Buenas Noches

Buenas Noches

Luna llena en el cielo deja caer polvo sobre Seúl. Jungkook se encuentra solo en la casa. Y espera durante horas sin segundos que se dispongan a morir, espera por un mensaje, incansable espera por ella y una señal que le haga temblar las piernas de nuevo, que aprisione sus días, queme su cansancio, sostenga su aliento y rompa la insomnia que le acecha entre las sabanas en noches como esas, cuando abren las amapolas en los campos muy lejos de la luz y el ruido. 

Jungkook camina de lado a lado, rodeado por las hienas de sus miedos, lentamente corroído por la soledad. Sabe que no hay culpas, que son 3 semanas sin ella, que no va a volver, pero se siente mal, la situación no es como en las historias de puertos donde se abandonan los amantes, donde se espera eternamente; su cuento es corto donde no hay puerto, ni quien lo espere, lo abandone o lo recuerde, un náufrago sin tierra, un náufrago sin luna, muerte o estrellas.

La piensa y se desespera, se sienta en la cama a sostener su cabeza que amenaza con estallar sin misericordia sobre las paredes blancas, sonríe, llora un poco, golpea la pared, camina por la casa, cuál casa, no hay lugar donde no este ella, no hay donde se pueda derrumbar.

Decide salir a caminar, cuidando no perder la cabeza entre pasos, se da cuenta de que no hay ciudad a su alrededor, ¿dónde está la gente? ¿Quién se tragó el mundo? Camina en el polvo de Seúl y sus ojos se tornan azules atrapando la luna en el vacío de su pupila, el cielo lo observa y él se esconde de su insistencia. Camina ¿corre? ¿A dónde?
Al final llega a un callejón, que brilla por entre los ladrillos de las paredes, alguien lo sigue, y con frustración busca entre sus cuatro paredes, grita a todas las direcciones posibles, y recuerda que existe un cielo pero al mirar no hay ninguno. El aliento le falla, su sombra se dobla y se destalaya hasta la última pieza. Malogrado, a la deriva, corrompido, disipado. 

Comienza a cavar hasta poder enterrar cada letra, imagen, sonrisa, y emoción, sepulta cada detalle que ama, sepultarla. Cuando termina suda hielo cuyo centro arde, se angustia. Bajo la tierra ella sigue latiendo, riendo, cantando y la puede sentir cerca, dentro, fuera. No puede matarla, no puede olvidarla, no puede pulverizar cada pequeña fibra de sus ojos, no puede ahogar sus manos, no puede perderla.
Antes de que pueda respirar, la ve. Ve borrosas sus hermosas esquinas y los enigmáticas dobleces de su ropa, siente el suspiro del tiempo emanado de su cuerpo, maldice su pagana mirada, la herejía de sus encanto, el baile de sus pestañas, la inocencia de sus sombras y el sadismo en su belleza. Imposible. Imposible no odiarla, no querer destruirla, no borrar el peligro de su existencia, imposible renunciar la integridad de la realidad por sus pies sutiles y su sonrisa indescifrable. 

Jungkook detiene su desaparición y afirma el paso, reconstruye sus ojos del negro de la piedra, se blinda del filo en el frio de la noche. La odia. Explota, y sus venas, sangre, músculos fuera de lugar vuelan por el lugar deformándose, huyendo, cortando, rompiendo el aire hasta cerrarse en un pecho de hierro al vivo, eliminando el vértigo de la ocasión, golpeando sus manos hasta desgarrarlas y afilar sus huesos en garras, gritando hasta que el dolor desgarre su garganta, hasta que escupa bramidos y rechinen sus caninos ¡La odia! Y se le abalanza, arranca sus brazos, muerde sus labios, abre su pecho, corta su piel, hasta destruirla, hasta saciarse de su sufrimiento, hasta desaparecerla en su ira, hasta dejarla ir…
Jungkook no puede dañarla. Antes de cualquier estupidez de noches de luna llena, llega a ella cabizbajo, arrastrando los pies como puede, sin muchos sentidos y sede a lo sutil de su esencia, la abraza por un largo, largo rato, quizá llora y siente como ella tenue se mezcla con lo tibio que aún le queda, acaricia sus impávidos suspiros, sostiene sus temblores, inunda de leche con miel sus rincones y le besa, le besa como algo que no se describe, ni por dulce, ni por melancólico, simple, complejo, leve. Le besa y deja que sus mariposas muertas migren lejos de su neurótico estado, derrite sus nudos y desliza una curva pastel sobre sus mejillas. Ligera comienza a abandonar el suelo y sus piecitos desnudos dejan la tierra, ambos se apartan irremediablemente sin abandonarse. La luna con su fuego la hace titilar hasta que se pierde de vista y a pesar de ello Jungkook ríe.

Se siente un poco loco, la ciudad regresa a la vida pero lo ignora, piensa que quizá tiene fiebre, compra pastillas. Al llegar la casa sigue sola, y envía un mensaje sin esperar nada, se desploma sobre la cama llena de polvo de luna, pero no siente insomnia, ni mucho dolor, ni soledad, casi como si fuera una historia distinta, como las de las amapolas nocturnas que abren en los campos, muy lejos de la luz y el ruido.

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