Desencuentros

Nunca Digas Nunca
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Desencuentros

 

   «Por fin se acabó», pensó Tiffany. Estaba tan cansada que ya ni siquiera le importaba la nota. Si finalmente no conseguía entrar en la carrera que quería, haría cualquier otra cosa, pero tenía claro que no quería volver a pasar por esos tres días infernales que habían supuesto para ella los exámenes de acceso a la universidad.

Pasó de largo cuando vio el grupito que habían formado sus compañeros de clase. No se sentía con ánimo de comentar las respuestas, porque ¿de qué serviría? Ya había firmado su sentencia y no quería alargar aquel calvario pensando en qué se había equivocado o qué había olvidado incluir.

 

   —¿Qué tal, Tiffany? ¿Qué tal te han salido? —le preguntó su amiga Fabiola cuando se reunió con ella.

  —No sé… No muy mal, creo, pero no me atrevo a adelantar nada, ni para bien ni para mal. ¿Y a ti?

  —Para mí hoy ha sido el peor día. Es que me ha pillado muy cansada… Por cierto, me ha parecido ver a tu amiga en la puerta.

  —¿Qué amiga?

  —La bombón esa, que es como de anuncio. ¡Por Dios! ¿Cómo puedes resistirte cuando la tienes cerca? Es que me tiraría encima y…

 

   Se abrió paso entre la gente y, cuando finalmente consiguió salir al exterior, la encontró apoyada en un coche frente a la puerta. Se habían formado varios corrillos de chicas alrededor, aunque ella parecía ajena a su interés y ojeaba un folleto de publicidad que tenía entre las manos. Y es que Taeyeon llamaba la atención. Además de contar con un cuerpo escultural que se ocupaba en trabajar casi a

diario, era extraordinariamente guapa. Sus grandes ojos eran del color del ámbar y unos bonitos y carnosos labios conseguían dulcificar su fina mandíbula, sobre la que perennemente se dibujaba una atractiva y burlona sonrisa. Al verla, sonrió con la boca algo torcida, y se acercó a ella.

 

   —¡Taeyeon! ¿Cómo es que has venido?

   —Imaginé que estarías muerta después de estos tres días y he venido a buscarte para que no tengas que volver en metro a casa —respondió después de cogerla por la cintura y besarla en la frente para envidia colectiva—. Aunque no sé si pensabas quedarte a comer con tus amigos.

   —No, no. ¡Qué ilusión!

   —¿Comemos juntas entonces? Es que mañana por la tarde me voy al campamento con las enanas de las clases de fútbol y ya no nos vamos a ver.

   —Vale.

   —Toma, te he traído una chaqueta por si tenías frío en la moto. Ahora me cuentas qué tal ha ido todo. ¿Por qué te mira todo el mundo?

   —Te miran a ti, Tae, no a mí.

   ¡Si es que no se puede ser tan guapa!

 

   Ya. Lo había vuelto a hacer. Llevaba todo el curso intentando quitársela de la cabeza y en menos de un minuto había sucumbido de nuevo. Es que solo ella hacía ese tipo de cosas y tenía esos detalles con ella. ¿Cómo podía ser tan encantadora? Lo tenía todo. Pero, por desgracia, era un seductor empedernido

y, si como amiga llegaba a ser maravillosa, como pareja dejaba mucho que desear, así que mejor no sobrepasar los límites de la amistad.

 

   —Cuéntame. ¿Has salido contenta? —le preguntó cuándo se sentaron a la mesa.

   —No sé. Por lo menos ya me lo he quitado de encima. ¿Y tú? ¿No tenías un examen hoy?

   —Sí, pero eran pruebas físicas y me he examinado a primera hora. ¡Ya estoy de vacaciones hasta octubre! Es lo que tiene estudiar para profe, que nos van metiendo lo de las vacaciones escolares desde primero, ¿sabes? —dijo sonriendo, aunque su expresión se tornó seria de repente—. ¿Te has enterado de lo de la chica esa que han encontrado?

   —Sí. Me lo dijo mi hermano esta mañana. ¡Qué fuerte!

   —¡Ya te digo! ¿Te imaginas que fuera ella? —preguntó con espanto.

   —Bueno…, creo que, en el fondo, sería mejor… Así se podría aclarar algo de una vez… ¿Lo sabe Yuri?

