Capítulo 3 – La teoría del lunar

101 razones para odiarla

En comparación con las oficinas que Choi & Park tenía en Seúl, la delegación escocesa de Lovell & Hayes, la editorial amiga que publicaba sus obras en Gran Bretaña, era un sitio muy tranquilo, el destino indicado para el viejo Timothy, un editor demasiado activo para retirarse y demasiado viejo para seguir el ritmo del cada vez más agresivo mercado editorial.

Todo lo que Timothy conocía de internet era el iconito del Outlook Express que había en el escritorio de su ordenador. Sabía dónde pulsar para que el programa se abriera y que las teclas de Enviar y Recibir servían, básicamente, para mantener el contacto con la central. Pero no se le podía pedir mucho más. A sus setenta y tres años ese era todo su conocimiento de las nuevas tecnologías.

En una ocasión, un listillo de la central de Londres había tratado de enzarzarse en una discusión con él sobre libros electrónicos y su importancia en el futuro del mercado editorial. Pero Timothy, que no tenía ni idea de lo que eran los libros electrónicos, había zanjado el tema diciendo que no era su especialidad, aunque en su humilde opinión dudaba de que el futuro de las editoriales estuviera en publicar libros de una materia tan aburrida como la electrónica. Timothy tenía suerte de que la familia Lovell, principal accionista de Lovell & Hayes, le tuviera un cariño especial. Y es que el experimentado editor era el empleado en activo más antiguo de la editorial. No por nada había sido contratado a la edad trece años para redactar con plumilla y una letra angulosa, casi gótica, las cartas de agradecimiento que se enviaban a los lectores que habían intentado contactar con los autores.

Pero los tiempos habían cambiado. Ahora los agradecimientos se escribían por e-mail siempre que era posible. Y si no lo era, se imprimía una plantilla redactada en el ordenador, aparato con el cual nunca había hecho buenas migas el viejo Timothy.

Como estaba demasiado oxidado para tener responsabilidades de verdad, el encargado del departamento de recursos humanos le había puesto al frente de la delegación de Edimburgo, donde podía beber cerveza a granel con otros colegas del gremio, atender de vez en cuando la llegada de algún novato enviado desde la central y, básicamente, darse a la buena vida de editor destinado en un puesto tranquilo. En Escocia lo único estresante que podía ocurrir era una firma de libros. Y eso sucedía de manera muy esporádica. En ese momento estaba entregado en cuerpo y alma a su hipercalórico desayuno: un café con aguardiente acompañado de unos grasientos huevos escalfados con beicon, que encargaba todas las mañanas en la cafetería de enfrente. Su oronda barriga colgaba hasta su regazo y los tirantes que sujetaban su pantalón se ponían más tensos con cada bocado que daba.

Colocada sobre un aparador había una vieja radio en el que sonaban las notas del único éxito de The Bobbetts, un grupo de la década de los cincuenta. Timothy estaba hojeando el periódico con los dedos manchados de grasa de beicon cuando escuchó aquel estruendo que le hizo ponerse en guardia. Sonaba como una manada de ciervos subiendo unas escaleras. Sus ojos azules se abrieron de par en par cuando las bisagras de la puerta de entrada cedieron y dos muchachas salieron disparadas sobre la mesa, llevándose por delante el café y los huevos escalfados.

El viejo editor permaneció sentado un minuto, perplejo. En todos los años que había trabajado para aquella editorial había visto muchas cosas, algunas de ellas verdaderamente desagradables, pero jamás había visto a dos chicas retándose a una carrera para ver quién llegaba primero.

Por suerte para todos, las muchachas parecían encontrarse bien. Un poco doloridas por el impacto, pero con energía suficiente para echarse la culpa una a la otra.

—¡Mira lo que has hecho!

—¿Yo? ¡No fui yo la que tuvo la brillante idea de echar una carrera!

—¡Lo dije de broma!

—¡Pues no parecía una broma cuando empezaste a correr!

—¡Señoritas, por favor, cálmense!—El bigotito nevado de Timothy osciló con enfado sobre su labio superior. Se levantó con pesadez y se acercó a las muchachas para comprobar que no tenían contusiones de gravedad. De lo contrario, tendría que llamar a un médico y no era buen amigo de los matasanos.

