único

Dos en la Ciudad [Taekook] [OS]

Al menos ellos se habían hecho cargo y me habían dado una estadía para el fin de semana que estaría varado en Seoul, más sin dinero para sobrevivir más de lo que debo no sabía con cierta exactitud cómo estaría estos días.

El hotel que me había traído donde se fue gran parte de mi dinero no era nada de tres estrellas, tal vez alcanzaba a ser una, pero esta tintineaba sin confianza alguna y sin mayor éxito entre los faroles encendiéndose por el crepúsculo. Un hotel donde al menos y si podría salir vivo de allí.

Dejé mi mochila en la cama medio hacer y mi pasaje de tren renovado en la mesa de noche junto a la lámpara que apenas iluminaba la habitación. Sacándome las zapatillas decidí conformarme con pasar la noche encerrado en las cuatro paredes tal vez entreteniéndome con la televisión o escribiendo una que otras palabras que tal vez me darían de comer al momento de llegar a mi destino, más no esperaba el cambio de que la luz se fuese.

Pude haberme frustrado, sin embargo sabía que no sería un buen día cuando se te pierde la valija y te cancelan el viaje por cuatro días seguidos por un accidente en las vías del tren; no fue de gran agrado enterarme de la noticia, más no me quedó mas que resignarme a la situación y utilizar la mala suerte a mi favor: Saldría unas buenas palabras de esto.

La luz se cortó y el cielo comenzó a oscurecerse; los días malos terminan como un día malo.

Regresé a colocarme mis zapatillas gastadas, y sin intenciones de llevar algo más salí del hotel en busca de algún despeje; me encontraba en el sector tal vez más desventurado de la capital y ya nadie podría robarme algo, sería un éxito total salir impugnado de allí, desapercibido sin la etiqueta de turista para que el día no termine peor de lo que era.

Y más no me esperaba que un castaño me pegase una cachetada.

Estaba drogado, o tal vez no mucho porque sus ojos no mostraban una pérdida total, sin embargo, me he confiado conque me había confundido con alguien ya que al instante comenzó a disculparse mientras tomaba de mis mejillas a su vez que se inclinaba reiteradas veces a la par que hablaba.

—Te invito a beber algo; conozco algo a la vuelta. —Ofreció, con un tono de voz tan profundo que sentí la piloerección en mi nuca.

—Está bien.

Descubrí en seguida esa cualidad tan sociable de él. Mirándome con pupilas dilatadas mientras conversaba tal vez del clima o tal vez del tiempo, preguntándome sobre si era extranjero o era un ciudadano corriente de la capital, contándome cómo él había crecido en el campo con sus abuelos y preguntándome si los míos estaban vivos y sanos porque los de él estaban muertos y enterrados.

—¿Wiski? —Ofreció él tras sentarnos en los suaves taburetes de un callado bar.

—No tengo dinero. —Respondí.

—Lo pago yo.

—No puedo aceptarlo.

—Está bien; compraré una botella para mí y si quieres puedes beber de ella.

Fue así cómo la primera acabó para darle paso a la segunda, soltando más la lengua a la hora de hablar.

Ahora conversábamos sobre el tiempo en nuestras vidas, contándole que yo iba en dirección al sur para publicar algún que otro libro mío mientras él me miraba con su mano apoyado en la barra, sabiendo el efecto que sus pupilas dilatadas causaban en mi lograban que mis manos comenzasen a sudar y uno que otro tartamudeo saliese sin querer de mis labios.

—¿Cómo te inspiras para la poesía? —Me preguntó mientras jugaba con los manís.

—Del corazón roto.

—¿Y no de un corazón sano?

—Siempre hay más que decir cuando sufres que cuando no.

Cerca de las nueve fue cuando el bar comenzó a llenarse de gente, pero el ameno ambiente se seguía manteniendo y nosotros dos ya bebíamos coca cola para pasar la borrachera mientras nos seguíamos engullendo en manís. Sonriendo por comentarios tontos o por palabras simples hizo que poco a poco la charla entre nosotros se apagase para darle paso a la contemplación, viendo las duras facciones de él mirando el vaso como si toda su desesperación se ahogase en el líquido oscuro.