 

   Taeyeon asintió con la cabeza.

 

    —¿Y cómo está?

    —¡Ni idea! Tenía el móvil apagado y le envié un mensaje. No me ha contestado.

   —¿Un mensaje? ¡Mira que eres bruta! —exclamó mientras le golpeaba suavemente en el brazo.

 

    Taeyeon se limitó a encogerse de hombros.

 

   —Cambiando radicalmente de tema —dijo ella—, los de mi clase dan una fiesta esta noche. ¿Te apuntas? Hay barra libre.

   —Estoy muerta, Tae. En cuanto me dejes en casa, me voy a meter en la cama hasta mañana.

   —¡Anda, peque! ¿No quieres celebrar que has terminado?

   —¿Y qué pinto yo con los de tu clase?

   —¡Pero si conoces a un montón de ellos!

   —No sé…

 

   Aunque la idea no la seducía e intentaba resistirse, sabía que terminaría cediendo a las insistencias de Taeyeon. Ella era así. Tenía un extraño poder por el que todos —o más bien todas— terminaban accediendo a sus deseos.

 

 

       ________________________

 

   Ocho huesos principales además de los wormianos conforman el cráneo humano, una cavidad de reducido tamaño con una capacidad de apenas 1.450 mililitros. Fascinante. Menos de lo que cabía en una botella de Coca-Cola, más pequeño que un balón de fútbol, pero con unas prestaciones casi infinitas: un universo del que aún se conocía tan solo una mínima parte. Toda la imaginación, los impulsos más benévolos y también los más ersos estaban ahí, en ese pequeño y frágil espacio.

 

   Fascinante. Aunque aún no tenía claro qué especialidad escoger, Yuri se sentía cada vez más atraída por la neurología. Sin embargo, antes de llegar a ese punto le quedaban muchas horas de estudio, muchas noches en vela, muchos cafés y mucho estrés. El primer año le estaba suponiendo una prueba personal de tesón y constancia más dura de lo que había pensado pero, por el momento, merecía la pena. Además, las horas de estudio le permitían abstraerse del mundo por completo y le obligaban a centrar sus pensamientos en complicados temarios con vocablos casi impronunciables. De ese modo, podía mantener alejados por un tiempo los recuerdos, que se empeñaban en estar presentes; tanto, que en ocasiones se hacían tangibles. Ya eran escasas las noches en que despertaba bañada en un sudor frío y con una intensa sensación de angustia. Siempre era la misma pesadilla, real, pero también cada vez más difusa. Ahora, su sueño más recurrente era que llegaba tarde al examen, o que se  equivocaba de aula o de día.

 

   En el fondo, no estaba mal el cambio. Solo le quedaban dos exámenes y empezaba a acusar el cansancio. La cafeína parecía cada vez menos efectiva. Tendría que seguir intentándolo con té, pero esa especie de agua sucia tenía un sabor bastante repugnante. Lucía, que era adicta a ese brebaje, trataba de convencerle de sus maravillosas virtudes y le incitaba a probar con nuevas variedades que a ella le seguían pareciendo igualmente intragables. Ella estaba en segundo, y había cogido también algunos créditos de tercero. ¿De dónde sacaría el tiempo? La verdad es que valoraba su ayuda y sus resúmenes, pero no entendía tanta dedicación. A veces, aunque le tenía mucho cariño, le llegaba a resultar algo cargante y hubiera preferido quedarse sola, sin parecer desagradecida. Y es que no tenía tiempo para nada. No pudo viajar a Estados Unidos para el funeral de sus tíos, y eso le pesaba; no tanto por ellos, a los que solo había visto en un par de ocasiones y con quienes había hablado por teléfono otras tantas, sino por Nana. Ella era lo más parecido a una madre que había tenido y siempre había estado a su lado, apoyándole en los momentos más difíciles, calmándole y cobijándole. Ahora tenía la oportunidad de apoyarla, pero en plenos exámenes… Sabía que ella no se lo tendría en cuenta, más bien todo lo contrario. Aun así, le hubiera gustado acompañarla. Ella sabía perfectamente cómo se siente uno cuando pierde a alguien y la sensación de vacío e impotencia que viene después, y tener una mano a la que agarrarse es un consuelo. Para remate, se le había pasado ir al aeropuerto a recogerla, a ella y a su casi desconocida prima Jessica: un nombre demasiado grande para la niña pecosa y cursi que conoció unos diez años atrás en un viaje relámpago a aquel pueblo de la América profunda llamado Ashford.