Al ver que se encontraban en perfecto estado, meneó la cabeza con desconcierto y siguió hablando:

—Si se dedican a las carreras es normal que acaben estrellándose.

Taeyeon y Tiffany no contestaron. Se sintieron demasiado avergonzadas al darse cuenta de que alguien había presenciado su carrera y el golpe en el que desembocó. Tiffany aprovechó el silencio para sacarse un trozo de beicon que se había quedado pegado a la pechera de su chaqueta.

—Ustedes deben de ser Hwang y Kim—dijo Timothy en un coreano perfecto, aunque cargado de acento, tendiéndoles la mano afablemente para romper el hielo—La verdad, no acostumbro a que mis huevos terminen por los suelos…

Tiffany contuvo una carcajada. Luego lo que tuvo que contener fue un quejido de dolor cuando Taeyeon le propinó un pisotón.

—Debe disculpar nuestra entrada—se apresuró a decir Taeyeon— Normalmente no nos comportamos como chiquillas.

—Y lamentamos también lo de sus huevos —añadió Tiffany con una sonrisa.

—Y lo de la puerta.

Timothy se mesó el bigote. Sus ojos azules brillaron con diversión al contemplarlas. Parecían dos buenas muchachas y claramente había una energía extraña entre ellas.

—No se disculpen por el desayuno —dijo finalmente— ¡Pero debería disculparlas por tratarme de usted! Soy viejo, pero no un anciano.

El editor se dirigió pesadamente hacia su escritorio, aunque a medio camino no pudo evitar mirar de reojo su malogrado desayuno, desparramado por el suelo. Sus tripas protestaron con tal intensidad en el interior de su inmensa barriga que llegó a plantearse si habría alguna forma de comerse los huevos. Suponía que no era lo más recomendable, dada la cantidad de polvo que había en aquella oficina. El cajón del escritorio renqueó quejumbrosamente al abrirse y de él sacó lo que parecía un trozo de periódico arrugado.

—Bueno, aquí tiene: las señas de su palacio —bromeó con ganas, antes de tendérselo a Tiffany, para fastidio de Taeyeon—

No esperen nada del otro mundo, jovencitas: el presupuesto era muy ajustado. De todos modos, creo que allí se encontraran muy a gusto. Se trata de una agradable posadita en la plaza central de Durness. La familia es amiga mía y las tratarán a cuerpo de rey. Si tienen cualquier problema, pueden acudir a ellos. El viejo Winehouse es la persona indicada para guiarlas por la zona. Para cualquier otra cosa, este es mi número de teléfono —les entregó su tarjeta de visita— No se tarda mucho en llegar y estoy disponible las veinticuatro horas del día ¿Han comprendido?

Tim sabía por experiencia que las nuevas generaciones de editores eran muy dadas a la dispersión, así que esperó a que las chicas asintieran para seguir hablando. Quería asegurarse de que le estaban prestando atención.

—Para llegar hasta allí tan solo tienen que coger el tren de las diecisiete horas en la Estación de Waverley. Estos son sus billetes. El centro de Durness es tan pequeño que me sorprendería que no se dieran de bruces con la posada de Little Winehouse, aunque apostaría un brazo a que algún miembro de la familia se presentará en la estación para ayudarlas con las maletas. Bien, creo que eso es todo ¿Alguna pregunta?

De nuevo Taeyeon tuvo miles de preguntas pujando por salir de sus labios y una vez más, no dijo nada. Se limitó a mirar a su compañera con impaciencia, como si esperara que ella compartiera las mismas dudas y las formulara en voz alta. Para su descontento, los labios de Tiffany solo se movieron para dedicarle una sonrisa al viejo editor y darle las gracias. Nada de preguntas.

—¿Es que tú nunca tienes dudas?—le recriminó Taeyeon tan pronto salieron de la oficina y empezaron a bajar las escaleras. Los humedecidos tablones de madera crujían bajo sus pies a cada paso que daba.

—Preguntas, cosas que no te han quedado claras, ¿nunca tienes ninguna?

Tiffany se encogió de hombros.

— Yo creo que todo está muy claro.

Las dos chicas permanecieron el resto del trayecto en silencio. Las escaleras de aquel edificio estaban tan viejas que la madera podía ceder en cualquier momento. Ambas estaban muy concentradas en mirar dónde pisaban, hasta que se escuchó aquel chasquido, seguido de un ruido seco.

