"Aprende algo nuevo"

La Infinita Soledad

Había perdido la cuenta de todas las veces en que un sentimiento similar al vacío y al abandono se posaba en su pecho, le alcanzaba la garganta y le estrangulaba con una melancolía que en algunas ocasiones le parecía ajena.

Este sentimiento era un invitado sin cita fija, sin embargo, esperado. Podía llegar durante una mañana soleada, durante una tarde cálida o en una noche lluviosa.

La soledad es tan vasta y ensordecedora. Demanda atención y siempre está hambrienta. Es rápida, si te detienes por un momento a contemplarla, te atrapa, te seda, te entumece y te engulle.

A menudo se preguntaba cómo era que sus mutuos no se percataban de sus ojos cristalinos y su maquillaje de payaso triste; era la carcasa de un humano andante ya que por dentro no había nada.

Había tiempos en que esta soledad venía con un vacío y en otros con pesadumbre. A veces la carcasa era ligera y hueca y gracias a eso es que podía moverse con facilidad, funcionar como siempre, pasar por un humano común y corriente. Otras veces la carcasa estaba abarrotada y se le dificultaba moverse, funcionar, llevar el día a día.

Tal vez era la soledad.

Tal vez era la monotonía.

Tal era su incapacidad de poder comunicar las cosas que le parecían importantes.

Tal vez era el tener a tantos y no tener a nadie.

 

Sentía el cuerpo adolorido, llevaba los puños y la quijada apretada, los pasos ensayados y la mirada clavada en un punto fijo de la calle. La música de sus auriculares resonaba como eco en su vacía cabeza y la letra de las conocidas canciones parecía palabrería distante.

Los ojos entre cerrados y la frente sudorosa, la húmeda gorra que llevaba puesta le cubría los rayos del sol, las oscuras ojeras y el cabello desarreglado.

La boca seca, como si no hubiera bebido en días. Se mordisqueaba de vez en cuando los labios cuando una voz escurridiza quería surgir de su cabeza.

La suprimía y chasqueaba la lengua.

Entró a la tienda de conveniencia y el aire frío del aire acondicionado le refrescó de inmediato.

En la canasta de compras colocó lo siguiente:

 

• un paquete de kimbap

• yogurt de banana

• un paquete de dumplings

• un paquete de kimchi

• ramen

• una caja bento

• una salchicha

 

Mientras buscaba por dinero frente a la caja y los billetes se enredaban en sus dedos se preguntó si debería llevar consigo la comida a casa. La caminata la había agotado y su cuerpo aún no se acostumbraba a la exposición al exterior y al estar a punto de cruzar las puertas automáticas, en vez de su persona, lo único que salió por ellas fue el aire frío del establecimiento.

Metió en el horno de microondas todo lo necesario y se sentó en la fría y solitaria barra para comer las casi cinco comidas que se le habían escapado del horario. Le temblaban las manos y la cabeza le explotaba. Bajó un poco más la visera de su gorra al sentir la mirada de los escasos y rápidos compradores que entraban y salían de la tienda y se dispuso entonces a degustar su primer bocado de lo que sería en días de hambruna.

La música que aún salía de los auriculares y entraba por sus oídos la alejaba del exterior y mientras los recipientes desechables de comida quedaban vacíos uno tras otro, el dolor de cabeza desaparecía y el temblor en sus manos se hacía apenas notable. Volvió a sentir en la boca la humedad de su propia saliva y el cuerpo energizado y fue así como terminó su festín para disponerse a salir de la tienda.

Era notable lo diferente que su cuerpo se sentía al haber cargado combustible, pero sus puños y la quijada aún iban apretados, los pasos aún ensayados, el sudor en su frente seguía goteando y el mismo chasquido al tratar de suprimir la voz impertinente de su cabeza aún se hacían presente.

Le había tomado días salir de casa y ahora que se encontraba afuera se preguntaba si debía volver de inmediato pues realmente no tenía nada más que hacer en la calle. Le repugnaba la prisión pero otra parte de ella se sentía cómoda con la idea de volver.

