Capítulo 1

Save Me
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Siempre me gustó perderme entre la multitud, sentarme a un lado, entre miles de rostros desconocidos y escuchar.

Es extraña la forma en que a cada uno lo persiguen sus demonios, y las determinaciones que encuentra para afrontarlos. La mayoría de las veces escucho a todos quejarse por cosas tan insignificantes, tan simples, tan irrelevantes.

Aunque siempre tiene el mismo resultado: en algún momento lo superan. Los seres humanos están configurados así, para resistir y seguir.

 

El problema es que yo nací con mis demonios, y los cargué en mis hombros por demasiado tiempo. Realmente me gustaría tener un número, una aproximación, un porcentaje que diga que no soy el único que los padece de esta forma, pero llegué al punto de tener que resignarme; soy el único en la faz de la Tierra que es así.

 

Cuando me encontraba en el vientre de mi madre, ella y papá rezaban todos los días por tener un hijo sano y saludable. Y así lo tuvieron, o eso pensaron hasta que fui lo suficientemente consciente como para identificarlos; allí fue cuando los problemas iniciaron.

Me sé la historia de memoria por la cantidad de doctores a los que se la contaron:

Básicamente, al escuchar sus voces todo estaba en calma, pero cuando abría los ojos y me encontraba con esas personas frente a la cuna, comenzaba a llorar. Recuerdo que papá decía que estaba agotado de verme lloriquear hasta caer dormido nuevamente.

Al principio pensaron que tenía algún trastorno en los ojos, como si me estuviera quedando ciego o algo por el estilo –que, a decir verdad, hubiera preferido millones de veces que fuera así-. Como todavía era un bebé de brazos, realizarme los numerosos estudios neurológicos que los médicos pedían era algo complicado, pero no imposible; incluso me hicieron utilizar un cable pegado a mi cuero cabelludo durante meses para estudiarme a profundidad, aunque nada dio resultado: todo estaba perfecto.

Según lo que entendí, en cierto punto, la desesperación llevó a mis padres a comenzar a “experimentar” métodos alternativos, encontrando como mejor solución el pegarme almohadillas en los ojos durante todo el tiempo que me encontrara despierto; así descubrieron que me mantenía tranquilo al escucharlos hablarme, sin verlos al rostro.

Así un problema fue cubierto y encontraron la armonía familiar que tanto deseaban, o así fue hasta que cumplí el año y medio de vida. En ese momento la tortura empeoró.

Todos los especialistas de Corea llegaron a tener un registro sobre mi “condición”, y cada uno de ellos intentó un tratamiento diferente para solucionarlo. ¿El resultado? Nada funcionaba.

No fue sino hasta que, con tres años de edad, me llevaron a ver a un doctor en algún lugar de Japón, el cual pudo darles un diagnóstico a mis padres logrando que, de cierta forma, se sintieran aliviados al saber que no tenían un hijo demente.

“Prosopagnosia”

La incapacidad cerebral para reconocer estímulos visuales, en mi caso, rostros.

No conocía los verdaderos semblantes de nadie ya que siempre cambiaban en mi punto visual.

Relativamente no tiene cura, pero mis padres se negaron a darse por vencidos y, hasta que cumplí los diez años, me obligaron a viajar a todos los institutos más caros del mundo para hacerme tratar, resultando obviamente en vano.

Y, para ser peor –porque sí, todavía podía empeorar- el especialista que descubrió mi condición, notó que poseía una deficiencia para percibir colores…

Así es, mi mundo era una porquería en blanco y negro, donde no podía reconocer ni mi propia cara frente al espejo.

Circunstancialmente la agonía de mis padres desapareció un poco cuando mi pequeña hermana Hanna llegó, fuerte y saludable, a la familia. Todos repetían una y otra vez que era hermosa, y yo estaba seguro de que no se equivocaban, indudablemente era la niña más preciosa de todas –hubiera dado mi vida por poder verla en todo su esplendor-.

Cuando cumplí los dieciocho, con una familia cansada y resignada de su hijo –nunca los culpé por ello-, terminé mis estudios secundarios e intenté conseguir un trabajo, lamentablemente fracasando una y otra vez; mi problema interfería en la mayoría de las tareas que debía realizar, comenzando por no poder reconocer al jefe.

Pero no todo estaba mal en mi vida, gracias a eso conocí a mi mejor amigo, Youngbae.

Me encontraba solo en una plaza, sintiendo demasiada pena por mí mismo por haberla cagado una vez más cuando una persona, no muy alta, de buen físico, pantalones destrozados y camiseta sin mangas, se sentó junto a mí.

Al parecer llevaba tiempo observándome mientras me ahogaba en mi propia miseria, por lo que sintió curiosidad y se acercó para brindar su compañía y así poder desahogarme. Jamás confié en nadie, pero esa vez le escupí absolutamente todo a él, sin importarme que me juzgara o saliera corriendo al final –o eso es lo que esperaba yo-. Una vez que mis sollozos desaparecieron y me sequé la última lágrima, se giró a mirarme, estudiándome de pies a cabeza y me dijo “bueno, puedo asegurarte que muchas chicas morirían por salir contigo”, y así fue como se volvió el único y más importante soporte en mi vida.

¿Cómo lo reconocía de allí en adelante? Ese mismo día que nos conocimos, Ba

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Comments

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Popybruenner
#1
Chapter 2: Es un ángel? D: ptm por qué desaparece así T.T casi me caigo de la silla cuando vi la actualización GRACIAS DANUELAAAA
MiliMili96
#2
Chapter 1: Acá estoy esperando el siguiente cap... y casi que no me doy cuenta que subiste una historia nueva fiuu...
choco25 #3
Chapter 1: Que interesante trama!
luestefan
#4
Chapter 1: me encanto, esperare con muchas ganas por los siguientes capitulos *-*
Popybruenner
#5
Chapter 1: Como siempre amo tus plots :D estoy feliz de que al fin ésta historia tiene vidaaaaaaaa ❤️❤️❤️❤️❤️❤️ más te vale actualizar pronto >:3