—¿Estás bien? —Tiffany miró por encima del hombro de Taeyeon, que iba delante. La madera había cedido bajo su peso y su pie se había quedado encajado en uno de los peldaños.

Aquella situación era perfecta para burlarse de ella, y en cualquier otro momento seguramente lo habría hecho, pero como ya había tenido suficiente con la carrera, se contuvo. A veces era agotador comportarse de una manera tan inmadura. De todos modos, Taeyeon sacó rápidamente el pie del escalón y siguió andando con toda la naturalidad del mundo, como si no hubiera pasado nada.

—Por supuesto que estoy bie…

Pero eso fue lo único que consiguió decir antes de dar con su trasero en el suelo. La rubia resbaló con la nieve que había cuajado a la entrada del edificio. Era una escena francamente cómica verla rodeada de hielo, abrazada a la bolsa que le había entregado Sunny antes del viaje, y con gesto de no comprender lo que acababa de ocurrir.

Tiffany hizo el ademán de ayudarla, pero ella se levantó rápidamente, enfadada.

—Sé hacerlo sola, gracias.

Se sentía humillada. Pocas veces se había sentido tan torpe como aquel día y no estaba de humor para dejarse ayudar, sobre todo si la ayuda provenía de su enemiga. Pero a Tiffany no le importó lo más mínimo su desairada contestación. Se limitó a poner cara de absoluta indiferencia y acto seguido metió la mano en el bolsillo de su chaqueta para extraer el paquete de cigarrillos.

—Más te vale fumar ahora, porque cuando lleguemos a Durness no esperes fumar en mi habitación —le advirtió Taeyeon, que ya se había puesto en pie.

Tiffany dio una profunda calada antes de contestar.

—¿Tu habitación?

—Sí, al menos en la mía. Tú puedes hacer lo que quieras en la tuya, pero en la mía no esperes entrar con eso.

En los labios de Tiffany se dibujó una sonrisa misteriosa, como la de alguien que conoce un secreto demasiado suculento para compartirlo de inmediato. Meneó la cabeza con descrédito, dio otra calada a su cigarrillo y echó a andar por la nieve tras los pasos de la rubia, que se dirigió a la estación de tren, cojeando de dolor.

 

***

 

Había algo en los viajes en tren que siempre la ponían melancólica. Taeyeon nunca había sabido la causa. Tal vez era por el paisaje, que pasaba deprisa pero no lo suficientemente para no poder fijarse y eso le recordaba a la vida misma. Podía pasarse horas enteras mirando por la ventanilla. Sentía que el monótono traqueteo del tren le ayudaba a ordenar sus pensamientos, que aquel día eran muy caóticos y confusos.

Por razones que no alcanzaba a comprender, se había puesto a pensar en Leeteuk, en su pasado, presente y planeado futuro. Desde el momento en el que se conocieron, en su época universitaria, ambos habían trazado una línea muy clara. Tenían planes y disfrutaban teniéndolos. Sabían cuántos hijos iban a tener, cómo los iban a llamar, qué estudiarían, qué casa comprarían cuando la suya fuera insuficiente para alojar a los nuevos miembros de la familia… Había momentos en los que incluso jugaban a adivinar cómo serían sus rasgos o la curvatura de sus sonrisas. Ambos creían saber, en resumen, el cauce que seguirían sus vidas e incluso la de su descendencia.

Para su tranquilidad, Leeteuk y ella eran iguales, por eso lo había elegido (¿o había sido él quien la había elegido?) y ella siempre se había sentido a gusto con la seguridad que le reportaba esta vida. No hacía falta ponerlos por escrito, pero ambos tenían bien claros sus objetivos, sabían cuáles eran y cómo conseguirlos.

Taeyeon estaba a punto de convertirse en la antítesis de su madre, una mujer caótica y espontánea con quien nunca había congeniado en exceso y a quien no deseaba imitar. Eso la hacía inmensamente feliz. En cierto modo, no parecerse a su madre se había convertido en una de sus metas principales en la vida. El único inconveniente era que en los últimos meses había empezado a olvidarse de por qué planeaban tanto, del motivo por el cual era necesario llevar aquel orden tan taxativo y estudiado. Así, casi sin darse cuenta, había permitido que la asolaran infinidad de dudas sobre si realmente valía la pena vivir el presente proyectando el futuro.

