A sorta fairytale

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Cho KyuHyun era tu típico nerd con estilo, ese que siempre estaba al tope de sus clases, el niño modelo a quien todos los chicos admiraban y que hacía que las chicas soltaran suspiros con sólo verlo caminar por los pasillos de la más prestigiosa universidad de Seúl. Era alto, tenía los cabellos castaños un tanto revueltos, labios gruesos y mirada penetrante. No era muy adepto a los deportes y era parte del club de canto (en el cual su voz suave y profunda resaltaba por sobre las del resto).

Sí. Se podría decir que la vida era buena para KyuHyun, pero tampoco podía disfrutar tanto de su fama ya que simplemente lo de socializar y ser amable y atento no era lo suyo. Lo suyo eran las miradas frías y la soledad, ya que eso era todo lo que conocía.

Sus padres eran empresarios exitosos y se pasaban más tiempo de viaje que en su casa. Siempre había sido así y KyuHyun estaba acostumbrado a ese estilo de vida en la cual su única compañía era su hermana mayor, Ahra.
Ese era Cho KyuHyun, pero así y todo era popular (¿o era eso mismo lo que lo hacía popular?) y la gente se sentía atraída hacia él.

Lo que nadie sabía era que, muy en el fondo, KyuHyun guardaba un secreto; uno de esos que todos guardamos celosamente y que válgame Dios si alguien fuese a enterarse porque llovería al revés y las vacas volarían.

KyuHyun jamás se lo había dicho a nadie y no pensaba hacerlo nunca porque, si bien no lo podía evitar porque formaba parte de sí, era demasiado vergonzoso. Ya podía imaginarse los comentarios circulando por los pasillos si saliese a la luz, porque no era todos los días que te enterarías que el ‘ídolo’ de la universidad, el niño modelo, frío como el hielo y lobo solitario era en realidad un romántico empedernido.

Ese  era Cho KyuHyun, el que nadie veía, y que creía en el destino y en encontrar a su otra mitad, a su alma gemela, en un momento maquinado por las fuerzas de la vida para acercarlo al amor eterno y al vivieron felices para siempre. 

No, KyuHyun jamás dejaría que la gente se enterara, y no sólo porque se avergonzara, sino porque —y esto no era un secreto—, KyuHyun, además de ser un romántico empedernido, era gay.

Y se había dado cuenta. ¿Su ‘felices para siempre’? No existiría porque, seamos sinceros, eso sólo existía en los cuentos de hadas… no, existía en los cuentos de hadas cuando el chico y la chica se encontraban tras tantas penurias. Sí, chico y chica. Nunca, chico y chico. ¿O alguien había escuchado alguna vez que el príncipe Eric de La Sirenita tuviera un felices para siempre con el príncipe Felipe de la Bella Durmiente? KyuHyun ciertamente no lo había escuchado y estaba cien por ciento seguro de que no lo escucharía ni en un millón de años.

Por eso mismo KyuHyun simplemente soñaba con encontrar a su media naranja en algún momento a sabiendas que era sólo un sueño.

Lo que KyuHyun no sabía ese lunes en el que iba de camino a la universidad como tantos otros días rutinarios y monótonos, era que la vida de hecho sí estaba maquinando algo para él.

Ignorante de que los próximos sucesos cambiarían su día (y por qué no su vida y su forma de ver las cosas), KyuHyun se paró en el andén a esperar el subterráneo. Su auto se había rehusado a arrancar; pensó en pedirle a su hermana que lo fuese a dejar a la universidad sólo para encontrarse con que ya se había ido. Sin más alternativa, KyuHyun se dirigió a la estación de subte más próxima. 

Ese fue el primero en una serie de eventos que lo guiarían a quién sabe dónde.

Cuando el subte llegó, él junto con toda la gente que esperaba entraron apresuradamente al vagón más próximo — en su caso, el número 7—, y KyuHyun fue lo bastante afortunado como para encontrar lugar donde sentarse. Claro que su suerte no duró demasiado cuando, a último momento antes del cierre de las puertas, una señora mayor (muy mayor), entró al vagón y se paró a su lado. KyuHyun, obviamente al ser un chico educado, se levantó y le cedió su asiento, el cual la viejita aceptó agradecida, alabando a KyuHyun porque ya no se ven chicos con buenos modales como usted por la vida.

Ese fue el segundo eslabón en su cadena de sucesos.

Lamentablemente no había salido favorecido con el intercambio de lugares, porque el espacio que había ocupado la señora era demasiado reducido para alguien con el metro ochenta de KyuHyun; por eso mismo, no le quedó más opción que acomodarse un poco más hacia el medio del vagón, dónde vio estaba más desocupado.