Recordó el debate de horas y el esfuerzo sobre humano que le había costado dejar el sofá, tomar las llaves y dinero y cruzar la puerta hacia la libertad. Le pareció tras razonar la situación un desperdicio de energía y esfuerzo regresar a casa apenas había terminado lo que se había propuesto hacer. Pero de nuevo, una pequeña parte de ella se sentía cómoda con regresar al encierro.

La voz que se colaba por entre las notas musicales trataba de convencerla con regresar a casa y la seducía diciéndole que una vez llegara, podría hacer las cosas bien. Empezaría por asearse y arreglarse tras días de descuido, limpiaría la casa y el desorden, regaría las casi marchitas plantas, abriría las ventanas y dejaría descansar el televisor. Pero la parte cuerda de su ser sabía que lo primero que haría al llegar a casa sería tirarse en el sofá y mirar el celular por horas y de ahí no sabría cuánto tiempo le tomaría volver a reunir las fuerzas para volver a escapar.

Así que sin importarle si chocaba contra alguien dio media vuelta sobre sus pasos con un resoplido y caminó sin rumbo entre la gente.

 

Aumentar pasos a su kilometraje le hizo pensar que pasar los días recostada en la cama o en el sofá le había dañado los músculos y que necesitaba volver a ejercitarse pues sus piernas no eran las mismas de antes. Tras ver tantas caras que nunca más volvería a ver, bajó el nivel de la música a apenas audible para conectar tímidamente con el exterior. Sonaban carros y el transporte público, pasos que vibraban al cruzar cerca de ella y voces graves y agudas que se llamaban. Sacó una exhalación y entre la ráfaga de aire se coló un pequeño gemido por el cansancio que le pareció poder escuchar sobre los audífonos y se sorprendió pues tras ello se dio cuenta de que no había escuchado su propia voz en días, que todas las conversaciones que creía haber tenido se habían dado en su cabeza.

Caminó un poco más rápido tratando de huir de esa abatida realidad y al cruzar con luz verde la calle notó haber llegado a una gran área verde que agrandaba considerablemente la cuadra que se extendía frente a sus ojos.

Era un sitio común de reunión y a pesar de estar abarrotado, cada grupo parecía estar interesado únicamente en sus propios asuntos.

Ante esta indiferencia de la multitud por su presencia le pareció buena idea darle un descanso a su agitado corazón.

Caminó bajo grandes árboles plantados estratégicamente uno lejos del otro, sus gruesas ramas se alzaban en lo alto y el follaje espeso actuaba como parasol. Le tomó solo unos minutos acostumbrarse a la vista y sintiéndose un poco más relajada aflojó el paso sin darse cuenta tras verse envuelta en la tranquila atmósfera del lugar; esto hasta que tuvo que esquivar con los reflejos de gato un pelotazo de un pequeño descuidado, que al recoger la pelota junto a sus pies se disculpó penosamente, y debido a que la visera aún le cubría medio rostro, el niño no supo si llamarla de "señor" o "señora" tras ofrecer sus disculpas y huyó apenado como un relámpago.

Al final de la cuadra que ocupaba el parque había una banca vacía, vieja y descuidada y al sentir que hacía par con ella optó por ponerle fin a sus pasos ahí. Se quitó los audífonos y dejó entrar la música ambiental de lleno. Tras escuchar gritos, risas, carros y pajarillos, se dio cuenta de que lo había extrañado. Recargó la espalda en el respaldo de la banca con los brazos cruzados en su pecho y echó la cabeza hacia atrás tratando de disfrutar de lo que se había privado por días.

Al estar tan alejada del centro del lugar donde la muchedumbre se había acumulado y los árboles habían sido estratégicamente plantados, en el asiento no daba la sombra de ninguno, pero su gorra aún hacía el trabajo de hacerla pasar por anónima y de protegerla del sol, así que cerró los ojos y estiró las piernas. Tras relajarse ciertos músculos de sus largas extremidades comenzaron a temblarle y brincarle involuntariamente como la carne frita en un sartén reafirmando así el pensamiento de tratar de ejercitarse más seguido.