Se acordaba a menudo de aquella famosa frase de John Lennon, en la que el cantante advertía de que la vida es eso que pasa mientras planeas el futuro, y no pudo evitar preguntarse hasta qué punto estaba cayendo en esta trampa.

Lo único cierto era que sus compromisos laborales parecían cada día más exigentes. Leeteuk pasaba fuera toda la semana lectiva y ella se vería obligada a hacerlo si aspiraba a convertirse en una editora senior. Tenían los fines de semana para estar juntos, pero normalmente estaban tan cansados que la única excusa que encontraban para levantarse del sofá era visitar la nevera o cambiar el deuvedé. Del o ya no valía la pena hablar. Ni siquiera recordaba la última vez que se habían tocado espontáneamente, sin tenerlo marcado en una agenda, aunque estaba casi segura de que había sido el verano anterior, cuando los dos habían acabado borrachos por insistencia de Ki Bum y Eun Hyuk, los hermanos de Leeteuk, que consiguieron rellenar una y otra vez sus copas, a poco que se despistaran.

Así que no pudo evitar preguntarse si acaso se estaba convirtiendo en una persona triste, en alguien gris y monótono, sin más aspiraciones que hacer lo correcto y llevar la vida aburguesada y vacía en la que habían caído tantas otras mujeres de su entorno.

Quizá porque no tenía otra cosa con la que entretenerse, en ese momento observó a Tiffany y se preguntó si ella se sentiría igual. Estaba en el asiento de enfrente, escuchando música con los audífonos, y su pie daba pequeños golpes en el suelo al compás de las notas. Parecía tan ajena a los pensamientos que la estaban consumiendo que Taeyeon no pudo evitar sentir envidia de la paz que transmitía su rostro. Tiffany sonreía, como si estuviera disfrutando con intensidad de la música. Le pareció ver que sus labios se movían ligeramente, tarareando la canción que estaba escuchando. Se fijó en su lunar, un lunar rebelde, que se encontraba cerca de sus labios. Había que fijarse mucho para notarlo, demasiado, teniendo en cuenta dónde se encontraba, y llegó a la conclusión de que, casi con total seguridad, muchas personas cometerían el error de mirar fijamente los labios de Tiffany por culpa de ese lunar.

¿Le haría eso sentir incómoda?

En cualquier caso, se trataba de un lunar bonito, se podría decir que era incluso y. Quien quiera que la hubiera puesto allí, había hecho un gran trabajo, pensó, y después se dedicó varios minutos a observarla sin que su dueña se diera cuenta. Fue tiempo suficiente para que llegara a una conclusión todavía más importante que la del lunar: Tiffany era feliz. Era un espíritu libre, la persona más descerebrada y a la vez más cabal que había conocido. Y, francamente, Taeyeon no sabía si odiarla o admirarla por ello. Tal vez el secreto residía en hacer ambas cosas.

 

***

 

—Y esta es su habitación.

El señor Winehouse había ido a recogerlas a la estación, tal y como Timothy había predicho. Se trataba de un hombre tranquilo, de piel curtida, expresión afable y un acento escocés cerrado que les costaba mucho comprender. Por suerte, hablaba poco y lo poco que decía casi siempre era para dar información práctica. Nada más verlas las puso al tanto de que en Durness vivían aproximadamente cuatrocientas personas, por lo que con esa densidad de población no debían asustarse si al cabo de unas pocas horas ya las conocía todo el mundo.

Este dato les hizo sentir un poco inquietas porque no sabían hasta qué punto eran buenas o malas noticias. Con un autor como Kim Young Ha, cabía esperar cualquier cosa. Tal vez se sintiera halagado al descubrir que dos señoritas estaban intentando dar con sus pasos. O tal vez, y esto era lo más probable, consideraría aquella visita como una intromisión en su privacidad y les pediría, de malas maneras, que desaparecieran para siempre de los Highlands escoceses.

Tardaron dos minutos de reloj en llega r desde la estación hasta la hospedería del señor Winehouse. La Posada de Little Winehouse era un edificio de piedra y tejado vertical diseñado especialmente para la lluvia. El lugar era un poco húmedo pero acogedor, y se encontraba en la plaza del pueblo de Durness; plaza que, por cierto, consistía en una fuente, una farola y dos casas que la rodeaban, entre las cuales se encontraba el hogar del médico del pueblo.

