#9095

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Era otro día más en su agitada vida, pero era lo que él había elegido. Había logrado su sueño de ser un cantante de fama internacional, tenía miles de fans, no sólo en Corea, sino que también en el resto de Asia. Recientemente había terminado la gira de su tercer álbum en 30 ciudades y su cara era la imagen de los productos mejor vendidos. Así es, su vida era un sueño; Lee Sungmin era en sí un sueño.

Sea como sea, dentro de su vida color de rosa había momentos en los que odiaba ser él. Y en ese preciso instante estaba viviendo uno de aquellos momentos. Estaba sentado en la parte de atrás de su auto último modelo; vestía una camisa de seda blanca, una chaqueta de vestir negra y unos jeans del mismo color. Se veía realmente atractivo, y podría decirse que hasta lucía y sino fuese por la cara de pocos amigos que llevaba. Tenía el codo sobre el apoyabrazos de la puerta, con su mano se sostenía la cabeza y tenía la vista perdida en el paisaje nocturno que pasaba rápidamente por su ventana. Las luces de la noche se reflejaban en sus ojos color chocolate, y su pelo negro se removía por la brisa que entraba.

—¿Me podrías decir otra vez por qué tengo que ir? —le dijo a su manager, que era quien conducía, en un tono que denotaba todo su fastidio.

—Ya te lo dije —le contestó su manager sin despegar la vista del camino. Era un hombre de unos 35 años, pelo castaño y mediana estatura—. Es una fiesta muy importante; el anfitrión es el dueño de la compañía productora más influyente del país, y te ha invitado personalmente. Si aprovechamos bien esta oportunidad, podrías firmar un contrato con ellos y así incrementar aún más tu fama. Serías conocido no sólo en Asia, sino que también en el resto del mundo. Te convertirías en una estrella internacional —dijo emocionado el manager.

—Está bien, lo entiendo, pero no podrías haber asistido sólo tú. Con tu presencia creo que hubiese sido más que suficiente; además sabes que no me gustan este tipo de fiestas, me aburro —dijo Sungmin, aún mirando por la ventana.

—No hubiese sido lo mismo. Tienes que dar una buena impresión, sino, adiós a nuestra oportunidad —dijo en tono reprobatorio el mayor—, así que más te vale que cambies esa cara, que hasta a mí me espantas.

—Haré lo que pueda… —replicó el pelinegro, pero su expresión de hastío no cambió.

Siguieron su camino y el paisaje nocturno de la ciudad fue desdibujándose, dando paso al campo abierto. Eran las 9:05 cuando el auto en el que viajaban cruzó las rejas de la propiedad.

Era una mansión enorme en el medio de la nada. El antejardín tenía el tamaño de una cancha de fútbol; justo en el medio se erguía una gran fuente que dividía el jardín en dos y a ambos lados se podían ver árboles y diferentes tipos de flores; Sungmin conocía algunas, pero había otras que él jamás había visto. El camino por el que iban llegaba hasta la fuente para luego bordearla y seguir hasta las puertas de la casona.

Era magnífica; no había otra palabra para definirla. Era antigua, y tenía muchas ventanas; a pesar de los años se veía cuidada y la rodeaba un aire misterioso.

Cuando llegaron a la entrada, un valet le abrió la puerta para bajar del auto, lo cual hizo al tiempo que le agradecía. Cuando el manager estuvo al lado de Sungmin, le entregó las llaves al valet el cual ingresó al auto y se lo llevó para estacionarlo.

—Bueno… eso sí que es un lujo —dijo el mayor de los dos, al tiempo que caminaba hasta la puerta seguido por el pelinegro.

Las puertas se abrieron y casi se deslumbraron a causa de la luz. El salón al que habían ingresado parecía sacado de las películas antiguas que Sungmin había visto, de esos con candelabros enormes y pisos resplandecientes. Era realmente hermoso e increíble. El pelinegro salió de su ensimismamiento cuando un hombre mayor, de unos sesenta años se les acercó, dándoles la bienvenida.

–Bienvenidos. Realmente es un gusto que pudieran acompañarnos hoy —dijo el hombre mientras estrechaba la mano del manager y de Sungmin respectivamente.

