Sintonía

Sintonía

Sentía mucho frío y un dolor punzante en el abdomen y el cuello. Algo tibio corría por su garganta. Sus dedos estaban congelados y ya no podía moverlos. No, no podía mover ninguna parte de su cuerpo, ni mucho menos abrir los ojos. Estaba petrificada.

Por un momento, oyó gritos a lo lejos, mas no pudo reconocer lo que decían. Pero luego, de golpe, todo se esfumó.

Todo. Incluso el dolor.

No sentía nada.

 

Su mente divagó, llenándose de pensamientos sin forma y sentimientos sin nombre. En aquel momento solo había oscuridad, y mucho silencio. Un silencio que hubiese sido doloroso, si tan solo aquella palabra tuviese un significado ahora para ella. Ya no pensaba. Ya no sentía. ¿Acaso siquiera existía? Podía percibir cosas a pesar de no poder sentir nada. Era contradictorio. Ni siquiera podía decir que se sentía extraña, porque no sentía nada.

Sin respirar, sin pensar, sin ya percibir siquiera su propio cuerpo, su propio ser, se dejó consumir por la nada.

Al no poder medir el tiempo, era incapaz de analizar cuánto pasó en aquel estado de inexistencia. No le importaba nada. Ella no era nada. Tampoco añoraba volver. ¿Volver a qué? No había recuerdos, no había un pasado, no había siquiera un presente. Ella era el color blanco. O no. Era transparente.

Pero entonces algo cambió, y en algún momento un pequeño hilo de oxígeno, o algo similar, se abrió paso por entre sus labios, discretamente. Volvía a sentir algo. De forma lenta, comenzó a ser consciente de sus pulmones una vez más. A través de sus párpados cerrados ya no apreciaba solo oscuridad, se denotaba un pequeño rayo de luz, mas no podía separarlos. No aún.

No oía nada más que su propia respiración, o más que oírla, solo la sentía atravesar todo su cuerpo, casi como si pudiese percibir el oxígeno recorrer sus venas. Apenas y volvía a ser consciente de su propio cuerpo, pero ya nada le dolía. Comenzaba a sentir el vibrar de cada célula de su organismo, de cada molécula de oxígeno, de la vibración de sus venas al ser atravesadas por aquellas microscópicas partículas . Por fin fue capaz de abrir los ojos, casi de golpe, sin sobresaltarse, y a pesar de la luz repentina que invadió su retina, no sintió ningún tipo de molestia. Al saber que finalmente era capaz de moverse, su mano subió instintivamente hacia su garganta, y no notó nada extraño en ella. Luego descendió hasta su abdomen. Tampoco había ya nada ahí. El dolor punzante que la atravesaba al momento de cerrar sus ojos ya no estaba. Ahora que volvía a ser capaz de pensar, se dio cuenta de que sabía perfectamente lo que había ocurrido, solo que no lo había analizado.

Estaba muerta.

 

Se incorporó con lentitud y se pellizcó una mano. Sí, sí podía sentir. Solo que no dolía, pero podía sentir el contacto. Su mano no estaba ni fría ni tibia, ni suave ni áspera. Tenía tacto, pero no podía sentir nada. O quizás podía sentir todo, pero sin tener tacto. Sus sentidos estaban confusos. Nada tenía sentido, y tampoco es que lo necesitase.

Alzó la vista para observar lo que supuso que era el cielo. Solo vio un blanco grisáceo infinito, una especie de neblina. No eran como nubes, pero sí podía compararlo con ellas, aunque las nubes tienen una forma, por así decirlo, a veces parecen esponjas, o en ocasiones simples manchas blancas a medio desvanecer, pero esto no. Nuevamente podía decir que más bien podía percibir aquella neblina en lugar de observarla. Era más bien una sensación. Su percepción procesaba todo de manera distinta, casi sinestésico. Más que ver su entorno a través de sus ojos, podía sentirlo. Sentir sus colores, su esencia. No había aromas ahí, ni frío, o calor, pero sí podía percibir todo aquello como si existiera, a través de su piel, de su retina.

