Ese año fue trágico. Creo que ese adjetivo era adecuado para calificar el hecho. Como todos los veranos, mi familia y yo íbamos a pasar unas vacaciones en la Isla de Jeju. A papá le gustaba ese lugar para veranear y decía que era el más bonito del mundo. Ya había conocido otros sitios, pero ése encabezaba el puesto número uno para él.

Mis padres alquilaron un departamento a metros de la playa durante diez días. El tercer día que habíamos ido a bañarnos en el mar, a Hyo la picó un agua viva y mi madre le compró una crema que tuvo que aplicársela día y noche para calmar el dolor. Nunca olvidaré sus lágrimas cuando en su abrazo derecho apareció una roncha rojiza casi del tamaño de una nuez.

Un día antes de regresar a Haegang, le compramos un regalo al viejo Jinki. Habíamos escogido entre Hyo y yo, un pequeño frasquito que tenía un corcho en la punta y arena con caracoles (según conté eran seis) dentro de él. “Un recuerdo de la isla de Jeju” decía el cartelito agarrado con un ganchito. El vendedor lo envolvió en un papel de regalo color verde y lo llevamos a nuestro departamento.

Al día siguiente, tomamos el avión cerca de las cinco y media de la tarde para regresar. Aproveché para dormir un poco, ya que al llegar a casa, debíamos desempacar nuestras cosas y ordenar.

Cuando estábamos en el aeropuerto, un taxi nos recogió y emprendimos el viaje a casa. Mi padre iba sentado en el asiento del copiloto mientras que mi madre, mi hermana y yo en el de atrás.

Al llegar a unos metros de nuestra casa, pudimos ver que había patrulleros y unos oficiales parados haciendo notas y conversando entre ellos. “¿Pero qué pasó aquí?” preguntó el taxista bajando la velocidad hasta acercarse a un policía que le indicaba con la mano que siga hacia adelante.

−Están en la casa del señor Jinki.− dijo mi hermana observando al igual que yo.

−¡Dios mío! ¡Esperemos se encuentre bien! Seguro que le entraron ladrones…hay mucha inseguridad últimamente. – Comentó mi madre con una mano en su pecho por el susto que le ocasionaba.

El taxi nos dejó en nuestra casa y enseguida bajamos. Las voces de los policías se entremezclaban formando murmullos. Iban de aquí para allá haciendo su trabajo. Un hombre que no pasaba los cincuenta años, vestía un sobretodo negro y tenía un sombrero perfectamente colocado en su cabeza del mismo color. Llevaba un pequeño cuaderno en una mano y un bolígrafo en la otra. Se trataba de un detective.

Mi padre se acercó a él y le pregunto que fue lo que sucedió. Hyoyeon y yo estábamos tomadas de la mano y pude sentir como ella apretaba la mía más de lo normal, estaba muy asustada. Mi madre se puso detrás de nosotras y nos fue empujando hacia dentro de nuestra casa a paso apresurado. “Vamos niñas, no quiero que estén aquí” nos había dicho y al entrar, cerró la puerta.

− ¿Qué va a pasar nuestras maletas? Están en el taxi- Le dije y ella corrió la cortina para ver por la ventana.

−Iré a buscarlas y vuelvo. Ustedes se quedan aquí ¿Entendido? No salgan para nada.- Hyo y yo asentimos al mismo tiempo y cuando mi madre salió a buscar el equipaje, me fui a la ventana que daba hacia la calle y corrí la cortina. Tenía frente a mis ojos el panorama de lo que estaba sucediendo afuera: Algunos patrulleros estacionados con las luces encendidas, el señor que tenía la pinta de detective charlan