El señor Winehouse abrió la puerta principal, cuyo cristal lucía unas ridículas cortinas de cuadros escoceses con estampaciones ecuestres, y subió las escaleras camino del primer piso. Al llegar a la habitación número tres, se detuvo y posó la maleta de Taeyeon en el suelo, la única con la que había cargado todo el trayecto, ya que Tiffany portaba la suya sin mayores problemas. Abrió una puerta de madera rústica y les enseñó lo que se encontraba tras ella. No era una mala habitación, pero a simple vista resultaba demasiado tosca. Tenía dos camas separadas por una minúscula mesita de noche en la que titilaba una lámpara de tulipa amarillenta. Un armario y un escritorio con su correspondiente silla componían el resto del mobiliario de aquella habitación decorada con un horrible gusto lugareño que incluía un papel de pared de coloridas y gigantescas flores ornamentales.

Tiffany caminó con seguridad hacia el interior y depositó su maletita rosa sobre la colcha de una de las camas.

—Bien, nos vemos luego, Hwang—se despidió Taeyeon con alivio, antes de cerrar la puerta a sus espaldas y mirar al posadero con una sonrisa triunfal.

Su reacción confundió tanto al señor Winehouse que el posadero la observó con curiosidad, como si intentara averiguar por qué Taeyeon se había quedado allí plantada, mirándole.

Desde luego, si la intención de aquella señorita era tener un romance con él, tendría que verse las caras con la señora Winehouse, que a aquellas horas del día estaba atareada rizándose el pelo y cuando se ponía los rulos solía estar de muy mal humor. Decía que le daban jaqueca. No, desde luego no era momento de coquetear, concluyó el posadero.

—Si necesitan algo, estaré abajo — le dijo antes de arrastrar sus inmensos pies hasta lo alto de las escaleras.

En otro momento, tal vez, pero con los rulos…

—¡Un momento!

La voz de Taeyeon sonó estrangulada por el pánico que sintió al ver que el posadero se iba, pero el señor Winehouse la interpretó de una manera muy diferente. Se giró, esperanzado de que tal vez, después de todo, a ella no le importara la jaqueca y mal humor de su señora esposa. Pero no, no tenía nada que ver con aquello.

—¿No va a enseñarme mi habitación?

El posadero frunció el ceño, sin comprender.

Room, my room! —insistió ella marcando con enfado las erres.

—La acaba de ver —replicó él, encogiéndose de hombros— Está justo detrás de usted —dijo, señalando la puerta que ella había cerrado.

El hombre meneó la cabeza y desapareció escaleras abajo.

Taeyeon se quedó petrificada en el pasillo. Aquello no podía estar pasando. No solo tenía que compartir sus días con Tiffany, sino que ahora también tenía que compartir habitación con ella. Si al menos alguien se lo hubiera dicho… Si al menos se hubiera hecho a la idea antes… Pero esto lo cambiaba todo y la prueba de ello era su cara, pálida, fantasmal, con aquellos surcos negros bajo los ojos que le daban un inquietante aspecto de asesina en serie.

Sin embargo, la sangre regresó rápidamente a sus mejillas cuando escuchó el sonido que procedía del interior de la habitación: Tiffany se estaba riendo. Furiosa, Taeyeon tomó el pomo de la puerta y la abrió con tanta fuerza que acabó estrellándola contra la pared, desconchando ligeramente la pintura. Tiffany estaba tumbada sobre la cama. Tenía el rostro cubierto por un libro y aunque no era capaz de escuchar su risa ahora, estaba convencida de que detrás de las tapas de Penélope, una historia, de Kim Young Ha, escondía una sonrisa burlona.

Siempre ocurría lo mismo. No sabía cómo, pero Tiffany acababa saliéndose con la suya y apropiándose de lo que, por derecho, era suyo. Lo había hecho en el colegio, cuando empezó a salir con el nerd del instituto nada más enterarse de que a Taeyeon le interesaba. Como resultado, había tenido que soportar la tortura de verles haciéndose arrumacos en cada intercambio de clase. Luego, con aquella beca para el curso de verano en Inglaterra, que era suya, aunque en el último momento le denegaron la plaza porque Tiffany había seducido al estúpido hijo del director del programa y, por supuesto, él quería pasar un verano de ensueño con la muchacha. Y la escena se había repetido a su regreso de Busan, cuando la había puesto en ridículo delante de todos, sacando a colación el pasado.

