C-4

2 Velas Para el Diablo [KaiSoo]

Hay alguien en mi habitación.
Es lo primero que pienso cuando abro los ojos, apenas un momento después de haber caído dormido como un tronco. Me incorporo un poco sobre la cama, alerta. Alargo la mano para coger la espada, que he dejado en el suelo, cerca de la cabecera. Mi cerebro me avisa de que huele peligro, con todas las luces de colores imaginables.
Pero está demasiado oscuro como para ver algo.
—Estoy aquí —señala amablemente una voz conocida, una voz que estoy empezando a desear no haber escuchado amás.
Enciendo la lamparita que hay unto a la cama. La bombilla tiene una potencia mínima, pero da luz a la habitación y me permite localizar una sombra oscura acomodada sobre la silla del rincón.
—¿¡Qué haces aquí!? —chillo al reconocer al demonio del garito.
—Baja la voz —replica él, y basta con que me lo ordene para que calle inmediatamente—. Vas a despertar a todo el mundo.
Mis neuronas están en estado de shock, pero aun así se esfuerzan heroicamente por conectar ideas. Me ha seguido, me ha encontrado, y ahora, descubro de pronto, ahora sí trae su espada.
Me va a matar.
Se levanta de la silla y da unos pasos hacia mí. Levanto la mía con torpeza. Eh, no es fácil blandir una espada cuando estás sentado en la cama y a la vez tratando de taparte con la sábana (no es que lleve un pijama y; como ya os he contado, suelo dormir en ropa interior, pero no creo que eso detenga a un demonio si tiene ganas de marcha).
Pero su espada continúa envainada. Y, para mi sorpresa, me tiende la mano.
—Quiero ayudarte —dice.
—¡Ja! —le suelto por toda respuesta, estupefacto.
Retira la mano. No sé si está molesto o divertido.
—¿Qué? ¿No era eso lo que querías?
—Tenía sentido que quisieras ayudarme cuando mi espada apuntaba a tu oscuro corazón, maldito hijo de Satanás —replico—. Lo que no tiene sentido es que vengas ahora y me tiendas la mano, como si nada. ¿Te crees que soy tonto? ¿Qué es lo que tramas?
El demonio sonríe y acepta mi desconfianza con naturalidad. Supongo que, si eres un demonio, estarás acostumbrado a que la gente no se fíe de ti. Sobre todo porque los ángeles ya se han encargado de repetir esta máxima a todas las generaciones humanas, a lo largo de los siglos: nunca, amás, pase lo que pase, confíes en un demonio.
Así que sigo con mi espada en alto, mirándolo con cara de malas pulgas. No le pierdo de vista cuando vuelve a sentarse en la silla y dice con tranquilidad:
—Después de separarnos he recibido una visita inesperada. Alguien ha venido a verme, alguien que me había visto hablando contigo y quería saber por qué.
—¿Una novia celosa? —aventuro con sarcasmo, pero bajo un poco la espada.
—Uno de los míos. Alguien que, en efecto, te viene siguiendo.
Mi corazón se acelera a causa del miedo.
—¿Quién? —pregunto tratando de parecer más tranquila de lo que estoy en realidad—. ¿Quién me sigue?
El demonio se encoge de hombros.
—No lo sé, porque no le conozco. Lo que sí puedo decirte es que no era más que un esbirro, un demonio menor, tras el que probablemente se oculta alguien más poderoso. En cualquier caso, te vigilan, eso es seguro: quería saber qué me has dicho y qué te he dicho. Y me ha ordenado que no me acerque a ti.
Ahora sí que me he perdido.
—Y por eso has vuelto a acercarte a mí —replico, intentando ver dónde está la lógica de sus actos.
—Exactamente.
Frunzo el ceño y vuelvo a levantar la espada.
—Bueno, pues yo no quiero que te acerques a mí, y menos cuando estoy durmiendo: da muy mal rollo. Así que ya te puedes ir largando.
Sonríe con suficiencia.
—Pequeño humano, ya te dije que no eres quién para darme órdenes. Voy a donde me da la gana, y si me da la gana entrar en tu habitación para hablar contigo, voy a hacerlo, y tú no vas a tener más remedio que escuchar.
Me gustaría tener algo que decir al respecto; pero lamentablemente sé, con cada fibra de mi ser que tiene razón.