 

   «Desconocida». Eso es lo único que rezaba en la etiqueta, al menos, según le dijo el doctor Márquez, a sabiendas de que se jugaba el puesto. Sus insistencias para que le dejara ver aquel cadáver no habían servido de nada. Ni siquiera los rasgos que debía comprobar: el color del pelo, la altura, los ojos… «Está irreconocible. Solo podremos saber quién es con una prueba de ADN», es lo único que le dijo el forense. Por una parte sintió alivio, pero por otra le embargó de nuevo una enorme zozobra.

 

   Que esa etiqueta hubiera tenido un nombre y apellido, ese que ella tantas veces había escrito y pronunciado, hubiera supuesto cerrar una puerta. La pregunta era si ella quería verla cerrada de ese modo…

 

   Aún le quedaban unos veinte kilómetros para llegar. Decidió adelantar al camión que le obligaba a ir a menos de ochenta por hora.

 

   A lo lejos, Jessica oyó el ruido de un motor y el chirrido de la verja de hierro. Aunque su primer impulso fue levantarse de la cama, no tenía fuerzas ni ganas de ver a nadie. Pasaron unos minutos y alguien llamó a la puerta del cuarto. Era Nana.

 

   —Cariño, te traigo un sándwich y algo de beber por si luego te apetece. Ha llegado Yuri y quiere saludarte, ¿podemos pasar?

 

   Se incorporó sobre la cama y articuló un «adelante». Nana llevaba una bandeja que dejó sobre la mesa del escritorio y detrás de ella entró Yuri. Era más o menos como la de las fotos que había visto antes, pero tenía ojeras y el pelo algo más largo. Llevaba una camiseta de color azul claro, desgastada por los lavados y que hacía resaltar su tez morena, unos vaqueros oscuros y unas sandalias con dos tiras cruzadas de cuero marrón.

 

  —Así que tú eres Jess —dijo con una sonrisa mientras se acercaba para darle un abrazo—. Te recordaba más pecosa. Tú de mí ni te acuerdas, claro.

 

¿Jess? ¿Cómo que Jess? ¡Jessica! Además, ya casi no le quedaba ninguna peca. Pero ¿quién se creía esa tipa? Por muy mona que fuera no iba a permitir que utilizara ese diminutivo y… ¡pues claro que no se acordaba de ella! Además, ¿por qué debería acordarse? ¿Y por qué la abrazaba? ¡Por favor, que se acababan de conocer, como quien dice! No era necesario tanto contacto físico. Con que le hubiera estrechado la mano, habría sido más que suficiente. El contacto físico estaba sobrevalorado y excesivamente utilizado. Pero no tenía fuerzas para entablar batalla y menos con ese dolor de cabeza. Además, no parecía que Yuri tuviera mala intención y su abrazo, en el fondo, le había resultado cálido. Se limitó a devolverle una sonrisa forzada y a decir que necesitaba descansar. En cuanto la dejaron sola, se levantó y le dio un bocado al sándwich. Bajó la persiana y volvió a acurrucarse en la cama.

 

   Se quedó dormida durante un buen rato hasta que una tremenda sed le hizo despertarse. Bebió, casi de un trago, el vaso de leche que le había dejado su tía en el escritorio, junto al portátil, cuya luz verde indicaba que estaba al completo de batería. Su reloj marcaba las siete de la mañana, la hora de Ashford, aunque aquí debían de ser ya las cuatro de la tarde.

 

   Encendió el ordenador y se conectó a Skype. Tenía cinco llamadas perdidas de Krystal, que estaba conectada. Era su mejor amiga desde que tenía memoria y, casi con total seguridad, una de las diez personas del mundo capaces de emitir el mayor número de palabra

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DubuKawaii
#1
Chapter 3: :'D
DubuKawaii
#2
Chapter 2: A weno
DubuKawaii
#3
Chapter 1: ._. Khe
DubuKawaii
#4
¿Actualizion?