—Espero que no encuentren problemas para trabajar juntas a partir de ahora —les dijo Choi Kiho, aunque lo que verdaderamente quería decir era "no quiero ni un solo problema a partir de ahora".

Eso quedó más que claro con la mirada que les dedicó a ambas.

—Hwang: usted ya sabe cómo funciona esto. Confío en que ayude a Kim con cualquier contratiempo que pueda presentarse.

—No se preocupe, señor, llevo toda mi vida cargando con ella, ¿verdad Kim?

Y todos habían reído. Taeyeon quiso esconderse debajo de una piedra, pero como no había piedra, tuvo que aguantar que Tiffany deleitara a sus nuevos compañeros de trabajo con algunas de las anécdotas que habían protagonizado en el colegio y en el jardín de infantes. Entre ellas, por supuesto, se incluía el robo del lazo, aunque fue la de los tornillos y la bicicleta la que arrancó más sonrisas. Ella, tímida por naturaleza, quiso morir de la vergüenza.

El problema estribaba en que eran personas muy diferentes. Lo que Tiffany veía como unas anécdotas sin importancia con las que intentaba limar las asperezas que existían entre ellas, para Taeyeon representaban una parte dolorosa de su pasado que estaba deseando olvidar.

Pero su paciencia se había agotado. Aquella era su misión. Su ascenso. Su habitación.

—No tiene ninguna gracia, deja de reírte —le ordenó, haciendo esfuerzos para arrastrar su maleta hasta los pies de la otra cama, con toda la dignidad que consiguió reunir.

—No sé de qué me estás hablando—respondió Tiffany, tratando de disimular—, yo no he oído a nadie reírse.

Tiffany se tapó aún más la cara con el libro, pero dejó escapar un hipido al tratar de contener la risa. Taeyeon rodó los ojos. Abrió su maleta, más por mantenerse ocupada que porque necesitara deshacerla de inmediato, pero pronto se quedó mirando con desconfianza la cama donde estaba tumbada su compañera.

—Creo que deberíamos sortear las camas.

—¿Sortearlas?—Tiffany bajó el libro. Su sonrisa se esfumó. Aquello ya no le hacía tanta gracia — ¿Y por qué íbamos a hacer algo así?

—No sé, ¿quizá porque te has quedado con la más grande?

—Yo llegué antes, pero tú puedes irte a TU habitación. Seguro que allí encuentras lo que quieres.

Taeyeon decidió ignorar este último comentario y sacó una moneda de su bolsillo.

—¿Cara o cruz?

—Me es indiferente, no pienso moverme —anunció Tiffany con tozudez, abriendo el libro en la página donde lo había cerrado.

—¡Claro que te moverás!

—No, no lo haré.

—Esa cama es más grande y tú lo sabes.

—La elegí antes.

—Hwang, te lo advierto. ¡Sal de la cama!

—Si quieres que lo haga, tendrás que obligarme.

No le dio tiempo a reaccionar. Taeyeon cruzó la habitación como una exhalación y con un hábil movimiento dio un tirón a la colcha de la cama en la que estaba tumbada Tiffany, consiguiendo que diera con sus huesos en el suelo.

—¡Maldita sea, Kim! ¿Qué cuernos crees que estás haciendo?

Taeyeon estaba fuera de sí. Había levantado el colchón y lo estaba arrastrando hacia la puerta.

—Lo que tú me has pedido, obligarte. Además, he pensado que si tú te quedas con la cama, yo me quedo con el colchón. Es un trato justo, ¿no?

Tiffany se puso en pie. Tenía los puños cerrados, estaba furiosa. No podía creer que la rubia hubiera empujado el colchón escaleras abajo.

—¡Devuélvelo a su sitio!

—¡Ve tú a buscarlo! En estos momentos debe de estar camino de la calle. ¡El colchón tenía ganas de dar un paseo!

—¡Como sigas así, la que se va a ir de paseo serás tú, Taeyeon!

