Capítulo 1 – Problemas con el plural

101 razones para odiarla

Se suponía que aquel iba ser un día tranquilo, un viernes cualquiera de comienzos de mes. Las luces de Navidad estaban ya encendidas y las partidas de libros habían sido entregadas, listas para las compras compulsivas de aquella época del año. Así que solamente quedaba esperar a que llegaran las vacaciones para poder disfrutar de un merecido descanso.

La oficina estaba tranquila. Entre los empleados reinaba un ambiente festivo, casi somnoliento, que incitaba más al palique y los festejos típicos de los últimos estertores del año que a concentrarse en el trabajo. Todos estaban alegres, menos ella.

Tiffany Hwang, sin embargo, no había sido capaz de respirar tranquila esa semana. Aunque todavía era temprano, apenas las diez de la mañana, estaba nerviosa, inquieta como si en el aire reinara la pesadez que siempre antecede a una gran tormenta. Llevaba desde primera hora intentando concentrarse en su trabajo, pero después de varios intentos fallidos decidió salir del edificio y darse un respiro.

Comprendió que aquel iba a ser un invierno muy largo tan pronto empujó la puerta de entrada. Hacía tanto frío que Tiffany se lo pensó dos veces antes de dar un paso más y posar los pies sobre la nieve que había caído de madrugada. La última tormenta había azotado los alrededores de Seúl con tanta fuerza que la calle de la editorial amaneció envuelta en la blanca e inquietante homogeneidad de un inmenso manto blanco. Se tapó los ojos con la mano, molesta por la luz del sol, mientras observaba a los operarios intentando desenterrar las aceras rociándolas de grandes paladas de sal.

Con dedos azulados, ateridos por el frío, Tiffany se abotonó su abrigo negro cuando una ráfaga de viento helado le golpeó la cara. Buscó el encendedor en su bolsillo y se llevó un cigarro a sus labios temblorosos. Se trataba de la primera calada del día, pero sabía que su nerviosismo no le dejaría disfrutarla. Trató de no pensar en Kim Taeyeon o en cómo se había vuelto una especialista en aniquilar sus nervios, pelea tras pelea.

Últimamente eran tantas y tan frecuentes que ni siquiera fumar un cigarrillo conseguía relajarla del todo. Solo por librarse de Taeyeon se le pasó por la cabeza la idea de fingir un constipado e irse a casa, y ya estaba barajando los pros y contras cuando escuchó aquella voz amortiguada por una acolchada bufanda.

—¿Otra vez dándole al vicio?

La persona en cuestión apartó la mullida serpiente de lana que llevaba enroscada al cuello y le dedicó una radiante sonrisa.

—Buenos días para ti también, Choi —contestó Tiffany con sarcasmo.

Choi Siwon, nieto de uno de los fundadores de Choi & Park Editions, un muchacho tan prepotente como guapo. Era arrogante y algo más joven que ella, pero poseía la sonrisa más seductora de toda la editorial. O, al menos, eso era lo que decía la estúpida votación de Navidad que los empleados hacían todos los años para elegir a los más guapos de la compañía.

Tiffany consideraba esta votación más propia de patio de colegio que de una editorial con una larga y respetable trayectoria, pero participaba solo por la satisfacción que le daba negarle un voto al engreído de Choi.

Como era de esperar, aquel año también era el favorito para ganar en todas las categorías, con el consecuente aumento de ego por parte del muchacho. Si uno de los efectos colaterales del engreimiento fuera la hinchazón, podrían haber encontrado una súper desarrollada cabeza de Choi Siwon, flotando en el techo de la editorial. Tiffany le miró con desdén, arrastrando sus ojos por la figura del muchacho, como siempre hacía cuando se encontraban y él se empeñaba en flirtear sin obtener ningún resultado. De todos modos, a Choi no pareciera importarle demasiado, porque ni un solo día había dejado de inspeccionarle el trasero cada vez que cruzaba el departamento de marketing, donde él trabajaba. El muchacho estaba seguro de que tarde o temprano ella caería rendida a sus pies y por eso cada dos viernes, dos, literalmente, se empeñaba en invitarla a cenar.

