Principio del Futuro

Underwater Kannika

El tren iba demasiado rápido esa mañana como para que los pies de la pequeña cumpleañera, Kannika, pudiera evitar tambalearse un poco al buscar un asiento cerca de las ventanas. Siempre de la mano de Kasem, su padre.

Cuando ambos encontraron asiento, Kannika dio un profundo suspiro y, como era la costumbre, observó por la ventana. Ese era su día. Su cumpleaños número cinco, para ser exactos. Y eso significaba, la mejor de las fiestas.

Del otro lado, también perdido en sus pensamientos, estaba su padre. Aún acomodándose su corbata color negro, perteneciente al típico traje de empresario.

Él sonreía con imaginarse a su hija hecha una bella mujer, madura y exitosa.  Si tan solo aprovechara el tiempo con ella en vez de hundirse en sus profundos pensamientos. Llegaron y Kasem se volvió a Kannika, creo que no había persona que se durmiera tan rápido como ella lo hacía aunque ese día estaba demasiado despierta.

Ambos bajaron entre bostezos, sin decir alguna palabra, como siempre. Avanzaron unas cuadras hasta llegar al Prathom (O para nosotros, jardín) y allí se despidieron con una tierna mirada.

Ojala pueda demostrarle mi cariño con palabras.

Kasem que era el único que seguía en la entrada del Prathom, perdido en sus pensamientos, decidió irse cuanto antes. Nunca podía llegar tarde al trabajo.

 

Kannika no paro de imaginar su fiesta junto a su mejor amiga, Sunan, mientras recortaban formas y las pegaban en sus cuadernos.

A la primera se le caían las medias de tanto mover sus pies y a la segunda, se le caía la falda por tener una cintura tan pequeña.

Me parece que  no hace falta aclarar que eran un desastre…

"¿A qué hora? –dijo Sunan-. ¿Invitaste a todos?"

"Sí, Sunan, invité a todos"

"¿Qué vamos  a hacer?"

"Lo de siempre".

"¿Y qué es lo de siempre?" –preguntó emocionada.

"Comer y jugar".

Las dos niñas sonrieron al recordar, como todos sus cumpleaños juntas, que no podía faltar su típica pijamada.

"¿Y qué ropa llevo si me quedo a dormir?"

"Tu ropa de siempre y un pijama. ¿Algo más?"

"Nada más".

"Bueno, a las seis voy pero espérame".

"Si, Sunan, te espero".

 

Sonó el timbre y las amigas se despidieron, ambas felices por poder comer algo. Creo que todos estaríamos felices de comer algo al regresar del jardín, pero mi opinión no importa.

Kannika divisó a su madre, Maliwan, y corrió a darle un fuerte abrazo.

Ella era diferente que Kasem por dos motivos:

  1. Eran confidentes en todo.
  2. Su madre era más cariñosa.

Además no era tan exigente y seria.

"¿Qué vamos a comer?"

"Adivínalo, cumpleañera"

"Maè, no sé. ¡Dame una pista!"

"Déjame ver. Es tu favorita".

"Ya sé, Popiah".

"Adivinas demasiado rápido".

"Lo sé" –dijo tomando su mano.

"Pero puedo cocinar cualquier otra cosa si no te gusta".

"No hace falta".

"Este es tu primer regalo".

Eso era lo que Kannika o simplemente Kanni, quería escuchar.  Una sonrisa se plantó en su cara. Maliwan sabía cómo provocar eso en la menor. Este cumpleaños iba a ser diferente.

Muy diferente.

Y, sin darse cuenta, llegaron  a la estación. Justo a tiempo.

Corrieron, literalmente, para entrar al tren vacío, raro, pensó Kannika. Pero no le dio mucha importancia y, como siempre, buscó un lugar cerca de la ventana y observó ese paisaje tan familiar como lo era la Antigua Bangkok.

Para la menor nada había cambiado desde aquel 2100, cuando una gran parte de la capital se hundió debido a la erosión del suelo y la desmedida construcción en terrenos arcillosos. Miles de casas se habían destruido, miles de personas habían muerto pero nunca hubo alguien que verdaderamente ayudara a los más necesitados.

Su familia se consideraba afortunada de seguir con vida.

Hoy se mezclaban autos, motos, la  humedad y los edificios abandonados como los no abandonados.  Era hermoso desde los ojos de la soñadora Kannika.