Entre la gente y tratando de mantener el equilibrio sin golpear ni molestar a nadie, KyuHyun se abrió paso hasta su destino. Y venia bien, hasta que el tren viró repentinamente, haciendo que KyuHyun perdiera el balance y fuese impulsado hacia su derecha tan repentinamente que no había tenido oportunidad de agarrarse de las barras sobre su cabeza.

Ese fue el tercer y definitivo evento en la lista.

Como acto reflejo, KyuHyun se había aferrado a la persona más cercana a él, justo cuando había llegado a su lugar de destino. Cuando hubo recuperado el equilibrio, el de pelo castaño y —ahora más—revuelto, se volvió hacia el chico del cual se había agarrado como si su vida dependiese de ello y se disculpó haciendo una pequeña reverencia, puesto que seguía sin tener demasiado espacio.

—No hay problema —aseguró el chico y, a pesar de que KyuHyun no estaba mirando, pudo notar la sonrisa en la voz del otro.

KyuHyun entonces levantó la mirada para que sus ojos se encontraran con aquel que le había servido —involuntariamente— de soporte y se sintió transportado a otro mundo. 

El chico que lo miraba a los ojos y con una sonrisa en el rostro tenía los cabellos de un negro intenso, la piel blanca como la porcelana y labios del color de las rosas del jardín de su casa; ambos parecían ser demasiado suaves como para pertenecer a un chico, lo cual notó sólo porque llevaba ropa de hombre (y lo cual estuvo incluso a punto de refutar al ser más bajo que KyuHyun y llevar una remera rosa).

No había sido como en los cuentos de hadas. No habían volado pétalos de flores a su alrededor y no había visto ningún destello provenir de aquel chico que ya comenzaba a mirarlo raro por la expresión atónita que se había abierto paso sobre el rostro del más alto. No.

Había sido más la sensación de presión en el pecho (de la buena; no de la que te avisa que estás teniendo un paro cardio-respiratorio y que necesitas gritarlo con urgencia para que alguien te llame asistencia médica), las mariposas en el estómago (las cuales KyuHyun se daba cuenta recién que no sólo ‘revoloteaban’, sino que hacían una jodida fiesta en su interior), la sequedad en su boca (la cual trataba por todos los medios de atribuir al susto de casi caerse) y el rubor en sus mejillas (por el que obviamente había culpado a lo lleno que estaba el vagón y ¡¿por qué jodidamente hacía tanto calor cuando estaba el aire acondicionado encendido?!).

Definitivamente no había sido como en los cuentos, pero KyuHyun no se había sentido por eso menos afectado. Él creía, de verdad que creía en que había alguien así como su alma gemela en el mundo, realmente creía en el amor a primera vista y en encontrar a su media naranja, sólo que no creía en que él fuese a encontrar a la suya.

El extraño, se dio cuenta KyuHyun, lo seguía mirando y esperando —¡santo cielo!—, una respuesta por su parte. Al no recibir indicios de una contestación inminente, el chico volvió la vista hacia el frente.

El más alto aprovechó entonces para apreciar el perfil perfecto de su alma gemela —KyuHyun estaba seguro de que lo era—, buscando la manera, ahora que había salido del su estupor inicial, de entablar una conversación con él y sacarle por lo menos su nombre.

Bien, no se le ocurría nada porque al parecer, esto de encontrar al hombre de tus sueños venía acompañado de lapsos de estupidez a los cuales KyuHyun, al ser un nerd, no estaba acostumbrado. Por lo tanto hizo lo único que podía hacer: volver a disculparse.

—De verdad lo siento —dijo con un dejo de esperanza de no sonar repetitivo y molesto. Al parecer no fue así porque el chico lo volvió a mirar con una sonrisa.

—No te preocupes, de verdad —volvió a asegurar el más bajo—. Cuando viajas todos los días en el transporte público, pasan cosas como estas todo el tiempo. 

—¿Viajas todos los días por acá? —preguntó curioso KyuHyun. Era obvio que la respuesta era sí, el chico lo había implicado claramente, pero el más alto necesitaba mantener la conversación.

—Sí, todos los días a la misma hora —contestó—. Tengo que llegar de alguna manera a la universidad y este es el medio más rápido —dijo mientras se tallaba el ojo con la mano derecha, ya que la izquierda la usaba para mantener su mochila sobre su hombro.