—El gusto es nuestro señor Jung. Muchísimas gracias por su invitación —dijo el castaño haciendo una venia.

—Sí, muchas gracias —repitió Sungmin poniendo su mejor sonrisa de negocios. “Por lo menos parece simpático”, pensó.

—No hay por qué. De verdad tenía que conocer a la persona que tiene al 90% de las jovencitas –y otras no tan jovencitas– a sus pies —dijo con una sonrisa de oreja a oreja, y el pelinegro no pudo más que sonreír con él—. Espero que se diviertan.

—Por supuesto señor Jung.

Luego de aquel intercambio de agradecimientos, Sungmin fue a sentarse a una mesa, la más cercana a las enormes escaleras que conducían al segundo piso. Su manager lo siguió sólo para decirle que tratara de comportarse mientras él iba a hablar con el señor Jung, quien era el anfitrión de la fiesta y dueño de la productora. Habiéndole dicho eso, se fue tras el hombre mayor.

“Genial”, pensó Sungmin. “Encima que me trae a la fuerza hasta acá, me deja solo”. Un mayordomo se paró a su lado y le ofreció una copa de vino, la cual el pelinegro aceptó gustoso. Tenía que admitirlo, sentía debilidad por aquel líquido bordó, y en cierta manera, poder tomar un vino tan fino hacía que haber ido a esa fiesta no resultara tan malo.

Estaba en su rincón, observando a todas las personas que habían asistido a la dichosa fiesta, y podía darse cuenta de que todos eran famosos o importantes. Esa era otra de las cosas que le molestaban en su vida de ensueño; el hecho de que el ambiente en el que se movía, estaba cargado de falsedad. En ese salón, a cada lugar que lo llevaban sus ojos, se encontraba con una sonrisa falsa, con gestos falsos, con gente falsa.

Realmente odiaba eso, por lo mismo prefería no asistir a esas fiestas. No soportaba mezclarse con ese tipo de gente, motivo por el cual pensaba quedarse sentado en su rincón y si pasaba desapercibido, mucho mejor.

La fiesta siguió avanzando, y a eso de las 12 de la noche, y cuando iba ya por su cuarta copa de vino, se sintió observado. Era una sensación extraña, pero al mirar a su alrededor, todos los invitados estaban enfocados en sus conversaciones y nadie le prestaba atención a él; pero la sensación se mantenía.

De repente, divisó el origen de esa mirada. En la mitad de la escalera, desde el descanso de la misma, un gato negro lo observaba. Estaba ahí, quieto y con sus ojos grises clavados en Sungmin. Eran una mirada solitaria y el pelinegro no pudo más que sentir empatía; él mismo se sentía así: solo. A pesar de haber cumplido sus sueños, siempre sintió que algo le faltaba, pero no sabía qué.

Sungmin, con su cuarta copa aún en la mano, subió la primera tanda de escalones hasta el descanso y se puso de cuclillas frente al gato, que no se había movido de su lugar. Extendió la mano que no sostenía la copa y acarició la cabeza del gato. El animal no había apartado la vista de él, y ahora lo miraba a los ojos.

—¿Estás solito? —preguntó el pelinegro en un susurro, como esperando que el gato le contestara— Yo también; estoy abandonado en una isla rosa rodeado de un mar de falsedad —dijo con la mirada triste, depositando su copa en el piso.

En ese instante, el gato ronroneó, se giró, y corrió escaleras arriba despareciendo al momento de cruzar la puerta abierta que era la entrada al segundo piso.

Instintivamente Sungmin corrió tras de él, atravesando la misma puerta que segundos antes había atravesado el gato, y miró para todos lados buscando al animal, al cual vió caminando por el largo pasillo.
 

~♦~
La guía que pareciera estar obligada a dirigirnos dice "Por aquí"
Enciende la luz de un pasillo muy largo, dice "Rojo a la izquierda"
Una puerta destruida, flores artificiales en el suelo
Pasa pegada a la pared, como si necesitara energía de ella.

~♦~


Sungmin miró hacia la puerta a sus espaldas indeciso; no debería andar husmeando por ahí, pero estaba demasiado aburrido en la fiesta, por lo que optó por cerrarla y seguir al animal. Lo vió unos metros más adelante devolviéndole la mirada. ¿Acaso lo estaba esperando? No podía ser… las copas de vino de más lo estaban afectando. 