—Bien, pues habla, y luego, lárgate —le ladro intentando mantener un poco de dignidad.
—No eres más que un humano —señala—. El hijo de un ángel, y, además, un ángel menor. Tienes razón: nadie debería tomarse tantas molestias por ti. En principio, eso no me concierne ni me importa lo más mínimo: como si te cogen los satánicos, te sacan las tripas y te arrancan la piel. Me da exactamente igual.
»Lo que ya no me gusta nada es que el siervo de un demonio menor venga a darme órdenes. Si alguien pretende prohibirme algo, por lo menos quiero saber por qué.
Aja, esto ya va encajando mejor.
Los demonios son caóticos por naturaleza. Los ángeles cumplen sus propias leyes, y los que no eran capaces de cumplirlas se las veían con la espada de Raguel, pero los demonios ni siquiera tienen leyes, porque les resulta imposible obedecerlas. Está en su esencia. Así que basta con que le ordenes algo a un demonio para que haga exactamente lo contrario, y solo por fastidiar.
La única forma de hacer que un demonio obedezca es acompañar la orden de una amenaza lo bastante intimidatoria. En la jerarquía angélica, los individuos más poderosos lo son en virtud de su rango. Un serafín tiene una categoría superior a la de un arcángel, así que el arcángel le obedecerá por el simple hecho de ser un serafín. En las jerarquías demoníacas sucede al contrario. La gente no obedece al poderoso porque tenga un rango superior. El poderoso tiene un rango superior debido a que es lo bastante imponente como para que lo obedezcan. Y Lucifer es el más poderoso de todos porque es el que más miedo da, así de sencillo.
Aunque tengo entendido que, de vez en cuando, hay algún demonio que le pierde el respeto y monta una conspiración. Lo cierto es que a día de hoy, que yo sepa, ninguna de esas conspiraciones ha llegado a ninguna parte, porque Lucifer sigue siendo el efe supremo y nadie ha podido derrotarle. Por lo visto, sí que ha habido movimiento en los escalafones más altos de la cúpula demoníaca. Uno nunca sabe si Astaroth es el número dos o lo es Belcebú, o Belial, o algún otro de los grandes generales de las legiones del infierno. Siempre están pugnando entre ellos para ser un poco más poderosos, pero esas peleas nunca llegan lo bastante lejos como para expulsar a Lucifer del trono demoníaco, así que las conspiraciones son el pan de cada día en el mundo de los demonios. Quizá por eso, este que se ha colado en mi cuarto viene a ofrecerme su ayuda con toda naturalidad. Pero, aun así, no deja de resultarme sospechoso.
—Y dime… —insinúo—, si era tan obvio que no cumplirías esas órdenes, ¿por qué se molestaron en dártelas?
El demonio se encoge de hombros.
—Suele suceder que los de más arriba están demasiado ocupados en sus asuntos como para hacer las cosas como toca. De cualquier modo, ningún demonio se interesaría por un humano a no ser que se estuviese cociendo algo gordo detrás. Y créeme… si hay algo gordo, yo quiero saber qué es.
Sus ojos relucen de forma siniestra en la penumbra. No es que confíe en él, pero le creo.
—¿Puedes averiguar quién mató a mi padre?
—Puedo intentarlo —asiente, y se levanta otra vez—. Quiero que mañana, al atardecer, vayas al parque del Retiro, y que me esperes allí, bajo la estatua del Ángel Caído. Deberás ir solo y sin tu espada.
Pero ¿qué se ha creído?
—Ya, ¿y qué más? ¿Me has tomado por tonto o qué?
Se vuelve para mirarme, con una media sonrisa.
—Yo estaré allí, y puede que traiga noticias de tu padre. Sabes que no te miento.
Es cierto; se los acusa de mentirosos, pero la verdad es que los demonios no suelen mentir. No les hace falta, porque saben cómo sacar provecho de todos los pactos igualmente. Lo miro con desconfianza y me pregunto dónde está la trampa. Si quisiera matarme o capturarme, lo habría hecho ya.
—No tienes por qué hacer todo lo que te digo, naturalmente —dice él—. Pero si lo haces, puede que obtengas lo que buscas. Tú decides.
Maldito libre albedrío.
—No te prometo nada —gruño.
Sonríe otra vez.
—Hasta mañana, entonces —se despide.