—¿Y ese anillo?

Él levantó la mirada, tal vez no habíamos hablado en siete minutos y eso a él le sorprendió. Pero mi corazón latía desbocadamente, atento a una respuesta que me permitiría irme de ese lugar y regresar a mi hotel sin una gran historia que contar pero con grandes palabras de decepción que me podría servir para mi siguiente libro.

Más él sólo se limitó a mover su cabeza de lado a lado, captando que tal vez desde hace un par de minutos había música ligera sonando de fondo y que tal vez esa agradable melodía era su canción favorita gracias a sus pupilas dilatadas.

—Es de adorno. —Respondió él sin interés.

No le creí, pero sabía que él no querría que me fuese de su lado esa noche y, lo admito, yo tampoco quería acabar allí.

Volvimos a tomar wiski mientras se mantenía la charla sobre como él estaba terminando la carrera de sociología en la Universidad Nacional, sintiéndome por primera vez vacilante de la decisión por la que me había ido de casa; y con tan simplemente expresarle eso él se echó a llorar.

—¿Alguna vez fuiste feliz? —Me preguntó después de romperse. Había pasado nuestro cuarto de hora, pero aún sabíamos reír.

—No como ahora.

Vinculé sus labios con mi mirada. Él lo notó. No hice algún movimiento porque la charla seguía en su continuo, pero se me era extremadamente atractivo ver como los remojaba y soltaba una risa tranquila cuando yo los quedaba contemplando más de lo que ambos esperábamos.

La música de fondo dejó de sonar y yo lo invité al hotel; él me cuestionó sobre mis intenciones y yo le expresé el:

—Un asesino nunca revelaría sus poesías con sus víctimas.

Y él me respondió:

—Tal vez si lo haría con el fin de seducirme.

Y me arriesgué.

—¿Y funcionó?

Y simplemente entrelazó sus dedos con los míos.

De camino al hotel me di cuenta que el desventurado barrio no era tan malo, y que tal vez esas personas que reían sentados en la orilla de la calle estaban viviendo el tiempo de su vida, que la chica que pintaba los autos estaba expresando su arte y cómo una pareja corría tomados de la mano expresando su amor al otro con unas simples carcajadas.

También me di cuenta aún con su tacto que la estrella tintineante del hotel se notaba más de noche.

Cuando ingresó a mi hotel él se rio de lo desmantelado que era, le expliqué en las mismas carcajadas mientras me deshacía de mi parte superior cómo había llegado sin luz a la habitación. Él, imitándome en la acción expresó el cómo nunca había sufrido un corte de luz en su vida.

—¿Familia rica?

—Solamente rica.

Noté como con gusto se sacaba el anillo de su dedo anular y lo dejaba sobre mi pasaje de tren; saltó hacia mi colchón rebotando con gracia para acomodarse en sus rodillas y acercarme a él con la orilla de mi pantalón.

Me dejó un par de besos en mi abdomen mientras subía por mi pecho hasta mi cuello. El cosquilleo hizo que soltase un par de suspiros tranquilos a mi vez que acariciaba su castañéz con ternura, sintiendo como un montón de conceptos llegaban a mi mente para describir las sensaciones de simpatía que él me provocaba.

Pero sus pupilas dilatadas me hicieron olvidar mi nombre, su nombre, mi razón de estar, de ser y de existir, me hizo borrar el recuerdo de mi llegada, de su partida y de su razón para estar en la cama conmigo. Olvidando el dolor de no volver a verlo lo atraje hacia mi y fui más feliz de lo que esperaba, fui más inspirado de lo que esperaba y más deseado de lo que esperaba.

No nos dejamos ir ese fin de semana.