Volvió a inhalar profundo y su pecho se infló, para luego disminuir nuevamente el volumen al exhalar. Al menos sí podía ejercer el acto de respirar. Aquello le hacía sentir natural. Por fin se sintió un poco más como sí misma, siendo consciente de su existencia, de su identidad, y de su nombre.

—Realmente tienes el sueño pesado —escuchó decir de la nada, y su cabeza giró de forma instantánea en dirección a la voz. Se encontró de golpe con aquellos ojos grandes que habían atormentado sus últimos sueños y pesadillas. La observaban fijamente. No pudo evitar un sobresalto. Tenía la piel aún más blanca de lo que ya era cuando la conoció—. Creí que no despertarías nunca, Kang Saebyeok.

—¿Qué haces aquí? —preguntó secamente, sintiéndose extraña al oír su propia voz, pues su sensibilidad le llevaba a escuchar todo con extrema claridad. Enseguida notó que incluso podía identificar sus propias emociones a partir de sus palabras, con la misma facilidad en que uno podría identificar un color en una hoja de papel, como algo completamente obvio. Su voz se percibía fría, pero no era lo que sentía en ese momento. Ya no solo oía con sus oídos. Su mente y su corazón procesaban todo con mayor profundidad. Probablemente la otra chica también podía sentir las cosas así, en caso de ser real su presencia y no una ilusión, puesto que enseguida le sonrió, a pesar de la sequedad en su tono de voz, sin responderle—. ¿Cómo es que...? Fue hace días ya que...

—¿Días?

Claro. Ahí no existía eso.

—¿Por qué sigues acá? —cambió la pregunta. La chica hizo una mueca con los labios, probablemente decidiendo cómo responder.

—Cuando llegué aquí, a lo que sea que sea esto, fui consciente de todo lo que me rodeaba. Seguramente debe estar pasándote lo mismo en este momento. Todo se siente muy extraño... O no sé si "sentir" sea la palabra —Saebyeok asintió—. La cosa es que, al llegar y despertar, fue como si supiera todo lo que iba a ocurrir contigo. Algo me lo dijo. Fuiste lo primero que cruzó mi mente al abrir los ojos y fui consciente de tu destino. Creo que fue porque... Eras la última persona que vi o en quien pensé antes de... Ya sabes —la morena volvió a asentir y la observó fijamente.

Jiyeong estaba sentada en las falsas nubes, que asimilaban una escalera invisible, con las piernas semi abiertas, como la primera vez que la conoció. Era una postura que parecía ser muy propia de ella. Pero esta vez sus labios formaban una pequeña línea torcida. Sonreía, y su sonrisa se sentía azul. ¿Azul? Quizás porque ese color era personalmente su favorito, y le transmitía calidez, felicidad, paz.

¿Cuándo había sido la última vez que sintió todo eso?

No sonrió. Tampoco respondió. Se mantuvo sentada en el "suelo", en la nada, y no podía quitarle la vista de encima a aquella chica, quien retomó su relato.

—Así que decidí quedarme, y esperarte. No es como si tuviese nada mejor que hacer tampoco... —Entonces se puso de pie y comenzó a caminar lentamente hacia ella, o al menos su intención era esa. El concepto de distancia también era extraño ahí. La veía moverse, avanzar en su dirección, pero no le percibía acercarse, como si caminase en el mismo lugar—. No estaba segura de si llegarías precisamente acá, pero sentí que valía la pena esperar y ver. Supuse que, tal vez, si lo deseaba con fuerza, podía llamarte, de alguna forma... Y creo que funcionó. No sé cuánto tardaste. Se sintió como una eternidad aquí. Me estaba aburriendo ya...