El gato siguió caminando por el pasillo y en un principio, el pelinegro pensó en correr hasta donde estaba, pero se contuvo; no quería asustarlo, por lo que lo siguió a una distancia prudente. Podría parecer loco, pero podría jurar que el animal quería que lo siguiera; cada vez que Sungmin se quedaba mirado alguno de los cuadros en la pared –que debían tener por lo menos cien años–, o se acercaba a la ventana para admirar la hermosa luna llena, cuya luz reflejada en el oscuro cielo llenaba de un manto azulino todo a su paso, el gato dejaba de avanzar y volvía a emprender la marcha sólo cuando Sungmin volvía a posar su vista en él.

El lugar parecía un laberinto y ya había perdido la cuenta de cuantas veces habían doblado para tomar otro pasillo. El pelinegro pensaba que pronto ya no sabría cómo volver, y cuando estaba a punto de volver sobre sus pasos hacia el salón de fiestas, vió que el gato se detenía frente a una puerta

Sungmin se acercó al lugar dónde estaba el animal y su vista viajó de éste último hasta la puerta. Era antigua pero a la vez imponente, y tenía unos arabescos tallados sobre la madera color caoba, así como también un número: 9095. El pelinegro bajó su vista hacia el gato, pero éste había desaparecido sin dejar rastro.

Pensó en irse. Pensó nuevamente en volver a la fiesta, pero esa puerta lo llamaba. No; lo que había en su interior lo llamaba. 

Y la abrió.
 

~♦~
¿A dónde vas? 
Yo te espero en esta silla, no abras los ojos hasta que cuente hasta 7.

~♦~


Lo primero que vió fue la luna llena a través del enorme ventanal que ocupaba toda la pared contraria a la puerta, y a pesar de ser pasada la medianoche, la luz que ésta emanaba le permitía ver perfectamente bien todo en esa habitación. Era espaciosa, tenía una alfombra de un rojo intenso en el piso, entre la puerta y un enorme escritorio. Las paredes de ambos costados estaban cubiertas por unos estantes llenos de libros, algunos de ellos parecían muy viejos; sobre el escritorio había unos cuantos papeles, pero aparte de eso, todo estaba en completo orden.

De pronto, algo le llamó la atención. Había una gran silla entre el escritorio y el ventanal, pero esta tenía el respaldo hacia la puerta, por lo que Sungmin no veía si había alguien sentado… pero lo sentía.

Involuntariamente dio dos pasos hacia el interior y dio un salto cuando escuchó el portazo que dio la puerta al cerrarse. Se giró por completo hacia la misma e intentó abrirla, pero estaba cerrada; el chirrido que emitió la silla al girarse hizo que frenara todo movimiento. 
 

~♦~
Pret un, el rocío de la noche en tu cuello, tanto que te ha quitado la voz.
Deux, desde la envoltura de chocolate entre tus dedos.
Trois, la araña con su tela enreda y enreda así, continuamente
el reloj de arena que comienza retroceder hasta el 9095.

~♦~


—Pero qué tenemos aquí… —dijo una voz a sus espaldas. 

Era una voz ronca, suave y sensual; era misteriosa y a la vez conocida. El escucharla había hecho que un escalofrío le recorriera de pies a cabeza, le había cortado la respiración y había hecho que cada terminación nerviosa de su cuerpo se pusiera en alerta.

Volvió a escuchar el chirrido de la silla, y luego el sonido de pasos acercándose hacia donde estaba, sin embargo Sungmin no podía moverse; seguía congelado en su posición y sus manos seguían aferrando la manija de la puerta. Podía sentir los latidos se su propio corazón taladrándole los oídos.

Los pasos se detuvieron justo atrás de él, pero fue incapaz de voltearse. Sentía terror y a la vez emoción. El cerebro de Sungmin estaba trabajando a mil por hora, tratando de hacer que su cuerpo se moviera para así poder salir corriendo, pero sin éxito.

