te arrepentirás, lo juro. ¿Qué te parece el sábado?

     ―El sábado me vendría bien. Si eso es todo, nos vemos ―se despidió con la frialdad que la caracterizaba.

Justo un segundo antes de cerrar la puerta, juró haber visto a Taehyung dar saltitos sobre el césped con los brazos estirados hacia el cielo.

Subiendo a su alcoba, siguió preguntándose por todo el alboroto de la fiesta de al lado. Se le había olvidado preguntar por ello, tal vez le hubiese dicho que bajara el volumen de la música o algo similar. Y en vista de que eso no la dejaba concentrarse, cerró las cortinas de su ventana y se puso los auriculares en los oídos mientras buscaba a Beethoven en su MP4.

     ―Dije que si ―susurró a la nada luego de garabatear en su cuaderno―. ¿Por qué dije que sí?

No había resuelto ni la mitad de los ejercicios planteados, cuando se dio cuenta de que no funcionaría, si esa pregunta seguía taladrándole la cabeza. Transcurrieron apenas cuarenta y cinco minutos de aquello, dio un vistazo a su reloj de pulsera, en donde, la manecilla del horario ya apuntaba las siete de la noche. Puso su lápiz entre las hojas de su cuaderno, exactamente en donde le faltaba escribir, y lo cerró. Apagó la luz y se dispuso a preparar la cena. Solo eran ella y su padre, y él ya hacía suficiente con dejar listo el almuerzo.

Recetario para novatos, es lo que tenía por título el libro que ambos utilizaban para consultar.

Puede que a muchos no les parezca, pero cocinar no resultaba una acción tan mala. Despejaba su mente y recreaba un momento único con ella misma.

Sacó del refrigerador todo lo que pudiese necesitar para preparar tallarines en salsa roja, y se colocó un mandil con flores estampadas en la parte inferior. Mientras esperaba a que los fideos se escurran, doraba los trozos de pollo en el sartén y movía constantemente la pasta de tomate que se cocinaba en una olla pequeña.

Su padre apareció después de treinta minutos, con bolsas colgando de sus manos, repletas hasta el punto de rebasar el borde superior. De seguro chucherías que compró en el supermercado de la avenida.

     ―Huele delicioso, ¿qué cenaremos? ―preguntó George ni bien dejó las bolsas sobre la isleta de cocina, dejando que algunos de los productos se desparramasen sobre esta.

     ―Tallarines en salsa roja ―respondió Fernanda.

Entre los dos pusieron la mesa y sirvieron los platos. Si no fuera por el ruido que se provocaba en el jardín de Gabriel, su casa volvería al silencio infringido por la indiferencia de todos los días.

     ―Te compré tus cereales favoritos ―ahí estaba su padre, intentando entablar conversación.

     ―¿Los de chocolate? ―preguntó Fernanda con recelo. Siempre que su padre decía “te compré”, sugería: “compré para los dos” y entonces hacía de las suyas llenándolo todo a su libre gusto.

George rio y se atoró en el proceso. Tendría que haber visto venir algo así.

     ―Sí, hija ¿qué más si no eso?

     ―Entiendo, entiendo, gracias, aunque no debiste, ya sabes… aun no termino la caja que compraste la semana pasada.

     ―¿Estas a dieta? Porque no deberías, tienes el peso ideal para una señorita de tu edad, además…

¿De dónde salían esas barbaridades?

     ―¡Papá! ―Fernanda dejó los cubiertos de lado y lo miró con desaprobación.

     ―¡¿Qué?! ¿Es que no puedo preocuparme por la alimentación que lleva mi única y amada hija? Cielos, no entiendo a los jóvenes de hoy en día ―manifestó tranquilamente George, acarreando los fideos con su tenedor hacia su boca.

Por cosas como esa, es que Fernanda huía a casi todos sus improvisados temas de conversación.

     ―No estoy a dieta papá. Me pone de los nervios que pienses que soy la clase de chica que se preocupa por trivialidades como esa.

     ―Sé que no eres de esa forma.

Al menos se esfuerza en creerlo” pensó Fernanda.

Terminaron de cenar en un cómodo silencio. No era raro para ella, tampoco para él.

Claro, no fue así siempre. Cuando Richard, su hermano, todavía no partía a EE.UU, solían reír debido a sus improvisaciones. Era muy ingenioso para llenar la casa de alegría y nuevas buenas. Fernanda nunca supo cómo lo hacía, así como no estaba enterada de que para él, resultaba difícil hacerlas de hermano acomedido todo el tiempo.

Una vez terminados sus deberes, y ya lista para meterse a la cama, decidió investigar un poco en internet. Sabía absolutamente nada respecto a “salidas de amigos”, y ningún buscador le dio una respuesta favorable. Algunas de las ventanas que abría, decían que eso no existía, que la amistad entre un hombre y una mujer era más falso que la existencia de extraterrestres.

Eso podría ser cierto… sin embargo, Fernanda creía ciegamente en la existencia alienígena, lo cual, solo probaba, que los que escribieron en esas entradas no tenían ni una pizca de inteligencia.

Bueno, mañana sería otro día.

 

 

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