—La clave está en dosificar, para que luego no digas que soy insistente —argumentaba él con un descaro que arrancaba suspiros a todas, menos a ella.

Pero si algo había aprendido Tiffany durante su dilatada carrera amorosa era a no dejarse deslumbrar por un buen trasero, un gran físico, la sonrisa perfecta o una cuenta bancaria custodiada por los mejores asesores financieros del país.

Para mayor fastidio, aquel día era el segundo viernes del mes, así que su respuesta volvió a ser un rotundo y sincero no, seguido de una mueca de hastío que Choi correspondió con una sonrisa juguetona.

El muchacho se enroscó de nuevo la bufanda, le guiñó y cruzó las puertas del vestíbulo. Tiffany ni siquiera se molestó en despedirse. Dio, en cambio, la última calada a su cigarrillo antes de arrojarlo sobre la nieve. Tiró de la puerta de metal forjado y sintió una placentera oleada de aire caliente acariciándole la cara.

Hacía frío.

***

 

—¡Te digo que no está!

—¿Estás segura de que no la cambiaste de sitio?

—¡Claro que no! Te lo he dicho ya cuatro veces. Aquí mismo. ¡Estaba aquí mismo!

Tiffany observó con cansancio la escena mientras colgaba su abrigo en el ruinoso perchero que tenían en su departamento y tuvo una incómoda sensación déjà vu. Era lo mismo de siempre: Taeyeon perdía los nervios y acababa culpando a los demás de sus propios descuidos. Al final las cosas acababan apareciendo, especialmente en aquella oficina de tamaño reducido en la que tenían que convivir tres personas, pero Taeyeon prefería hacer una escena en lugar de buscar con calma lo que ella misma había perdido.

—Taeyeon, ¿te das cuenta de que siempre te pones de los nervios y al final las cosas acaban apareciendo?—le dijo, antes de sentarse con desgana frente a su escritorio. Tiffany le dedicó una sonrisa de apoyo a Sun Young, que parecía estar pasando un mal trago con lo ocurrido.

En la editorial era ya un secreto a voces que Park Sun Young no tenía demasiadas luces, sino más bien al contrario. Se trataba de una empleada mediocre, lenta, descuidada y con un cociente intelectual impropio de alguien que ocupaba su puesto. Pero la muchacha era dulce y nunca había usado en su beneficio el hecho de que su padre fuera uno de los principales accionistas de la editorial. Posiblemente no se merecía la responsabilidad que le habían encomendado, pero eso no justificaba que Taeyeon la torturara con sus constantes quejas y mal humor.

A veces, cuando la miraba, Tiffany no podía evitar preguntarse cómo una criatura de apariencia tal angelical como Kim Taeyeon, ojos ónice, piel blanca y cabellos rubios, podía llegar a ser tan histérica. Había pasado mucho tiempo y no lo recordaba con claridad, pero estaba casi segura de que ya era así de insufrible desde el preescolar, cuando Tiffany la torturaba, ganándose las reprimendas de su madre.

—¿Pero es que no miran que el destino quiere que sus vidas estén conectadas? —Solía decir la señora Hwang, usando su flema más dramática—. Tienen que aprender a convivir, bastantes quebraderos de cabeza nos han causado ya.

Después buscaba la mirada aprobatoria de la señora Kim, que casi siempre la apoyaba con enérgicos asentimientos.

El odio que se profesaban sus hijas era inversamente proporcional al cariño que se demostraban las madres. Estas chiquilladas, como las habían bautizado sus progenitoras, fueron, durante muchos años, un recurrente tema de preocupación para las dos mujeres. Como era natural, ninguna comprendía que ellas pudieran ser mejores amigas, confidentes, y sus dos hijas enemigas acérrimas. Sobre todo dadas las circunstancias, pues a todas luces parecía que el destino estaba empeñado en hacer que las vidas de sus hijas transcurrieran de forma paralela.

Tiffany Hwang y Kim Taeyeon habían nacido el mismo día, en el mismo hospital, en habitaciones contiguas, separadas únicamente por los escasos metros que hay entre la alcoba trescientos once y la alcoba trescientos doce del Hospital Asan, pero atendidas por el mismo equipo médico.