—¡Espera, demonio! —lo retengo, y entonces caigo en la cuenta de que ni siquiera sé su nombre—. ¿Cómo te llamas?
Me dirige otra de sus sonrisas sesgadas.
—Kai —responde.
—Ah, venga ya.
—En serio. —Sus ojos brillan en la oscuridad, divertidos—. Hasta mañana, Soo. Nos veremos cuando caiga el sol.
La luz se apaga de repente. Cuando la enciendo de nuevo, Kai ya se ha marchado, y nada en la habitación indica que haya recibido la visita de un demonio. Ni olor a azufre, ni cortinas quemadas, ni símbolos extraños pintados en el suelo. En realidad, ese tipo de chorradas las popularizaron los satánicos, es decir, los humanos adoradores del diablo.
Los verdaderos demonios son mucho más discretos, y por lo que acabo de comprobar, tienen un sentido del humor muy retorcido.
Kai.
Normalmente, los demonios no revelan su verdadero nombre, ni siquiera ante los suyos, a no ser que sean realmente muy poderosos y no tengan a nadie a quien temer. Pero los demonios del montón suelen tener un alias, un nombre humano, que utilizan para mezclarse con los mortales y con el que se sienten tan cómodos como con su nombre verdadero, al que también llaman a veces «nombre antiguo» y suele ser el que aparece en los tratados demoníacos o ha dejado huella en nuestra mitología.
Pero ¿qué clase de demonio escogería cómo alias el nombre de sus enemigos?
Todavía temblando, vuelvo a acurrucarme en la cama. Nada más taparme con la manta, caigo en la cuenta de otra cosa....No le he dicho mi nombre. ¿Cómo lo sabía?
Pues, en fin… ya estoy aquí.
He salido pronto del hostal, donde he pasado casi todo el día (cuando uno ha vivido siempre a salto de mata, desarrolla un curioso instinto que le lleva a no querer alejarse mucho de cualquier lugar con un techo y una cama), y he repasado todo lo que sé acerca de los demonios, en particular, de los demonios jóvenes.
Lo de «jóvenes» es un decir. Tal vez los orígenes de Kai se remonten a los tiempos en que los humanos aún no caminábamos erguidos, y eso, para un demonio, es ser joven. Recordad que la Caída, si es que realmente se produjo, data del albor de los tiempos. Incluso puede que sucediera cuando la vida aún no había salido del mar. Si me paro a pensarlo, lo cierto es que se trata de una idea que quita la respiración. Muy probablemente, mi padre asistió al auge y extinción de los dinosaurios. Sus ojos debieron de haber contemplado tantísimas cosas, catástrofes y maravillas, horrores y misterios…
Demasiadas cosas. No es de extrañar que hubiera olvidado la mayor parte de todo eso. Me pregunto si queda en alguna parte alguien —ángel o demonio— que sea capaz de recordarlo.
La mayor parte de los ángeles jóvenes son tan viejos como la Humanidad, por lo que deduzco que los demonios también, y que Kai debe de ser uno de esos, por eso, para los humanos, los demonios jóvenes son los más peligrosos. Han madurado con nosotros, nos han visto evolucionar como  especie. Y eso significa que nos han prestado más atención que los demonios antiguos, que ya habían visto florecer y morir millones de especies cuando el primer humano fabricaba su primera herramienta. Y como nos han observado con mayor interés, nos conocen bien. Demasiado bien.
Lo sé, lo sé. No soy tan engreído como para pensar que yo mismo estoy a salvo en una cita con un demonio. Soy consciente de que no puedo soñar con llegar a sostener la sartén por el mango en ningún momento. Sé que si he decidido venir, no es porque sea la mejor idea del mundo. Sé que hay carteles luminosos de «Peligro» en todos los recodos del camino, pero también hay otras dos cosas que sé acerca de los demonios jóvenes como Kai.
1) Que son capaces de interactuar con nosotros con mucha más naturalidad que los demonios ancianos. Nos observan, sí, pero también nos hablan, a veces hasta nos escuchan, y pueden colaborar con un humano si eso favorece a sus intereses. Así que la idea de que Kai quiera realmente echarme un cable —aunque tenga sus propias y retorcidas razones, que no tengan nada que ver con el altruismo— no es tan descabellada, después de todo.