—Un conejito perdido… —susurró aquella persona en su oído y el pelinegro creyó que se desmayaría; acto seguido vió como un par de manos lo rodeaban por la espalda, tomando las suyas y separándolas de la manija de la puerta. Ese contacto lo hizo despertar por unos segundos de su trance, segundos en los cuales logró voltearse completamente, sólo para volver a caer en un hechizo. Ya no lo provocaba su voz, sino sus ojos.

Eran tan negros y profundos como la noche; parecía que te arrastraban dentro de sí y que podían ver a través de tu alma, dejándote completamente desnudo. Y no sólo eran sus ojos, todo en ese hombre parecía arrastrarte hacia él: su pelo negro azabache reflejando la luz de la luna, su piel blanca como la nieve, sus labios rojos y definidos.

Aquel hombre posó una mano en la puerta, al costado de la cabeza de Sungmin mientras que acercaba la otra al rostro del más bajo y delineaba la línea de su mandíbula. Sus miradas no se apartaron un segundo de los ojos del otro y Sungmin creía que pronto las piernas no lo sostendrían. 

Ese hombre era como de otro mundo; las sensaciones que despertaba en el más bajo eran contrastantes: alegría, tristeza, terror, placer, rechazo, atracción. Se sentía sobrecargado por tantas emociones. El más alto volvió a acercar sus labios al oído del más bajo.

—¿Acaso no sabes que es peligroso rondar por lugares desconocidos? Te puede salir un monstruo —susurró, y Sungmin tragó fuerte para encontrar su voz; tenía que lograr alejarse de ese ser.

—Y-yo sólo… —su voz había salido en un suspiro lastimero. Ese hombre lo tenía totalmente hechizado; lo tenía bajo su control. Su sola presencia le impedía pensar con claridad, sus sentidos se veían nublados por su aroma; lo tenía tan cerca…

El más alto soltó una risa por lo bajo y se separó de la oreja del cantante para volver a mirarlo a los ojos. En ellos podía ver arremolinados todas las emociones que experimentaba el más bajo. 

—Ahora no hay excusa que valga. Los conejitos traviesos merecen un castigo —volvió a susurrar, ganándose una expresión de pánico por parte del pelinegro, mientras que la mano del de ojos negros bajaba lentamente desde la mandíbula de Sungmin, pasando por su cuello, llegando hasta el pecho, tocando todo a su paso—. ¿No lo crees así… Sungmin?
 

~♦~
El sonido hace eco a lo largo del pasillo ¿nos conocemos?
"El azul a la izquierda del rojo"
el ángel de alas oxidadas, el sueño de ayer ha sido aplazado
ocultando sus ojos de la dirección de los aplausos

~♦~


El aludido se tensó. Ese hombre lo conocía, sabía su nombre… pero ¿por qué? Él jamás lo había visto, pero la manera en que había pronunciado su nombre hizo que lo embargara una fuerte sensación de nostalgia, como si antes hubiese escuchado su nombre salir de aquellos labios.

—¿No-nos conocemos…? —se animó a preguntar Sungmin y por un momento creyó ver un halo de tristeza cubrir esos ojos en los que se reflejaba.

—Eso es una pregunta difícil de responder —dijo el de ojos negros—, pero sí, te conozco —siguió hablando mientras que con su dedo índice dibujaba figuras abstractas en el pecho del más bajo—. Tu nombre es Lee Sungmin, te gusta el color rosa, tienes debilidad por el vino y los dulces, a veces eres demasiado sincero, eres insoportable cuando te enojas y duermes abrazado a la almohada. 

Sungmin aún no procesaba completamente la información. ¿Cómo era posible que supiera tantas cosas sobre él? Necesitaba respuestas.

—¿Quién eres? —preguntó en un hilo de voz.
 

~♦~
¿Quién eres? Dímelo cariño.
Tú no quieres mostrarme nada aún si pones tu mano en el espejo.

~♦~



El más alto se separó de Sungmin y se volteó, dio unos pasos hasta el escritorio y apoyó las palmas en la superficie, su vista elevada hacia la luna. El más bajo, cual marioneta –porque era algo que no podía controlar–, lo siguió hasta ubicarse tras él.

—Esa pregunta también es difícil de contestar, pero tú ya sabes quién soy, sólo que no lo recuerdas —fue la respuesta del más alto. 