Mientras intentaba comenzar a disfrutar un poco el exterior, de pronto un dolor agudo en la punta del pie izquierdo hizo que instintivamente subiera la pierna hasta que la rodilla le tocó el pecho y se enderezara del respaldo como un resorte, rechinó también como tal, y sin prevenir lo que se avecinaba, en menos de un parpadear, un golpetazo le voló la gorra de la cabeza.

Entre la perplejidad de los rápidos acontecimientos vio el cuerpo de una mujer encorvada que se sostenía con fuerzas del barandal de la banca, justo junto a ella. Lo miró por apenas unos segundos y dispuso la descripción de una joven de una edad y estatura similar a la de ella, delgada y estilizada. La miró y teniendo como prioridad conservar su espacio personal ante la emergencia, se deslizó en el asiento de la banca hacia el lado contrario de dónde la mujer se encontraba para poner distancia entre ambas.

- ¡Discúlpame, por favor! ¿Te he lastimado? ¡Dios, qué vergüenza!

El rostro de la desconocida brillaba por el sudor de un verano que muere con intensidad y unas finas mechas de cabello se le habían pegado a su frente. Era tal vez debido a la hora mágica del atardecer pero durante ese breve momento los suaves y anaranjados rayos de sol delinearon las facciones de su rostro y le pareció que era simplemente bella, fue incapaz de borrar en ese momento la palabra de su mente y mientras sus ojos temblorosos como su apresurado corazón osaban escanear a aquella desconocida, el adjetivo parecía tomar más fuerza. La línea de la mandíbula bien definida y una nariz perfilada, unos ojos grandes y de color avellana, un cabello largo y sedoso y sobre todo, un perfil que parecía haber sido sacado de la época renacentista.

La mujer la miraba apenada y preocupada y al agacharse para recoger la gorra que había volado de un fuerte manotazo vio la marca de tierra en el pie con el que había tropezado.

Se mantenía sentada sin decir palabra, sin quejarse, observando el lío en el que se había visto envuelta.

Entonces tembló y sucumbió ante el repentino tacto que la alcanzó.

La mujer que había tropezado con su pie le tomó la mano y la apretó y el roce de su piel con la de aquella extraña la instaló en modo piloto.

- ¿Te lastimé?

Quiso responder pero hacía días que no utilizaba las cuerdas vocales, así que solo se le trabó un grotesco gemido en la garganta. Su lengua no se movió, la boca se le secó y la abrió solo para que saliera por respuesta un ruido como el de un aparato roto que no da señal.

Hacía un tiempo ya que no recibía contacto físico, pensó. Darse cuenta de esto la hizo sentir un tanto patética, un tanto más solitaria y un tanto molesta pues aquella mujer se había permitido recordárselo, aquella que era no más que una simple desconocida se había atrevido a interrumpir el vínculo que trataba de crear con el mundo exterior, con su ser tal vez, de una manera tan torpe y brusca. Las orejas se le enrojecieron y su corazón se mantuvo acelerado, en el estómago tenía un nudo y fue entonces que aquella mujer llegó a repugnarle.

- Para cuando vi que tenías las piernas estiradas era muy tarde. Te ofrezco mis disculpas, por favor acéptalas. Estaba distraída.

La desconocida se encontraba en cuclillas frente a ella, a escasos centímetros, la miraba con la vista alzada por la diferencia de altura y esto le daba un aire de ternura y sumisión, como la de un cachorro que pide perdón a su dueño con la mirada tras ser regañado por cometer una fechoría. Los ojos de aquella mujer eran sinceros y serenos y al mirarla por fin cara a cara pensó que tal vez, si se hubieran encontrado con un humor y disposición diferentes, se hubiera ruborizado. Pero justo ahora sentía que un muro invisible se interponía entre ella y esos agitados sentimientos y esos ojos no alcanzaban a tocarla del todo. Le pareció que al encontrase en una mejor condición, esta escena que pasaba frente a ella como una narrativa ajena, la tendría abochornada y tartamuda.