Pero no podía ver el miedo de los adultos que vivían con inseguridad, debido a las inciertas invasiones inglesas en el sur del país. Y Bangkok iba a ser otra de las víctimas, tarde o temprano. Tampoco podía distinguir el miedo de sus padres, acechados por el gobierno debido a las estafas de Kasem, ese adicto al juego.

"Hija, ya llegamos" –avisó Maliwan.

La pequeña se levantó y, tomando la mano de su madre, bajo del tren.

Al llegar a su casa se encontró con su padre,  que traía entre sus manos un gran paquete. De seguro, el preciado regalo de Kannika. Aunque no le importó tanto al darse cuenta de que Kasem había llegado más temprano que de costumbre.

"¡Papá!"

"Kanni, que bueno que llegaron" –dijo un poco nervioso mientras intentaba esconder la caja.

"¿Ese es mi regalo?"

"¿La caja? No Kanni, es del trabajo".

"Pero tiene un moño color rosa y dice mi nombre".

"Va a haber regalo después de cenar lo que hizo tu madre".

Kannika sonrió victoriosa y fue a ver a su madre cocinar.

Ella y Maliwan eran tan iguales. Cabello castaño, ni muy claro ni muy oscuro, ojos un poco grandes, delgada y más blanca que la nieve… ¿Me falta algo?

"Kanni, ¿Vas  a ayudarme a poner la mesa?"

"Sí, maè".

En cuestión de minutos, ya estaban los tres en la mesa.

"Muy rico, maè".

"Digo lo mismo, Maliwan".

"Todo por mi familia".

El resto de la comida pasó en un cómodo silencio, y tal vez, alguna que otra risa de la que es nuestra protagonista.

Luego de cenar Kannika y Kasem estaban corriendo, gritando y riendo en la sala de estar como si fuese la última vez mientras Maliwan lavaba los platos.

"Papa, tengo una gran idea".

"¿Cuál Kanni?"

"Juguemos a las escondidas".

"Suena bien, yo cuento".

"Pero si no me encuentras, me das mi regalo".

"¿Y si no?" –dijo su padre elevando sus cejas curiosamente.

"Me lo das igual".

La sonrisa del mayor fue inevitable.

Por fin podía demostrarle a su hija como era en verdad.

"Ya ve a esconderte".

"Hasta diez" –dijo la niña corriendo a esconderse.

"Uno".

Kannika ya estaba debajo de la cama aunque seguía acomodándose detrás de todas sus cajas, sabía que nunca la iba a encontrar.

"Dos".

En la cocina, Maliwan sintió una extraña sensación. Eran ruidos extraños.

De pronto esos ruidos se convirtieron en gritos, gritos de dolor. No provenían de la televisión. Maliwan dejó de lavar los platos.

"¿Kasem escuchas?" –preguntó.

"Tranquila, veré que hay afuera".

Los dos se observaron con un miedo. Antes de que pudieran moverse o darse una última mirada, la puerta explotó.

Hombres, muchos. Militares con enormes armas, gritando en un idioma impredecible, forcejeaban con Kasem mientras se llevaban a su mujer, destruyendo todo a su paso. Kannika seguía debajo de su cama, asustada y a punto de llorar, viendo demasiados pies desconocidos pasearse por su habitación buscando algo, alguien.

Más disparos, gritos. La pequeña hizo lo que hacía cuando tenía alguna pesadilla, intentar dormir.

 

Abrió los ojos y una pequeña luz se coló junto a una brisa, recorriendo su cuerpo y lentamente, salió de lo que quedaba de su cama. Reconoció su muñeca favorita, despedazada casi calcinada, como también reconoció su vestido favorito de un color ceniza.  Y por primera vez se sintió sola, abandonada.

"¿Mamá? ¿Papá?".

Las lágrimas no se hicieron esperar.

Caminó hasta salir de su casa, esquivando escombros y observó la ciudad. Aquella que le sonreía en las mañanas, había desaparecido. Volvió la vista al cielo.

"¿Sunan?"

"¿Kanni?" –contestó la misma, desde un viejo árbol.

 

Una triste y amarga sonrisa apareció en el rostro de la quinceañera al estar frente al edificio del cuál tanto le habían hablado, con el que iba a recuperar a su familia, el Reino Unido.

"Estoy nerviosa".

"Sunan, creo que ya hablamos de esto".

"Promete no dejarme sola, pase lo que pase".

"Ya es una promesa".

"Eso espero".

"¿Vamos a entrar?"

En ese momento, el viejo edificio era el mejor lugar. Incluso si el rechazo era posible, no tenían nada que temer, al menos eso creían.

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