El pelinegro cada vez entendía menos y cada vez sentía más pánico. Sentía que ya no era dueño de su cuerpo, que éste había dejado de ser suyo en algún momento de la conversación. 

El hombre se giró y caminó hasta posicionarse tras de Sungmin, al cual hizo avanzar hasta quedar en la misma posición que estuviera el más alto momentos atrás, apoyando ambas manos en el escritorio. 

El de ojos negros presionó su cuerpo contra el del más bajo y sus manos se aferraron a esa delgada cintura, para luego deslizarse hasta el abdomen del pelinegro, colándose bajo su camisa.

Sungmin estaba petrificado, era como si una fuerza más grande que él lo tuviera dominado y no lo dejara moverse con libertad. Estaba a merced de esa persona, ese ser que parecía conocerlo tan bien.

—De todas maneras, te ayudaré a recordar —dijo, mientras sus manos volvían a deslizarse, esta vez desde el abdomen hasta el pecho, aún por debajo de su camisa, recorriendo tortuosamente cada centímetro de su piel. Sungmin había comenzado a temblar debido a la extraña mezcla entre placer y miedo—. Ahora… —dijo acercando nuevamente sus labios al oído del pelinegro— dí mi nombre.
 

~♦~
Et quatre, la esencia de la nostalgia aún sobre tu espalda, su aliento caliente.
Cinq, los ojos se elevan incluso en la oscuridad; si no está permitido.
Six, si tus lagrimas están reviviendo, entonces de alguna manera
los restos regresan poco a poco a la vida en 9095.

~♦~


Y Sungmin no supo cómo, pero sólo un nombre aparecía en su mente, y fue el que sus labios pronunciaron casi en un susurro.

—Kyuhyun.

—Muy bien, sabía que podías hacerlo. Ahora viene lo más importante, y es algo que sólo tú puedes decidir —dijo Kyuhyun con voz ronca, casi ceremoniosa—. ¿Te gustaría recordar todo?... ¿Recordarnos?

Y luego de escuchar aquella pregunta, todo el miedo se desvaneció de su ser, pero aún así quedaban las dudas. ¿Quería recordar? En primer lugar, ¿había algo que recordar? No estaba seguro si realmente podía confiar en ese hombre, pero todo pensamiento racional escapó de la mente de Sungmin al sentir algo cálido y húmedo recorrerle el cuello desde la base del mismo hasta la línea de la mandíbula, y no pudo reprimir el pequeño gemido producto de aquella acción.

Kyuhyun estaba impaciente. Necesitaba escuchar esa respuesta, la había esperado durante demasiados años, había esperado a Sungmin por demasiados años. Ya no podía contenerse; luego de pasar su lengua por el cuello del más bajo, lamió el lóbulo de su oreja.

—Sigo esperando —susurró—, y ya no puedo aguantar más.

Kyuhyun comenzó a desabrochar lentamente la camisa del pelinegro, y cuando hubo terminado, la tomó de la parte superior y la deslizó lentamente por el cuerpo del mayor, para luego dejarla caer. Cuando se deshizo de la prenda, colocó sus manos en la parte baja de la espalda del pelinegro y comenzó a ascender por la misma hasta ubicarse en sus hombros, para después bajar por su pecho, robándole unos cuantos suspiros a los labios del más bajo.

—Sungmin —llamaba el más alto en un tono sensual—, ¿cuál es tu respuesta?

Y sólo había una posible para Sungmin. Desde el momento en que había entrado a aquella habitación la respuesta había sido sólo una.

—Quiero recordarte… —dijo casi en un gemido y con los ojos entrecerrados. Lo deseaba, más que a nada en el mundo. Deseaba recordarlo.

—Buena elección —dijo Kyuhyun, a la vez que subía una de sus manos hasta el rostro de Sungmin, apoyándola sobre sus ojos color chocolate, obligándolo a cerrarlos.
 

~♦~
No trates de encontrar algo más, estaré a tu lado.
Aunque al abrir completamente los ojos ya no haya marcha atrás
Si aún así te gusta, entonces suavemente…

~♦~



Y pudo verlo. A su mente llegaban todo tipo de imágenes de distintas épocas, distintas situaciones, distintas personas, distintas emociones, sentimientos y sensaciones; lo único que era constante en ese torbellino de recuerdos era Kyuhyun… y él amor que sentían el uno por el otro.