Las pocas horas de diferencia entre los partos todavía eran motivo de burla entre sus respectivas familias. También era famosa la historia de que sus madres se habían hecho amigas durante su estancia en el hospital, a base de pedirse disculpas en el pasillo por los llantos ensordecedores de las criaturas.

Esa era la versión que encantaba contar, aunque en realidad habían intimado años más tarde, tras coincidir en unas reuniones de mujeres aburridas con sus aburguesadas vidas, que se juntaban para matar su tiempo libre realizando actividades filantrópicas.

Pero a pesar de la cercanía entre ambas mujeres, nadie consiguió entender la enemistad que se profesaban las niñas. El mismo día en que las presentaron, Taeyeon acabó robando el inmenso lazo rosa que sujetaba la coleta de Tiffany. Como represalia, Tiffany sustrajo los tornillos de la bicicleta de Taeyeon, y el golpe fue tan sonado que todavía tenía una pequeña cicatriz en la frente como consecuencia de la caída.

Con el paso de los años, la situación no había mejorado, sino todo lo contrario, y en aquella fría mañana de invierno se podría decir que lo único que compartían era un cumpleaños que nunca tenían ganas de celebrar y una desmedida entrega a su trabajo en Choi & Park Editions, en donde el caprichoso destino las había vuelto a juntar.

—¿Quién te ha dado vela en este entierro? —protestó Taeyeon al ver que su archienemiga se inmiscuía en su discusión con Sun Young. Sus pupilas estaban contraídas con el enfado— Porque creo que en ningún momento he pedido tu opinión. Además, ni siquiera sabes de qué estábamos hablando.

—Cierto, no es mi entierro — contestó Tiffany, impasible. Estaba más que acostumbrada a los dardos envenenados de Taeyeon. Siempre iban dirigidos a ella aunque muy pocos hacían diana—, pero tus ataques de histeria nos afectan a todos. Me parece que eso es un cirio enorme que debemos aguantar. Sun Young sonrió con disimulo, complacida con la respuesta y Taeyeon bufó con tanta fuerza que consiguió apartarse el flequillo de la cara.

—¡Por fin! —exclamó de repente.

Se agachó para abrir el cajón de su escritorio y sacó una carpeta de color limón, trufada de documentos.

—¿Quizá algún autor la cambió de sitio para vengarse por su estrepitoso fracaso? —se burló Tiffany al ver la carpeta que Taeyeon había estado buscando. Tenía los dedos entrelazados, y jugó a trazar círculos con sus pulgares para hacer todavía más dramática la escena—.O quizá una ráfaga despiadada de viento decidió ponerla ahí pensando que estaría mucho más segura en el cajón de tu mesa, ¿verdad, Sun Young?

Su compañera de trabajo no contestó. Prefirió bajar la cabeza para ocultar la sonrisa de complicidad que se le estaba dibujando en los labios. Sin embargo, el gesto no pasó le desapercibido a Taeyeon, que sintió ganas de vengarse espetándole a Sun Young lo que todos pensaban, incluida su adorada Tiffany: que era la peor editora de Choi & Park, que editores como ella no servían ni para corregir aburridas novelas de segunda categoría. Pero aunque ganas no le faltaron, Taeyeon no era una persona rastrera y prefirió morderse la lengua.

De todos modos, Sun Young no era la culpable de su mal humor o de la frustración que sentía en ese momento. La pobre criatura ni siquiera tenía capacidad mental para hacer algo mal a sabiendas. No, la culpa, como siempre, la tenía Tiffany.

Taeyeon la odiaba con toda su alma, y era extraño porque nunca había odiado a otra persona. El odio era un sentimiento completo y absolutamente reservado para ella, casi como un coto privado de caza.

¿Por qué no podía haberse quedado en Busan? Cuando aceptó el puesto que le ofrecieron en Choi & Park, lo hizo siendo consciente de que Tiffany llevaba ya un par de años trabajando para la editorial. Pero en aquel momento su archienemiga estaba al frente de las oficinas de Busan, por lo que apenas pisaba la sede central y, cuando lo hacía, ni siquiera se veían, ya que trabajaban en proyectos diferentes.

