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Cuidándote

C u i d á n d o t e
 



El día que Dayoung cumplió dieciséis, Papá le obsequió un precioso anillo de plata, con tres pequeños diamantes incrustados en él.

"Una persona que cambia la vida de alguien necesita un regalo que le cuente del mundo."— Le había dicho, dejando entre sus manos el pequeño estuche de madera que contenía tan preciado presente.

Cuánta razón tenía.


 

Nueve años tuvieron que pasar para finalmente poder entenderlo.

 

Una noche antes del día más importante de su vida, la ahora adulta Dayoung se encontraba nuevamente de frente con el estuche de recuerdos; acababa de caerse del estante donde permanecía mientras ella guardaba sus libros, por lo que ahora yacía en el suelo, con la tapa y el contenedor boca abajo, separados.

Asustada por lo sucedido, se apresuró a recogerlo, percatándose de que la base del contenedor se había desprendido de éste, dejando un hueco de madera blanca sin pulir... ¿Blanca? No, era una hoja fuertemente prensada en el interior de la cajita. La sacó con cuidado, desdoblándola y encontrándose con la descuidada caligrafía de Papá y las palabras que jamás ha podido decir.


De sus pocas sonrisas, de su falta de interés por la mayoría de las cosas existentes, de sus tardes solitarias fumando, de su constante mirada perdida.

De una mirada curiosa y de unas palabras sarcásticas, de café y de tinta, de explicaciones y de detalles, de soledad y de esfuerzo.

De un individuo sin rumbo, de un alma abandonada y de un nuevo ser que comenzaba a vivir.

De como un encuentro casual en una cafetería cambió la vida de tres personas.

 

El loco y el tonto se enamoraron en una situación adversa.

Pero, a pesar de ello, era amor del bueno.

 


Risas, colores, leche con chocolate, galletas, aventuras, sueños, metas. Los primeros pasos, las primeras palabras, los paseos y los cuentos para dormir, tantas cosas que jamás pensó experimentar...

... Pero lo adverso se convirtió en trágico cuando el villano inesperado apareció en el cuento para deshacerse del héroe. El momento y el lugar equivocado, una pelea en vía pública, disparos, gritos, mucha sangre, la piel blanca palideciendo, unas palabras queditas, una eterna sonrisa.

 

Y, tan rápido como inició, la historia llegó a su fin.

 



Los planes cambiaron. La fuerte determinación superó el dolor de la pérdida, porque ese pequeño rostro le instó a hacer lo inimaginable. Los papeles de defunción quedaron listos casi al mismo tiempo que Kim Jongin se convirtió en el tutor legal de, ahora, Kim Dayoung. Inesperadamente, el hijo pródigo volvió a casa con una niña en brazos, diciendo que era suya y dispuesto a hacer lo que fuera para darle un mejor futuro.

Y así terminó casado con la chica que sus padres siempre quisieron para él, con los esperados nietos, la casa de ensueño y la vida perfecta de la que pasó huyendo toda su vida... Todo lo que Dayoung merecía tras haber perdido al padre que la amó y la protegió, incluso antes de nacer, de una madre desinteresada que cometió el error de enamorar a alguien tan sensible, testarudo y determinado como fue Do Kyungsoo.

La persona por la que Jongin había aprendido a ser paciente, a ceder y a ser correcto; alguien que lo había dejado con su inmensa desolación y una preciosa criatura que no era más que una víctima de las circunstancias empeñadas en no dejarles estar juntos mas que el tiempo suficiente para aprender a perdonar, a creer y a vivir.

Dayoung creció, sonriente y preciosa, junto a una madre amorosa, unos hermanitos que protegía a más no poder, y un padre con el corazón eternamente triste y un anillo que guardaba la propuesta de amor eterno que jamás llegó a ser escuchada.

 

El anillo de Jongin, de Kyungsoo y de Dayoung.

 



El anillo no contaba cualquier mundo, si no que contaba ese mundo, su mundo.
 

Un mundo de tres que drásticamente se convirtió en un mundo de dos.

 



Esa noche, ella durmió con lágrimas en sus ojos y una sonrisa en sus labios. Finalmente sabía quien era el joven de grandes ojos que le daba un beso en la frente y la arrullaba para que se entrara al mundo de los sueños.



Horas después, las enormes puertas se abrieron dejando entrar a la novia más hermosa que cualquiera hubiera visto. Lentamente comenzó a avanzar sobre el largo pasillo de la catedral, tomando a su padre del brazo. Los corazones de ambos latían desenfrenadamente por ese momento tan importante. Antes de lo esperado, llegaron al altar. Dayoung se giró hacia él, abrazándolo con fuerza, dándole un beso en cada mejilla.

—Papá, yo sé, por fin sé, lo difícil que todo esto fue para ti. Gracias por estar ahí para mí, por no abandonarme, por luchar...— Ella sonrió, con los ojos llenos de lágrimas. —Prometo hacer lo mismo. Por ti, por mí...— Se llevó la mano a su cuello, haciendo brillar los diamantes del anillo que ahora llevaba como collar. —Por él.

Jongin lloró, lloró lo que por veintidós años no pudo llorar. Lloró durante los votos, lloró cuando ambos aceptaron, lloró un poco más cuando el sacerdote los declaró marido y mujer.

Fue sólo hasta ese momento que se convenció a sí mismo de que hizo lo correcto todo ese tiempo.

El calor rodeó todo su cuerpo, un par de brazos lo sostenían por detrás, y un rostro en su espalda, sollozante, le agradecía el amarle tanto como para haber hecho tanto por su niña.


 

Finalmente, estaba en paz.


 


A/N: Esto es redepresivo, pero, heeeeey, tiene un final feliz. :D

......


Los comentarios son siempre bien recibidos, muchas gracias por leer.

 

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