Cuando KyuHyun estuvo a punto de preguntar a qué universidad iba, el tren volvió a dar un giro brusco, esta vez enviando al pelinegro, que no se estaba agarrando de nada, contra el más alto, quien lo atajo antes de que pudiese terminar en el piso.

KyuHyun, a pesar de estar en un vagón de subte lleno de gente, por esos momentos en el que tuvo al pelinegro entre sus brazos, sintió que estaban solos y que nunca se había sentido más cómodo con nadie. Era como si sus cuerpos encajaran de una manera perfecta; como si sus cuerpos estuviesen hechos el uno para el otro.

El pelinegro levantó la vista hacia el rostro del más alto y le agradeció con una sonrisa, separándose de él y soltando de paso el comentario de ¿Ves? Siempre sucede lo mismo.

—Tie-tienes razón —tartamudeó y rezó porque no se notara mucho el leve rubor que se había instalado sin permiso en sus mejillas, mirando de paso a su alrededor, por si tenía tan mala suerte de ver a alguien de su universidad (aunque cuando lo pensó mejor, no les prestaba la suficiente razón como para recordar sus rostros) —Y ¿a qué universidad vas?

La respuesta del pelinegro lo dejó sin habla, puesto que iba a la misma universidad que KyuHyun. El nombre se había deslizado cual seda por esos labios hermosos y por más que estos hubiesen distraído al castaño en un principio, lo había escuchado claramente. KyuHyun siguió mirando al otro mientras seguía hablando.

—Estoy en mi tercer año ya. Teatro —escuchó el más alto a través del sonido propio del transporte— ¿Tú? ¿También estudias…? —el pelinegro dejó la pregunta colgando, instando al otro a completar la frase.

—KyuHyun —completó este, un tanto alegre porque, uno, el otro quería saber su nombre y dos, porque así podría preguntarle el suyo sin parecer extraño.

—Mucho gusto, KyuHyun. Mi nombre es SungMin —dijo mientras le estiraba brevemente la mano para que KyuHyun se la estrechara.

—Igualmente —contestó y no pudo evitar confirmarse mentalmente que sí, la piel de SungMin (lindo nombre por cierto), era tan suave como parecía —.Yo también estudio allí. Ingeniería en sistemas.

—¿En serio? —preguntó SungMin un tanto sorprendido. Que raro que nunca te haya visto… —comentó más para sí que para el otro.

SungMin miró hacia la ventana otra vez y repentinamente tomó de la mano a KyuHyun, tirando suave, pero firmemente de él, y KyuHyun no pudo evitar preguntar (si bien no le importaba dejarse arrastrar por el más bajo), qué sucedía. 

—¿Seguro que vamos a la misma universidad? —el pelinegro lo miró entre inquisitivo y curioso— Ésta es nuestra parada.

KyuHyun quiso darse la cabeza contra la pared más cercana por haber quedado como un estúpido.

—Ah… tienes razón… —dijo tratando de salvaguardar algo de orgullo, pero fallando miserablemente.

—Eres muy gracioso —dijo SungMin volviendo a sonreírle y KyuHyun sintió que su día era un poco más alegre.

Sin que KyuHyun lo notase, SungMin lo había arrastrado hasta la salida de la estación. La brisa soplaba suavemente, pero lo suficientemente fuerte como para revolverle los cabellos a SungMin.

—Bueno, acá nos separamos —declaró el más bajo, y ante la mirada confusa y… ¿decepcionada?, del más alto, SungMin agregó—. Hoy me cancelaron el primer módulo, por lo que debo ir a otro lado.

SungMin le regaló una última sonrisa y levantó sus manos, las cuales estaban aún entrelazadas, para que quedaran a la vista de ambos y le dirigió a KyuHyun una mirada traviesa y un ¡oops! Lo siento, antes de soltarlo, despedirse y emprender camino hacia el lado contrario de la dirección de la universidad.

KyuHyun se quedó un porco atontado y, cuando notó que el chico se estaba yendo (¡Carajo! ¡No le pedí su número!), le gritó a la espalda.

—¡Espero verte otra vez!

—¡Yo también! —dijo volteándose brevemente.

KyuHyun suspiró. Aún estaba seguro que no tendría su final de cuento de hadas, pero se encargaría de conseguir y mantener a su alma gemela junto a él por siempre y así intentar buscar ese ‘felices para siempre’.

Mientras veía a SungMin perderse en la lejanía, su otra mitad (ya no había dudas) llegó a una conclusión. Sí, con una especie de cuento de hadas se conformaría.
 


... y vivieron felices por siempre(?).
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