—¿Siempre hablas tanto? —Saebyeok cambió de posición al interrumpirla, y recogió las piernas, apoyando ambas manos en la invisible superficie, echando la cabeza hacia atrás y estirando el cuello—. Supongo que no eres una ilusión, sino ya te habría hecho desaparecer o callar. Qué molesta.

La otra chica dejó de caminar y le observó. Parecía estar a la misma distancia que en un principio. Puso una mano en su cintura, pero su mirada expresaba que no había dado la más mínima importancia a su comentario. En cambio, le observaba ahora duramente. Su esencia era grisácea, con toques azul oscuro.

—Estoy tremendamente molesta contigo, ¿sabes? —continuó hablando. Saebyeok sabía que, en el fondo, no estaba molesta. Estaba decepcionada. Sus colores se lo decían—. Te dije que tenías que ganar. Tenías que vivir.

—No iba a lograrlo, de todos modos —la cortó, intentando defenderse—. Y es mejor así.

—¿Mejor así? —tenía el ceño fruncido—. ¿Y tu hermano? ¿Tu madre? Tenías gente que te quería... ¿Cómo puedes decir que es mejor así? No tienes idea de lo que se siente no tener a nadie.

—Bueno, no morí porque quisiera, ¿vale?

—Tú te metiste en ese juego. Tú volviste ahí. Fue tu voluntad. Eras consciente de que tenías que sobrevivir y de lo que arriesgabas.

—Estoy diciendo que yo no escogí morir —repitió, llevándose una mano a la garganta—. ¿No que sabías todo lo que pasó conmigo? ¿Mi destino? Además, de todas formas, ya no hay vuelta atrás. Ya está hecho.

Jiyeong guardó silencio. En ningún momento le quitó la vista de encima. Ahora su mirada se notaba triste. Ya casi no se percibía el angustiante aroma o calor sofocante del gris. Se había disipado. Solo permanecía el frío y solitario azul oscuro. No le gustaba ese azul. Prefería el de su sonrisa.

—Solo quería que salieras de ahí y vivieras... No es justo. Eres una inútil, Kang Saebyeok, pero no más que yo... —ahora entendía de dónde venía ese gris. Había algo de frustración en sus palabras. Se había sacrificado por ella, después de todo. Si alguien tenía derecho a sentirse molesta por la situación, era Jiyeong.

—No. Creo que eres la persona más valiente que conozco —la interrumpió—. Y sé que lo sabes. Lo que hiciste conmigo... y no solo eso. Lo que hiciste antes, en tu vida, por tu madre —hablaba lento, y era consciente de los rastros de angustia en sus propias palabras—. No eres una cobarde. Yo tampoco me considero una, pero sí he sido siempre una carga para mi familia. Ahora solo soy una carga menos para mi madre.

—¿Y tu hermano? Para él no eras una carga.

No respondió enseguida.

—También estará mejor. Ya no tiene la obligación de estar atado a mí. Puede ser libre. Cualquier persona que se haga cargo de él ahora lo hará mejor que yo.

—Nadie hará tanto por él como tú lo intentaste.

—Pues no fue suficiente. Y ya no hay nada más que yo pueda hacer. Le fallé una vez más. La última vez.

Saebyeok pestañeó por inercia, pues en ese plano no tenía necesidad de hacerlo. Fue solo una fracción de segundo para ella, pero cuando sus ojos volvieron a abrirse, vio por el rabillo de los ojos cómo Jiyeong daba un paso, y luego simplemente apareció a su lado. Ahora se encontraba a menos de, podría decirse, un metro de distancia. La observaba hacia abajo, puesto que ella continuaba en el piso. Jiyeong le ofreció la mano para que se alzara, y la aceptó casi enseguida. Se sintió como si no hubiese hecho esfuerzo alguno, simplemente, en otro pestañeo, ya se encontraba de pie y la observaba. Era mucho más alta que la otra chica, así que cuando se incorporó fue ella quien descendió la mirada para encontrarse con esos ojos oscuros nuevamente. Sujetó su mano con firmeza, y no se sorprendió al comprobar que podía sentir más que solo su tacto. Era consciente de su respiración, del latido de su corazón, del fluir de su sangre. Sabía que Jiyeong no estaba viva, ella tampoco lo estaba, pero en ese momento, en aquel plano, aquella chica era lo único verdaderamente real. Lo único que podía palpar, sentir, percibir.