—¿Me estás amenazando? —Se sorprendió la rubia— ¿En serio me estás amenazando? ¡Ja! Llevo desde los doce años leyendo libros de defensa personal, puedo dejarte en el suelo en medio segundo y aún me sobrarían unas décimas.

Tiffany se puso en guardia.

Taeyeon estaba preparada para atacar.

Y justo en ese momento…

Toc, toc, toc.

—¿¡QUÉ!? —gritaron las dos al unísono.

Una cabeza asomó tímidamente por la puerta. Era el señor Winehouse, el posadero. Sus ojos recorrieron con miedo la habitación, pero no se atrevió a preguntar por qué un colchón se había precipitado por las escaleras delante de sus narices. O por qué la colcha del citado colchón estaba en el suelo de la habitación. O a qué extraño motivo obedecía que la chica que, según él, se le había insinuado antes estuviera con los puños levantados, en posición de ataque.

No. Esas cosas no se preguntaban. Esas cosas hechas por editores llegados de Corea eran demasiado extrañas y el señor Winehouse, un lugareño pacífico, alejado de la gran ciudad, tenía la impresión de que uno podía meterse en problemas si pedía explicaciones a aquellos individuos.

—Oh, disculpe, señor Winehouse. Pase, por favor —le invitó a entrar Tiffany al ver que el posadero temblaba como una hoja— Lo sentimos. No pretendíamos hacer tanto ruido. ¿Hemos sido muy escandalosas?

—Sí, lo sentimos —convino Taeyeon, atravesándola con la mirada.

—Pe… pen… pensé que…

Aquel pobre hombre se había quedado sin habla y sin recursos. Lo último que deseaba era incomodar a sus huéspedes, pero como su amigo Timothy se lo había pedido como un favor, logró reunir fuerzas suficientes para sacar algo de su bolsillo.

—Pensé que les vendría bien para ubicarse en la zona.

Tiffany se acercó unos metros para tomar entre sus manos el papel que el señor Winehouse les estaba tendiendo. Lo abrió con un movimiento preciso y sonrió con dulzura.

—¡Un mapa!

—Sí —farfulló el posadero, que consiguió esbozar una sonrisa, aunque en realidad estaba muerto de miedo.

—¡Oh, señor Winehouse, es usted muy amable! Muchas gracias. Nos será de mucha ayuda, sin duda. ¿No lo crees así, Taeyeon? —Tiffany le dio un codazo para que le siguiera la corriente. No era aconsejable aterrorizar al posadero el primer día. Más tarde podían necesitar su ayuda.

—¡Por supuesto! Muchísimas gracias, señor Winehouse.

—Claro, creo que deberíamos ponernos en marcha. ¡Tenemos mucho que hacer! —Comentó Tiffany con un discurso afectado, falso, pues tenía la esperanza de sonar algo más animada y afable de lo que en realidad se sentía— ¿Vamos?

Deja de darme órdenes, pensó Taeyeon, aunque no llegó a decirlo en voz alta. En lugar de eso, carraspeó, agarró desairada su bolso y se encaminó hacia la puerta. Las dos muchachas pasaron delante del posadero. Cuando ya estaban a punto de irse, el señor Winehouse las llamó.

—A… antes de que se vayan, ¿pu… puedo pedirles un favor?

—¡Claro, señor Winehouse!

—¡Lo que usted diga!

—¿Se… sería mucha molestia pedirles que devuelvan el colchón a su cama? Mi esposa… padece del corazón y estas cosas la ponen muy nerviosa.

Tiffany reprendió a Taeyeon con la mirada. Sí, definitivamente lo mejor sería que se fueran de allí cuanto antes. Podían dar un paseo. O dos. Una de ellas necesitaba con urgencia tomar aire.

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Comments

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nahlot
#1
Chapter 15: gracias por la adaptación, me gustó la historia
LlamaAmerica #2
Chapter 15: Hermosa historia *-* espero regreses pronto con otra <3 <3
LlamaAmerica #3
Chapter 1: Esto si que será bueno jajajaj
Timmuny
#4
Chapter 15: Muy buena historia!!! espero que sigas con más :)
Timmuny
#5
Chapter 8: Me gusta mucho la historia :D
EmyEPB #6
Chapter 2: Interesante.