Taeyeon estaba tan convencida de que Tiffany era tan feliz en Busan, la ciudad de dónde provenía una rama de su familia, que su situación profesional no tenía por qué cambiar en mucho tiempo, y se sentía bien por ello, segura, relajada, como lo había estado durante su época universitaria, cuando por fin consiguió dar carpetazo a sus oscuros años de instituto y perder de vista la alargada sombra de Tiffany Hwang.

Pero un buen día todo cambió. En una decisión tan prematura como inesperada, los jefes llegaron a la conclusión de que el trabajo de Tiffany era demasiado valioso para dejar que se desperdiciara en una delegación satélite. Así, sin previo aviso, ella apareció una mañana de marzo en la puerta de su despacho portando una pequeña maleta rosa y con un eye smile propio de ella, e impaciente por regresar a Seúl tras una dura experiencia profesional en la que había perdido varios kilos pero había ganado la confianza de sus superiores.

Taeyeon no podía creer su mala suerte. Sin embargo, hizo propósito de enmienda y se convenció a sí misma de que partir de cero era solo cuestión de proponérselo. A partir de ese momento olvidaría las peleas y malentendidos con ella, archivándolos en el fichero mental etiquetado con la “P” de “pasado”. Ahora eran adultas y debían comportarse como tal. Ahora tenían otras prioridades. Ahora habían madurado.

Ahora… no se soportaban.¿A quién intentaba engañar?

Para ella Tiffany siempre iba a ser la niña caprichosa e irracional que le hizo la vida imposible hasta su cumpleaños dieciocho. Hay cosas que no se pueden cambiar, y al parecer esa era una de ellas. Su odio estaba tan arraigado a lo más profundo de sus entrañas que cada vez que la miraba podía ver al mismísimo demonio disfrazado de ángel, de sonrisa encantadora, mirada penetrante, piernas largas, faldas cortas y curvas imposibles. Porque Tiffany Hwang era tan guapa que conseguía despertar tantos suspiros entre la población masculina como protestas entre la femenina. Sin embargo, Taeyeon no se dejaba deslumbrar. Para ella no dejaba de ser una belleza típica, de esas que se ven en los concursos de belleza; gran apariencia exterior, hueca por dentro. Además, toda su vida se había comportado como tal.

Si hacía caso a los cotilleos que circulaban durante su etapa adolescente, se constataba que recién cumplidos los dieciocho, Tiffany se había acostado con todos los miembros del equipo de baloncesto de su instituto. Eran solamente rumores malintencionados, que formaban parte de la leyenda urbana del colegio en el que estudiaron ambas, pero a la rubia no le costaba demasiado imaginarlos como ciertos.

Ahora sus antiguos compañeros decían que Tiffany ya no era la misma que en sus años locos, que desde su entrada en la editorial poco quedaba de la chica de ideas extravagantes e impulsos salvajes. Quizá pudiera engañar al resto, pensaba Taeyeon, pero no a ella. La conocía demasiado bien para saber que seguía siendo la chica popular, tan interesante como una hoja en blanco y tan profunda como una rueda de prensa de Paris Hilton. Ella todavía percibía los aires de grandeza que se daba. Podía olerlos, palparlos, casi los sentía en la punta de la nariz cuando Tiffany estaba presente. Eran aires de haber estado editando "ya sabes, obras aburridas", lo había dicho el mismo día que llegó de Busan. Cuando lo que de verdad quería decir era que había estado trabajando en obras importantes, no como ella, que seguía enfrascada en manuales de cocina y tonterías por el estilo, buscando una oportunidad para ganarse la confianza de sus jefes.

Le bastó con recordar todo esto para sentir una furia interior muy difícil de controlar. Sus dedos estaban tan crispados que le costó doblar meticulosamente su falda larga antes de tomar asiento en su silla. Necesitaba calmarse, volver a su propio ser, para no caer en el error de iniciar otra pelea más.

¿Cuántas iban esa semana? Había perdido la cuenta y estaba cansada. ¿Era mucho pedir un poco de paz antes de que llegaran las vacaciones de Navidad?