—No suena como algo tan malo —Jiyeong alzó la mirada, sin soltarla, sacándola de sus pensamientos, y manteniendo la distancia entre ambas. Volvía a sonreír, de forma muy moderada. Saebyeok la observó sin comprender del todo el mensaje de lo que decía, aunque sintió que las emociones y sentimientos de la chica le llegaron de golpe. Los podía leer a la perfección, aún más ahora que estaba tan cerca físicamente. Ya casi no tenía dudas de que la persona que tenía frente a sí era real, estaba ahí, y podía sentirla.

—¿Qué cosa? —preguntó.

—Estar atada a ti, quiero decir —añadió Jiyeong—. Te ves como una buena compañía. Silenciosa, quizás, pero eso me agrada.

En ese momento, Saebyeok se sintió obligada a desviar la mirada. En su rostro se dibujó una pequeña, casi imperceptible, sonrisa tras oír esas palabras, y aunque ese gesto duró lo que en el mundo real sería un segundo, fue suficiente para que la otra chica también sonriera. Probablemente, aunque intentase ocultarlo, Jiyeong también pudiese leer sus colores, y con ello, sus emociones.

—Y bueno —continuó la más baja—, ya ves que a veces puedo hablar un poco mucho, y otras veces no tanto. Si no te molesta eso de mí, quizás podríamos... no sé, cruzar juntas al "otro lado", a lo que sea que hay ahí.

 

Era un fenómeno extraño, pues se encontraban en la nada, sin nada cerca, sin tiempo, sin espacio, sin sentidos definidos, y a la vez sintiendo todo. Pero, de alguna extraña forma, ambas sabían que había algo más. Algo que no terminaba ahí, y que no les quedaba mucho tiempo juntas.

O, al menos, no en ese plano.

 

Saebyeok sabía que aquella chica era lo único terrenal que le quedaba. Pero no era esa la razón por la que aceptaba, en silencio, mantenerse a su lado. Si así lo hubiese querido, habría sido algo particularmente fácil para ella decirle que no. Darle la espalda una vez más, y aferrarse, como siempre, a su vida solitaria, porque no tenía ninguna obligación con ella. Aunque, en el fondo, sentía que le debía algo, algo grande, pues había sido la primera persona en dar su vida por ella, en el sentido más literal de la palabra. Pero, nuevamente, no era aquella la razón por la que optaba por aceptar su oferta. 

No. En aquel momento, la idea de dejarla sola cruzó su mente solo para ser desechada.

—No sé qué hay más allá —dijo Jiyeong, nuevamente haciéndole aterrizar—. No creo en Dios, pero sí me gustaría creer que hay un algo ahí, donde podré estar contigo. Aunque... lo veo bastante difícil —bajó la mirada—. Probablemente yo me vaya al infierno, si existe eso también.

—Yo no soy tan buena como piensas.

—Pero tú robabas para subsistir. Y por tu hermano. Yo tengo las manos manchadas con sangre. Es distinto... Estar en la cárcel no basta para limpiar tus pecados más grandes.

Saebyeok no se quedaría callada frente a ello.

—Si hay un infierno, el hombre a quien mataste es quien se encuentra ahí. Si hubiese un Dios, estoy segura de que no es a ti a quien castigaría —se sorprendió un poco de sí. Hacía mucho que no hablaba tanto en voz alta. Se había acostumbrado a los monosílabos y hacer uso de un tono bajo para no llamar la atención—. Y si no hay nada más al otro lado y todo se apaga para nosotras, debo decir que me alegra que seas la última persona con quien pude hablar.

