¡Badum'pchhhh! ¡Aquí el primer capítulo de mi primer fanfic! Lo subo hoy porque es mi cumpleaños, so, ¡Felicitadme! Bueno, si no queréis no pasa nada... - saca una pistola para hacerte ver que SÍ le importa - Os diré que un comentario no me vendría nada mal para saber vuestra opinión, recordad que esta es mi primera vez en AsianFanfics, y una suscripción tampoco me importaría demasiado, nope, aunque por supuesto lo harás, ¿no? - mirada de tsundere - ¡Disfrutad de la lectura! Espero que os guste ^^

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Era un día lluvioso y frío de finales de octubre y los relojes marcaban las dos de la tarde. Im Yoona, con ambas manos sujetando el asa de la pesada maleta en su esfuerzo por llevarla hasta su habitación, se deslizó rápidamente por entre las puertas giratorias del Gran Hotel Kim, aunque no con la suficiente rapidez como para evitar que una de las ruedas de aquella maleta quedase encajada entre dos hojas. Con la cara roja debido a el trabajo que le había llevado desatascar la rueda, (y también por haber sido el centro de atención de todo el vestíbulo durante unos vergonzosos minutos en los que había estado dando vueltas sin parar en la puerta giratoria) Yoona se precipitó hacia las escaleras, para lo cual tenía que atravesar toda la sala.
El vestíbulo olía a muebles recién estrenados y perfume de rosas. Al fondo, un cuadro de colores chillones, seguramente para atraer la atención, estaba colocado en la pared. Era uno de aquellos inquietantes retratos que, estuvieses donde estuvieses, parecía que los ojos te seguían con la mirada. Imitando la Marilyn Monroe de Andy Warhol, representaba varias veces y en diferentes colores un rostro: la cara de una mujer joven de facciones hermosas y con un cierto toque de carisma. Se trataba de Kim Taeyeon, la propietaria de la cadena de Hoteles Kim y muchas empresas más famosas a nivel mundial; cada establecimiento Kim gozaba de tener una reputación exquisita, así como una fama asegurada independientemente de la situación del mismo. 
Tras admirar detenidamente el cuadro, Yoona se acordó de cual era su destino y, corriendo a la mayor velocidad que le permitía el pesado equipaje, se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor; había tal actividad en el edificio que antes de llegar al octavo piso, donde se encontraba su habitación, haría una parada en todos los anteriores. Esto era parte de la vida en el hotel, y tendría que acostumbrarse pronto a subir escaleras si quería tener un hogar donde quedarse hasta encontrar un piso que se adaptara a sus condiciones económicas. Con sus veintitrés años y un aspecto atlético nadie habría dicho que necesitase ayuda, pero Yoona no tenía precisamente un estado saludable, y aquella maleta no la ayudaba nada.
 Subió lentamente, descansando varias veces, sudando al llegar al cuarto, jadeando y mareada al llegar al quinto...  "Un poco más Yoona..." Se repetía constantemente. Pero, en el to, no pudo más. El corazón le dio un vuelco, sus piernas le fallaron, y, antes de que se diese cuenta, estaba inconsciente y desmayada en el rellano de la escalera.

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Una humeante taza de espeso, negro y amargo café era la la única compañía de Kwon Yuri mientras trabajaba. Hacía poco que había obtenido el título de doctora jefe, y con ello un despacho en el que poder hacer sus tareas sin interrupciones. Era una estancia grande, rectangular; sus paredes beiges le daban un cierto toque formal que encuadraba perfectamente con la seriedad de Yuri, y el suelo, un parqué de oscura madera, personalizaba la habitación diferenciándola así del corriente piso de granito del resto del hospital. Estaba recién amueblado, y el característico olor de los muebles nuevos se mezclaba en el aire con el fuerte perfume de la doctora. El despacho carecía de cualquier objeto o pertenencia personal; a cualquier otro le habría parecido soso, pero no a Yuri cuyo único pensamiento era el de trabajar. Rellenar papeleo, aprobar nuevas medidas, organizar reuniones,cuidar de enfermos... Actividades que para cualquier persona ordinaria serían aburridas eran la vida de Yuri, pero a ella no le molestaba, sino al contrario; le hacía saborear una adictiva sensación de triunfo y superioridad. " Trabajaré más fuerte" era su lema por excelencia.
Si bien era verdad que gracias a su rigidez y severidad se había ganado muy mala fama, no le importaba. Ella era una mujer madura e inflexible, y la soledad era su compañía. 
Hacía tiempo, cuando era más joven, había sido una chica dulce y divertida, pero hay ciertas cosas que cambian la vida... Y la que le ocurrió a ella lo había hecho por completo.
Se regañó a sí misma por pensar en tonterías y bebió un sorbo de su café, que la ayudaba a mantenerse despierta; las horas laborales eran muchas y agotadoras, pero ello les ayudaba a tener tanta fama como tenía aquel hospital. Bueno; eso y ser un centro Kim. Se preguntó por un momento cual era el secreto de aquella mujer, la dueña y señora de la cadena, Kim Taeyeon. Era obvio, se dijo, que disciplina. Era la clave del triunfo, y lo sabía de sobra. 
- Pe-perdón, yo no, quiero decir, yo...
Yuri se volvió bruscamente hacia la temblorosa propietaria de la voz que había interrumpido sus reflexiones entrando por la puerta de su despacho.
- ¿Qué quieres? -  le preguntó secamente.
- Quería encontrar la sala de radiografías, y-yo... Me perdí, lo siento...
Tiffany dijo esto último con la cabeza gacha de culpa y vergüenza. Acababa de entrar al centro como enfermera y no lo conocía bien; interrumpir a un superior, y más a la temida Doctora Kwon, era lo peor que le podía pasar en su primera semana allí.
- Piso tres, pasillo central