I Must Be Dreaming...

I Must Be Dreaming...


I Must Be Dreaming...


La lluvia le mojaba el rostro. Estaba tan fría que parecía que cada gota era un alfiler incrustándose en su piel. Abrió los ojos, cansado, para encontrarse con un cielo sin luna y sin estrellas, del negro más profundo, tanto así que, si no hubiese sido por el destello de las gotas que caían, hubiera creído que aún seguía con los ojos cerrados.

¿Qué hacía ahí? ¿Por qué sentía que había olvidado algo? ¿Por qué las gotas de lluvia destellaban en una noche sin luna y sin estrellas? El castaño ladeó su cabeza sobre la fría superficie.

Había un auto. Estaba volcado y uno de sus focos –el otro estaba completamente apagado- emitía una luz tenue.

Un auto… 

Verdad. Él iba en el auto, pero ahora estaba fuera, tirado sobre el asfalto. ¿Por qué?

El castaño quiso levantarse y en ese mismo instante todo su cuerpo chilló. No podía moverse. No sin que sus músculos y huesos gritaran de dolor. ¿Por qué? Debía hacer memoria, pero se sentía tan perdido y confundido. Había un detalle importante que estaba pasando por alto. Y recordó algo.

Iba en el auto y era de noche. Había comenzado a llover torrencialmente, tanto así que los limpia-parabrisas no daban abasto contra la cantidad de agua que se estrellaba contra el vidrio… y no vió la curva pronunciada en el camino. El auto había patinado, se le había salido de control y como resultado había terminado tirado sobre el duro concreto. Había tenido un accidente, pero no era eso lo importante que había olvidado. O sí era eso, pero había algo más. Ago más importante que-

“Hae, ya te dije q- ¡CUIDADO!”

Recordar eso fue como si le hubiesen dado un electroshock, activando su adrenalina y acelerando los latidos de su corazón. Se volteó sobre el pavimento para quedar sobre su estómago, ignorando el dolor abrazador que le recorrió el torso y que casi le hace perder el conocimiento debido a su intensidad.

Tenía que encontrarlo. Él estaba allí. Él había estado acompañándolo. 

Hyukjae.

Lo buscó por todos lados con la mirada… y lo encontró tirado un poco más allá de dónde se encontraba él mismo.

Trató de llamarlo, pero tenía la garganta tan seca que el único sonido que logró emitir fue un quejido lastimero.

Juntó todas las pocas fuerzas que tenía para ponerse sobre sus manos y rodillas. El dolor en su torso lo atravesó nuevamente, esta vez acompañado de un ardor casi insoportable en su pierna izquierda, tan potente que lo hizo sentir náuseas. No le importó y no supo cómo, pero había logrado arrastrarse hasta ese otro cuerpo bajo la lluvia.

A pesar de haber estado sólo a unos metros, a Donghae le habían parecido kilómetros, pero había finalmente conseguido llegar hasta él.

El castaño se sentó sobre sus talones haciendo caso omiso del dolor punzante y, tomando a su pareja por la ropa, lo atrajo hacia si, de manera que la cabeza de Hyukjae quedara apoyada sobre su brazo.

Donghae tragó y respiró con dificultad. Hyukjae estaba mal. No tenía mas que unos raspones en la cara y en los brazos, pero el menor lo supo. Algo en su interior se lo decía… no, se lo gritaba con desesperación. Estaba mal. Estaba mal.

Llevó su mano derecha al rostro del pelinegro. Estaba empapada por la lluvia… y por sus lágrimas, esas que había comenzado a derramar a ojos cerrados mientras acariciaba delicadamente ese rostro que tanto amaba.

—No… no llo-res… Hae —escuchó decir a la persona que tenía entre sus brazos.

Al escucharlo, sus ojos se clavaron en él.

Hyukjae había abierto ligeramente los ojos y lo miraba con ternura y amor. 

Estaba mal. Su monito estaba mal y era todo por su culpa, pero ahora necesitaba mantenerlo hablando. Si se dormía…

—¿Y… y quién te dijo… que estaba llorando? —preguntó en su afán por evitar que el otro callara. No debía dormirse.

—Na-… haa… nadie… pero tus lá-grimas… se sien…ten… cálidas —contestó Hyukjae de manera entrecortada.

El pelinegro había tratado de sonreír luego de decir eso, pero al intentarlo, su rostro se contorsionó repentinamente y comenzó a toser.

Sangre.

Hyukjae tosía sangre. Estaba mal. Estaba mal y era su culpa, pero ahora debía hacer algo, cualquier cosa.

¿Qué? ¿Qué podía hacer? ¿Cómo lograr salir de esa situación? ¿Cómo detener lo que le sucedía a Hyukjae? ¿Cómo evitar que se fuera?