2) Que los demonios jóvenes aún no han perdido la curiosidad. Los más antiguos han visto y han
olvidado tantas cosas que prácticamente nada de lo que pueda ofrecerles el mundo despierta su interés. Pero a los jóvenes les encanta nuestro mundo y, lo más importante, algunos todavía creen que es posible destronar a Lucifer, por lo que las conspiraciones y las luchas por el poder les llaman mucho la atención.
Por supuesto, todo esto no son más que conjeturas. Por encima de todo está el hecho de que un demonio me ha citado en este mismo lugar, y solo alguien muy loco o muy idiota acudiría a su encuentro conscientemente.
Exacto, lo habéis adivinado: me siento como un completa idiota.
Pero por alguna parte tengo que empezar. Estoy cansado de dar palos de ciego, y en algún momento tenía que tratar de infiltrarme en el mundo de los demonios. Lo sabía cuando decidí tratar de averiguar quién mató a mi padre. Sabía que llegaría la hora de dar el paso, y que muy probablemente no saldría con vida.
No sé si estoy preparado para morir; pero algo me dice que hoy no es mi día. Llamadlo esperanza vana o instinto suicida, si queréis. Sin embargo, tengo la sensación de que, si Kai hubiese querido matarme, lo habría hecho ya, anoche, así que lo peor que puede pasarme ahora es que me dé plantón.
O eso espero.
He llegado aquí antes de hora. He salido muy pronto del hostal, porque no estaba seguro de poder encontrar el lugar a tiempo. Y lo cierto es que he estado dando vueltas durante un buen rato, pero al final lo he encontrado.
La estatua del Ángel Caído.
En algún sitio leí que Madrid es la única ciudad del mundo que tiene una escultura dedicada a Lucifer. No sé si será verdad que es la única, pero, en cualquier caso, he de reconocer que es hermosa. La mano que cinceló esta escultura representó al emperador demoníaco como un hombre joven, musculoso e indudablemente guapo. Una serpiente se enrosca sobre su cuerpo, atándolo al mundo, quizá, mientras él mira al cielo y grita de horror. ¿Es horror o es dolor lo que veo en su rostro? ¿O tal vez desafío? No lo sé; no me cabe en la cabeza que el gran Lucifer, de quien tanto he oído hablar, pudiera llegar a mostrar una expresión tan humana alguna vez. Y, sin embargo, aquí está, suplicando al cielo, alzando una de sus alas hacia lo alto en una última y desesperada protesta.
No puedo dejar de preguntarme qué hicieron en realidad los ángeles caídos para disgustar tanto a Dios, ese mismo Dios que, supuestamente, es capaz de perdonar a los humanos cualquier pecado que puedan cometer, por espantoso que sea, si el pecador se arrepiente sinceramente.
¿Se arrepintió alguna vez Lucifer de haberle buscado las cosquillas a Dios? ¿Desearían los demonios volver a ser ángeles? ¿Lo fueron alguna vez? Son preguntas para las que no tengo respuesta. Y, contemplando una vez más la estatua del Ángel Caído, me pregunto si el mismo Lucifer se habrá planteado estos interrogantes en alguna ocasión, y si sería capaz de responder a ellos.
Aparto la mirada de la escultura y miro a todas partes, pero no hay ningún lugar donde sentarse, de modo que me acomodo en el suelo con las piernas cruzadas. Y espero.
El sol se hunde lentamente por el horizonte y no hay rastro de Kai. Me pregunto si se habrá olvidado de nuestra cita. Tal vez, con la luz del día, haya visto las cosas desde otra perspectiva y considerado que los problemas de un humano vengativo no son de su incumbencia, ni mi investigación tan interesante como para que valga la pena pensar en ello. Tal vez…
Hundo la barbilla entre mis rodillas, con un suspiro resignado. Empiezo a estar preocupado. ¿Habré hecho algo mal? ¿Habré malinterpretado alguna de sus instrucciones? Me dijo que estuviera hoy aquí al caer el sol. Y me dijo que viniera desarmado.
En efecto, no he traído mi espada. Dejarla en el hostal ha sido lo más difícil. Llevo cargando con ella desde que murió mi padre, y me resulta inquietante la idea de no llevarla encima. Me hace sentir desprotegido; como un chico normal. Y aunque en otras circunstancias no habría nada que desease más que ser un chico normal, ahora mismo no puedo dejar de invocar hasta la última gota de esencia angélica que pueda haber en mí. Aunque, lamentablemente, lo único que tengo de ángel es la espada de mi padre, y punto.