—¿Café?

Dirigió la mirada hacia la puerta y vio a su amigo Kangin, asomando la cabeza. Se había olvidado de que habían quedado para hacer un descanso y tomar un café juntos.

—Buenos días, chicas —Saludó el muchacho a sus compañeras de trabajo.

Las dos estaban tan enfrascadas en sus tareas que lo saludaron con un holakan rápido, todo junto, sin levantar la vista de los documentos que estaban leyendo.

—Sí —replicó Taeyeon, que sintió un inmediato alivio ante la oportunidad de salir de aquel despacho y respirar un poco de aire fresco—. No me vendría mal uno.

Kangin no tardó ni cinco segundos en percibir el tono airado que había empleado su amiga para contestarle. El muchacho frunció el ceño, pero dirigió la mirada directamente hacia Tiffany, tanta era su certeza de que su mal humor tenía algo que ver con ella. Siempre tenía algo que ver con ella.

—No dejes que se lo tome demasiado cargado, Kangin—le advirtió Tiffany, sin molestarse en separar la mirada de los documentos que estaba ojeando— Hoy los ánimos están algo exaltados. Una subida de tensión podría ser letal.

Aunque Kangin reprimió una sonrisa, sus ojos brillaron con diversión. Lo último que deseaba era ofender a su amiga, pero Tiffany siempre había sido de su agrado, y aunque entendía que el pasado podía ser una losa muy pesada, él siempre intentaba abrirle los ojos a Taeyeon. En su opinión, Tiffany Hwang no era solo una cara bonita, sino también una de las editoras más brillantes que había conocido. ¿Cómo podía estar su amiga tan ciega para no verlo? Kangin quiso contestar con un comentario ingenioso, pero inmediatamente sintió la furiosa mano de Taeyeon tirando con fuerza de su manga para obligarle a salir del despacho.

—¡Demonios! ¿Tan grave es? —le preguntó él, ya en el pasillo, camino de la máquina de café—. ¿Qué ha ocurrido esta vez?

Taeyeon estaba fuera de sí. Caminaba muy deprisa y hacía aspavientos. Cuando llegaron al departamento de diseño su voz adquirió un tono tan alto y crispado que algunos empleados estiraron la cabeza para ver de dónde provenían los gritos.

—¡No la aguanto más!

—Bueno, eso ya lo sabíamos. Ahora cálmate y cuéntame qué ha pasado.

—¿Cómo quieres que me calme? Es estúpida, arrogante y está empeñada en amargarme la vida. Pero, ¿sabes qué? ¡No se lo voy a permitir! O me trasladan a mí o la trasladan a ella, pero yo ya estoy cansada de tener que aguantarla. Te juro que tengo al menos cien razones para odiarla.

—Pues ella es encantadora contigo…

—Ahí tienes la ciento uno.

Kangin sintió ganas de reír, pero con el paso del tiempo había aprendido dos cosas sobre la inquina de su amiga. La primera era relativizar los ataques de ira de Taeyeon cada vez que el tema de Tiffany salía a colación. La segunda, y quizá la más importante, era un mandamiento que tanto él como Leeteuk, el novio de Taeyeon, seguían al pie de la letra: no tomarás el nombre de Tiffany Hwang en vano. Las bromas o cualquier alivio cómico, por lo tanto, quedaban fuera de la ecuación en situaciones como esta.

Kangin metió un par de monedas en la máquina de café y le tendió una bolsa de plástico.

—Ten

—¿Qué es?

—Leeteuk me pidió que te la diera. Es una camiseta que me prestó la semana pasada.

Siempre que su trabajo se lo permitía, los chicos ocupaban las tardes de los sábados en jugar fútbol. Decían que era para mantenerse en forma, aunque Taeyeon sabía perfectamente que pasaban más tiempo bebiendo cervezas que sudando la camiseta. De cualquier manera, ni ella ni Yoon Ji, la novia de Kangin, se quejaban. Librarse de los chicos por una tarde significaba más tiempo libre para ellas y lo agradecían infinitamente.