—Ha-e… —dijo el pelinegro tratando de llamar la atención del castaño, quien había comenzado a mirar para todos lados, como buscando algún milagro tirado por ahí.

—¿Qué sucede? 

Ya no estaba tan seguro de si debía dejarlo hablar o no. No sabía qué tenía.

—Hae… es-cucha… —pero otro ataque de tos convulsionó el cuerpo del mayor.

Donghae lo abrazó con más fuerza. Como si de esa manera pudiese apaciguar el dolor de ambos, el de sus cuerpos y el de sus corazones.

—Mejor no hables…

—Tengo que… decirlo… ahora… sino… —decía el pelinegro entre susurros cada vez más apagados.

—¡No! Luego me dices. Cuando estemos de vuelta en casa. Y estemos los dos recostados y abrazados en nuestra cama…

Donghae no quería escuchar lo que Hyukjae tenía para decirle. Todos sus sentidos le decían que si lo oía, sería el fin. Y Hae no quería que el final llegara. Nunca.

—Nuestra… cama —repitió Hyukjae con la voz y la mirada perdida entre los recuerdos.

Como la iba a extrañar. Sentir la suavidad de las sábanas y la calidez de la piel de Donghae rozando la suya. Iba a extrañar recorrer esa piel con sus dedos como cada noche lo hacía. Iba a extrañar escuchar los suspiros y la voz del castaño entrecortada por el deseo, el placer… y el amor.

Lo iba a extrañar tanto… tanto. Sobre todo algo en particular. Algo que en esos momentos deseaba sentir por, quizás, una última vez. Lo necesitaba.

—Hae…

—¡Por favor no hables! —rogó el castaño— Por favor… por favor…

—Hae… bésame y dime que me amas —pidió el pelinegro con voz clara. Ya no sentía dolor. Estaba completamente entumecido.

—¡No! Cuando estemos juntos en casa lo haré. Ahora no…

Donghae lo sabía. Así como lo sabía Hyukjae. Estaba mal. Tan mal que probablemente no volvería a ver su casa. No volvería a sentir esas sábanas ni esa calidez.

—Hae. Por favor…

Hyukjae lo miró con súplica. De verdad lo necesitaba. Necesitaba sentirlo una vez más para así poder llevarse la sensación a la eternidad.

Y Donghae lo besó como nunca antes, tratando de que cada roce entre sus labios se quedara grabado en su memoria. Que el calor y el amor se tallaran a fuego en su corazón; para también llevárselo a la eternidad.

—Hae… Te amo ¿lo sabías? —preguntó Hyukjae luego de separarse de los labios ajenos.

Había levantado pesadamente su mano para terminar apoyándola sobre el rostro de Donghae, acariciándolo y robándole un poco de calor; sentía las manos tan frías. Todo era frío menos Donghae.

—¡Yo también! ¡Yo también te amo! Más que a nada en el mundo, así que por favor… te lo pido… no me dejes solo —sollozó, apoyando su mano sobre la que el pelinegro mantenía apoyada sobre su rostro.

Hyukjae cerró los ojos y Donghae creyó que se le caía el mundo encima y que el aire que llegaba dificultosamente a sus pulmones se cortaba por completo.

—¡No! No, no, no, no, no… ¡Hyukjae! ¡Abre los ojos! —gritó preso de la desesperación. Del dolor. De la desolación.

La voz de Donghae parecía estrangulada por el nudo en su garganta y movía al pelinegro con el brazo que tenía bajo el mismo, y con el cual sostenía al mayor, en un intento por despertarlo.

—De verdad… te amo…

Después de decir aquello, la mano del mayor comenzó a deslizarse del rostro del castaño, pero Donghae impidió que llegara a separarse por completo.

—¡Hyukjae! ¡Hyukjae!

Lo llamaba a la vez que volvía a poner sobre su rostro la mano del mayor, intentando que se quedara allí, pero esta terminaba por deslizarse y caer al momento en que Donghae la soltaba, ya sin fuerzas, ya sin calor, ya sin vida.

Pero Donghae siguió intentándolo. Y siguió llamándolo en medio de la lluvia y de la oscuridad.

 

~♥~


Abrió los ojos. ¿Cuántas veces tendría que pasar por aquello? Aunque el lugar era completamente diferente al lugar donde había despertado la ultma vez. Era totalmente opuesto.

El techo era blanco, las paredes eran blancas, todo era blanco. Lo único que le daba color a aquel lugar monocromático era una línea verde, en la pantalla de un aparato ubicado a su derecha, que se movía, según su parecer, de acuerdo a los latidos de su corazón.

De la nada vio aparecer a una enfermera, seguida muy de cerca por un médico. Lo delataba la bata blanca. Blanca y pulcra.