Así que lo tengo crudo, pero ya es tarde para echarse atrás. ¿O no?
Echo un vistazo a mi alrededor, inquieto. Me he quedado solo. Antes había gente por aquí, corredores, patinadores, paseantes, incluso algunos que holgazaneaban tumbados sobre el césped, pero se han ido marchando todos y ahora solo quedo yo y sigue sin haber señales de Kai. Respiro hondo. Bien mirado, tal vez sea lo mejor: que se haya olvidado de nuestra cita o que no la haya considerado digna de su interés. Ahora podré volver al hostal y recuperar mi espada, y puede que, sin saberlo, me haya librado de un destino demasiado terrible como para imaginarlo siquiera.
Se ha hablado mucho de los tormentos del infierno (podéis leer a Dante para más detalles), pero lo cierto es que, hasta donde yo sé, no existe nada parecido al averno. Son los propios demonios los que convierten en un infierno la vida de cualquiera que cae en sus garras. Por lo visto, les divierte o les entretiene torturar a las personas solo para ver qué pasa. Esto te hace pensar en una serie de cosas. Por ejemplo, si es verdad que solo los malvados van al infierno. O hasta qué punto las elecciones de los demonios son aleatorias. En qué se basan para decidir si un humano les es más útil vivo, muerto o retorciéndose en la más terrible de las agonías.
Vale, lo he conseguido. Se me han puesto todos los pelos como escarpias. Empieza a hacerse de noche, hace frío y ya no creo que tratar con un demonio sea una buena idea. Por que puede apoderarse de tu alma y obligarte a hacer cosas de las que luego te arrepentirás. Y si esto no os parece razón suficiente, pensad en los tormentos del infierno. En todos ellos.
Me levanto de un salto, dispuesto a regresar al hostal. Si me doy prisa y no me pierdo, puede que consiga salir del parque antes de que anochezca del todo.
No he dado ni dos pasos cuando detecto una sombra por el rabillo del ojo. Se ha movido demasiado deprisa como para ser algo humano.
—¿Kai? —pregunto a la penumbra; no puedo evitar que me tiemble la voz, y trato de controlarme—. ¿Eres tú?
No hay respuesta. Doy un paso atrás y miro a todos lados, inquieto. Me llevo la mano a la espalda para sacar mi espada, y entonces recuerdo que la he dejado en el hostal.
Lo que sea que me acecha vuelve a moverse entre las sombras, raudo como un parpadeo, inquietante como el aullido de un lobo. Tengo miedo, un miedo cerval e irracional. Sé que se trata de un demonio. Puede que sea Kai, y si es así, he caído en la trampa como un estúpido. Tal vez no fue capaz de matarme ayer porque, después de todo, yo blandía una espada angélica, quizá haya subestimado el poder que estas armas ejercen sobre los demonios. Puede que en ningún momento tuviese intención de ayudarme; solo ha aguardado a que estuviese desarmado para matarme por haber osado interrumpir su caza de anoche en el pub.
Qué tonto he sido, qué tonto he sido. Doy media vuelta y echo a correr.
Sé que no seré lo bastante rápido y que estoy haciendo exactamente lo que se espera de mí, pero no puedo evitarlo. Siento que me sigue. Se desliza entre los árboles con la rapidez del relámpago y la mortífera elegancia de un vampiro. Corro con todas mis fuerzas, pero enseguida lo detecto a mi lado, y al instante siguiente está frente a mí, y su espada reverbera bajo las luces del parque con un brillo sobrenatural. Freno bruscamente, con un grito involuntario, y me aparto a un lado. Trato de echar a correr de nuevo, pero tropiezo y caigo al suelo. Ruedo para ponerme lejos de su alcance, en un gesto desesperado y totalmente inútil. Porque él ya me estaba esperando, y su espada cae sobre mí con la irrevocabilidad del engaño de un demonio.
Se oye de pronto un sonido que no es de este mundo, que suena a la vez como una campana lejana, como una cascada cayendo sobre las piedras y un rayo partiendo el cielo.
Es el sonido de dos espadas sobrenaturales que se encuentran. Detecto una a escasos centímetros de mi rostro, fluida como el agua, reluciente como una estrella. Es la espada que me ha salvado la vida.