Con esa chica algo era diferente. Apenas y la conocía, pero simplemente no quería soltarla. Quería aferrarse a ella.

Seguía sin soltar su mano. Sus dedos estaban débilmente entrelazados, pero ninguna de las dos deshizo el agarre. Jiyeong sonrió nuevamente y volvió a mirarla.

—Como tú fuiste la última con quien yo pude hablar también. Y eso es algo de lo que no me arrepiento en absoluto.

Saebyeok la vio pequeña y frágil, y sus sentimientos de sinceridad la atravesaron cálidamente. Alzó su mano libre, sintiendo el deseo repentino de acariciar la cabeza de la chica, sin embargo, reprimió aquella acción y dejó caer la mano a un costado de su cuerpo. Ante ello, Jiyeong dio un pequeño apretón en la mano que le tenía sujeta. Claramente había percibido su intención, y con ello le había bastado. En aquel lugar, las intenciones y las emociones podían sentirse aún más fuerte que la acción misma. No necesitaba una caricia para sentir lo que la morena ya le transmitía.

—Tengo que confesarte algo —dijo entonces—. Sí es cierto que me quedé esperándote aquí al saber que llegarías. Pero, en parte, también fue porque tenía miedo —hizo una mueca de disgusto con los labios—. No quería ir sola... Y sentí que, si podía verte una vez más, no habría otra persona con quien querría dar este último paso a la incertidumbre. Me alegra que la espera haya valido la pena.

—¿Tienes miedo ahora? —preguntó Saebyeok, aunque ya conocía la respuesta. No notaba en la chica los colores del miedo, o quizás muy difusos. En aquel momento, solo brillaba frente a sí. Ella también había comenzado a brillar un poco. Jiyeong negó con la cabeza—. Yo tampoco.

—Lo sé —sonrió, pues también podía leerla—. Y quién sabe. Si Dios no existe, o decide perdonarme, quizás nos encontremos una isla como Hawai.

Saebyeok dejó salir un sonido de respiración que reprimió una pequeña risa, y no pudo evitar pensar que, si Dios existía, tal vez a ella le estaba regalando a ella esa oportunidad de despedirse de aquella chica, como, en el fondo hubiese deseado hacerlo. O quizás solo se estaba burlando de ella, para quitarle todo una vez más y para siempre.

No le importaba ya.

—Suena bien.

La conversación se dio por finalizada por ambas.

Había llegado el momento.

—¿Estás lista para dejar de existir, o lo que sea, Jiyeong? —preguntó luego de un momento de silencio absoluto. 

—Ahora sí que lo estoy —respondió la más baja, escondiendo la sonrisa que amenazó con salir al ser llamada por su nombre por la chica frente a sí. 

Ambas alzaron su mano libre y también las unieron, entrelazando sus dedos y sujetándose firmemente con ambas manos esta vez, acercándose un poco más, sintiendo la repentina necesidad de un contacto físico que les diera mayor seguridad y le hiciera saber que no estaban solas.

Se observaron una última vez, intentando memorizar sus facciones, lo único humano que les quedaba, lo que ambas deseaban que fuese su última imagen en caso de que todo terminase ahí.

Cerraron los ojos a la vez. Sus latidos se aceleraron en sincronía, y luego, lentamente, comenzaron a disminuir. Se escuchaban cada vez más lentos, más distantes, más suaves, volviéndose imperceptibles. Pero aún podían sentir sus dedos, su tacto, su presencia, y así, lo último que sintieron fue paz.

Entonces una luz las cubrió, de un color desconocido e inexistente, un color sin nombre, sin sensación, sin significado. 

El color se fue, y luego ya no hubo nada.

O, al menos, no en ese plano.       

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Ghad20
#1
Can you consider translating it
It looks very good