El hombre lo había saludado y se había puesto a hablar de fracturas múltiples, contusión severa y pulmones perforados, pero Donghae no podía entender, mucho menos importarle. Sólo una cosa ocupaba su mente.

—¿Dónde está Hyukjae? —preguntó con voz ronca y mirando al techo. Le parecía que hacía mucho no hablaba.

—Creo que lo mejor sería que por ahora descan-

—¿Dónde está Hyukjae? —volvió a preguntar, y cuando vió que el médico otra vez le iba a cambiar de tema, gritó— ¡¿Dónde está Hyukjae?!

—Él falleció. Cuando los trajeron, el venía sin vida y usted se encontraba en estado crítico. De eso han pasado tres meses, en los cuales estuvo en estado de coma.

Eso no podía ser. Simplemente porque Hyukjae no se atrevería a dejarlo solo. Ese médico no los conocía. No conocía su relación, ni el amor que los unía. Lo que había dicho no podía ser cierto.

—Lo siento mucho —dijo el doctor, pero fue interrumpido por el castaño.

—¡No lo sienta! ¡No los sienta porque no está muerto!

 

~♥~


Habían pasado ya cuatro días sin que probara bocado. Las heridas de su cuerpo estaban casi sanadas, pero las heridas en su mente y en su corazón eran enormes. Demasiado grandes para una persona tan sensible como Donghae. No comía, no dormía, no quería ver a nadie, sólo quería que Hyukjae volviera.

Los médicos se habían cansado de decirle que el pelinegro no volvería, por más que el castaño lo deseara, por más que lo necesitara, pero la respuesta de Donghae era siempre la misma: “No está muerto”.

Cuando se hubo recuperado por completo físicamente, a los médicos y a los familiares no les había quedado más opción que enviarlo a un instituto especializado. Un eufemismo de loquero.

Por supuesto, a Donghae eso no le había gustado nada. Si lo llevaban a otro lugar, ¿cómo lo iba a encontrar Hyukkie cuando volviera de donde sea que estuviese en esos momentos?

Por eso gritó y pataleó todo lo que le dieron sus fuerzas y el personal no tuvo más remedio que atarlo a la cama para que no se lastimara ni lastimara a los demás, pero ya no teniendo escapatoria, Donghae hizo lo único que podía. Gritó.

—¡Hyukjae! ¡Hyukjae! ¡Hyukjae!

Tenía que avisarle de alguna manera a Hyukkie acerca de su ubicación, y para eso sólo podía gritar.

—¡Hyukjae! ¡Hyukjae! ¡HYUKJAE!

 

~♥~


Donghae despertó de un salto y gritando a garganta viva. Sudaba frío y temblaba. El corazón le latía a mil por hora y sentía que le faltaba el aliento. Sentado en la cama, escuchó que alguien hablaba.

—Hae. ¡Hae! ¿Estás bien?

Donghae se volteó lentamente hacia su derecha y no pudo evitar que las lágrimas rodaran por sus ojos. Lágrimas de felicidad y alivio.

Ahí estaba Hyukjae. Su Hyukkie. Con cara de preocupación y el ceño fruncido.

Había sido un sueño. Un sueño horrible y espantoso. Una pesadilla de las peores, pero sólo eso. No era real y ahora tenía al amor de su vida al lado.

Donghae levantó su mano lentamente y tocó con miedo el rostro de su amante. No quería que se desvaneciera frente a él. Y no lo hizo. El contacto de sus pieles era cálido.

En ese momento la felicidad fue plena y el castaño rodeó el cuello de Hyukjae y lo llenó de besos. Lo había extrañado tanto. 

—Que conste que no me molesta que estés tan cariñoso, pero… ¿sucede algo? —preguntó el mayor un tanto confundido.

—Tuve un sueño horrible. Te perdía y me volvía loco —decía entre sollozos de alegría mientras se aferraba con todas sus fuerzas al cuerpo de su pareja.

—Bueno, cálmate. Estoy aquí y ya no me iré —dijo el pelinegro acariciándole los cabellos e instándolo a que se acostara nuevamente.

Cuando lo hubo hecho, se acurrucaron el uno contra el otro, momento que Donghae aprovechó para depositar un suave beso en los labios del pelinegro.

—No me dejes nunca… Te amo Hyukkie —dijo y luego se volvió a acurrucar en el pecho del mayor.

—No lo haré Hae, no lo haré —contestó, y se sintió mal por mentir.

Porque lo cierto era que estarían juntos, pensó abrazando más fuerte al castaño. Como antes que todo sucediera. Como antes del accidente y de la muerte Hyukjae … 

Pero sólo mientras durara el sueño. 

Sólo en ese instante y en ese lugar, donde la realidad podía hacerse pasar por una horrible pesadilla y los sueños podían volverse una realidad.
 


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