Mientras él dormía a mi lado lo relacioné con, tal vez algunos conceptos que conociéndolo se ofendería por lo explícito que era, pero su cuerpo y su ternura me hacía sentir tan vivo como cuando vivía de lo que sufría. Sintiendo como mi mente era apoderado por sus ojos y su tersa y morena piel que a medida que escribía se me hizo imposible no besar la morena espalda mientras acariciaba sus costados. Se despertó con tal vez un ronroneo para girar continuamente y expresando con su sinceridad:

—Debo oler mal, no te voy a besar.

Y las cuatro paredes que en un principio no fueron de buena suerte terminaron testificando acontecimientos que probablemente en su pasado había sucedido, pero asegurándome que nadie lo hizo como nosotros lo hacíamos.

No salimos ese fin de semana. Conversamos desde nuestro primer recuerdo hasta las lanas de nuestra frazada. Me alagó las palabras que desarrollaba en mi poesía y bromeó con querer convertirse en mi musa sin querer saber que ya lo era.

—Me apasiona la fotografía. —Me confesó. —¿Puedo fotografiarte?

Había visto a personas desnudas, había contemplado a personas desnudas siendo un completo ignorante ante cómo esas personas se habrían sentido ante mi mirada, pero al fin había logrado empatizar con sus sentimientos cuando él me fotografiaba con su celular, para luego sin pudor se unió a mi a las sesiones que terminaron en un video de cuarenta minutos de simplemente nosotros siendo irracionales.

Y  fue esa última noche donde cometí el error de besarlo sin saber que sería la última vez, creyendo ingenuamente que sería siempre así.

Lunes. Él se había ido y su anillo también.

Tal vez me emborrache esa noche, la verdad es que no recuerdo mucho y tampoco es como si quisiese hacerlo. Lamentándome por no haberlo abrazado más fuerte cuando caí dormido, o tal vez carcomiéndome el simple error de haber caído dormido cuando pude haberlo contemplado un tiempo más.

Quise borrar las tres páginas que le había dedicado, las fotos que él había sacado y las marcas que en mi cuerpo abundaban, más recordé en mi pasado antes de conocerlo que yo vivía escribiendo el sufrimiento, y fue allí donde comencé a narrar nuestra historia en simples palabras, como un cuento infantil donde finalmente él iba a su boda y era feliz con la persona que le esperaba en el altar, y tal vez esa noche de borracho escribí más mundos donde quedábamos juntos, gozábamos un poco más o simplemente él nunca me llegaba a golpear.

El martes llegué a la estación con un corazón partido, tal vez a media hora antes de partir el tren supe que tenía el tiempo suficiente para poder comprarme un café y disfrutar un poco más del aire de la capital y no irme con resentimientos, pero se me fue tan difícil tras recordar como la mayor parte de mi estadía la pasé encerrado en una habitación con una persona que se había robado toda mi existencia ante el más mínimo pestañeo suyo.

Fui débil, pero ya no había mucho que hacer.

Y cuando tomé el tren y me acomodé en mi asiento quise gritarle a la persona de al lado por haber interrumpido mi estado melancólico con un golpe con su bolso.

Y más no lo hice porque sus pupilas dilatadas me saludaron, su mano sin anillo me acarició y me sonrió.

—¿Qué tienes para ofrecerme? —Me preguntó. —Dejé a una persona que me aseguraba un futuro estable. ¿Qué tienes para ofrecerme?

—Letras.

—No podemos vivir de eso.

—¿Estás diciendo que estarás conmigo, con y sin sufrimiento?

Él sonrió. El tren comenzó a partir y él se acurrucó en mi hombro mientras yo simplemente lo rodeaba.

—Tengo un titulo universitario de sociología, ¿Crees que sobreviviremos con eso, JeongGuk?

Le sonreí.

—No subestimes el poder de mi poesía.

Porque ahora que estás tú, el recuerdo se convirtió en una cotidianidad inspiradora y en una historia digna de ser contada.

Donde fuimos tú y yo.

Dos en la ciudad.

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