Esta vez tragó saliva pero la garganta le carraspeó pues estaba seca y la primera consonante salió prolongada y retumbante como maquinaria vieja que la hacen trabajar sin antes aceitar.

- Nnno. No te preocupes.

Quería hacer y decir más pero no se sentía segura de moverse tras el repudio. La mujer, por el contrario, se había enderezado con la gorra que le había volado en mano y se la ofreció gentilmente no sin antes sacudir la suciedad que pudiera haber recogido.

- Discúlpame nuevamente por haberte molestado.

Su garganta empezaba a acostumbrarse a trabajar y su tono de voz ahora le resultó más familiar aunque aún metálico.

- Fue un accidente.

Pasaron los segundos como horas y vio a la mujer mojarse sus carnosos labios y apretarlos el uno contra el otro mientras desviaba la mirada con un parpadeo. Le pareció verla ansiosa y no dudó en que su tajante respuesta había sido la causante. El momento en que regresó la mirada vio en sus ojos el deseo de unas expectantes palabras que debido a su estado de mental y de ánimo no podía ofrecer. Se le cuarteó el corazón. Y entonces el aura que las envolvía se tornó incómodo e insoportable y parecía que de repente el suministro de aire en su burbuja se les había acabado y la única forma de salir con vida era si una de las dos la rompía.

La desconocida mujer fue quien decidió quitarle el sufrimiento al animal mal herido.

-  Bueno, no te quito más tu tiempo. Gracias por entender, te ofrezco una última disculpa y que tengas un buen día.

Aquel día no pudo responder más y vio a la mujer continuar con su camino mientras ella no tenía dónde ir. No quería regresar a casa pero tampoco quería seguir fuera. No quería torturarse pensando qué hacer. Pensó en la infinidad de escenarios, resultados y posibilidades que se hubieran creado si tan solo su espíritu hubiera tenido la energía de decir las palabras que creyó ambas deseaban en el fondo escuchar. Pero aquel día no podía hacer más, estaba realmente exhausta.

Agotó su batería intentando suprimir la tortura del “hubiera” y dejó que el atardecer se encontrara con ella en aquel parque. Pensó en que incluso cosas insignificantes llegan a pasar cuando te involucras con la vida y optó por recordar lo que había aprendido hoy para llevarlo consigo cada vez que lo necesitara.

Involucrarse con la vida para que cosas sucedan. Para no ser un objeto más que ocupa espacio en su habitación. Para ser un ser viviente.

Definitivamente se sentía un poco más viva a pesar de su pésima actuación.

Agachó la mirada y vio su pie izquierdo, tenía una terrible mancha de tierra debido al pisotón y si era honesta le dolía más recordar a aquella mujer que sus tullidos dedos.

 

Llegaba la noche que era aún más dura que el día y en el parque la gente desaparecía.

Se levantó por fin de su asiento y comenzó de nueva cuenta a dar pasos sin rumbo, a cada paso nuevo que daba la imagen de la mujer regresaba. Tenía fijada su imagen en la mente y a cada pantallazo de recuerdo su cuerpo reaccionaba. Sentía de nuevo el dolor en el pie, su mirada en la suya, el apretón en su mano. Recordó su rostro al devolverle su gorra y fue entonces que cayó en cuenta en que aquella extraña mujer le había visto despeinada y ojerosa. Se avergonzó. Trató de no castigarse pensando en que hubiera cuidado de su aspecto aquel día y se enorgulleció por al menos haber salido de casa, repitiéndose así misma que de todas formas no volvería a ver a esa mujer nuevamente en su vida.

La pequeña rutina, aunque un tanto incómoda, había sido de su agrado.

 

Cuando insertó la llave en el cerrojo de la puerta, entró con una semi dibujada sonrisa y agachó la visera de su gorra para que los muebles de su casa no la vieran. Vistió sus pijamas, guardó el celular bajo su almohada y se olvidó de los somníferos sobre la mesita de noche. Sus pesados párpados se cerraron de golpe.

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Comments

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Itaenylove
#1
Chapter 2: Sólo eso?????
¿Enserio? Por favor continúa plsssssss