Cuando te pasas toda tu vida mudándote de un lado para otro la idea de un nuevo cambio de hogar deja de ser impactante, emocionante o, tan siquiera, triste. Simplemente lo aceptas. Tampoco es como si hubieras echado raíces en aquel lugar; no tienes amigos o mascotas, ni siquiera te has molestado en decorar tu cuarto. Al fin y al cabo, sabes que solo va a ser temporal.

A sus dieciocho años, diecinueve en aquel país, Youngmi se había mudado más veces de las que podía recordar; había vivido en casi quince países en prácticamente todos los continentes. Y hacía ya muchos años que había dejado de lamentarse por los cambios de residencia; jamás había estado tanto tiempo en un lugar como para cogerle cariño de todas formas. Ni siquiera cuando, un par de meses antes, su madre le había anunciado totalmente eufórica que se iban a Corea había podido compartir la alegría de su progenitora por volver a su país natal, después de todo, ella solo había estado allí un par de veces antes y dudaba que su estancia fuese a ser muy distinta de las demás. En aquel momento no podía imaginarse cuán equivocada estaba.