—Bien —contestó, tomando la bolsa—. ¿Pero la has escuchado?—insistió— "No dejes que se lo tome muy cargado, Kangin" "Hoy los ánimos están muy exaltados, Kangin". ¡Ja! ¡Está coqueteando contigo!

El dedo índice de Taeyeon se quedó suspendido en el aire, apuntando acusatoriamente la nariz del muchacho. Armándose de paciencia, él tomó su mano con cariño, la bajó y le dijo:

—Eso sí que tiene gracia. Ahora resulta que la editora más guapa de Choi & Park no tiene nada mejor que hacer que coquetear conmigo.

Fue un comentario inocente, aunque se arrepintió tan pronto como salió de sus labios. Por suerte para él, la rubia decidió hacer oídos sordos esta vez. Estaba concentrada en soplar su humeante café y de todos modos, empezaba a creer que Kangin era un caso perdido. Si él no quería ver la realidad, se trataba de su problema, pero ella no se iba a dejar cegar por los aparentes encantos de su compañera de trabajo.

—Lo que pasa es que no te has fijado en cómo te mira —le explicó entonces—, pero yo sí lo he hecho, así que ándate con cuidado. Un día de estos te descuidas y te acorrala en el ascensor, ya lo verás.

Kangin levantó una ceja y sin querer puso una sonrisa pícara, como si la idea no le desagradara en absoluto.

—¡Kangin! —protestó ella—. ¡Por favor!

—¿Qué? Debes admitir que no estaría mal un encuentro en el trabajo con las cámaras de seguridad como únicos testigos, ¿hum?

—Tienes novia.

—¿Y qué? Estar a dieta no es impedimento para mirar la carta.

Taeyeon le dio un codazo, pero sonrió con la broma. En el fondo, su amigo tenía razón. No estaría nada mal hacer algo así en el trabajo, pensó con picardía. Pero esto era algo que no le apetecía admitir ni delante de él ni delante de nadie, probablemente ni siquiera se lo diría mucho a sí misma, pensó mientras daba el primer sorbo a su café.

 

***

 

—Kim, a mi despacho.

Taeyeon se giró sobresaltada. Le pasaba lo mismo siempre que escuchaba aquella voz. La voz de su jefe era poderosa, tajante, no daba pie a réplicas y se puso en pie como movida por un resorte, igual que haría un soldado que acaba de ser llamado a filas.

La inesperada aparición de su jefe consiguió ponerla tan nerviosa que tuvo que concederse unos segundos para calmar los latidos de su corazón. Entonces se alisó la falda y salió detrás de las anchas espaldas de Choi Kiho. El descendiente del fundador de la editorial entró primero, pero ella prefirió quedarse en la puerta, esperando órdenes. Choi Kiho frunció sus pobladas cejas negras, extrañado, y le hizo un gesto para que entrara.

—Pase de una vez, Kim, no tenemos todo el día.

Las cortinas del ventanal del despacho no le habían permitido ver hasta ese momento que había otra persona esperando en el interior. Pero cuando Taeyeon entró y vio quién estaba allí sentado, esperándolos, su cara adquirió una tonalidad todavía más pálida de lo normal. ¿Qué hacía ella allí? ¿Y por qué la estaba mirando así? Tiffany le sonrió con diversión, como si estuviera disfrutando de su cara de sorpresa.

—Tome asiento —le ordenó Kiho.

Todavía desconcertada por lo extraño de la situación, Taeyeon ocupó la silla que le indicó su jefe.

—Presten atención, esto es importante—La voz autoritaria del señor Choi pareció retumbar contra aquellas paredes pintadas de un inquietante blanco quirófano. El poderoso editor hizo una floritura con la mano y acto seguido un proyector fijado al techo reflejo varias imágenes sobre una gigantesca pantalla— Este es Kim Young Ha —afirmó, dando por sentado que ambas estaban familiarizadas con el retrato que apareció en la pantalla—, un tipo sumamente caprichoso y uno de los autores más escurridizos con los que hemos trabajado en esta editorial. Premio Nacional de Literatura en 2009. Ha publicado algunas de las novelas de mayor renombre del país, aunque hace años que no escribe una triste línea y vive plácidamente en una pequeña localidad de la costa escocesa. Se rumorea que acaba de terminar una nueva novela y que todavía no ha cerrado ningún acuerdo editorial.