Era algo tan fuerte que no pudo comprender cómo había podido olvidarlo. Las lágrimas rodaron por su rostro, empapando la mano de ese ser al que tanto amaba, porque Kyuhyun no era una persona común. En los recuerdos que veía, Sungmin siempre era distinto físicamente, pero aún así sabía que todas esas personas que veía en su mente eran él mismo. La misma esencia bajo una coraza diferente.

Kyuhyun era distinto y a la vez era el mismo. Siempre era la misma piel blanca como la nieve, siempre era ese pelo oscuro como el azabache, siempre eran esos ojos negros como la noche, y siempre eran los mismos labios rojos y sensuales. Él siempre era el mismo, la misma esencia bajo la misma coraza. Y por eso mismo era distinto. 

Kyuhyun no era humano, pero estaban destinados a estar juntos. Eran almas gemelas y por lo mismo, Kyuhyun se había encargado de que siempre se volvieran a encontrar; desde la primera vez que se habían visto hasta ahora. Vió también ese mismo momento, el momento en que el más alto le ayudaba a recordar lo que habían vivido a través de tantas vidas, repetido incontables veces a través de incontables épocas. 

Por fin lo había encontrado, ese algo que faltaba en su vida, el motivo por el que su corazón había tenido un hueco enorme imposible de llenar: ese espacio le pertenecía a Kyuhyun, siempre le había pertenecido, así como su alma, su corazón y su ser; todo era de Kyuhyun.

Sungmin se volteó lentamente y volvió a mirar dentro de esos profundos ojos negros, tratando de, en ese simple intercambio de miradas, expresar todo el amor que de golpe había llenado su interior.

—Lamento haberte dejado sólo otra vez… —habló el bajito con lágrimas aún corriendo por su rostro, acercando su mano al rostro que hacía tanto no acariciaba. Su piel era tersa y suave.

—No es tu culpa… simplemente es mi castigo por haberme enamorado de un humano: tener que verte morir una y otra vez… —dijo Kyuhyun, y en su voz era palpable el sufrimiento que experimentaba al recordar cuántas veces había pasado por aquella tortuosa experiencia. Pero no se quejaba; el simple hecho de haber encontrado a Sungmin lo valía. 

—Pero aún así siempre me esperas, siempre me encuentras y siempre me aceptas, si importar la forma que tenga…Gracias —dijo Sungmin, esperando que aquella última palabra lograra expresar cuanto apreciaba lo que hacía el más alto, pero a sabiendas de que jamás sería suficiente.

—Lo hago porque te amo, y no me importaría pasar siglos con el corazón seco, esperando a que vuelvas a renacer en este mundo. Lo hago más que feliz, si eso significa volver a tenerte entre mis brazos —susurró Kyuhyun y estrechó a Sungmin entre sus brazos… Había esperado tanto, tanto por aquel momento.

El pelinegro le devolvió el abrazo, con toda la fuerza que pudo juntar. Ya no lo dejaría ir; se pasaría el resto de su vida disfrutando de su presencia y de su amor, hasta que la muerte los separara.

Sungmin se separó del más alto y le tomó con ambas manos el rostro, haciendo que lo mirara.

—¿No te arrepientes de haberte enamorado de mí? —preguntó Sungmin inseguro.

—No, ni ahora ni nunca. Eres todo para mí, eres lo más importante y lo más preciado que tengo —dijo con voz cargada de amor. Y Sungmin lo sintió, todo ese amor que el más alto había guardado por años sólo para él, amor que él mismo había guardado dentro de sí para Kyuhyun, y ahora era momento de liberarlo.

—Kyu… bésame; ahora y a cada momento de lo que me quede de vida.

—Tus deseos son órdenes.

Sus labios se unieron en un beso desesperado, ansioso e impaciente. Era un beso lleno de pasión, pero también de amor, ese que había sido tan potente como para perdurar a través de los años; y que seguiría brillando con la misma intensidad en los que venían, porque ahora estaban nuevamente juntos.

Ya nada más importaba. 
 

~♦~
Six, si tus lagrimas están reviviendo, entonces de alguna manera
los restos regresan poco a poco a la vida en 9095.

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