Y quien la sostiene no es un ángel, sino otro demonio. Incluso en la penumbra puedo distinguir los rasgos de Kai. Qué sorpresa: no es el atacante, sino mi protector.
El otro sisea, furioso, y le dice algo a Kai en un idioma que no conozco, pero que me parece remotamente familiar. El responde en la misma lengua. Y es visto y no visto: apenas un instante después, están peleándose a varios metros de mí, luchando a muerte, y sus espadas centellean bajo las farolas como relámpagos en la noche. Apenas puedo distinguir a uno de otro; se mueven demasiado deprisa.
Me he quedado sentado en el suelo, pasmado, con la boca abierta. No puedo dejar de mirarlos, nunca había visto nada igual.
Supongo que no hay mucha gente en el mundo que haya tenido la oportunidad de ver a dos demonios, o a un ángel y un demonio, peleando en un duelo de espadas. Es un espectáculo impresionante, e imagino que eso ustifica que me haya olvidado de que mi vida está en peligro y me quede aquí, contemplándolo, en lugar de salir por pies.
No son humanos. Con eso podría decirlo todo, pero apenas basta para comenzar. En primer lugar está el hecho de que, más que moverse es como si bailasen, y lo hacen con una gracia que haría parecer torpes a todos los felinos del mundo. Son rapidísimos y realizan movimientos de ataque, esquiva y defensa humanamente imposibles, y saltos que desafían a la gravedad. Sus espadas son más bien una prolongación de sus brazos. No sé quién ganará, y la verdad es que no me importa, aunque sé que mi vida depende del resultado de esta batalla.
Podría quedarme aquí eternamente, viéndolos combatir.
Y usto en este instante, uno de los dos vence sobre el otro. Una de las espadas encuentra un hueco para llegar al arma de su enemigo y lo hace, rápida y certera, arrancándola de su mano y lanzándola al suelo.
El vencedor se yergue entonces y la luz de las farolas ilumina sus rasgos. Es Kai.
No tengo ocasión de sentirme aliviado. Aturdido, observo cómo arroja al otro demonio al suelo y coloca la punta de la espada sobre su corazón. Después vuelve a hablarle en la lengua de los demonios.
El otro no parece muy dispuesto a colaborar. Kai insiste. Su espada se eleva un poco hasta llegar a rozar el cuello del demonio caído, que grita como si le estuviesen sacando las tripas.
Kai repite su pregunta, impávido como una roca. Obtiene una respuesta burlona, y clava el arma un poco más en la piel de su oponente. El demonio grita de nuevo, y después farfulla más información en ese idioma incomprensible.
Kai sonríe.
Solo eso. Sonríe. No pronuncia una sola palabra, ni para darle las gracias ni para nada que se le
parezca. Y entonces, en un movimiento veloz y letal, hunde la espada en el corazón de su enemigo. Y algo sucede. El demonio derrotado se convulsiona como si una descarga eléctrica sacudiese su cuerpo. Grita con un terrible alarido que, sospecho, resonará en mis peores pesadillas durante mucho, mucho tiempo. Y finalmente se deja caer, no como un fardo, sino con la elegancia y la suavidad de una pluma de ave. No puedo reprimir una exclamación consternada. No porque lamente la muerte del demonio, sino porque, después de todo, Kai es uno de ellos. Resulta chocante verle matar a un semejante con tanta despreocupación.
Se vuelve para mirarme. Ahí, con la espada ensangrentada en la mano, parece mucho más amenazador que en el pub, e incluso que cuando entró en mi cuarto sin ser invitado. Retrocedo, aterrorizado. 
Un instinto irracional me dice que tengo que huir, porque el siguiente seré yo…

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Comments

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yuhiyuhi
#1
Chapter 15: TnT eso le hace mal a mi corazon... - solloza- parezo una loca llorando... Que pasa con kai?.. Quiero saber si se ven... Ay diooooo - llora como huérfana-
Hysterietize
#2
Magnifico fan fic he encontrado hoy.
Te agradezco por adaptarle, está demasiado bueno.
Además de que madonna Constanza posee mi mismo nombre, me ha encantado mucho más.
lleeann #3
Muy bien un fic en español :) le dare una leida y te comento ;)