Las dos mujeres escucharon con total atención. Taeyeon cazó a Tiffany mirándola una o dos veces de reojo, pero no apartó los ojos de la pantalla. Por el tono de voz de su jefe, sabía que se trataba de un asunto muy importante.

—Como seguramente sabrán — continuó diciendo Choi—, en los últimos cuatro años hemos sido incapaces de colocar una sola novela en la lista de las cien más vendidas. Esto nos ha puesto en una situación muy delicada. Hablando en cristiano: estamos en un verdadero aprieto financiero.

Taeyeon tragó con dificultad al escuchar estas palabras. ¿Y si las había reunido allí para despedirlas? La crisis seguía azotando con fuerza el continente asiático. Ahora no se podía permitir el lujo de perder su trabajo. La ansiedad por descubrir el motivo de aquella reunión empezó a crecer en su interior, aunque prefirió dejar que Choi siguiera hablando:

—Nuestra editorial amiga en Escocia nos ha informado de que Young Ha ha rechazado todas las propuestas que ha recibido hasta ahora. Parece no tener prisa por publicar su nueva obra, aunque estoy convencido de que acabará cediendo a las insistencias de su agente. Ese cabrón tiene tantas deudas que no parará hasta que consiga ordeñarle el último centavo. Young Ha es un perro viejo, un autor extraño, ¿comprenden? Pero, como todos los autores, tiene un talón de Aquiles y el suyo son las mujeres guapas. Presten atención porque aquí es donde ustedes dos entran en acción. Tendrán que vigilarle. Quiero una vigilancia día y noche, a todas horas, sin descanso. Vuelvan aquí cuando sepan hasta la talla de su zapato y hayan usado toda esa información para hacerle firmar con nosotros. Me da igual cómo lo hagan, pero no quiero que regresen a Seul hasta que ese cabrón haya firmado. El futuro de esta editorial depende de ustedes. ¿Ha quedado claro?

—¿Tendrán? —preguntó Taeyeon con la cara desencajada.

—¿Vuelvan? —repitió Tiffany, no menos horrorizada que su compañera.

Choi Kiho las miró de hito en hito, como si no comprendiera qué parte de su mensaje no había quedado claro.

—¿Tienen algún problem con el uso del plural? —Preguntó, con tono de pocos amigos— Ya me han oído, ¿qué están esperando? Parten para Escocia mañana por la mañana.

—Pero… señor… nosotras — tartamudeó levemente Taeyeon, impresionada por la noticia. No quería oponerse directamente a las órdenes de su jefe, pero aquello era demasiado injusto para quedarse callada.

—Señorita Kim —se adelantó el editor—, si piensa que no estoy familiarizado con lo que ocurre bajo el techo de mi editorial, está usted muy equivocada. Soy perfectamente consciente de los juegos de jardín de infancia que ustedes dos se traen entre manos, y debo decir que me importan una verdadera mierda. A partir de ahora, serán un equipo y trabajarán como tal. No habrá malas caras. No habrá protestas ni reclamaciones. No quiero escuchar una sola queja el tiempo que dure esta misión. Deberán aprender a trabajar juntas si quieren seguir trabajando para esta editorial. ¿Ha quedado suficientemente claro?

Las dos muchachas se miraron desconcertadas.

—Cristalino, señor —dijo Tiffany.

—Bien. Encontrarán un informe detallado sobre Kim Young Ha en sus escritorios. Estúdienlo con atención antes de partir. Pueden retirarse.

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Comments

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nahlot
#1
Chapter 15: gracias por la adaptación, me gustó la historia
LlamaAmerica #2
Chapter 15: Hermosa historia *-* espero regreses pronto con otra <3 <3
LlamaAmerica #3
Chapter 1: Esto si que será bueno jajajaj
Timmuny
#4
Chapter 15: Muy buena historia!!! espero que sigas con más :)
Timmuny
#5
Chapter 8: Me gusta mucho la historia :D
EmyEPB #6
Chapter 2: Interesante.